Cada vez que haya que resolver un asunto importante en el monasterio, que el Abad llame a toda la comunidad y exponga el tema que hay que resolver… El motivo por el que decimos que todos deben ser consultados es que el Señor a menudo se revela mejor a los más jóvenes.
Regla de san Benito, capítulo 3
Nimmy durmió mal esa noche y, por causa de las pesadillas, se levantó dos veces para rezar ante el crucifijo. Una vez tuvo una visita. La luz de la luna que se filtraba por la ventana caía sobre las blancas sábanas de la cama, y pudo ver una oscura silueta en el pasillo. Por su hechura, supo que sólo podía ser MontaTodo. Se puso rápidamente en pie, preparado para luchar si el forajido trataba de hacer honor a su nombre. Pero la masa simplemente gruñó y continuó su camino. Unos pocos segundos después, otra oscura figura siguió al sin madre por el pasillo. Debía de ser un miembro de la Guardia Amarilla, que lo vigilaba. Probablemente sólo estaba buscando un lugar donde orinar.
Nimmy volvió a la cama. Temía el día siguiente, pues veía claramente la dirección de los recientes acontecimientos y cómo los manejaba Ponymarrón. No era que el Diácono Rojo hubiera dibujado un mapa del futuro, pero se encaminaba hacia un objetivo; cualquier cosa que pasaba, la examinaba para ver si podía ser útil como medio hacia ese fin. Nimmy no se oponía a la destrucción del Imperio, ni a la reducción de su poder y la restauración del papado en Nueva Roma. Ése era el objetivo de Ponymarrón. Los medios, en parte, podía considerarlos legítimos. En efecto, existían las guerras justas; no dudaba de las antiguas enseñanzas. Pero Leibowitz había sido un hombre de paz, ¿no?, después de una juventud belicosa, y él era todavía un devoto seguidor del santo, aunque fuera un miembro poco dispuesto de la actual orden del santo, bajo abades como Jarad y Olshuen. Había renunciado al mundo, igual que lo habían hecho el abad y sus hermanos, pero ahora estaba en medio del mundo, y la renuncia parecía carecer de significado. Permaneció despierto la mayor parte de la noche, recordando su devoción a San Leibowitz y a la Santa Virgen. Cuando cayó brevemente dormido, soñó con Ædra despertó con una erección, y combatió la urgencia de masturbarse porque ya había amanecido y había gente en el pasillo.
Casi contra su voluntad, acompañó al cardenal a la conferencia en el Palacio, con los líderes de las hordas y de Nueva Jerusalén. Seguramente duraría casi todo el día. Su patrono advirtió su reticencia.
—Lo siento, Nimmy-dijo. —Pero voy a necesitarte. Y los Saltamontes también.
Sólo asistieron cuatro miembros del Sacro Colegio: Sorely Nauwhat, Chuntar Hadala, Elia Ponymarrón, y un nuevo cardenal, un tal Hawken Jefe Irrikawa que llevaba una pluma cosida a su solideo rojo, y de quien se decía que era rey de su boscosa nación del norte. Decía superar en rango a todos los príncipes de la Iglesia excepto al Papa. Además de los cuatro cardenales, varios militares de las naciones al este del Río Grande y al oeste de la división continental, que habían venido a la ciudad con sus cardenales electores estaban presentes. Se pasó lista, hubo fríos saludos y muchas presentaciones. El alcalde Dion estaba aún visiblemente molesto por la petición de Nimmy sobre Ædra y al principio puso reparos a su presencia y la de Wooshin.
Ponymarrón se volvió hacia Eltür Bram, hizo un guiño, y dijo:
—¿Quieres por favor relatar al comandante las batallas que se han producido entre los Saltamontes y Texark, desde la muerte de tu hermano?
El sharf sonrió tristemente y empezó a hablar. Después de medio minuto, Dion alzó la mano.
—¿Qué está diciendo?
—Entiendo la mayor parte —contestó el cardenal—, pero sólo soy bueno en conejo, y pasable en perro salvaje. El saltamontes es el dialecto nativo del hermano Dientenegro.
Dion miró a Nimmy y asintió.
—Y Wooshin es jefe de la Guardia Amarilla, que ofrece entrenamiento en métodos muy eficaces de combate sin armas.
