Aún más, las camas han de ser examinadas frecuentemente por el abad, para ver si se encuentra en ellas alguna propiedad privada. Si se encuentra que alguien tiene algo que no recibiera del abad, que sea sometido a la más severa disciplina.
Regla de san Benito, capítulo 55
Era una tropa de locos, pensó el comandante de la guardia policial. Treinta y siete cardenales cabalgaban junto al Papa, mientras otros veinticuatro daban tumbos en las camas de las carretas que se arrastraban por las llanuras. Treinta policías montados de Denver y treinta guerreros Perro Salvaje escoltaban la comitiva, aunque todos se volverían cuando llegaran a territorio Saltamontes y se encontraran con los jinetes del sharf Bram.
Cuando llegaron a los límites, acamparon y esperaron a los guerreros de los Saltamontes.
Amén Pajaromoteado había esperado más pacientemente que los demás. Las tiendas, proporcionadas por sus escoltas Perro Salvaje, eran bastante cómodas y el Papa insistía en que los cardenales se unieran a él cada día para cantar laudes, misa y vísperas, y para rezar en común las otras oraciones canónicas. La mayoría estaban acostumbrados a murmurar las primeras líneas de cada salmo; lo llamaban recitar el breviario.
El campamento de la Curia itinerante estaba rodeado por curiosas mujeres y niños de familias Perro Salvaje y Saltamontes cuyos rebaños o criaderos estaban cerca, pero los guerreros de la escolta los mantenían a raya para impedir que se produjeran robos, todo el mundo se sintió aliviado, excepto tal vez los propios guerreros, cuando los jinetes Saltamontes aparecieron en la cima de la colina, sin hacer cabriolas ni pelear, sino cabalgando en típica formación de batalla, una fila de avance que surgía alternativamente aquí y se replegaba hacia atrás, haciendo que el enemigo divisara con dificultad el orden de batalla. Los vigías Perro Salvaje, superados en número, agarraron sus lanzas y armas y se dirigieron hacia sus caballos, pero Hultor Bram llamó al alto y exclamó:
—¡Paz! En nombre de la Fujae Go.
La Curia contempló cómo el cardenal Ponymarrón dejaba las feroces filas y cabalgaba hacia ellos. Amén Pajaromoteado avanzó para recibirlo, y lo levantó cuando se tiró al suelo para besar el anillo del pescador.
—Hemos oído, Elia, que Jarad está con Cristo, aún no resucitado.
Era una curiosa forma de expresarlo, pero el cardenal respondió:
—Sabía que sería lo primero que mencionaríais, Santo Padre. Si me excusáis de vuestra presencia, me gustaría viajar ahora hasta la Abadía Leibowitz y unirme a su duelo.
La vieja pantera negra pareció sorprenderse.
—Creía que irías al sur del Nady Ann para visitar a tus iglesias en la Provincia.
—Eso también, Santo Padre. Pero las fuerzas texarkanas esperarán que cruce el Nady Ann, no el Bahía Fantasma. Si llego desde el este, tal vez no me arresten. Y sólo tardaré un día o dos en presentar mis respetos a la abadía.
—Excomulgaremos a todo aquel que se atreva a ponerte un dedo encima en la Provincia. Lo pondré por escrito. Se te ordena que vaya a la Abadía Leibowitz, y luego al este, al país Conejo.
—Gracias. Deseo continuar después hasta Ciudad Hannegan, Santo Padre.
—Entonces ve como legado mío. Mi anillo sellará la cera de tus órdenes. Enviaré los papeles por mensajero a la abadía.
—Perdonadme, pero eso tal vez no impresione al arzobispo ni a su sobrino.
—No tienes mi permiso para ser un mártir, Elia.
—¿Lo necesito?
Amén sonrió y cambió de tema.
—¿Cómo están nuestros amigos entre las Weejus y el Espíritu Oso? ¿Y cómo fue esa cueva suya? ¿Pasaste allí una noche?
—Pozo de cría, Santo Padre, Para ser sinceros, creo que su reputación está muy exagerada por los mitos y las historias. Debió de ser un sitio peligroso hace siglos, pero a menos que alguna enfermedad caiga sobre Santa Locura, creo que su demonio ha perdido el aguijón.
