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Para la cena diaria consideramos suficiente, sea a la sexta o la novena hora, que cada mesa tenga dos platos, debido a las enfermedades individuales, de forma que quien, por algún motivo, no pueda comer de uno, pueda hacerlo del otro.

Regla de san Benito, capítulo 39

Desde hacía ya más de un año, a Dientenegro le parecía que siempre estaba en la carretera. Esta vez no hubo ningún carruaje hacia Valana. Ocho hombres con dieciséis caballos recorrieron la carretera papal con destino norte.

Varios kilómetros al sur de la carretera secundaria que conducía a la casa de Shard y a las montañas de Nueva Jerusalén, el cardenal Ponymarrón se detuvo, llamó a Dientenegro y a Wooshin a un lado, y anunció que se desviarían para evitar la zona.

Dientenegro protestó.

—Mi señor, el único que necesita dar un rodeo soy yo. Puedo cabalgar hasta las colinas, dirigirme unos cuantos kilómetros al norte, y luego alcanzaros en la carretera antes de que oscurezca.

—No —insistió el cardenal—. No quiero que vean a más de uno de nosotros. Wooshin, elige a un hombre para que cabalgue ante los guardias glep y lleve un mensaje al Magister Dion. El mensaje es realmente para Shard tanto como para el alcalde, pero Shard sólo aceptará órdenes de Dion.

—¿Por qué no enviarme a mí? —propuso Hacha.

—No. Shard te recuerda.

—Puede que nos recuerde a todos —dijo Nimmy—. La última vez fue a por su arma y salió disparando cuando nos dirigíamos a la abadía.

Hacha fue a consultar con los guerreros monjes. Cuando regresó, dijo:

—Propongo a Gai-See. Es el blanco más pequeño y tiene el caballo más rápido. Si no puede encontrar un camino escondido, puede esperar hasta que anochezca y galopar por el Callejón de los Espantapájaros. Hay luna suficiente.

Ponymarrón asintió y llamó a Gai-See, y luego le dio instrucciones para que evitara todo contacto con las familias que protegían el paso.

—Dile esto a Dion: «Al este, puertas abiertas a los Perro Salvaje y los Saltamontes. Al oeste, envía regalos a la Curia». Ahora repítelo, por favor.

—Al este, puertas abiertas a los Perro Salvaje y los Saltamontes. Al oeste, envía regalos a la Curia.

—¡Bien! Luego recuérdale lo que Nimmy y yo vimos en manos del Hannegan. Le envié un mensaje al respecto desde la abadía. Si lo recibió, sabrá lo que hay que hacer. Después, te dará una mula bien cargada. Deja Nueva Jerusalén por el oeste y ven a Valana lo más rápido que puedas.

Gai-See desmontó, se inclinó ante el cardenal y se sentó junto al camino.

—Esperará hasta el anochecer —dijo Hacha—. Yo también pienso que es más seguro de esa forma. Ponymarrón miró a Dientenegro.

—¿Por qué estás tan decepcionado? —preguntó.

—No es nada, mi señor.

—¿Esperabas que alguien pudiera averiguar si Ædra está en la casa de su padre?

—Sé que no es adecuado. Sería peligroso.

—No importa. Gai-See puede preguntar por ella al alcalde.

—¿Y recibir la misma clase de verdad que me dio a mí?

Ponymarrón se encogió de hombros.

—No puedo decirle a Dion lo que tiene que decir o hacer, excepto con mis propiedades.

Era la primera vez que el cardenal se refería al arsenal como propiedad suya, pero eso no era asunto de Dientenegro.

—Mi señor, desearía que Gai-See no le mencionara Ædra a Dion.

—¿Por qué no?

—Porque, cuando Gai-See le hable de la pistola que vimos en manos de Filpeo, se preguntará si hay un espía o un traidor. Y Ædra se escapó de casa durante esa época. Nosotros sabemos adonde fue, pero el alcalde tal vez no la crea.

El cardenal miró a Gai-See.

—¿Has oído y comprendido eso?