El alcalde aceptó, pero como para demostrar su imparcialidad, le dijo a Ulad y a otro de sus oficiales que fueran a sentarse en el banco de fuera. Dientenegro tradujo el relato del sharf Luz Demonio sobre los recientes enfrentamientos entre sus guerreros y la caballería de Texark, pero había sido una guerra de escaramuzas, con pocas bajas y aún menos muertes. Obedeciendo las órdenes de Santa Locura, las fuerzas Saltamontes no habían hecho más incursiones en las tierras protegidas. Bram comentó con ironía que las desprotegidas granjas al norte del Misery estaban libres de incursiones desde que el comercio entre granjeros y nómadas había empezado, hacía más de una generación.
La mayoría de los principales representantes tenían sus propios intérpretes y los dialectos locales se tradujeron al hablaiglesia. El progreso fue lento. El foco de atención fue principalmente un mapa de pared de esa parte del continente, entre las montañas Rocosas y Apalaches. Entender el mapa fue un problema para todos los nómadas excepto para Santa Locura, pero el padre Ombroz trató de ayudarlos explicándoles las correspondencias entre la Tierra y el papel.
Nimmy se encontró convertido en los oídos y la voz del sharf Saltamontes, y pronto estuvo reprendiendo a los otros, sobre todo a Ponymarrón y a Dion, por comunicarse entre sí en hablaiglesia o el antiguo dialecto o’lzark del Valle sin esperar a su traducción. Incluso Ónmu Kun era trilingüe, pero si Luz Demonio entendía algo más que los dialectos nómadas, no quiso admitirlo. Sin embargo, Nimmy advirtió que el sharf fruncía el ceño cuando el monje traducía «Barba Roja» como «Su Eminencia». Su Eminencia en persona, aunque comprendía un poco de saltamontes, mantenía el rostro inalterable. Bram no reconocía nada que se le dirigiera en forma de petición o de orden a menos que viniera de Lord Hongan Osle Chür. Sólo parecía obedecer al Qaesach dri Vordar. Era cortés, aunque sólo fuera por ocultar su natural arrogancia.
Nimmy descubrió que admiraba al líder Saltamontes. Cierto, era como la admiración que un hombre podía sentir por un oso pardo o un puma, pero, después de todo, bien podía ser pariente lejano de Luz Demonio. El sharf no era condescendiente o rudo con él, aunque sabía muy bien que los antepasados de Dientenegro habían desertado de la horda para cultivar las tierras que poseía la archidiócesis de Denver.
En un momento determinado de la reunión, advirtió que Santa Locura miraba hacia una de las altas ventanas. Dientenegro siguió su mirada; era la misma ventana por la que Amén Pajaromoteado había sido introducido en el edificio durante el último cónclave. La ventana estaba abierta. Un policía y el joven sharf Oxsho, cuya ausencia había parecido sospechosa, al menos para Dientenegro, hacían gestos. El Señor de las Hordas se puso en pie.
—Mi señor cardenal, Eminencia, debo excusarme y averiguar qué quieren.
Señaló. Ponymarrón miró hacia la ventana, asintió y dijo:
—Discutiremos asuntos que no conciernan mucho a tu reino mientras estés fuera. Si algo va mal, por favor, háznoslo saber.
Chür Hongan (Dientenegro trataba de recordar la inversión de títulos con que debía dirigírsele, pero a veces se le olvidaba), estuvo fuera durante un cuarto de hora, durante el cual la charla se centró principalmente en los suministradores de equipo militar de la costa oeste. Cuando el Señor de las Hordas regresó, su rostro era sombrío.
—Un espía texarkano ha estado escuchando cada palabra pronunciada aquí —gruñó, mirando a Ponymarrón.
—¿Lo han capturado?
—Sí. Nuestro sharf Oxsho estaba de guardia.
—¿Y estás seguro de que es de Texark?
—Por supuesto. Lo conozco. Y Su Eminencia también. —Hizo una pausa, y miró a Ponymarrón con mala cara—. Es, o era, el marido de Potear Wetok. Es tu experto en tácticas de caballería texarkanas. Nos lo enviaste, ¿recuerdas? Siempre sospeché de él.
El padre Ombroz, que estaba sentado cerca, dejó caer la cabeza sobre las manos.
—¡Esitt Loyte! —gimió. Ponymarrón se puso pálido.
—¿Está bajo custodia ahora?
—Oh, sí, mi señor. Oxsho le ató las manos y lo tiene sujeto.
Nimmy dio un respingo. Sabía lo que quería decir Santa Locura por «sujeto». Se abrían agujeros en las mejillas de los cautivos y se pasaba a través de ellos un lazo de cuerda o cuero.
