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Y dejad que el abad se asegure de que cualquier falta de beneficio, que el amo de la casa pueda hallar en las ovejas, será culpa del pastor.

Regla de san Benito, capítulo 2

Cuando la noticia de la muerte del abad Jarad llegó a Valana desde la terminal telegráfica de Texark, la Santa Sede y la mayor parte de la Curia se había marchado ya en dirección a Nueva Roma, mientras que el cardenal Ponymarrón había emprendido la ruta hacia el norte para asistir al encuentro sagrado con las Weejus y los chamanes del Espíritu Oso. El mensaje, naturalmente, llegó primero a la Sagrada Congregación de Religiosos, cuyo cardenal presidente acompañaba al Papa. Su vicario lo notificó inmediatamente al Secretariado de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios (SAEE) y al Secretario de Estado. El cardenal Nauwhat del SAEE era uno de los pocos cardenales que se habían quedado en Valana, y enseguida envió mensajeros tras Ponymarrón y el Papa, pero habían partido hacía varios días y no sería fácil dar con ellos en las Llanuras, donde no había caminos. Si Nauwhat hubiera enviado el mensaje con un nómada capaz de hacer señales a distancia, podría haber llegado antes a aquellos a quienes iba dirigido, pero Nauwhat no había heredado las conexiones nómadas de Ponymarrón junto con su oficina, y los mensajeros tendrían que buscarlos.

El 6 de septiembre de 3244 era martes. Habían pasado cinco días desde el primer cuarto de luna, y ésta salió antes de la puesta de sol. Los vigías Perro Salvaje que vigilaban desde los límites del asentamiento en el «Ombligo del Mundo», el pozo de cría de la Hongin Fujae Vurn, vieron por fin una diminuta columna de polvo en el horizonte. Un jinete solitario agitó los brazos en una señal nómada que significaba «Iglesia», y la repitió hasta asegurarse de que lo habían visto y lo reconocían como el invitado que esperaban de Valana. ¿Pero solo?

El padre Ombroz se sorprendió; había esperado que el cardenal viniera acompañado por su joven secretario y al menos por un guardaespaldas conocido. Inmediatamente mandó llamar a Oxsho, su joven acólito y estudiante más reciente, un guerrero que estaba emparentado lejanamente con Chür Hongan, y que llevaba ya tres años ayudando al sacerdote en misa.

—No puedo ir a recibirlo a causa del funeral —le dijo al joven—. Quiero que le salgas al paso antes de que se acerque mucho y le adviertas de las noticias. Trátalo como tratarías a un tío abuelo, con el mayor de los respetos. Pero debes decirle cosas que no querrá oír. Deprisa, antes de que se acerque demasiado al campamento. Trata de mantenerte en terreno bajo, o tras un promontorio. Los enemigos estarán acechando. Recuerda mencionarle lo que se dice de su madre, sea cierto o no.

—Por supuesto, padre —repuso Oxsho, e inmediatamente salió a caballo del campamento. El joven se sorprendió tanto como su maestro al ver que el nuevo Vicario Apostólico había venido solo, con un petate y un mosquetón, llevando sólo un solideo rojo (fácilmente ocultable) para distinguirse de cualquier otro ciudadano que se internara en territorio nómada. El joven acólito tenía demasiadas cosas que decir para darle al cardenal la oportunidad de intercambiar cumplidos. Todavía mirando fijamente el anillo apostólico de Ponymarrón después de haberlo besado, empezó a enumerar las noticias. Parecía incómodo, y no miraba directamente al cardenal a los ojos.

—El padre de Osezno murió anoche. El sharf ha muerto. La Yegua vuelve a ser viuda. El funeral es esta noche. Fue una muerte ritual.

Miró a la cara de Ponymarrón para asegurarse de que comprendía la palabra «ritual» en este contexto. Un leve respingo por parte del cardenal reveló su comprensión.

—Pero hubo muchas discusiones entre el Espíritu Oso y las Weejus. El festival de la matanza tendría que ser el viernes, cuando la luna esté llena.

—¿Tendría que ser? ¿Qué significa eso?

—Lo pospusieron. Dura varios días y estaba a punto de empezar, Posponer una celebración tan santa no tiene precedentes, pero fue inadecuado que el tío abuelo, uh, muriera, mientras estaban sacrificando todavía el ganado. Y, uh, ya sabe, el festín.

—Ya veo. Continúa.

—El funeral será esta noche. Han pasado muchas cosas, mi señor. Un representante de la Iglesia de Texark está aquí: monseñor Sanual. Un observador de Benefez, pero también su portavoz. Ordenó al padre Ombroz, de parte del arzobispo, que regresara a su orden en Nueva Roma…

Ponymarrón se echó a reír.

—Puedo imaginar cómo respondió el buen padre. Bueno, como su nuevo Vicario Apostólico, le ordenaré que se quede. Lamento mucho saber que el tío abuelo Pie Roto ha muerto. Tu maestro le administró los últimos sacramentos, ¿no?

El acólito de Ombroz lo miró durante un instante, como si no comprendiera, y continuó con su lista.

—Mi señor Chür Hongan piensa que ha localizado a su madre. Me dijo que le dijera que viene de camino. No puede estar seguro. Por ese y otros motivos, el deseo de Luz Amable, el sharf Saltamontes, de verle pasar la noche en el pozo de cría de la mujer-diablo probablemente se frustrará. Su arrogancia no les gusta a las Weejus.

