El abad se encargará del tamaño de los hábitos, de que no sean demasiado cortos para aquellos que los llevan, sino de tamaño adecuado.
Regla de san Benito, capítulo 55
A Dientenegro le parecía que su amo se había obsesionado con la política nómada en una época llena de problemas, tanto para el papado de Valana como para la Iglesia Oriental. En vez de establecer correspondencia constante con los cardenales del este que habían tomado parte en la elección del papa Amén, invitaba a Hultor Bram de los Saltamontes a que entrara en Valana, con todos los guardias que quisiera, para reunirse con el Papa. El propósito era obvio. El cardenal estaba acusado de favorecer la candidatura de Chür Osle Hongan de la Horda Perro Salvaje por encima de la del sharf de guerra de los Saltamontes. Para establecer una postura neutral, Ponymarrón había invitado a Hultor Bram para que conociera al Papa antes de invitar a Hongan. Salió a las Llanuras acompañado solamente por un policía de aspecto manso en vez de su habitual feroz guardaespaldas para reunirse con el sharf de guerra Saltamontes, aunque el Papa, desde luego, lo necesitaba, cerca durante tiempos tan problemáticos. La admiración de Dientenegro por el valor de su patrón había crecido, aunque albergaba sospechas entretejidas con fantasías sobre la lealtad del Secretario al Papa y sus actividades de entrega de armas a los malnacidos.
—Este es el mundo que abandoné como monje tuyo, oh, san Isaac Edward Leibowitz. ¿Y dónde estoy ahora?
Fue temprano, con Wooshin, al lugar que Ponymarrón había fijado para la reunión tras su regreso de las Llanuras, y vieron al sustituto de Ædra como mensajero de Nueva Jerusalén esperando ya en la calle. Ahora que Dientenegro se había enterado, tanto oficialmente por el cardenal como directamente por Ædra, de algo sobre los intercambios entre Nueva Jerusalén y el ala prohibida del Secretariado, el Hacha y él fueron presentados a Ulad, de la colonia. Dientenegro había supuesto que todos los aparecidos eran de aspecto normal. Ulad parecía normal, si uno lo veía de lejos sin ningún punto de referencia. Pero cuando se encontraba junto a otro hombre en una multitud, le sacaba un tercio de altura y pesaba aproximadamente como dos hombres y medio. Tres veces había visto Dientenegro al gigante, cuyas manos parecían desproporcionadamente finas, robar los bolsillos de los transeúntes antes de cruzar la calle para advertirle:
—Si vuelves a hacer eso otra vez, lo diré.
Ulad lo cogió por la cabeza con una de aquellas finas manos, aplastando con el pulgar su sien de tal forma que casi perdió el conocimiento. Wooshin se situó tras él y le hizo algo en la rodilla que le obligó a soltar al monje con un aullido y a sentarse en el suelo, agarrándose la pierna. El Hacha se plantó delante de él y le colocó la espada sobre la nariz, aplastándosela.
—Si vuelves a hacer eso otra vez, te mataré.
—No os reconocí al principio —canturreó el gigante, su voz un sorprendente contralto.
—¿Te gusta tu trabajo? —preguntó el Hacha.
—Es bueno poder venir a la ciudad, sí.
—¿Sabe tu gente que eres un ladrón? —preguntó el monje, recuperándose.
—Es parte de mi tapadera. La gente de por aquí me conoce. No importa si me arrestan. La policía me conoce. Piensan que soy un lugareño, y lo soy, a ratos. A veces me encierran durante unos cuantos días, pero a veces trabajo para ellos. Solía cabalgar como guardia de Ædra. Este lugar es donde nos reuníamos antes de volver a casa.
—¿Sabe Su Eminencia todo esto?
—Tengo que reunirme con él aquí. Va a venir en el carruaje del nómada Saltamontes. Odio a los nómadas. Tú me pareces un nómada, y me has llamado aparecido.
Nimmy observó a su atacante.