—¿Lo traigo para que lo interrogues? Cortaré la brida, para que pueda usar su lengua.
—No, que lo encierren en la cárcel local. Por mí, que se pudra allí.
—¡No! Me pertenece a mí y a la familia Wetok. Cuando me marche de aquí, se irá conmigo, vivo o muerto.
Ponymarrón se puso en pie y se enfrentó al furioso señor nómada.
—Confiar en él fue un error —dijo—. Tienes razón al reclamar jurisdicción sobre él. Pero… Lord Hongan Osle Chür, como Vicario Apostólico tuyo, te prohíbo en nombre de Dios que lo mates.
Se miraron fijamente. El nómada le dirigió un gesto de cabeza apenas perceptible. El cardenal se sentó.
Hongan volvió a salir de la habitación. Esta vez estuvo fuera casi una hora. Cuando regresó, se enfrentó de nuevo a Ponymarrón. —¿Está en la cárcel?
—La mayor parte de él —respondió el Qaesach dri Vordar—. El resto de él está aquí.
Vació sobre la mesa, ante su Vicario Apostólico, una bolsa ensangrentada. Nimmy pudo ver una mano, dos orejas, la punta de una nariz, y lo que probablemente era el pene del capitán.
Sentado junto a Dientenegro, Luz Demonio se puso en pie con un ensordecedor grito de guerra Saltamontes con el que anunciaba su aprobación. Ponymarrón se dio la vuelta y vomitó.
—Dijiste que no lo matara —dijo Hongan dulcemente.
La reunión se suspendió mientras los criados limpiaban la mesa y el suelo. Cuando continuaron, Oxsho se unió a los otros dos sharfs presentes, y se sentaron con Lord Hongan y el intérprete de Eltür. Nimmy se vio rodeado por cuatro nómadas y le pareció que los otros se habían sentado en forma diferente. Ninguna silla contigua a un nómada estaba ocupada.
Al principio, el Magister Dion puso objeciones al plan que apoyaban Ponymarrón y los nómadas; él quería unir fuerzas con los Perro Salvaje y los Saltamontes y cruzar las Llanuras al norte del Nady Ann, para luego unirse a los gleps capacitados de la Nación Watchitah y atacar Ciudad Hannegan por el norte. Chuntar Cardenal Hadala, Vicario Apostólico ante el Valle, estaba familiarizado con su potencial militar, una vez que la gente estuviera armada, y apoyaba a Dion en su plan de un ejército combinado de aparecidos de las Suckaminty sus parientes gleps de OFzarkia. Era por esto por lo que el comandante aparecido había traído a su brigada ligera a Valana.
Sin embargo, Ponymarrón estaba en contra. Tras haber explorado la Provincia, preveía una guerra en tres frentes. Estaban presentes oficiales militares de cuatro naciones-estado de la región de Appalotcha, que estaban preparados para invadir a los aliados títeres de Texark en la orilla este del Río Grande. Su objetivo no sería tanto conquistar como obligar a Filpeo a enviar fuerzas para defender a esos títeres, si no quería perder el control del río. El plan sería acosar, luchar y retirarse, e impedir que esas fuerzas regresaran hasta que Ciudad Hannegan estuviera en peligro. El comandante en jefe de las fuerzas armadas del rey de Tenesi estaba presente, y esbozó los planes que las naciones orientales habían fraguado entre sí, con la participación de Hawken Irrikawa.
La mayoría de los nómadas estaba a favor de este plan oriental. Lord Hongan Osle Chür sugirió que el sharf Saltamontes propusiera una tregua temporal con las fuerzas de Filpeo, justo antes de que se produjera el ataque sobre los estados ribereños.
—De esa forma, no le inquietará tanto enviar fuerzas al otro lado del río.
El sharf Luz Demonio le sonrió a su señor y la sonrisa dijo que la tregua, si se hacía, sería oportunamente rota.