—Puede que pase una noche allí de todas formas, lo quiera Hultor Bram o no.

El joven nómada parecía alarmado.

—Es un lugar terrible, mi señor. Muchos han muerto allí.

—Los hombres mueren, en todas partes.

—Ella mata a todo el que rechaza.

—¿No eres cristiano?

—¡Yo sí, pero ella no!

—Quizá pueda convertirla.

Oxsho mostró gran consternación.

—La Hongin Fujae Vurn

Ponymarrón lo interrumpió.

—Naturalmente, preferiría no intentarlo. ¿Pero de qué otra forma podría demostrar mi derecho a gobernar sobre vuestras iglesias? Monseñor Sanual puede acompañarme, si le place.

El joven nómada se echó a reír.

—Creo que se mojaría en su sotana.

—Dime, ¿qué hace pensar a Santa Locura que mi madre está viva?

—Sólo sé lo que dijo el padre Ombroz… que las monjas que lo criaron hablaban solamente dialecto conejo y tradujeron mal el nombre de la familia.

—¿Así que entonces no soy un pony marrón?

—Hay un nombre Perro Salvaje que significa «potro roano». Pero en dialecto conejo…

Se encogió de hombros.

—¿Qué sabes de ella?

—Sólo chismorreos, mi señor. Tiene sangre real, pero su familia no es rica ni distinguida. Es lo suficientemente vieja para ser su madre, pero no se ha casado nunca. Vive con otra mujer como marido, y se dice que odia a los hombres. Quizá no debería decirle esto. Pero no es algo inusitado entre nosotros.

Ombroz le recibió en las afueras del campamento, su coronilla afeitada brillando al sol. Estaba manchada con cicatrices allá donde habían eliminado los tumores de la piel. Al mirarlo, el cardenal advirtió que su nombre, en Perro Salvaje, se parecía mucho a «oso afeitado», aunque el sacerdote sostenía que usaba la cuchilla para diferenciarse del típico chamán. Cuando el cardenal le dijo que Amén Pajaromoteado había cancelado su suspensión de la Orden de San Ignacio, y estaba considerando nombrarlo Padre General de la Orden, Ombroz se rió con tristeza.

—Eso tendrá tanto peso en Nueva Roma como tu reciente ascenso, mi señor.

—Bueno, sí, pero el Papa debe asegurar todos sus derechos y prerrogativas como si nadie dudara de la legitimidad de la elección. Debe actuar como Papa en todos los sentidos.

—Comprendo eso, pero naturalmente la Orden ignoraría mi regreso. ¿Y tú, Eminencia?

—Bueno, como mínimo, te nombraré pastor de una iglesia en mi Vicariado.

Ombroz volvió a reírse.

—Mi iglesia está en mis alforjas. Tus correos traen mi pan y mi vino junto con las cartas.

—Incluso con alforjas, una iglesia ambulante necesita un nombre.

—Tiene un nombre. Nuestra Señora del Desierto.

Ponymarrón sonrió.

—¿El mismo nombre que la antigua Orden del Papa? Ordo Dominae Desertarum. Muy bien. Sin duda serías más feliz si cambiaras de orden.

—Si Su Santidad consiente. La Orden de San Ignacio ha sido desleal a los Papas en el exilio, y no han hecho ningún gesto para reconocer al papa Amén. Estoy en su lista de enemigos de Dios. Así que, si Su Santidad lo permite…

—¿Por qué no? Estará de acuerdo, estoy seguro. —El cardenal miró hacia la zona más habitada—. ¿Qué pasa ahora? ¿Dónde está Santa Locura?

—Está de luto. Como sabes, Eminencia, has llegado justo a tiempo para el funeral de su padre.

—Su muerte era esperada, ¿no?

—Sí, incluso planeada.

—¿Sacrificio humano otra vez?

—Fue una muerte ritual, sí, pero prefiero pensar que en su caso fue eutanasia. Todavía prohibida para los católicos, por supuesto.

—¿Consintió Chür Hongan?

—No, fue excluido por los chamanes del Espíritu Oso, a causa de su religión.

—Una religión que su padre compartía.

—Pie Roto había perdido la cabeza. No comprendía.

—No irán a…

—¿Honrarlo? Me temo que sí. Esta noche.

—Ojalá hubiera llegado un día más tarde.

—¡Me sorprende que hayas venido solo! ¿Dónde está el hermano Dientenegro? ¿Dónde están Wooshin y la Guardia Amarilla?

—En Nueva Jerusalén.

—¿Con las armas?

—Con las armas. Debes saber que el Papa cruza las Llanuras con destino al sur, y probablemente ya habrá acampado para pasar la noche.

—Lo sé. Espero que lo dejen pasar. Eminencia, aquí hay un legado de Texark. De Benefez. Yo diría que has llegado justo a tiempo.

—Tu joven acólito me lo dijo. ¿Quién es monseñor Sanual y qué quiere?