—Sí, mi señor cardenal. Seré discreto.

—Te veremos en Valana. Ahora, avancemos un kilómetro o así e internémonos entre los juníperos.

Tres días después, la tarde del lunes 3 de abril, acamparon en una colina a casi un kilómetro al este de la carretera papal. Sería la noche de la luna llena pascual de la Semana Santa, pero el sol no se había puesto todavía y, como su suministro de comida empezaba a escasear, Nimmy fue en busca de raíces y hojas comestibles. Wooshin cogió la única arma de fuego de la partida y se fue a cazar alguna pequeña presa mientras los guerreros del cardenal recogían madera y preparaban el fuego. El propio Ponymarrón, claramente agotado por el largo viaje y con una desagradable tos, se envolvió en las mantas y, con la cabeza en la silla de montar, se quedó dormido antes de oscurecer.

Dientenegro encontró unas cuantas raíces de cebollas silvestres del pasado año en la orilla de un arroyo medio congelado; tenían poco valor excepto para aliñar, irían bien si Hacha regresaba con carne. Naturalmente era un día de ayuno pascual, pero también se trataba de una emergencia, sobre todo para el cardenal, que no se había recuperado del todo de su experiencia en el pozo. Nimmy trató de guiarse por la puesta de sol, las estrellas del crepúsculo y el brillo de la hoguera en la distancia. Encontró yuca y desenraizó del duro suelo, con un palo afilado, unos flacos tubérculos.

Oyó dos disparos y pensó que debían de proceder de la pistola de Wooshin, pero fueron rápidamente seguidos por un tercero… demasiado pronto para que el Hacha hubiera recargado su arma. Un caballo pasó galopando por la ribera de un arroyo al pie de la colina, y pudo atisbar a un jinete nómada. Se oyeron gritos en la dirección del campamento, acompañados por un disparo más, pero sólo pudo distinguir las voces del capitán Jing y de Woosoh-Loh hablando en su lengua nativa, hasta que oyó al Hacha amenazar de muerte en un pobre pero comprensible Perro Salvaje, y un eco más débil del cardenal de que la amenaza era real y ejecutable.

Nimmy volvió corriendo hacia la hoguera lo más silenciosamente posible. Había dos forajidos nómadas sentados en el suelo, con las manos atadas a la espalda, rodeados por los guardias de Ponymarrón. El cardenal estaba sentado en su petate. Un extraño caballo de pequeño tamaño estaba atado a un junípero y dos mosquetones desconocidos descansaban contra un tronco.

—Nimmy, ¿dónde estás?

Era la voz de Ponymarrón.

Dientenegro corrió hacia la hoguera y dejó caer la yuca y las cebollas silvestres junto al cuerpo de un perro salvaje muerto. El cardenal dio un respingo al oler las cebollas.

Wooshin se explicó. Tres sin madre con un solo caballo habían tratado de robar dos caballos al cardenal. Uno había tenido éxito pero los hombres que habían desmontado para registrar y robar a Ponymarrón habían sido sorprendidos y capturados por el Hacha y los otros, que los habían oído acercarse.

Los sucios nómadas miraban aterrorizados a los extraños guerreros con largas espadas.

—Nimmy, diles cuál es la situación —dijo el Hacha con un guiño.

Dientenegro se sacudió la tierra de las raíces de la túnica y se colocó junto a su amo. Se enderezó, señaló a uno de los hombres al otro lado del fuego, y dijo en impecable saltamontes:

—Te conozco. Asoláis esta región. Ahora habéis acosado al Vicario Apostólico ante las Hordas, a quien incluso el Qaesacb dri Vordar Osle Hongan Chür acude en busca de consejo, por no mencionar al sharf Saltamontes, Eltür Bram. Vuestro amigo acaba de robar el caballo del Alto Chamán de toda la Cristiandad, el próximo sharf y tío abuelo de la Santa Iglesia Católica Romana. También ha sido elegido por el Buitre de la Batalla; las Weejus lo han anunciado.

—No te pases, Nimmy —dijo el cardenal en hablaiglesia.