Dijo estas palabras tres semanas antes de que un ataque de náusea y letargo se apoderara de él en la Abadía Leibowitz.
Se despidió del Papa y la Curia y fue a darle las gracias a Hultor Bram por su cortesía. Bram se quejó de que no habría ningún dinero. El cardenal simplemente negó conocimiento alguno del asunto, y lo dejó en manos de los cansados prelados de la compañía del Papa.
Las últimas palabras que le dirigió el papa Amén fueron:
—Visita la Abadía Leibowitz, Elia. Diles que elijan a su nuevo abad, e impártele mi confirmación. El cardenal Onyo aquí presente será testigo de que ésas son mis construcciones, por si hay alguna duda posterior.
Un rápido abrazo terminó el encuentro. Miró hacia la escolta Saltamontes. Los guerreros Perro Salvaje y la escolta de Valana le hicieron sitio. Los Perro Salvaje montaron, y cabalgaron nornoroeste, mientras que los policías todavía tardaron un poco.
Los historiadores posteriores llegaron a sugerir que la guerra que destruyó el papado empezó cuando Amén Pajaromoteado aceptó los noventa y nueve guerreros Saltamontes que habían sido reclutados por Hultor Bram, separados de sus familias por Hultor Bram, entrenados, formados y adoctrinados por Hultor Bram, pero no pagados por Hultor Bram, porque el sharf Saltamontes estaba enfadado con el cardenal Ponymarrón y extendió su ira hacia el amo de Ponymarrón. Después de que el tesorero del Papa le dijera que no había oro en el convoy, el comandante de la guardia policial explicó la situación a Pajaromoteado.
El papado en Valana había firmado un contrato con ciertas familias Perro Salvaje y Saltamontes para que suministraran caballos frescos a los mensajeros eclesiásticos en las estaciones de relevo de forma que, en menos de tres días, se pudieran cruzar las Llanuras desde la República de Denver hasta las granjas del margen este. Una emprendedora familia Perro Salvaje y otra Saltamontes se encargaban de llevar el correo a través de la llanura, compitiendo con el servicio de mensajeros de la Iglesia, pero no con el telégrafo del Hannegan. Estas familias tenían ciertas prerrogativas, tanto por escrito como por ley de las hordas. Era demasiado pronto para decir que se estaba formando una nueva clase de empresarios nómadas, pero algunas abuelas estaban acumulando una gran cantidad de riquezas por proporcionar servicios al enemigo, la civilización. La sociedad nómada siempre había seguido al ganado salvaje y libre, y las posesiones hacían que un poblado fuera más difícil de transportar. Pero según los términos de este contrato, según decía Bram, había que esperar un pago.
—Prometedle que le pagaremos más tarde —fue todo lo que pudo decir el papa Amén.
Después de hacer esta promesa a Bram, el Papa y la Curia continuaron camino al este con aquellos demonios tutelares a caballo. Debido al cansancio de los ancianos, el viaje requirió cuatro días en vez de dos. Al Papa le gustaba charlar con la gente corriente y por el camino hablaba frecuentemente con los miembros de la escolta Saltamontes, cada vez que se producía una oportunidad.
—Nuestras tribus están furiosas —le dijo uno de ellos—. Estamos furiosos porque los Perro Salvaje han permitido que los eclesiásticos sean invitados de la sagrada reunión de las hordas. No sólo está allí el cardenal Ponymarrón, sino también un emisario del arzobispo Benefez. Y Ponymarrón favorece a Osle Hongan Chür por encima de Hultor Bram.
El Papa tomó nota de la amable inversión que el guerrero hacía del nombre de Santa Locura. Furioso o no, aceptaba la voluntad política de las abuelas y como legítimas gobernadoras de la situación electoral en las Llanuras su favoritismo hacia el sharf Perro Salvaje. Pero su resentimiento hacia Ponymarrón se extendía hacia su maestro, el Papa, y por eso habían pedido cobrar por adelantado.
Amén trató de asegurarle que se les pagaría, pero la lista de quejas no había terminado.
—Aún más, los Perro Salvaje ofrecieron a monseñor Sanual comida y refugio.
—Pensé que el hombre de Benefez se alojaría con los delegados Conejo —observó Pajaromoteado.