—Simplemente ha venido a reunirse con el Espíritu Oso, las Weejus, y los sharfs. Benefez nunca había condescendido a esto antes. Me pregunto si será lo suficientemente tonto para hacer proselitismo. Me atrevo a decir que el sharf Saltamontes lo habría matado por espía si hubiera intentado asistir a una reunión en el reino Saltamontes. Pero es invitado de la desconsolada familia de Chür Hongan. Aconsejé a Osezno que fuera el anfitrión del tipo, porque de otro modo los delegados Conejo se habrían visto obligados a acogerlo.

—Y así lo convertirían en su protector o su aliado. Muy bien, amigo mío. Esto saldrá mejor de lo que hubieras podido imaginar.

—No, sabía que todas las iglesias Conejo de la Provincia han sido nombradas súbditas tuyas. Si puedes ganártelas.

—No puedo quitar por la fuerza las iglesias a sus pastores, pero quizá pueda quitarles sus congregaciones… con la ayuda de suficientes sacerdotes leales al Papa. Naturalmente, los sacerdotes tienen que hablar conejo.

—Ya hay muchos en la Provincia, mi señor, y son los que serán leales al Santo Padre, aunque les enseñara el arzobispo de Texark. Los sacerdotes que hablan nómada son, en su mayoría, nómadas conversos. Abrazaron la religión del tío del Alcalde, pero no al Alcalde ni a su tío.

—Me alegra oírte afirmar lo que pensaba que era verdad.

—También estoy al corriente de la amenaza de Luz Amable de que aplaques a la Mujer Caballo Salvaje pasando la noche en el Ombligo del Mundo, como ellos lo llaman. Hultor Bram nunca será designado, y no puede obligarte a hacerlo. Sin embargo, Osezno y yo hemos elaborado un plan. ¿Puedo decírtelo ahora, o más tarde?

—Más tarde, por favor. Nos están observando, ¿verdad?

—Sí, y es un error que no nos vean riendo juntos, sino hablando seriamente. Déjame que te lleve hasta las abuelas líderes y sus esposos. ¿O necesitas descansar primero?

—Descansar, por favor. Y un baño, si es posible.

El cardenal durmió durante unas horas. Cuando se despertó, estaba oscuro, excepto por el fluctuar de muchas hogueras. Los nómadas estaban celebrando ya el funeral real, y cantaban y bailaban. Pudo oler el sacramento cocinado incluso desde el interior de la tienda. Cuando safio a la luz de las hogueras, Oxsho se reunió inmediatamente con él.

—Allí está su padre Ombroz —señaló.

—¿Mío? —Ponymarrón lo miró con curiosidad—. Santa Locura me dijo que estabas bautizado. ¿No es tu pastor?

Mansamente, el guerrero se encogió de hombros.

—A veces, pero se afeita.

—Eso lo identifica. Le ahorra tener que llevar el cuello al revés.

—Los hombres del Espíritu Oso no se afeitan, pero a veces él actúa como un hombre Espíritu Oso, como ahora. Lo aprecio, todos lo hacemos, pero no lo comprendo muy bien. ¿Quiere hablar con él ahora?

—Tendría que hacerlo, pero no quisiera interrumpir esta, uh, comida. Parece, si conoces la palabra, colocado.

—Ha estado fumando keneb de Nebraska con los demás.

Ponymarrón se acercó a él. El viejo cura de la Orden Ignaciana, a quien Amén quería nombrar Padre General, estaba sentado sobre un montón de pieles de vaca secas y roía, con sus dientes buenos, los bien tostados restos de una mano humana. Cuando Ponymarrón se aproximó, dejó caer la mano en el cuenco, pero miró al cardenal alegremente y sin vergüenza. Oxsho se quedó detrás. Ponymarrón pudo ver que no estaba borracho, sino en un extraño estado mental gracias a la mezcla sacramental de pociones nómadas que había consumido. Después de participar en los ritos tribales, al cardenal le parecía un hombre distinto, pero Ombroz le sonrió amorosamente. Ponymarrón recibió su sonrisa con una mirada que parecía venir de mil kilómetros de distancia. «No conozco a este hombre, este viejo amigo».

Ombroz fue el primero en romper el silencio.

—El viejo sharf me legó su mano derecha… ¡Un honor! Y es un insulto rechazarla.

El Vicario Apostólico permaneció en silencio, observándolo.

—A veces —continuó Ombroz, recogiendo la cartilaginosa mano del tío abuelo Pie Roto—, tomo un trozo de pan y lo consagro como el auténtico cuerpo de Cristo. Y a veces tomo el auténtico cuerpo de Cristo y lo consagro como un trozo de pan. ¿Comprendes?

—¡Ahh!

Era Oxsho, que emitía un gruñido de sorpresa. Ponymarrón lo miró con curiosidad. Oxsho sonreía levemente, como si de pronto hubiera comprendido.

El cardenal, aún a mil kilómetros de distancia, dijo:

—¿Realmente deseas unirte a la antigua Orden del Papa, padre?

Ombroz e’Laiden, no tan aturdido como para pasar por alto la nota de sarcasmo, respondió:

—Dile a Su Santidad que fuerzas malignas me obligan a quedarme donde estoy, mi señor. No puedo regresar a mi orden, pero soy demasiado viejo para cambiar.

—Muy bien. Se lo diré. —Ponymarrón se volvió y se marchó. Oxsho vaciló, y palmeó al viejo sacerdote en el hombro antes de seguirle. Ombroz sonrió al joven y continuó su comida sacramental. Oxsho siguió a Ponymarrón.