—¡Caballo por caballo! —dijo el más atrevido de los dos—. Quédate este caballo, Gran Hombre. Estamos en paz.

Nimmy lo ignoró y volvió a dirigirse al hombre que había reconocido.

—¡Tú! Fue el propio Santa Locura, ahora Señor de las Hordas, el que impidió que violaras a Ædra, el año pasado en casa de Shard, no lejos de aquí.

El forajido se encogió de hombros, pero pareció súbitamente manso.

Ponymarrón se levantó y fue a inspeccionar el velludo mustang. Tras observar a la pequeña yegua, se puso frente a ellos y dijo severamente en perro salvaje:

—Le pertenece a la Hongin Fujae Vurn. ¡Os atrevéis a violar a una yegua de la Mujer Caballo Salvaje! Lord Osle Hongan Chür tendría que haberos sacado las tripas y darlas a los perros para que las comiesen. WoosKin, suelta al animal inmediatamente.

El Hacha blandió la espada dos veces, una para cortar la rienda que la ataba al tronco, la otra para golpear al animal de plano en los cuartos traseros. El mustang bufó, pataleó y se perdió en la noche. Como Gai-See no se había llevado una montura de repuesto para pasar por el Callejón del Espantapájaros, aún tenían un caballo extra cada uno, pero ni Ponymarrón ni sus hombres estaban dispuestos a dar por zanjado el asunto.

—¿Quién es vuestro amo? —preguntó el cardenal.

—Se llama MontaTodo.

—¿A qué distancia está de aquí su campamento?

—Casi un día a caballo, Gran Hombre.

—¿Cuántos hombres hay en vuestra banda? El forajido pareció contar mentalmente con los dedos durante un momento.

—Treinta y siete, creo.

—¿Y mujeres? ¿Niños?

—Ayer había cinco cautivos. Hoy tal vez más, tal vez menos.

—¿Y cuántas bandas como la vuestra?

—No lo sé. A veces encontramos otra gente sin familia. A veces luchamos, a veces nos unimos. Hay muchos solteros en la frontera de la cordillera Perro Salvaje, y al sur, a lo largo del Nady Ann.

—¿Combatís o robáis alguna vez a los granjeros?

—No es una práctica sabia.

—¿Sucede?

—A veces.

—¿Os gustaría que os pagaran por combatir a los granjeros?

Los cautivos se miraron mutuamente y se agitaron incómodos. Ponymarrón continuó:

—Hay una guerra entre los Saltamontes y los granjeros del Hannegan.

—Lo sabemos, pero nosotros estamos en guerra con ambos.

—¿Pero y si los Saltamontes os aceptan como aliados?

—Eso nunca sucederá, Gran Hombre.

—¿No os ha dicho el monje que soy el chamán cristiano ante todas las hordas?

—No sabemos lo que significa eso.

—Significa —dijo Dientenegro—, que la palabra de Su Eminencia tiene poder en las Tres Hordas.

—¿Lucharíais contra el Hannegan a las órdenes de Luz Demonio?

—No hay ninguna posibilidad.

—¿Y de un sharf Conejo?

La idea de un sharf Conejo arrancó una carcajada a los dos hombres maniatados.

—Deja ir a estos cobardes —ordenó Ponymarrón—. Id, cachorros lloriqueantes; decidle a MontaTodo que venga a verme en Valana, a menos que sea un cobarde, y que traiga el caballo que robasteis. De lo contrario, os expulsarán al sur del Nady Ann y al este del Bahía Fantasma. El Hannegan sabrá lo que hacer con vosotros. Ahora marchaos.

Llegó Pascua antes de que entraran en Valana. Ponymarrón concelebró la misa de resurrección en una iglesia apartada con un sacerdote misionero que se equivocaba en la liturgia, demasiado asustado por el alto rango de su invitado para hacer nada bien.