—Oh, sí, eso quería. Hay sacerdotes cristianos entre los delegados Conejo del Espíritu Oso. Los delegados Conejo corren peligro de convertirse en marionetas de la Iglesia de Texark.
—Sólo hay una Iglesia, hijo mío.
Y así continuó el viaje.
Según el Tratado de la Yegua Sagrada, cualquier granjero o soldado del Imperio que entrara con armas en territorio Saltamontes podía ser atacado, y cualquier nómada armado que estuviera al alcance del fuego de los mosquetones de la frontera del Imperio podía ser blanco de los disparos. Así, cuando la partida del Papa cruzó la colina que asomaba al cruce fronterizo, Hultor Bram y sus hombres se detuvieron. Los guerreros aún estaban de mal humor por no haber cobrado, pero el sharf quería vigilar la situación en la frontera.
—De un modo u otro, todos seréis pagados —insistió—. Tal vez antes de lo que creéis.
Mientras la procesión de prelados se acercaba a la verja, Amén Pajaromoteado bajó de su carruaje y se sacudió el polvo de las Llanuras de su blanca sotana. Se acercó al oficial que esperaba cruzado de brazos en el centro de la carretera. Lo flanqueaban dos soldados con armas de doble cañón, probablemente cargadas con perdigones.
—Por orden del Hannegan, no podéis pasar —anunció el oficial—. Si lo intentáis, seréis arrestados.
—No cierres el camino, hijo mío. Acepta la voluntad de Dios.
—Muéstrame la voluntad de Dios.
—Levanta el pie derecho y mira.
El oficial obedeció, y se ruborizó.
—Veo la sombra de mi pie derecho —replicó, ignorando la mierda de caballo con la marca de su pisada.
—Su voluntad ya se ha cumplido —dijo Pajaromoteado—. Lástima.
—¡Qué capullo! le llaman «sabiduría», ¿no? Perdóname, pero para mí eres un dolor en el culo, uh, Santidad. No creo que el Alcalde tampoco lo considere un placer. ¿Por qué no dices algo nuevo, en ol’zark corriente?
Amén le sonrió y señaló el sol mientras guiñaba los ojos. Los ojos del coronel tal vez se movieron, pero se resistió a mirar e insistió:
—Buen truco, viejo. Hay fraudes buenos y fraudes malos, supongo. Eres bastante bueno, ¿eh?
—Nunca lo había considerado así, hijo mío, pero mi oficio requiere eso de mí, ¿no?
—No sé si escupirte o arrodillarme ante ti, viejo loco. Pero hazte un favor a ti mismo y vuelve a casa.
—Coronel, ¿por qué te atrapas en un dualismo semejante?
—¿A qué llamas dualismo?
—A escupir a Dios o arrodillarte ante Dios.
—Recibo mis órdenes del Hannegan en persona. Sube a tu carruaje, da la vuelta y regresa a Valana, o te encontrarás en Ciudad Hannegan, enfrentándote a un juicio por herejía. Di otra palabra, y testificaré todo lo que digas aquí.
—Bendito seas, hijo mío, y gracias.
El coronel bufó, habló con el capitán que le acompañaba, y luego montó y se marchó enfurruñado. El capitán apuntó con una pistola de caballería al delgado rostro del Papa. Dos cardenales cogieron al Papa por los brazos y un tercero lo empujó hacia el convoy.
Así se le cerró el camino de Nueva Roma al obispo de Nueva Roma.
Los guerreros Saltamontes se apartaron para dejarlos pasar, pero no mostraron ninguna intención de escoltarlos, ni siquiera cuando Golopez Cardenal Onyo llamó a Bram. El sharf frunció el ceño y negó con la cabeza.
Sus guerreros se quedaron allí mirando, hasta que el convoy se convirtió en una columna de polvo al oeste. Cansada, la partida de Pajaromoteado (buena parte del Sacro Colegio) comenzó a rehacer el largo viaje. Desde detrás llegaron los débiles sonidos de gritos y disparos, pero no había nada que los prelados pudieran hacer al respecto, y el papa Amén era un poco duro de oído.