—¿Has visto alguna vez a un nómada vestido con hábitos de monje? —le reprochó—. ¿Pareces tú un aparecido?
Sintió que Wooshin le tocaba el brazo, tratando de advertirlo, pero fue demasiado tarde.
Ulad gruñó y sacó un cuchillo. El acero encontró el acero, ambas hojas se deslizaron juntas, y entonces el filo de la espada corta hizo un tajo en el antebrazo del gigante, todo en un rápido movimiento desde que la daga fue desenvainada hasta su caída y la sangre en el suelo. Permanecieron petrificados durante un momento. Entonces Wooshin envainó su hoja y dijo:
—Ve a curarte el brazo. No es un corte profundo.
—Creo que ha tratado de apuñalarme, Hacha.
—¿Lo crees? —se burló Hacha—. ¡Bien! El cardenal me advirtió sobre Ulad; lamenta mucho que sea el sustituto de Ædra. El hombre tiene por costumbre volverse salvaje de vez en cuando. En mi opinión, es sólo algo temporal: los habitantes de Nueva Jerusalén se enfurecieron tanto porque nuestro amo rechazó a Ædra como persona non grata que nombraron a Ulad su sustituto. Pueden ser arrogantes.
—¿Por qué no está enjaulado?
—Bueno, uno, porque el cardenal quiere que conozca a ese nómada que va a traer a casa, y dos, porque al parecer es un guerrero poderoso y un alto oficial de un pequeño ejército que se supone está de nuestra parte.
—¿De nuestra parte contraquién, por el amor de Dios? ¿Cuál es nuestra parte?
—¡Vaya, la de nuestro amo! —replicó Wooshin, mirándolo—. A veces me preocupa tu lealtad, hermano San Jorge. ¡No creas que no te cortaría la garganta si alguna vez lo traicionas!
—¡Eh, vamos! Soy yo, Dientenegro. Sólo trataba de comprender su forma de pensar.
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Eres tú quien tiene que decirme lo que es asunto mío y mantenerme en mi sitio, Hacha? Esto es nuevo.
—No puedo decirte cuál es tu sitio, pero no dejes que te pille fuera de él.
Esto es nuevo, sí. Y real. Era la primera vez que se sentía auténticamente amenazado por el viejo guerrero. Ponymarrón debía de estar más furioso de lo que parecía. En la abadía, su temor a Wooshin estaba causado por su nerviosa imaginación. Pero últimamente había aprendido que Wooshin vivía solamente para ejecutar los deseos de su amo y proteger su persona y su bienestar: ése era el más alto don del guerrero. Dientenegro, de distinta persuasión en asuntos de lealtad, había desobedecido a su amo. Wooshin lo sabía, al menos de un modo vago, porque el monje había estado fuera demasiado tiempo. Las cosas habían cambiado entre ellos, aunque Hacha acababa de salvarlo de la daga de Ulad. Ædra lo había cambiado todo en su vida.
Justo cuando Ulad regresaba con un brazo vendado, un carruaje tirado por cuatro hermosos corceles grises apareció desde el este y se detuvo ante la Casa del Venado. El abanderado del tótem Saltamontes avanzó, desmontó, y se puso firmes con el estandarte delante del restaurante.
—Ahí vienen los estandartes del rey del Infierno —recitó Dientenegro agriamente, citando a un antiguo poeta.
Nimmy se enteró más tarde de que cuando Ponymarrón se encontró con Hultor Bram, éste viajaba en su carruaje real, probablemente de fabricación oriental y robado durante una incursión a los bosques del este, e iba acompañado por dieciséis jinetes bien armados, mientras que el Príncipe de la Iglesia había dejado atrás incluso a su formidable guardaespaldas y sólo se llevó a un policía valano de aspecto manso. Bram pareció avergonzado cuando vio que el solitario eclesiástico era su anfitrión, e inmediatamente envió a casa a todos sus guerreros menos a dos. Así Ponymarrón regresó solo en el carruaje junto a un sorprendido aunque todavía no amistoso sharf. Cuando el grupo desmontó, el gigante Ulad avanzó hacia el carruaje y se presentó al cardenal, quien le miró con el ceño fruncido, pronunció unas cuantas palabras y lo despidió.