Algunos días más tarde un rápido jinete de Pobla donde habían pasado la noche, llevó la noticia de su llegada a Valana, y Sorely Cardenal Nauwhat y Elkin, el guardia del Secretariado, los esperaban en la taberna de la Casa del Venado, donde el cardenal había invitado a Luz Amable el año anterior. Estaba a punto de anochecer, así que pidieron la cena. Los dos prelados y sus ayudantes se sentaron juntos, mientras que Wooshin y la Guardia Amarilla ocupaban una mesa contigua. Sorely Nauwhat hablaba rápido y tenía mucho que explicar.

Antes de aceptar su dimisión, que Nauwhat, como Ponymarrón, consideraba revocable o completamente inválida, el papa Amén había roto con una reciente tradición y ordenado nuevos cardenales, hasta cuarenta y nueve, y luego había procedido a destituir a otros cuarenta y nueve, una acción casi sin precedentes. Esto sorprendió a Ponymarrón, pero hacía que el intento de cónclave fuera comprensible, si no legal.

Amén Pajaromoteado, quien insistía que su dimisión había sido remitida debidamente a la Curia, se había retirado a su antigua residencia: el viejo edificio que parecía Crecer en la falda de una montaña y que había sido en tiempos un criadero, y aún antes una caverna cuyos profundos huecos nunca se habían llegado a explorar, algunos de los cuales el anciano había vuelto a abrir «para dejar que los espíritus de las montañas vengan y vayan». Allí iban a visitarle los cardenales de la Curia, para reprenderle y suplicarle, sin conseguir nada.

Y había noticias de Texark. Aunque el texto de la dimisión del papa Amén había aparecido allí, por telégrafo, el original firmado del documento, si existía, no se encontraba en Valana ni en ningún otro sitio. Un avispado timador de la capital del Imperio había vendido una astuta falsificación del original a la Archidiócesis de Texark por diez mil píos; suma pagada después de que un experto policial afirmara que la letra era de Amén, el antipapa. Pero después, otro experto demostró que el documento contenía errores de los que a menudo se producían durante la transmisión de un texto por telégrafo, incluyendo algunos códigos puramente operativos, como ZMF, que significaba «pausa, sigue más». El falsificador escapó al país Conejo y de él nunca más se supo.

—Como te decía, el Papa se niega a vivir en el palacio —continuó Nauwhat—, y ha regresado a su antiguo hogar. Dijo en casa la misa de Pascua, no en San Juan en el Exilio. Recibe alegremente a todo el que va a verlo y soporta alegremente cualquier indignidad. Ha firmado bulas en blanco, quizá por docenas. Pone su sello de aprobación en la cera de casi cualquier cosa. No sé si siempre lo lee primero. ¿Nombró realmente a todos esos cardenales, o lo hicieron por él? Debería saberlo, pero no lo sé. Porque descubrió algunas armas en el Secretariado y piensa que yo soy el responsable.

—Bueno, debo confesarle eso…

—No, no lo hagas. Yo soy el responsable ahora. Sus acciones son las de un hombre que ha perdido el juicio, quizá sus cabales, pero no su buen humor. Habla de ti constantemente, Elia, y se alegrará de tú regreso. Debes ira verlo mañana. Tú, y el hermano Dientenegro también.

—Naturalmente. ¿Pero de qué hablaremos, sino de las armas?

—Fue él quien puso tu nombre en la nominación a Papa. Su propio plan, probablemente, será convertido en Pontífice.

—Debo resolver eso.

—Bueno, puedes intentarlo. Pero además de los nuevos cardenales, los miembros del Colegio vuelven a la ciudad a montones. Y algunos del este traen a los oficiales militares y representantes que invitaste. Pasan por guardaespaldas.

—¿En respuesta a la misma convocatoria que yo recibí? ¿Quién escribió esa tontería?

—Domidomi Cardenal Hoydok.

—¿Lo conozco?

—No. Es uno de los nuevos. Es de Texark, pero Benefez lo excomulgó por apoyar al papa Amén, así que el Papa lo nombró cardenal. Es abogado civil, no sacerdote.

—¿Cómo está llegando la gente del este? —preguntó Ponymarrón.