—Se acabó la Orden de San Ignacio —dijo el cardenal.

—¿Le decepciona que ahora sea uno de nosotros? —preguntó el guerrero.

—No, lo lamento por Ombroz e’Laiden, el hombre.

—¿Porque se ha convertido en un nómada?

—No, pero fuera de la Iglesia no hay salvación —murmuró el cardenal, citando un antiguo dicho. La respuesta pareció asombrar a Oxsho; había oído a Ombroz hablar del cardenal, a quien admiraba y llamaba liberal. No era normal que un hombre así hiciera esa observación. Pero ahora era sacerdote, y obispo además.

—Mi señor, ¿quién dice quién está fuera de la Iglesia?

—Vaya, el Papa lo dice, y la ley también, Oxsho.

—¿No decide Dios?

—El padre Ombroz es un hombre iluminado —dijo Santa Locura, que los había alcanzado. Los dos lo miraron con extrañeza, esperando que Hongan continuara, pero él sólo bostezó y sacudió la cabeza—. La mujer que puede ser tu madre ha llegado, mi señor.

Ponymarrón miró la luna y cambió de tema.

—El Papa está dando un paseo esta noche. Siempre camina bajo la luna y le canta a la Virgen, su hermana. El Papa daría la Iglesia a los pobres, si Nauwhat y yo se lo permitiéramos. Dios mío, ¿qué vamos a hacer?

—Eminencia, ¿no quieres ver a la mujer? Es de sangre real, una prima lejana mía. Lo cual haría que tú también fueras mi primo —se echó a reír, quizá con una sombra de amargura.

—El apellido de la familia es Urdon Go, no Avdek Gole —continuó, ante el silencio del cardenal—. No un poni marrón, sino un potro roano.

—Oxsho me lo dijo. ¡Pero Dios mío! —susurró Ponymarrón, el rostro demacrado—. Después de todos estos años. Las hermanas hablaban conejo, naturalmente.

—Tu madre, si eso es lo que es, está allí. Es esa anciana sentada en las mantas, junto a la puerta de aquel hogan. Yo tendría mucho cuidado. Puede ser tan violenta como la Nunshan.

—Por supuesto. Gracias.

Ponymarrón se acercó rápidamente hacia ella, luego se detuvo a unos pocos pasos de distancia. Los ojos de la mujer eran blancos, producto de las cataratas. Pero le había oído acercarse, y su rostro arrugado se volvió hacia él.

—¿Eres de Texark? —preguntó, recelosa.

—Sólo la mitad —respondió él en perro salvaje—. Sólo la mitad, madre.

Llamarla «madre» era una forma amable de dirigirse a ella; no tenía por qué tomarlo literalmente.

Pero ella se puso en pie. Le escupió en la cara y en la sotana. Masticaba un puñado de hierbas. Quizá simplemente su puntería fue mala. Estaba casi ciega. ¿Seguro que fue sin intención? A él le habían hablado de ella. ¿No le habían hablado a ella de él?

El cardenal se retiró. No servía de nada. No podía decirle que el hombre al que se enfrentaba sin verlo era lo que le habían plantado dentro por la fuerza y había brotado de entre sus muslos, y que su pelo era rojo. Sabía que ella no querría conocerlo. Era una mujer simple, pero amargada.

Notaba que la familia, aunque real, no era rica. Pero ya que Chür Hongan y los jefes sabían que era su hijo, le llegaría la noticia de que estaba aquí, si no lo sabía ya. Sin duda, lo esperaba. No había nada que él pudiera hacer más que decirle a los sharfs nómadas que estaba dispuesto a acudir a su llamada. Estaba seguro de que nunca lo llamaría. Aunque entristecido, se alegraba de haberla visto, y de pensar que ella no lo sabía con seguridad.

—¡Eminencia, por favor! —la voz que le llamaba desde la puerta de una tienda pertenecía a monseñor Sanual, el legado del arzobispo de Texark. El grueso diplomático parecía angustiado—. Pase, por favor, Eminencia, pase un momento.

Aunque Sanual casi lo había despreciado antes, Ponymarrón accedió en silencio, agachándose para entrar en un habitáculo iluminado por linternas, y repleto de olores terrenales y vino sacramental derramado. El vino también asomó al aliento de Sanual cuando agarró al cardenal por el brazo.

—¡Se están comiendo al viejo jefe! ¡Pensé que se quedaría usted en su tienda esta noche!

—¿Y perderme el espectáculo? —Retiró cuidadosamente el brazo de la garra de Sanual—. El legado del arzobispo puede ocultarse en su tienda si quiere. El legado del Papa, no.

Sanual se apartó. Los dos sabían que estaban compitiendo por ganarse el favor de las tribus salvajes y del nuevo jefe cristiano que pronto uniría las Tres Hordas.

—¡Es usted capaz de cualquier cosa! —dijo Sanual—. Si Su Santidad supiera…

—Mírelo de esta forma. Mi madre era una nómada. El jefe muerto era primo mío. El nuevo jefe es también mi primo. Lejano, por supuesto. Pero no voy a prohibir los últimos ritos de mi propio pueblo. ¿Para qué quería verme?

—Sólo para eso. Sus relaciones —Sanual hizo una mueca—. ¡Ombroz me dijo que usted había decidido estar en el ritual del nombramiento del rey!