—Te llamará a ti primero —le dijo el gigante a Dientenegro; y al Hacha—. Tú guardarás la entrada:
Ulad estaba claramente molesto.
—Deberían meter a todos los nómadas en la cárcel cuando vienen a la ciudad.
—¿Entonces cómo podrían hacer negocios?
—¡Su único negocio es robar!
—Ya veo. Para ti, es un pasatiempo, para ellos es un negocio.
Ulad gruñó, y Wooshin volvió a dar un codazo al monje.
Un nómada con un largo rifle y expresión hosca estaba sentado junto al conductor. Dos guerreros a caballo montaban guardia. Un policía y un nómada salieron del carruaje y luego ayudaron a salir al prelado y a otro nómada. El segundo nómada era más elegante que el primero. Ulad estaba evidentemente decepcionado al ver que los nómadas no iban bajo custodia. Tres nómadas y el policía se quedaron junto al carruaje, mientras el nómada elegante y el prelado entraban a comer.
El carruaje estaba sucio de haber cruzado las Llanuras, pero era de caro diseño y fino acabado. Los caballos, aunque estaban obviamente cansados, eran animales elegantes y bien criados que podían venderse juntos por al menos mil píos. La puerta del carruaje estaba grabada en azul y oro, con un toque de rojo en el emblema que asomaba a través del polvo. Alguien hablaba del emblema. Se encontraron entre un pequeño grupo de personas que, al entrar o salir de la posada, vieron a los nómadas y al policía, y al hermoso carruaje con su vibrante tiro, y se paraban a contemplarlos y comentar. Dientenegro no le quitaba el ojo de encima a Ulad.
—Te digo que no puede ser del Secretario —decía el tendero de la puerta de al lado—. Esas no son sus armas, ni las de ningún hombre de la Iglesia.
—¿Qué hay del lema? —preguntó una mujer a su lado—. Es latín, ¿no?
Cuando el tendero se encogió de hombros, ella se volvió hacia un fraile que había salido de la posada y contemplaba el carruaje.
—¿No es latín, padre?
—En realidad, no.
—¡No puede ser nómada!
—No, es un lenguaje eclesiástico, desde luego. Es inglés.
—¿Qué dice?
—Acabé el colegio hace veinte años —replicó el clérigo. Se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo y añadió—. Dice algo sobre el fuego. Y ese de ahí dentro es el cardenal Ponymarrón, así que será mejor que os marchéis.
—¡Márchese usted, padre! ¡Yo vivo aquí!
—Tal vez el Papa va a fundar su propio Departamento de Bomberos —se burló un estudiante de San Ston que resultó ser Aberlott.
Dientenegro los corrigió.
—El lema dice: «Prendo fuegos». Es el escudo heráldico de un sharf de guerra Saltamontes.
—Te veré más tarde —le dijo a su ex compañero de habitación, dejó el grupo y se situó junto a la ventana.
Dentro de la taberna, el cardenal compartía la comida con los oficiales nómadas. El menú era pollo cocinado con hierbas y servido con cerveza local. Los hambrientos hombres de las Llanuras fueron lo suficientemente amables para no criticar la falta de carne roja, pero sí separaron todo rastro de verdura del pollo. Bram continuaba el monólogo que había iniciado en el camino, pero el cardenal vio a su secretario en la ventana y lo llamó. Dientenegro entró y se encontró con que su amo estaba siendo acosado teológicamente, de la manera más ruda, por un agresivo sharf.
—El padre de la madre de Dios es también su hijo y su amante —decía el nómada. Miró hacia la ventana y fingió no estar observando al cardenal—. Así es como lo explican nuestras Weejus.
El cardenal tomó otro bocado de pollo y lo masticó vigorosamente mientras miraba a Bram.