En este plan, el papel de los ejércitos de Nueva Jerusalén sería unirse a las guerrillas de Onmu Kun, que en este momento estaban dispersas por las montañas de la Provincia. Las guerrillas se trasladarían en pequeños grupos a las zonas en disputa, situadas a unos cuantos días a caballo al oeste de la ciudad de Amarillo, manteniéndose al principio apartadas de la zona de derecho de paso del telégrafo, bien protegida pero estrecha, que conducía a la última terminal, la más cercana a Valana. Kun acercó un marcador al mapa y lo usó para trazar un círculo alrededor del lugar donde el Bahía Fantasma y el Nady Ann eran poco más que arroyos, a excepción de los pequeños lagos, donde las antiguas presas derrumbadas formaban pequeñas cataratas. Era país forajido, al este de la carretera papal, y Dientenegro empezó a ver por qué su jefe quería a MontaTodo entre sus aliados, aunque tal alianza no se mencionara para nada. Las hordas norteñas se opondrían a los sin madre, pero a causa de la protección texarkana, los Conejo habían tenido pocas molestias de estas bandas de forajidos.
Cuando las fuerzas de Kun, Dion y, tal vez, de los forajidos convergieran bajo un solo mando, se produciría rápidamente el rearmamento de los Conejo con las armas de la costa Oeste que Ónmu no había podido contrabandear anteriormente. Se habló de la completa destrucción del telégrafo; también, de enviar todo el cable a Nueva Jerusalén. Las milicias Conejo locales, ya armadas en secreto, aunque con armas más viejas, se alzarían mientras los ejércitos de Dion y Kun se dirigían al este, entre el Río Rojo y el Nady Ann.
Mientras las fuerzas de Texark estaban ocupadas en la Provincia y más allá del Río Grande, los Perro Salvaje y los Saltamontes unirían fuerzas y atacarían desde el oeste, esperando poder armar a todos los gleps capacitados de la Nación Watchitah y preparar así un ataque combinado.
Al final, el Magister Dion se dejó convencer. Insistió en que Valana debería preparar su propia milicia y ocupar el fuerte que sus hombres habían construido, donde los ciudadanos podrían refugiarse si había incursiones de «infiltrados o forajidos». La milicia también podía utilizarse para ayudar a la policía a detener a los ciudadanos desleales, sobre todo a los de origen texarkano. Designó a uno de sus ayudantes militares, el mayor Elswitch J. Gleaver, un hombretón bajo de cara roja y largos bigotes, como el oficial adecuado para mandar la milicia. Dientenegro esperaba que su amo se opusiera a esta usurpación, pero éste no dijo nada.
Chuntar Cardenal Hadala rompió el silencio y le dijo a Ponymarrón con un guiño:
—No le quitaré ojo de encima al mayor, cardenal. Voy a quedarme en el fuerte.
Nadie planteó la pregunta de la posible reacción de Valana al hecho de poner al mando a un forastero aparecido.
Cuando por fin terminó la reunión, casi había oscurecido. Ponymarrón les dijo a los nómadas que el Palacio, donde residían, haría falta mañana para comenzar el cónclave, y les pidió que empaquetaran sus pertenencias y se mudaran a su casa por la noche.
—Dientenegro os mostrará el camino.
Entonces llamó al monje y susurró:
—Asegúrate de que no lleguen antes de que salga la luna. Hablaré en privado con Dion ahora y le diré que espere a ese líder forajido.
Nimmy asintió. Convenció a los sharfs y a Santa Locura para cenar a expensas del cardenal en la Casa del Venado. Cuando llegaron a la mansión, MontaTodo se había ido, presumiblemente a reunirse con Dion. Saludaron a su anfitrión con mínima cordialidad, aún furiosos por el espía, y se fueron de inmediato a sus habitaciones.
Ya no había comida en la mesa, pero Ponymarrón le pidió a Nimmy que se sentara con ellos y tomara un vaso de vino. Le preguntó qué le habían parecido los acontecimientos del día.
—Sentí que estaba al servicio de las hordas en vez de al tuyo, mi señor.
—Es natural. Eras el intérprete de Bram. ¿Qué más?
—Me sentí a la vez asustado y furioso.
—¿Asustado de quién? ¿Furioso con quién?
—Contigo.
Esto provocó un gruñido amenazador por parte de Wooshin.
—Supongo que eso también es natural —repuso el cardenal—. Santa Locura y los sharfs estaban muy enfadados conmigo, a causa de Esitt Loyte. Y se te contagió. Loyte ha sido uno de los pocos hombres a los que he juzgado mal. Bien, mañana comienza el cónclave. Te parecerá menos tumultuoso que el del año pasado, y…
Se interrumpió al advertir la expresión de Dientenegro. El Hacha la advirtió también, y tenía el ceño fruncido, pues su lealtad hacia su amo era absoluta.