—Acabo de ver a Ombroz. No me ha dicho nada. Además, usted siempre le da la espalda. No le creo, padre. Ha estado bebiendo.

—¡Me gritó! Y esa risita suya. Naturalmente, está senil y bastante loco, pero le creo. Es la verdad, ¿no?

—Sólo me han informado que, como hijo de la línea materna real, tengo derecho a ser honrado durante la celebración. El honor es personal, y no tiene nada que ver con mi oficio o mi misión.

—Entonces por el honor de Dios, Eminencia, quítese las ropas de su oficio cuando llegue el momento.

—¿Está usted aquí para expresar la desaprobación texarkana del ritual pagano de los nómadas, o para honrar el nombramiento de un jefe cristiano?

—Esperaba hacer ambas cosas, pero no había contado con su disposición de llevar el Diablo a su regazo. Tendríamos que estar juntos en esto. Por el amor de Dios, cardenal, la tolerancia tiene que cesar en algún punto.

—Nunca he sido cura, padre, hasta hace muy poco. Sólo soy un abogado a quien mi difunto señor, el papa Linus Sexto, concedió un solideo rojo, y a quien el papa Amén acaba de nombrar obispo. Los entresijos de la teología no entran en mi repertorio.

—¿El canibalismo es un entresijo, Eminencia?

—Tomo nota de sus objeciones, Messér. Las mencionaré en mi informe al Papa, como estoy seguro de que lo hará usted en su informe a su arzobispo. ¿Es eso todo para lo que quería verme?

—No del todo. Se rumorea que fue usted enviado aquí para asegurar una supuesta autoridad episcopal sobre las iglesias de nuestro territorio misionero. ¿Es cierto?

—Su territorio misionero sólo lo es por derecho de conquista, y ningún derecho de conquista existe excepto cuando una guerra es justa y defensiva. El papa Amén me ha nombrado Vicario Apostólico ante las Tres Hordas, si es eso lo que quiere saber, y no tiene nada que ver con sus amos, con ninguno de ellos.

—¡Maldición! ¡No hay ningún Papa! ¡No estamos de acuerdo en nada! ¡Ni en la decencia común, ni siquiera para salvar a la Iglesia del cisma!

Sanual le dio la espalda. Ponymarrón dejó de inmediato la tienda del legado, caminó hacia las principales hogueras, observó brevemente la orgía, y luego se retiró.

Pero esa noche la vieja ciega vino y trató de matarlo mientras dormía. Al oírle gritar, Oxsho saltó de su petate, luchó con ella brevemente, la obligó a soltar el cuchillo y se la llevó.

—No puede ser su madre —dijo el guerrero al regresar.

—Lo es. Acaba de demostrarlo.

El cardenal Ponymarrón pasó el resto de la noche contemplando el paso de las estrellas enmarcadas en el agujero del techo de su tienda. Pensó en Seruna, su esposa. Pensó en las hermanas que lo criaron, en la Iglesia y la Virgen, y en la Hongin Fujae Vurn a quien estaba consagrado el pozo cercano. Ahora sabía que debía aceptar el desafío de cortejar a la Mujer Caballo Salvaje en su casa de antiguo fuego. Si quería convertirse en el más alto chamán cristiano a los ojos de los nómadas, debía convertirse en un nómada tan completo como el padre Ombroz. Recordó las palabras del ebrio sacerdote: «A veces tomo un trozo de pan y lo consagro como el auténtico cuerpo de Cristo. Y a veces tomo el auténtico cuerpo de Cristo y lo consagro como…».

De algún modo, parecía algo que bien podría decir Amén Pajaromoteado.

La luna casi se había puesto cuando una sombra oscura ocupó la puerta. ¡Su madre otra vez no! Oxsho roncaba. Pero era Santa Locura, que lo llamaba en voz baja.

—Vístete deprisa, mi señor. Quiero enseñarte el pozo. Ponymarrón obedeció, pero cuando estuvieron fuera, preguntó:

—¿No lo veríamos mejor de día? —No. Si debes enfrentarte a la prueba, tiene que ser de noche. Incluso la luna llena oscurece el brillo del veneno.

Montaron en los caballos que Hongan había traído y salieron silenciosamente del campamento. La luna anaranjada apenas tocaba el horizonte y había poca luz, pero los caballos conocían el terreno. El borde del cráter estaba a media hora del campamento. Un centinela les dio el alto, adormilado, pero reconoció el gruñido de su sharf y se sentó.

Cuando se acercaron al borde del pozo, la luna estaba baja y apenas había un rastro de crepúsculo al este. El pozo era un lago de negrura. Se acercaron cautelosamente a pie. Santa Locura agarró el brazo del cardenal.

¡Maldición! —dijo después de un instante.

—¿Qué ocurre?

—El fuego viene y va. Esta noche ni siquiera puede verlo.

—Yo ni siquiera sé dónde mirar.

—Mira al cielo. Encuentra la estrella más brillante del Ladrón y luego baja los ojos. Debe de haber un puntúo rojo brillante cerca del centro.

—El Ladrón es una constelación nómada.

Hongan señaló. Ponymarrón siguió su brazo.

—Creo que nosotros lo llamamos Persco. Sí, y esa estrella debe de ser Mirfak.