Dejaron atrás los bosques del este, atravesaron matorrales y altas hierbas, llanuras abiertas, días abrasadores y noches heladas en el casi desierto, irrigado por fin en parte, y finalmente llegaron a las montañas. Por el camino, aceptaron la caridad nómada, y en un punto fueron interceptados por una delegación que venía del pozo de cría.
Chür Osle Hongan se había casado con la Fujae Go. El nuevo Qaesach dri Vordar, Señor de las Tres Hordas, cuya esposa era la Doncella del Día, se arrodilló para besar el anillo del Papa y jurar eterna afianza a Su Santidad, en el nombre de Dios y Su Virgen.
Antes de partir, Golopez Cardenal Onyo llamó a Santa Locura y le explicó la conducta del sharf Hultor Bram después de que el Papa fuera rechazado por la guardia fronteriza.
—No regresaron con nosotros, y oí disparos y gritos. No puedo estar seguro, pero creo que hubo lucha.
El Señor de las Tres Hordas, montado en su caballo, frunció lentamente el ceño.
—Si hizo lo que temo, tendré su cabeza.
—El Papa no sabe nada —le dijo Onyo.
—Mandaré averiguarlo inmediatamente.
Le gruñó una orden a un subordinado, y luego cabalgó de regreso con su grupo al pozo de cría. El subordinado se dirigió hacia el este.
Había cosas que averiguar. Aquel día en la frontera, la escolta Saltamontes, casi a un kilómetro de distancia de los acontecimientos de la verja, empezó a moverse. En cuanto el polvo de la partida del Papa se ocultó tras las colinas, el sharf de guerra Hultor Bram ordenó a sus noventa y nueve guerreros de elite que tomaran el camino de Roma por la fuerza de las armas. Dieron un rodeo hacia el sur, y cortaron por el camino de Ciudad Hannegan, hacia donde se dirigía el coronel que había desafiado al Papa. Fue uno de los primeros soldados en morir ese día.
Volvieron de nuevo al norte. El camino a Roma había sido tomado fácilmente, pero sólo de forma temporal. Los hombres-animales nacidos-en-la-silla atajaron por el Caballo Claro de Texark, dejando en el suelo a otros hombres y animales con heridas de flechas y lanzas. Las lentas armas de fuego cedieron ante los rápidos y precisos arcos. Muchos Saltamontes usaron armas capturadas, pero sólo como refuerzo. Los caballos nómadas eran más rápidos y mejores y, junto con los guerreros, se convirtieron para los soldados en auténticos jinetes del Apocalipsis, noventa y nueve y un líder con actitud demoníaca. No les habían pagado, pues nadie había traído el tesoro papal. Cortaron a los soldados en pedazos, mataron a ciento cuarenta y seis granjeros, violaron a sus esposas, hijas, hermanas, madres, hijos y luego regresaron a la frontera para enfrentarse a refuerzos descansados pero inexpertos… se abrieron camino literalmente, sí, los treinta y tres, borrachos de adrenalina, exhaustos, incluyendo a un hosco líder con una pierna herida. Pero sus alforjas rebosaban y, una vez en las Llanuras, hicieron parihuelas para llevar parte del botín. Ya habían cobrado.
La correría había sido una magnífica salida para los supervivientes, que regresaron junto con sus agradecidas esposas. Los corazones y las entrepiernas de algunas temblaban de ansiedad y esperanza, pero la mayoría de los miembros masculinos estaban cansados y agobiados de trabajo. Esa noche hizo falta que los guerreros hicieran gala de toda su habilidad amatoria para convencer a sus esposas de que volvían a casa con auténtica ansia de su fervor sexual, pero la mayoría alegaron fatiga de combate y se fueron solos a la cama.
Ir a la guerra era más divertido… de eso no había duda, incluso con la probabilidad de dos a uno de morir antes de conseguir violar, robar y quemar graneros llenos de heno recién cortado.
En el campamento del clan materno del sharf hubo celebraciones y duelos esa noche de finales de septiembre. Los gritos de guerra casi ahogaron los gritos de las mujeres llorando.
—¡Enciendo fuegos! ¡Enciendo fuegos!
Era el lema real de la bandera de Hultor Bram. Y nadie dudaba que era un deliberado bofetón en la cara del nuevo Señor de las Hordas, cuyos emisarios llegarían dentro de un día o dos. La mañana después de la celebración, varias nuevas viudas llevaron sus quejas a las Weejus y al Espíritu Oso de los Saltamontes. Bram fue convocado ante el consejo. Escuchó las acusaciones en silencio y no se defendió.