—Oh, puedo arreglármelas sin ti —afirmó el Diácono Rojo—. No necesito un intérprete de saltamontes en el cónclave, y puedo pedirle un secretario al cardenal Bleeze o a Nauwhat. ¿Todavía enfadado?
—No, mi señor. Sólo muy cansado.
—Ha sido un día agotador. Muy bien, entonces tómate unas vacaciones hasta que tengamos un nuevo Papa. Los nómadas pasarán unos cuantos días más en la ciudad. Tienen cosas de que hablar entre sí y con los oficiales de Dion. Pero recuerda a Loyte, y recuerda el ataque del año pasado. Vigila tu espalda.
A primeras horas de la mañana siguiente, mientras caminaba por las calles, Dientenegro vio a varios cardenales y sus sirvientes camino del cónclave en el Palacio. Uno de ellos era una mujer, pero no era la cardenal Buldyrk. Había oído hablar de ella, pero no la había visto antes.
Había un pequeño convento en la orilla sur del Río Bravo donde una comunidad de monjas descalzas, las hermanas de la Ordo Dominae Desertarum Nostrae del papa Amén Pajaromoteado, vivían, rezaban y trabajaban, y la madre Iridia Silentia había sido nombrada cardenal por el papa Amén, la segunda mujer en el Sacro Colegio. Dientenegro advirtió que sus conclavistas llevaban los mismos hábitos religiosos que usaba Ædra cuando servía como correo entre el Secretariado y Nueva Jerusalén. La misma Orden había tenido el año pasado residencia temporal en Valana, y Nimmy había supuesto que, entre estas monjas locales, la amiga de Ædra, la hermana Julián, le había proporcionado un hábito para disfrazarse. Pero las monjas ya no estaban. Tuvo una salvaje corazonada que superó todos sus recelos respecto a acercarse a una de ellas en la calle. Le habló en voz baja.
—Perdóname, hermana. Soy un monje de San Leibowitz, no en muy buena situación. Una joven vestida con vuestros hábitos solía venir aquí a veces desde una comunidad en las montañas. Se llamaba Ædra: Me preguntaba si tal vez sabrías…
La monja mantuvo la mirada gacha y no habló. La madre Iridia se dio cuenta de que su conclavista era acosada por un desvergonzado clérigo de baja calaña y se acercó con el ceño fruncido. Intercambió murmullos con la monja en una lengua extranjera. La madre Iridia inspeccionó a Dientenegro de la cabeza a los pies, asintió, rebuscó en su maletín y le tendió una estampa de oraciones.
—Dios te bendiga, hermano Dientenegro —susurró, trazando una pequeña cruz—. Reza por aquellos que tienen problemas.
Entonces cogió a su ayudante por el brazo y se la llevó rápidamente.
Dientenegro, sorprendido porque ella sabía su nombre y por tanto su pecado, sintió el calor del sonrojo en su rostro. Miró la estampa. Era gruesa, brillante, y densamente grabada, y probablemente bendecida con agua bendita como muchas diminutas estampas sacramentales que vendían las órdenes religiosas mendicantes. La mayoría eran edulcoradas y sentimentales, pero ésta no. En un lado mostraba la imagen de un crucifijo, pero la crucificada era una mujer, y el nombre la identificaba como santa Librada. Bajo la cruz había un consejo en inglés antiguo, que logró comprender con cierta dificultad. Decía:
Reza a santa Librada en momentos de problemas con la policía, los tribunales, y cuando la libertad no sea visible. Ella te ayudará, si crees.
¡Para Ædra, la libertad desde luego no era visible!
Quiso correr detrás de las monjas y hacerles más preguntas, pero eso sería muy inadecuado, y además ellas no responderían. En cambio, decidió escribirles una nota de petición y hacer que uno de los criados de Ponymarrón la entregara.
Miró el otro lado de la estampa. Había una oración o un poema que tuvo dificultades para comprender, pues aunque el lenguaje le recordaba al latín, no lo era:
Santa Librada del Mundo,
tengo ojos, no me miren;
tengo manos, no me tapen;
tengo pieses, no me alcansan.
con los ángeles del 43,
con el manto de María estoy tapado.
con los pechos de María estoy rosado.[3]
Pensó en Aberlott, que había regresado a las clases de San Ston, y se dio la vuelta para regresar a su antigua residencia. El estudiante podría conocer a alguien allí que pudiera traducir el texto.