Los dos se sentaron en el borde del cráter y observaron en silencio. El único sonido era el viento y el distante aullido de los perros salvajes. De vez en cuando, Chür Hongan maldecía entre dientes.

—¿Importa realmente? —preguntó el cardenal—. ¿No puedes enseñármelo a la luz del día?

Miró hacia el este. El cielo se iluminaba.

—Importa. Deberías verlo brillar. Debes tener en cuenta el viento, y mantenerte apartado de él. Algunas noches se puede ver un rastro de vapor, así como el agujero de donde procede.

—¿No es mejor si el fuego está inactivo?

—Sí, pero todo el pozo está de algún modo contaminado. La única vegetación que hay aquí está al socaire del viento. Deberías permanecer donde crecen las hierbas, excepto cuando el viento es fuerte. Podrás ver a qué me refiero dentro de unos pocos minutos.

Su vigilia duró hasta que el sol rebasó la colina. El pozo parecía en efecto sin vida, a excepción de un poco de vegetación que crecía al pie de un acantilado. En ese momento, la brisa soplaba desde allí.

Al día siguiente, los líderes del Espíritu Oso y las Weejus se reunieron para considerar el deseo de Ponymarrón de cortejar a la Hongin Fujae Vurn en el Ombligo del Mundo y enfrentarse a los fuegos ocultos de Meldown. El cardenal quedó excluido, pero dos veces Chür Hongan salió de la cabaña del consejo para hacerle preguntas.

La primera pregunta:

—¿Tratarás a la Gran Yegua con la misma reverencia que a la Santa Virgen?

—Sí, si puedo decirle mis oraciones habituales.

Una hora más tarde llegó la segunda pregunta:

—Te das cuenta de que, si te rechaza, tu autoridad no será aceptada por ningún nómada cristiano de ninguna horda. ¿Renunciarás al cargo que te dio el Papa?

—Si vivo lo suficiente para renunciar, sí.

Hongan le dirigió una dura mirada y regresó a la reunión. Cuando ésta acabó, el sharf Perro Salvaje anunció que el cardenal debería pasar la noche del jueves en el pozo.

El viernes, el sharf Perro Salvaje Santa Locura cortejaría a la Mujer Caballo Salvaje, y la vigilia del sábado sería para el sharf Saltamontes Luz Amable. La queja de los Saltamontes era que, de los tres, sólo Hongan tendría luna llena desde el ocaso hasta el amanecer, pero Santa Locura le explicó en privado:

—Si estás familiarizado con el pozo y no tienes problemas en la oscuridad, la luna no te ayuda. No se puede ver el fuego del infierno a la luz de la luna, y como sabes, a veces ni siquiera en la oscuridad. Las nubes pueden cubrir la luna. Pasa el día estudiando el pozo desde cada ángulo. Cuando cambie el viento, tendrás que moverte.

Pasó en el pozo la noche siguiente. Oxsho lo condujo al lugar de descenso. La luna, casi llena, apareció por el este al ponerse el sol. Ponymarrón sólo llevaba una manta. Dormir sería peligroso, pero durante la noche el frío se apoderaría de la zona.

—Mi maestro desea que pase la noche en lo alto de la colina y mantenga un fuego encendido —le informó el joven guerrero—. Alzaré una antorcha cuando cambie el viento. Esté atento. A veces una leve brisa puede ser difícil de captar ahí abajo.

—¿Está permitido?

Oxsho hizo una pausa.

—No empezaré hasta que todo el mundo esté dormido, y detrás de esta roca no la verá nadie. Y sólo el sharf Bram podría poner objeciones. Que Dios y la Yegua le guarden, mi señor.

El viento que bajaba desde el borde del cráter llevaba vaharadas de polvo que oscurecían las estrellas, pero era polvo de la pradera, no del pozo. Ponymarrón escogió un lugar donde descansar entre la escasa vegetación donde el polvo del agujero del diablo volara lejos de él. Aún se sentía muy triste por su encuentro con la amargada mujer cuyo vientre lo había formado contra su voluntad. Había sido un hijo de la violencia y el odio antes de ser adoptado por las monjas, pero su recuerdo de ellas estaba teñido de resentimiento, excepto hacia sor Magdalena («Llora-un-Río»), una antigua nómada Conejo que le contaba historias e hizo de su educación un asunto especial. Serana, con quien se casó, le recordaba a Magdalena. Ahora las dos estaban muertas. Cuando atravesara territorio Conejo para visitar sus iglesias, ¿visitaría el orfanato? ¿Era nostalgia o resentimiento lo que le hacía pensar en eso?

Mejor no, decidió. Ninguna de las dos emociones beneficiaría su proyecto político y eclesiástico.

Después de un rato el cardenal empezó a rezar su rosario, dejando que sus ojos abarcaran el parche de oscuridad que marcaba la entrada a la caverna bajo el risco iluminado por la luna. Le habló suavemente a la oscuridad, pero seguía sintiendo la picazón de la saliva de su auténtica madre mordiéndole la cara como ácido. Así que le habló a esa otra madre de miles de nombres: Regina Mundi, Domina Rerum, Mater Dei, Hongin Fujae Vurn, incluso Buitre de la Guerra. Sus manifestaciones se asociaban siempre con un lugar: Belén, Lourdes, Guadalupe y aquí, en el Ombligo del Mundo.