—Principalmente a través de Iowa. Allí, los granjeros parecen llevarse mejor con los Saltamontes. Comercian mucho. Sólo unas cuantas patrullas texarkanas van al norte del río Misery, y no detendrían a un cardenal allí, aunque supieran que viene al cónclave.

—¿Río Misery?

—El antiguo nombre del río era «Missouri», mi señor —intervino Nimmy.

—«Misery» —parece más adecuado ahora— continuó Sorely. —Antes de la ocupación de las tierras de las granjas, era una ruta natural hacia Nueva Roma.

—Por supuesto. Me falla la memoria. Lo primero que debo hacer mañana es enviar un mensajero a Santa Locura y a Alce Nadador para que vengan a celebrar aquí una reunión, y enviar una partida de guerra a Nueva Jerusalén a por las nuevas armas.

—¿Alce Nadador?

—El sharf Eltür Bram, el hermano de Hultor. El sharf Saltamontes.

Les trajeron la cena. Esta vez era venado y un buen vino tinto. Estaban muertos de hambre tras el largo viaje en Cuaresma a base de raciones ligeras. Nimmy se preguntó distraídamente si debería confesarse por haber comido perro salvaje asado en los días de abstinencia, aunque el cardenal había concedido una dispensa por ser un caso de emergencia.

—Por cierto, ¿cómo van las cosas en Texark? —preguntó el cardenal Nauwhat.

—Bueno, la Provincia hierve en revueltas. Y naturalmente están las peleas ocasionales con los Saltamontes. En Ciudad Hannegan, poco ha cambiado, excepto que están importando algunos animales del desierto de Afrecha para hacer la guerra en terreno seco. Y están enterados de lo de nuestras armas.

—Dos malos presagios.

—Y otra cosa más. —Miró a la mesa contigua, y llamó a Wooshin dándole un golpecito en el hombro—. Hacha, creo que me olvidé de contarte un pequeño cambio.

—¿Mi señor?

Ponymarrón miró a Dientenegro.

—Díselo.

—Su Majestad Imperial, el alcalde, te ha sustituido por un cortador de cabezas mecánico, Hacha.

Wooshin se encogió de hombros.

—Un hombre sin sombra ni forma, cuando corta la cabeza, se convierte en una máquina de cortar. No hay cambios.

Esto causó un murmullo, al parecer no de aprobación, pero tal vez de asentimiento, por parte del resto de los guerreros presentes.

—Un hombre notable —exclamó Sorely con voz temblorosa cuando Wooshin se marchó.

—Sin sombra ni forma —murmuró Ponymarrón en voz alta.

Habían pasado cuatro semanas desde la última vez que vieron a Gai-See, y ya empezaban a temer que lo hubieran abatido en el Callejón de los Espantapájaros, cuando llegó, no cargado con una mula repleta de «regalos para la Curia», como decía el mensaje de Ponymarrón, sino con el alcalde Dion, Ulan, ocho pesadas carretas y toda una brigada de infantería ligera, rebosantes de armas nuevas y muy avanzadas. El secreto de Nueva Jerusalén ya no era secreto. Ponymarrón no mostró ninguna sorpresa, y Nimmy se dio cuenta de que el mensaje a Dion estaba en código.

No había manera de que Valana pudiera albergar a los cardenales y a toda una brigada de caballería ligera, a la cual todos los ciudadanos empezaron a temer en cuanto se corrió la voz de que los hombres armados eran aparecidos. Pero el Magister Dion no tenía ninguna intención de imponer nada. Sus soldados se pusieron inmediatamente a construir un campamento fortificado en una colina, a las afueras de la ciudad. En cuanto se descargaron, las carretas regresaron a Nueva Jerusalén en busca de más suministros. Habían planeado que convoyes regulares suministraran a estos hombres comida, munición y otras necesidades de la vida militar. Al principio durmieron en tiendas, pero cuatro días después se construyó una estructura permanente de troncos, con un sótano para almacenar munición y para recargar los cartuchos de latón. Las máquinas recargadoras eran sencillas y fáciles de transportar, de forma que pudieran seguir a cualquier ejército en la batalla.