Una multitud se congregaba en la plaza de San Juan en el Exilio, pero no era la furiosa muchedumbre del año pasado. No había enfermedad en la ciudad, y había más temor que furia, y la ira que había se dirigía hacia Texark y los cardenales ausentes de la ciudad. La gente quería que Pajaromoteado continuara siendo Papa, pero empezaban a aceptar su dimisión como una triste realidad. Ponymarrón era bien conocido y popular, pero no venerado; si bien carecía de santidad, también carecía de arrogancia, y parecía sentir afecto por la gente común de la ciudad.
Mientras iba de camino para ver a Aberlott, Dientenegro se detuvo para contemplar a algunos de los cardenales recientemente nombrados por el papa Amén que iban llegando y entrando en la asamblea. Se situó junto a un joven sacerdote, que le iba diciendo sus nombres.
Estaba el abad Joyo Cardenal Watchingdown, de la abadía de Watchingdown, al este del Río Grande.
Y Wolfer Cardenal Poilyf, del País del Norte, que venía aún cubierto de pieles, aunque no era un día frío.
Domidomi Cardenal Hoydok de Texark había sido excomulgado por Benefez por apoyar al papa Amén, quien entonces le nombró miembro del Colegio. Era él quien había escrito la furiosa convocatoria al cónclave, y todavía parecía furioso entrando en el salón.
Luego llegó Furi Cardenal Shirikane, silenciosamente, casi de puntillas; era de la costa oeste, un sacerdote que también sabía hablar el dialecto de Wooshin, según le había dicho el Hacha. Su físico también parecía tener alguna ascendencia asiática.
Y estaba Abrahá Cardenal Linkono, un maestro de Nueva Jerusalén, el único aparecido conocido del Colegio.
—Y allí está Hawken Jefe Irrikawa —dijo el joven sacerdote.
—Lo sé. Lo vi ayer.
—¿Sabías que fue la Cardenal Buldyrk quien se lo sugirió al papa Amén? La abadía de N’Ork está junto al reino forestal de Irrikawa.
—Me sorprende —comentó Nimmy a su informador—. El año pasado, la dama parecía inclinarse hacia el cardenal Benefez.
—¡Ja! Eso fue antes de que el papa Amén ordenara a dos mujeres, y nombrara a otra cardenal —replicó el sacerdote… algo envarado, según le pareció a Dientenegro.
—Irrikawa hace extrañas declaraciones, dice que su familia es tan antigua como el propio continente. ¡Y esa pluma de águila! No quiere que lo llamen «cardenal». Sus servidores lo llaman «sire» y «majestad».
Dos hombres más humildes entraron por la puerta: Buzi Cardenal Fudsow, un fontanero local que había colocado una cisterna de su propia invención en el refugio de las colinas de Amén Pajaromoteado, y Leevit Lord Cardenal Baehovar, un mercader del país de Utah.
Luego, el nuevo obispo de Denver, Varley Cardenal Swineman, cuya diócesis incluía todo el Estado Libre de Denver, a excepción de la propia Valana; su catedral estaba a dos días a caballo al norte de Danfer, una pequeña comunidad a las afueras de un montón de ruinas medio enterradas de lo que antiguamente fue la ciudad de Denver. Aunque un obispo de Denver había ocupado el trono de Pedro hacía unos pocos años, el sillón diocesano de Denver no lo ocupaba tradicionalmente un cardenal.
Dientenegro le dio las gracias al sacerdote y se abrió paso entre la multitud que ocupaba la plaza. El cónclave, legítimo o ilegítimo, no había sido aún cerrado y sellado oficialmente. Las puertas y ventanas estaban todavía abiertas, y la multitud de la plaza guardaba silencio porque podía oírse cómo, en el interior, una voz llamaba a los prelados que ya habían llegado. Nimmy tardó unos momentos en reconocer la voz de su señor, porque estaba cargada de furia:
—El alcalde imperial me impuso una sentencia de muerte que fue aplazada de forma indefinida. El Papa ha sido denunciado como impostor por el Hannegan, el arzobispo y sus aliados. Están intentando celebrar un Consejo General de la Iglesia en Nueva Roma, y esto, como saben ustedes, no puede hacerse sin la aprobación del Papa, y si no hay ningún Papa, no puede hacerse en absoluto. Texark ha empezado a librar una guerra no declarada contra el papado valano y todos corremos peligro. Mientras que todos deploramos la incursión Saltamontes en la zona ilegalmente ocupada alrededor de Nueva Roma, y la subsiguiente masacre de inocentes, nos encontramos, por necesidad, aliados con las hordas contra el Imperio. Tenemos que protegernos. Hay espías texarkanos en Valana. Uno fue capturado ayer y fue severamente mutilado, sin mi conocimiento, por el Señor de las Tres Hordas. Está recibiendo tratamiento médico en la cárcel local. Como ustedes deben recordar, la Pascua pasada, unos asesinos intentaron asesinarnos a mi secretario y a mí. Habrá más ataques de este tipo.