—Nací en el extremo sur de tu reino, madre, y conozco tus caminos. Incluso allí, donde el pueblo es siervo de aquellos que tomaron tu tierra, pude sentir tu presencia. Miriam, madre de Jesús, reza por mí.

Oxsho alzó la antorcha cuando una nube cubrió la luna cerca del cénit. Pudo ver por fin una especie de luminosidad por encima y alrededor del agujero en el centro del pozo y se retiró cien pasos en la dirección señalada por la llama.

—Señor, ten piedad. Kyrie eleison.

Afortunadamente, el viento quedó de nuevo a su espalda.

—Mi madre fue una mujer de la tribu Perro Salvaje, Madre; mi padre le hizo daño, y a tu pueblo. Que esté muerto, como ella está ahora muerta para mí. No me dejes que lo encuentre, para no tener que matarlo. Hace mucho tiempo, antes de que supiera que ella estaba muerta para mí, su espíritu me dijo que viniera aquí. No he hecho lo que ella deseaba. He dejado a tu pueblo. He abrazado la religión que me enseñaron las hermanas. Pero por fin estoy ante ti, Madre.

El viento cambiaba mucho esa noche. Tuvo que seguir moviéndose.

—Cristo, ten piedad. Christie eletsm.

Se cambió de nuevo de lugar para dejar el viento a su espalda, siguiendo las ocasionales indicaciones de la antorcha, pero continuó hablando en voz baja dirigiéndose a la cueva.

—Mi pelo es rojo. El de él era rojo, les dijo ella a las monjas que la recogieron. Las hermanas me criaron. Miriam, madre de Jesús, reza por mí. Si él estuviera vivo, lo mataría. Ora pro me, Mujer Caballo Salvaje. Kyrie éleíson.

Una vez, durante la noche, llegó a verla: una figura de mujer, negra contra el brillo del pozo de fuego. Sus brazos estaban alzados como alas. La Nunshanr No, la figura era joven; la Bruja Nocturna era vieja. Por las alas, tenía que ser la Burregun, el Buitre de la Guerra. Pero cuando se puso en pie, ella desapareció.

Amén Pajaromoteado hablaba de ella como si fuera un cuarto miembro de la Sagrada Trinidad, y ésa era una de las excusas que la facción de Benefez empleaba para negarse a reconocerlo. Un Papa que murmuraba ese tipo de herejías no era Papa. Pero aún no había sido elegido Papa cuando dijo aquello. ¿Lo diría todavía? No. A Ponymarrón le sorprendía la facilidad con la que el anciano había asumido su nuevo papel. Un escéptico lo llamaría hipocresía. Un creyente lo llamaría la obra del Espíritu Santo, protegiendo al rebaño contra el error.

¿Cuántos papas habría en el Infierno?, se preguntó. Dante había nombrado a unos cuantos, pero la lista estaba incompleta. Sin duda el último Papa antes del Diluvio de Fuego era uno de ellos.

Con ese pensamiento, se quedó adormilado, pues la luna se había hundido bajo el borde del pozo. Fue el resplandor del día y los gritos de Oxsho lo que le despertaron. El viento había cambiado. Agarró la manta y corrió con todas sus fuerzas hacia el sendero. Para bien o para mal, la prueba había terminado.

—Si caes enfermo dentro de una semana, morirás —fue el primer diagnóstico de la Weejus que le habló—. Si no mueres pronto, puedes esperar una vida más corta, ¿le lo dijeron antes?

—Por supuesto, abuela.

Ella le interrogó minuciosamente. El le contó haber visto a la mujer con los brazos alzados contra el brillo del fuego del Infierno. Ella le miró. Tras una larga pausa, preguntó:

—¿Conoces al Buitre de la Batalla?

—He oído hablar de la Burregun.

—El Buitre de la Batalla es rojo en el cielo.

—Ella no estaba en el cielo.

La anciana asintió y ése fue el final de la entrevista. Llevaría sus opiniones al consejo. Más tarde, Chür Hongan vino a decirle que el Espíritu Oso lo aceptaba condicionalmente como chamán cristiano. La condición era que no cayera enfermo pronto.

Ponymarrón tenía pocos motivos de celebración. De Valana llegó un mensajero informando que Jarad Cardenal Kendemin, abad de San Leibowitz, había ido a reunirse con su Juez. Otro informe también decía que el Papa y su grupo estaban acampados en tierra de nadie entre los dominios Perro Salvaje y Saltamontes. Santa Locura se ofreció amablemente a cambiar su cita con la Hongin Fujae Vurn por la de Luz Amable, para que Hultor Bram pudiera salir el sábado por la mañana con su escolta de guerreros a recibir a Amén Pajaromoteado y conducirlo a las fronteras del Imperio.

Ponymarrón decidió cabalgar al sur con los guerreros. Bram, descansado tras su encuentro con la Yegua, no puso ninguna objeción.

El sábado por la mañana, una hora antes de su partida, el cardenal Ponymarrón le pidió al padre Ombroz pan, vino, un misal y un altar portátil. Su deseo era celebrar una misa pontificia; sería una buena acción política y propagandística, pero no sabía cantar bien, y no había dicho más de una docena de misas desde su ordenación. Monseñor Sanual rechazó secamente su petición de servir como cocelebrante o acólito. El Diácono Rojo miró a Ombroz.