La incursión hasta las mismas murallas de Alta Nueva Roma parecía de inspiración diabólica, porque rompía el Tratado de la Yegua Sagrada y reemprendía un estado de guerra entre Texark y los Saltamontes. Pero todo el mundo se divirtió excepto los muertos, los violados y los lisiados permanentes. ¡En la guerra, Dios es así!, podría haber dicho el viejo Tempus.
Con la ayuda del telégrafo, la noticia de la incursión de Hultor Bram llegó a Valana mucho antes de que lo hiciera el Papa, que no sabía nada de lo sucedido a pocos kilómetros de él, excepto que su escolta nómada había desaparecido y que se oyeron algunos gritos y disparos. En casa, se encontró con las acusaciones texarkanas de que él o el secretario de estado habían ordenado el ataque nómada.
El corto e infeliz pontificado del papa Amén Pajaromoteado produjo legislación más importante, teniendo en cuenta su duración, que el pontificado de ningún otro Papa desde el cisma del siglo anterior. No era sorprendente. La falta de participación de los aliados de Texark implicaba que la Curia podía llegar a un consenso unánime en las propuestas de los nuevos consejeros del Papa, que eran dirigidos por Sorely Nauwhat, ya que Elia Ponymarrón estaba fuera. Sorely era, en muchos sentidos, igual que Ponymarrón. Sin embargo, en modo alguno Amén Pajaromoteado fue gobernado por la Curia. Hablaba de dimitir, pero primero habría legislación.
En una encíclica llamada Única ex Adam Orta Progenies, por sus primeras palabras, el Papa afirmaba nuevamente que nadie con antepasados humanos debería ser considerado menos que humano, y que no habría que negar a los malnacidos la igualdad de derechos bajo las leyes de la Iglesia o de las naciones. Tampoco deberían ser los hijos del Papa confinados por ley a un territorio especial, como el Valle. Prohibió específicamente su uso como virtuales esclavos en los campos madereros de los Ol’zarks. No había nada nuevo en la encíclica, excepto que el Papa denunciaba la práctica de la Iglesia de anotar los linajes familiares en los certificados de bautismo ya que carecer de semejante documentación podía perjudicar en muchos estados: se podía exigir a un extranjero que demostrara que no era un aparecido haciéndose pasar por normal. «Los gobernantes que, por motivos políticos, explotan el temor de la gente hacia aquellos que tienen defectos hereditarios, y que pecan contra ellos a través de leyes injustas y alentando la violencia de las masas, deben ser considerados responsables de estos males. Las sentencias de excomunión ipso facto aprobadas por Nuestros Predecesores para aquellos que, Dios lo prohíba, ejerzan violencia sobre los llamados hijos del Papa, son por la presente, reafirmadas». La encíclica terminaba con una cláusula punitiva, definiendo las penas por violación de su letra y espíritu, y extendiendo las penas para incluir castigos por violencia ejercida bajo la pretensión de ley. El lenguaje era el de un abogado, pero el mensaje era claramente de Amén Pajaromoteado.
Sin ninguna ayuda de la Curia, originó un motu proprio (redactado personalmente por el Papa) con su propia caligrafía retorcida, deplorando la tendencia de la Iglesia a apartarse de la adecuada reverencia litúrgica hacia la theotokos (Madre de Dios). No necesitó mencionar qué partes del dominio espiritual de la Iglesia tenían que ser reformadas en este tema. Los obispos de las sociedades patriarcales tendían a denunciar la Mariolatría del Noroeste, que Amén Pajaromoteado había reforzado indirectamente en un discurso al cónclave antes (como hacían notar con énfasis sus seguidores) de que su elevación al papado prestara infalibilidad a sus pronunciamientos ex cátedra. El motu proprio, sin embargo, carecía de las cláusulas definitorias y punitivas que cabía esperar de la infalibilidad de cualquier Papa; apenas era más que una reprimenda a sus críticos más declarados y un poético tributo a la Madre de Todos.