Buscando información sobre Ædra, Nimmy se acercó a las puertas del recién construido fuerte con la esperanza de conseguir una entrevista con el Magister, que ahora asumía el papel de general. Le dijeron amablemente que esperara y un guardia se dirigió a la armería. Se entretuvo conversando con otros guardias.

Dientenegro advirtió que sus rifles eran similares a las pistolas que tenían cilindros giratorios, con seis cámaras en vez de cinco. Un guardia le mostró la munición, que era del mismo calibre que las pistolas y usaba el mismo latón; sólo el peso de las balas y el peso de la carga de pólvora eran diferentes. La munición de las pistolas se podía disparar con los rifles, pero con menor alcance, pero no era seguro disparar cargas más potentes con las pistolas. Siendo el cobre tan escaso, era esencial que se recogieran los casquillos después de disparar, incluso en batalla.

Después de tres horas de espera, el guardia regresó. Nimmy recibió una amable excusa del Magister Dion y se marchó. Regresó a la mansión privada del Diácono Rojo, a las afueras de la ciudad, donde todos ellos vivían provisionalmente.

Ponymarrón había obtenido una lista de los nuevos cardenales ordenados por el papa Amén durante su ausencia. Le dio una copia a Dientenegro para su propia información, junto con dos copias de una convocatoria oficial dirigida a todos los cardenales que llegaban, para que se hicieran inscribir en el Palacio Papal por un empleado de la Secretaría de Estado. Después del interregno, la Secretaría, una vez más, había sido entregada a Hilan Cardenal Bleze por el papa Amén. Ponymarrón le dijo a Nimmy que colocara una de las convocatorias en la plaza de San Juan en el Exilio, y que contratara inmediatamente a un pregonero para que fuera gritando el texto de la segunda copia por todas las esquinas de Valana.

Cuando terminó con ese trabajo, Nimmy visitó su antigua residencia, donde lo recibió un apesadumbrado Aberlott, que se había enamorado de la hermana menor del difunto Jaesis.

—Me parece —dijo Aberlott con desacostumbrada gravedad—, que esa gente de las montañas son tan intolerantes con los extranjeros como lo son los extranjeros con los aparecidos. Nos miran con desprecio.

—Ædra nunca lo hizo.

—Lo sé. Y está detenida.

—¡Oh, Dios mío! ¿La has visto?

—No, no me lo permitieron.

—¿Cuáles son los cargos?

—Se marchó sin permiso, hace algunos meses. Eso es todo lo que sé.

Con la intervención de su patrón, Dientenegro consiguió una entrevista con el Magister Dion. Este escuchó cortésmente el relato que Nimmy hizo del viaje de Ædra hasta la Abadía Leibowitz, y desde allí a la Meseta del Ultimo Refugio, donde había dado a luz.

—Y luego regresó a la casa de su padre —terminó—. Es todo lo que hizo.

—Y su padre la golpeó y me la trajo a mí. No podemos permitir que la gente se marche sin permiso.

—¡Pero ella siempre tuvo permiso para venir a Valana!

—No, tenía órdenes.

—Pero su padre habría matado a sus bebés.

—¿Bebés?

—Mellizos, dijo el viejo Benjamín.

—Bueno, lo que crees que sabes, lo sabes de oídas. Lo pensaré, pero ella permanecerá bajo custodia por el momento. Considera que es mi forma de protegerla de su propia familia. Nunca vas a volver a verla. Ni el cardenal ni yo lo permitiremos.

Dientenegro abandonó el campamento, lleno de ira hacia el alcalde y hacia Ponymarrón. Camino de casa, pretendía pasar por el hogar de Amén Pajaromoteado en la montaña y solicitar su intervención, pero había al menos cuarenta personas haciendo cola ante la puerta, muchos de ellos cardenales, y el Diácono Rojo en persona era el décimo en la fila. Así que fingió no verlo y se dirigió en cambio hacia una iglesia cercana para olvidar su furia rezando.