»Hay armas disponibles, armas mucho mejores, para la Guardia Papal, y para cualquiera de ustedes que las desee para su uso personal o para sus sirvientes. Valana es una ciudad abierta. No tenemos guardias fronterizos, y pueden estar seguros de que los agentes del Hannegan vienen y van a su antojo. Se les proporcionarán armas a ustedes y a sus criados…
Quizá la furia que Dientenegro oía en la voz era retórica. El monje sacudió la cabeza asombrado y continuó su camino. No lamentaba que Ponymarrón hubiera elegido a otros conclavistas en esta ocasión, aunque esperaba que su clara reticencia a servir como uno de ellos fuera perdonada.
Aberlott no estaba en casa. Con la intención de copiar la extraña oración y dejarla sobre su mesa con una nota, Dientenegro trató de abrir la puerta pero descubrió que estaba cerrada con llave. Se encogió de hombros; comenzaba a rehacer sus pasos cuando se le ocurrió una idea: aún no había podido ver a Amén Pajaromoteado a causa de las multitudes que esperaban ante su puerta. Pero la gente que no trabajaba se encontraba ahora formando parte de la multitud congregada en la plaza de San Juan en el Exilio, y los cardenales estaban dentro del palacio. Así que se dio la vuelta y empezó a subir la colina en dirección a la casa de Amén.
—No te la traduciré —dijo el viejo Papa negro, mientras sostenía la estampa de madre Iridia. Estaban sentados a solas en la casa de piedra, en la colina. Las rocas eran frías, pero había, un pequeño fuego en la chimenea y la habitación estaba gélida pero confortable.
—Es más un poema que una oración. No está escrito en la lengua que las hermanas hablan hoy en día, pero su habla contiene más español clásico que el monrocoso o el ol’zark. Es español antiguo con una o dos palabras de dialecto tal vez. Lo he visto antes. Sé lo que significa para las hermanas. Creen que la mujer crucificada no describe un acontecimiento histórico, sino un acontecimiento en la mente de María cuando se permitió sentir la crucifixión de su hijo.
—¿Ella desea ocupar su lugar en la cruz?
—¿Desea? En su corazón, ya está allí. Es lo que significa Librada del Mundo. Pero los siguientes versos parecen dichos por la crucificada. Tiene ojos, pero no se ve a sí misma. Con las manos clavadas en la cruz, no puede tocarse. Con los pies también clavados, no puede caminar. El verso siguiente, «con los ángeles del 43», ha perdido su significado. Los dos últimos versos tal vez sean pronunciados por Cristo niño: «Con el manto de María estoy tapado. Con los pechos de María estoy rosado». El niño está mamando. Esa es la interpretación de las hermanas.
—¿Cuál es la vuestra?
—No soy ningún intérprete. Tú lo eres, Dientenegro. Tienes ojos, manos y pies. ¿Puedes verte, tocarte, caminar?
—Nunca lo dudé antes, pero… —Hizo una pausa—. Pero lo que veo en el espejo no soy yo, ¿verdad? Puedo tocar mi cuerpo, ¿pero es eso yo? Mis pies se mueven, ¿pero quién camina?
—Si tienes las preguntas adecuadas, ¿por qué necesitas respuestas? Las respuestas están en las preguntas —sonrió con sonrisa de gato—. Me gustan tus preguntas.
—¿Hay algo que podáis hacer por Ædra? Pajaromoteado guardó silencio. «Esa pregunta no», temió Nimmy que dijera. Después de un rato, ronroneó como un puma.
—Quédate un poco y reza conmigo. Rezaremos una oración silenciosa.
Rezaron sin palabras. De vez en cuando, Dientenegro se levantaba para avivar el fuego. Al anochecer, tomaron una comida sencilla, y rezaron un poco más. Por la mañana, el hermano Dientenegro cortó más leña, y Amén Pajaromoteado colgó un cartel fuera que decía:
REZO, MÁRCHATE.
Nimmy se quedó con él y rezó con él. El silencio era como debería haber sido el silencio de la Abadía Leibowitz. Al quinto día, alguien llamó y gritó tres veces:
—¡Habemus Papam!