El Papa ordenó revisar una ley que regulaba la dimisión papal, un acontecimiento que apenas se producía una vez por milenio. Decretó que tal resignación debía proceder del hombre en sí, no del Papa. Un hombre que había sido Papa se levantaría del trono, se despojaría de todas sus vestiduras y declararía la sede vacante diciendo: «El Papa ya no lo es», y se marcharía como si el Espíritu Santo se hubiera apartado de él. No sería admirado por dimitir, pero tampoco sería castigado por ello, a menos que tratara de cambiar de opinión. Pajaromoteado insistió en realizar este cambio a la ley existente y Hilan Cardenal Bleze trató de convencer a los demás. Eso parecía poner fin a un antiguo argumento que sostenía que la dimisión papal era imposible.
—Está planeando su propia marcha —dijo Nauwhat, pero con todo dio su consentimiento a la ley.
Luz Amable estaba marcado por la muerte. Lo estaba ya cuando la Weejus le dijo que lo que había visto en el pozo era a la Bruja Nocturna. Había predicho su muerte al cardenal Ponymarrón. Dos semanas después de la ordalía en el Ombligo del Mundo, cayó enfermo. Cuando los chamanes Perro Salvaje vinieron a consultar con sus colegas Saltamontes, sabía cuál sería la decisión. Ofreció someterse voluntariamente a la muerte por sacrificio, siempre que su hermano menor, Eltür Bram (Luz Demonio) fuera convertido en sharf de guerra en su lugar. De lo contrario, se quitaría él mismo la vida. Las Weejus de ambas hordas conferenciaron y se consultó a todas las abuelas. Eltür era un guerrero de considerable renombre, no había formado parte de la incursión y se sabía que era de temperamento equilibrado, no como su hosco hermano. Las abuelas cuestionaron por turnos a sus hijos y sobrinos para ver si estaban dispuestos a seguir a Eltür. El frenesí de la batalla se había apagado en el campamento Saltamontes, e incluso los treinta y tres guerreros que sobrevivieron a la incursión comprendían que Hultor Bram había traicionado al Qaesach dri Vordar. Se les ordenó que se purgaran, ayunando ritualmente durante siete días, pero no se les castigó por obedecer a su sharf.
Se decidió que Hultor Bram no sería honrado con un funeral ritual como el que se había realizado para el tío abuelo Pie Roto de los Perro Salvaje. A causa de las grandes pérdidas en la batalla, la mayoría de las abuelas estaban furiosas con él. Una de ellas dijo:
—En mi pozo hay un semental salvaje que estoy a punto de liberar.
Todas la miraron, y la forma en que Hultor debía morir quedó decidida inmediatamente.
Para impedir que hubiera excesiva consanguinidad, las Weejus a veces apareaban a sus yeguas con sementales salvajes, que los hombres tenían prohibido tocar. Las Weejus tenían su propia manera de domar a un semental salvaje. A veces tardaban semanas, incluso meses. Una mujer se introducía gradualmente en una manada salvaje manteniéndose a sotavento. Se acercaba, poco a poco, hasta que el líder de la manada advertía su presencia. Entonces se marchaba inmediatamente, pero con calma. Los caballos empezaban a tolerarla como si fuera una parte del terreno. Un día, un guerrero de la familia traía a la Weejus una jarra de orina de una yegua en celo de su propia carnada. La Weejus se rociaba con ella y se acercaba como de costumbre. Cuando el líder de la manada la veía y empezaba a acercarse, se retiraba de nuevo. Esto se repetía, con y sin el olor, hasta que la mujer podía caminar entre los mustangs que pastaban. Finalmente, podía elegir a su animal, darle de comer, rodearlo con una cuerda, calmarlo y engatusarlo, atraerlo y llevárselo para que se apareara con sus yeguas, y después lo soltaba. Así se renovaba la sangre, pero siempre se respetaba a los caballos salvajes. Cuando la Weejus lo seducía, lo hacía sin montarlo ni domarlo. El único problema era que el semental, a quien ya no asustaban los humanos, podía ser capturado por los sin madre.
Para que el semental fuera de nuevo salvaje y cauteloso, el antiguo sharf de guerra de la Horda Saltamontes fue sacrificado a la Dueña de todos los caballos salvajes, siendo arrastrado hasta la muerte por el animal liberado, al extremo de una larga cuerda.