El primer día de mayo (normalmente un día festivo nómada), en respuesta a la convocatoria de Ponymarrón para un consejo de guerra, Chür Hongan, su medio sobrino Oxsho, el padre Ombroz y Luz Demonio con uno de sus tenientes llegaron juntos a la ciudad. Ponymarrón se sorprendió de saber que Oxsho, a pesar de su juventud, había sido elegido sharf, después de que Santa Locura fuera convertido en juez y líder de las Tres Hordas. Los líderes Perro Salvaje se inclinaron y besaron el anillo del cardenal. Eltür Luz Demonio se abstuvo, pero le ofreció un saludo militar nómada.

Al día siguiente, desde el sur, llegó Onmu Kun, sobrio, con mi casco de cuero con el emblema de su familia. Se presentó a sí mismo como sharf Conejo. Conociendo la reputación de Onmu, los demás exigieron pruebas. Presentó un rollo de suave piel de ciervo con cuentas Weejus tejidas que representaban a una figura masculina con las orejas de un conejo. Sacó de sus alforjas una cresta de pítimas de buitre, también de claro diseño Weejus; el sagrado talismán sólo se podía llevar en el casco del sharf, durante la batalla. Tras una breve discusión, y algunos movimientos de cabeza, sus credenciales fueron aceptadas por los demás. Ponymarrón, que deseaba honrarlos a todos, consultó con otros miembros de la Curia, y luego hizo que los líderes nómadas se albergaran en el Palacio Papal, ya que el Papa se había retirado a su caverna remodelada en la colina y se negaba a regresar.

Se fijó una conferencia militar para el jueves 4, en el Secretariado, y se envió una invitación al comandante Dion para que viniera con sus oficiales principales. Entonces, un gran estrépito entró en la ciudad, la noche del día 3 y, a la luz de la luna llena, recorrió las calles hasta la residencia de Ponymarrón, donde hizo grandes ruidos en la entrada principal. Wooshin y Woosoh-Loh llegaron inmediatamente, corriendo desde el comedor para investigar al visitante, pero luego mandaron llamar a Dientenegro.

Nimmy contempló el espectáculo a la luz de la luna. Ciento cincuenta kilos de músculo y pelo negro le observaban, cruzado de brazos y con expresión furiosa. Murmuraba obscenidades en mal Saltamontes y exigía ver al «chamán cristiano que alardeó ante mis hombres de haberse casado con la Burregun y luego me llamó cobarde».

Dientenegro tragó con dificultad y regresó a la mesa. —Parece que hay un sin madre en la puerta que desea hablar con Su Eminencia.

—¿Quién?

—Creo que le llaman «MontaTodo». ¿Recuerdas a los forajidos que liberaste? Hablaron de su líder…

El cardenal se limpió la salsa de los labios, se levantó y se encaminó hacia la entrada.

—¿Dónde está mi caballo? —demandó al tosco forajido.

—Atado a la cerca, maldito comedor de hierbas.

—Entonces entra y come carne con nosotros, maldito ladrón.

El hombre entró, vigilado por recelosos guerreros con espadas cortas en la mano. Como olía mal, el cardenal lo hizo sentarse al final de la mesa. La mayoría de los otros comensales habían terminado ya. Un criado le sirvió unas cuantas lonchas de carne, una patata asada y cebollas fritas. Era demasiado pronto en la estación para todo aquello que el nómada llamaba «hierba», pero gruñó unas cuantas quejas por la falta de «carnes internas» acompañando a la carne. Nimmy sabía que los nómadas se comían virtualmente todo el animal, excepto la piel, los cuernos, los cascos y los huesos. Era también la base de la receta del Venerable Boedullus contra la enfermedad de la radiación. El forajido comió con las manos, envolviendo lonchas de carne en trozos de patata. El cardenal habló:

—Te doy las gracias por devolver mi caballo. ¿Pero sabes que todos los sharfs de las hordas y el propio Qaesach dri Vordar están en la ciudad?

MontaTodo dejó de comer y le miró con mala cara.