Luego se marchó. Pajaromoteado pareció no advertirlo. El acontecimiento no logró romper el silencio.
Dientenegro se quedó nueve días, una especie de novena. Aprendió más sobre su propia alma durante esos nueve días que en todos los años transcurridos en la Abadía Leibowitz. Amén Pajaromoteado era un maestro en silencio. De algún modo, el alma del estudiante empezó a parecerse al alma del maestro en silencio. No había explicación para ello, pues explicar sería romper el silencio.
Podría haberse quedado más de nueve días, pero cuando salió a cortar leña, a la décima mañana, una gran nube de humo se elevaba sobre Valana. ¿Estaba toda la ciudad ardiendo?
Amén lo siguió la mayor parte del camino colina abajo, hasta que pudieron ver que era solamente el Palacio Papal y los barracones de la policía lo que ardía. ¡Solamente! Esa fue la palabra de Pajaromoteado.
Se abrazaron en silencio y se separaron en silencio. Nimmy se sentía vagamente preocupado por el anciano. Había tratado de apartarse por completo del escenario de las luchas por la supremacía eclesiástica y política, ¿pero cómo podía ser libre mientras los hombres seguían pugnando y batallando sin respeto a la Santa Sede? ¿Fue alguna vez Papa? ¿Era todavía Papa? ¿Dónde estaba su dimisión? Si alguien había quemado el original, Dientenegro sentía que el anciano no estaba a salvo. Y sin embargo sabía que sería inútil aconsejarle que buscara protección.
Los incendios habían sido precedidos por explosiones, le dijo el guardia de la puerta. Pero el cardenal Ponymarrón, ahora papa Amén II, no estaba muerto. Sólo había huido de la ciudad junto con la mayor parte de la Curia. ¿Adonde había ido? El guardia no podía decirlo. La mayor parte de la brigada del alcalde Dion había emprendido, a caballo, el camino papal con rumbo sur, dejando en el fuerte que habían construido los aparecidos a unos pocos hombres y parte de la Guardia Amarilla, para entrenar a la milicia civil. Varios cardenales se habían refugiado allí. Quizás el Santo Padre se había marchado con Dion. El espía texarkano había desaparecido de la cárcel, y el guardia reconocía que debía de haber como unos cuarenta infiltrados para haber conseguido irrumpir en la prisión y volar el palacio.
—Esos hijos de puta llevan años viviendo entre nosotros… colonos de Texark. La mayoría fingían ser fugitivos.
Los nómadas habían regresado a las Llanuras, le dijo a Nimmy, y quizás el Papa estuviera con ellos.
Dientenegro corrió primero a casa de Aberlott. Una nota en la puerta decía: «Me he ido al fuerte. Sírvete tú mismo». Dientenegro tanteó el pomo. Esta vez la puerta no estaba cerrada. A juzgar por el desorden en el suelo y los muebles volcados, alguien se había servido ya, o bien el estudiante había sido llevado a rastras al fuerte después de oponer resistencia.
Fue al Secretariado. El edificio estaba desierto, excepto el ala secreta. Cuando trató de entrar allí, lo echaron rápidamente. Fue a San Juan en el Exilio. Sólo había un coadjutor. Le explicó a Dientenegro que el nuevo Papa, después de escapar del edificio en llamas, había abandonado la ciudad en un carruaje perteneciente al sharf Saltamontes, pero que, en efecto, había seguido a Dion hacia el sur.
—¿Tema el carruaje pintado «Prendo fuegos» en el costado?
—¿Eso es lo que decía? Creo que era inglés antiguo.
Bram iba a hacerse cargo de un envío de armas, pensó Nimmy. Empezó a caminar hacia el fuerte. Por el camino, lo agarraron por el cuello y lo arrastraron hacia allí. Era Ulad que no quería creer que iba por propia voluntad.
—Sabes que soy uno de los sirvientes del cardenal, uh, del papa Amén II —protestó.
—Si aún lo fueras, estarías con él. Ahora eres un soldado, meapilas —dijo el gigante—. Vas a luchar por la Ciudad Santa.
¿Ciudad Santa? ¿Se refería a Nueva Roma o a Nueva Jerusalén?
—¿Podré ver a Ædra?
—No es probable —gruñó el hombretón.
Nimmy dejó de debatirse, pero Ulad continuó sujetándole por el cuello con su larga mano mientras caminaban.