—¿Oirás primero mi confesión? —preguntó el viejo ignaciano.

—¿Tienes algo reciente que confesar?

Ombroz comprendió lo que quería decir y sacudió molesto la cabeza. Llamó entonces a Oxsho, su propio monaguillo. Entre ellos, congregaron a todos los cristianos e invitaron a todas las Weejus y gente del Espíritu Oso que quisieran asistir. El Vicario Apostólico ante las Tres Hordas ofreció una misa sencilla en la pradera, con el humo de las hogueras de estiércol traído por la brisa y una congregación de nómadas salvajes rodeando el altar a una distancia segura. Probablemente vino más gente a recibir la eucaristía que cristianos había en el campamento, pero no puso en duda a ninguno. Los que parecían sorprendidos ante el blando sabor del Cuerpo de Cristo eran probablemente chamanes paganos. Ni Sanual ni Ombroz comulgaron. Después del Ite, missa est, un aplauso surgió de la multitud, pero no pudo estar seguro de quién lo había incitado. Obviamente, lo aceptaban como alto chamán cristiano del Pueblo.

Monseñor Sanual bebía otra vez. Salió a verlos partir, y le dijo a gritos al cardenal que seguía a un perdedor, que el falso Papa nunca entraría en Nueva Roma, y que el pesar se apoderaría de toda la Iglesia.

—Gracias por sus bendiciones, Messér —respondió el cardenal.

Hultor Bram no estaba aún preparado para ser amigo de un amigo de su rival, pero había pasado una mala noche el viernes, en el pozo, y sabía que su informe al consejo del Espíritu Oso no había sido bien recibido. Estaba claro que las Weejus ya habían tomado su decisión. Convino con sus guerreros que, a menos que Santa Locura experimentara una noche de sábado aún peor en el Ombligo del Mundo, el cargo de Qaesach dri Vordar recaería en el sharf Perro Salvaje. Al menos, el antiguo cargo sería restaurado, reuniendo a las Tres Hordas.

Advirtió que el cardenal Ponymarrón había oído sus observaciones, y le preguntó a regañadientes sobre su experiencia con la Yegua.

—¿Fuiste aceptado como garañón la otra noche? —quiso saber—. ¿Llegaste a verla?

El cardenal vaciló.

—No estoy seguro de lo que vi. Te pasas horas contemplando la oscuridad, empiezas a ver, pero no estaba allí.

—¿Qué no estaba allí?

—Parecía haber una mujer entre mí y la luz. No puedo describirla. Me miró, y tenía los brazos levantados. Entonces desapareció.

—¿Cómo el Buitre de la Batalla?

—Te han dicho que eso es lo que vi. Yo no lo he dicho nunca.

Bram asintió.

—Si yo la hubiera visto, ahora sería Qaesach dri Vordar. Pero voy a morir pronto.

—¿Estás enfermo?

—Viste al Buitre de la Batalla. Ese es tu futuro. Dicen que yo vi el mío.

Bram se echó a reír y se marchó. Más tarde, uno de los guerreros le dijo al cardenal que las Weejus habían decidido que lo que el sharf Saltamontes había visto esa noche en el pozo era la Bruja Nocturna, aunque, según su opinión, las Weejus habían prejuzgado la competición a favor de Santa Locura, suponiendo que sobreviviera al pozo y que, personalmente, no creía que Bram muriera como resultado de su estancia allí.

Los guerreros estaban de buen humor. Bram les había prometido que la Iglesia les pagaría bien por su trabajo como escoltas. Ponymarrón se sentía más y más inquieto respecto a esa promesa cada vez que la mencionaban. No había hablado de dinero con el sharf Saltamontes. Quizás alguien de la Curia había hecho la oferta, o incluso el Papa Pajaromoteado.

Contempló a los guerreros haciendo cabriolas en las llanuras, bajo el sol de septiembre. Un hombre se puso de pie sobre el lomo de su caballo. Otro se levantó y persiguió al primer jinete tan de cerca que éste tuvo que sentarse rápido o caer. Hubo un estallido de risas. Un guerrero podía deslizarse por el flanco de su semental, pasar por debajo de su vientre y aparecer por el otro lado. Después de haberlo hecho tres veces, el caballo empezaba a tener una erección. Pasó por debajo una cuarta vez, echó un vistazo, y volvió a auparse. Alguien le gritó un burlón insulto y en un instante los dos se pusieron a pelear con cuchillos. Hultor Bram llegó cabalgando, observó durante un instante la letal danza, y luego se ajustó el alto casco de cuero con la cresta de su abuela y la insignia de sharf de guerra.

Saltó un poco de sangre, un corte poco profundo, pero se les ordenó soltar las armas.

—Acabad la pelea con manos y pies —ladró el sharf Hultor—, o deteneos ahora mismo. ¡Oídme bien! ¡Nada de muertes! No entre nosotros. Si tenéis algo contra un camarada, guardadlo hasta que esta partida de guerra regrese a casa.

—¿Por qué la llama partida de guerra? —le preguntó Ponymarrón al hombre que cabalgaba junto a él—. Tenía que ser una guardia de honor.

—Los Saltamontes están siempre en guerra —declaró el jinete, y espoleó a su caballo para distanciarse del granjero cristiano del sombrero rojo.