—Me invitaste aquí. Son enemigos. ¿Pretendes que me maten?

—No, todo lo que quería era mi caballo.

—Hablaste a mis hombres de luchar contra los granjeros. Por dinero.

—Les hice preguntas.

—¿Qué granjeros son tus enemigos? ¿Los cercanos?

—No, los que están bajo la protección del obispo de Denver.

Dientenegro intervino entonces.

—Su Eminencia trata de usar vuestra palabra para «ciudadanos», y se refiere específicamente a los súbditos del Hannegan, y aún más específicamente a las fuerzas armadas de Texark. No se refiere a la gente pacífica que trabaja la tierra y cultiva cosechas. Muchos de ellos fueron antiguamente nómadas, incluyendo mi propia familia.

—Gracias, Nimmy —dijo Ponymarrón con un poco de irritación. Se volvió hacia MontaTodo—. ¿Cuántos guerreros podrías reclutar, si quisieras hacerlo?

MontaTodo parecía estar haciendo cuentas mentalmente.

—Eso depende de la paga. Por oro, no muchos. Necesitamos buenos caballos. Las familias nos matan cuando cogemos los salvajes. Ofrécenos dos buenos caballos y una mujer por cada hombre, y conseguirás un pequeño ejército.

—Caballos sí, pero no mujeres. ¿Cómo de pequeño sería el ejército?

—Tal vez cuatrocientos guerreros. Pero el Saltamontes está en guerra con los granjeros del este. No podemos combatir junto a ellos.

—Me doy cuenta de eso. ¿Qué hay de los Conejos?

MontaTodo se volvió súbitamente receloso.

—Cara de Gusano me dijo que amenazaste con expulsarnos al sur del Nady Ann hacia tierras de Texark.

—Gai-See, trae uno de los nuevos rifles.

El pequeño guerrero entró en la habitación contigua y regresó con una de las armas de la costa oeste.

—Cárgalo y llévalo fuera para hacer una demostración.

Ponymarrón y Dientenegro permanecieron sentados a la mesa mientras un criado la limpiaba después de la cena. Hubo seis fuertes disparos en otros tantos segundos, seguidos por un asustado relincho y el sonido de cascos sobre el suelo.

Wooshin entró con el forajido, que sostenía el rifle vacío y lo miraba asombrado.

—Lo siento. El caballo se escapó —dijo el Hacha.

—Cuando lo encuentren, que se lo regalen al sharf de los forajidos aquí presente, y también el rifle.

El hosco invitado miró sorprendido a Ponymarrón.

—¡No te he hecho ninguna promesa!

—Ya lo sé. Y no recibirás los regalos hasta que lo hagas.

—¡Ninguna promesa!

—Bueno, todo lo que quiero es que te quedes aquí esta noche, y la mayor parte de mañana. No podrás venir a la reunión, porque me temo que alguien podría matarte. Al llegar a la ciudad, ¿viste la fortaleza en la cima de la colina?

—Sí, es nueva.

—Mañana por la noche, irás al fuerte y hablarás con el Magister Dion y el Conejo Onmu Kun. Todos los hombres que reclutes estarán bajo su mando, igual que tú, y no se os expulsará al sur del Nady Ann. Iréis bien armados y con otras fuerzas.

—Lo pensaré.

El cardenal apartó la mirada.

—Hacha, encárgate de que tome un baño, se corte el pelo y la barba, y se vista como un hombre de las montañas. Puede quedarse hasta que salga la luna mañana.

MontaTodo gruñó enfadado y se puso en pie, pero seis espadas a medio desenvainar tuvieron un efecto calmante.

Permitió que lo condujeran al exterior.

Ponymarrón miró a Dientenegro.

—Mi señor, esos hombres viven del asesinato y el saqueo.

—¿Y qué es la guerra, si no?

Esa noche, Nimmy rezó por la paz, pero temía que la Virgen no le escuchara. Si el cardenal llegaba a ser elegido Papa, convertiría a la Virgen en general al mando de las hordas.