—¿Has oído lo que he dicho?
—No —mintió Ponymarrón—. Dilo otra vez.
Su dialecto saltamontes era correcto, pero de vez en cuando miraba a Dientenegro en busca de apoyo.
—El padre de la madre de Dios es también su hijo y su amante. Así es como lo ve también el Espíritu Oso de los Saltamontes.
—Muy bien. —Ponymarrón mojó el muslo de pollo en la salsa y dio otro bocado. Hultor Bram intentaba provocarle de la manera más obvia.
El sharf se enderezó y frunció el ceño.
—«¡Muy bien!». ¿Estás de acuerdo?
—«Muy bien» significa que he oído lo que has dicho, sharf. Soy abogado, no teólogo. Coge un trozo de pollo.
—Te invita a coger un trozo de pollo —repitió el monje, utilizando el giro adecuado en el dialecto perro salvaje.
—Si eres abogado, ¿entonces por qué no me has mandado arrestar?
—Porque no soy un abogado teólogo y, si te hiciera arrestar, no serías de ninguna utilidad a nadie. —Miró a Dientenegro, quien asintió. Sólo ocasionalmente necesitaba que le aclararan lo que se decía.
—Eres el abogado del Papa.
—Exactamente. La carne blanca está seca. Prueba la oscura.
—Jesús es el amante de María.
El cardenal Ponymarrón suspiró con disgusto y empezó a usar su palillo para golpear sobre la mesa.
—¿Por qué quieres pelear conmigo? ¿He dicho cosas feas sobre el Cielo Vacío, o vuestra Mujer Caballo Salvaje?
—Lo hiciste una vez. Junto al fuego de un consejo sagrado. Por eso te estoy hablando de esta forma. Trataste de echarla, y tu marioneta cristiana mató a sus sacerdotes.
Ponymarrón suspiró.
—Así que no me han perdonado por eso, ¿eh? Sunovtash An no era la marioneta de nadie. Y en cuanto a mí, lo que hice fue una tontería. Ahora lo sé y lo lamento. Pero eso sucedió en las zonas granjeras, no en las Llanuras del este.
—No importa, la tribu había sido antes Saltamontes. Debes reparar el sacrilegio.
—¿Cómo puedo?
—Lo hemos discutido. Debes ir con ella.
—¿Dónde? ¿De vuelta a las granjas?
—No. En el ombligo de la Tierra, donde ella vive: el pozo donde se crían sus caballos salvajes. Un lugar de fuegos letales, llamado Meldown.
—He oído hablar de ese sitio. ¿No es ahí donde Oso Loco se convirtió en Señor de las Hordas, antes de la conquista?
—El mismo. Todo el que sea nominado para el parentesco sagrado tiene que ser elegido por ella en ese sitio. Después de la elección, cada uno tiene que pasar la noche en ese sitio a la luz de la luna llena. Así será de nuevo. Un nuevo Qaesach dri Vordar será elegido. Uno de entre nosotros tres. Es también el lugar donde juzgamos a los hombres acusados de crímenes, un lugar de prueba. Muchos no salen vivos. Muchos salen enfermos, y pierden el pelo. Pocos emergen con la salud intacta. De acuerdo con nuestras Weejus y nuestro Espíritu Oso tú cometiste un crimen, Ponymarrón.
—¿Y si me someto al juicio?
—Habrá una alianza, si vives. Y paz con los Perro Salvaje.
—¿No importa quién sea elegido Señor?
Bram sacudió la cabeza. Parecía aturdido.
—Como Qaesach dri Vordar —clarificó Dientenegro.
—¡Oh, no hay duda sobre eso! Las ancianas son quienes deciden. Y la Hongin Fujae Vurn.
El cardenal habló con Dientenegro en monrocoso.
—Explícale cuidadosa y amablemente al sharf que Su Santidad es el alto sacerdote de toda la Cristiandad, y que la inmunidad diplomática, que ha estado protegiéndole de mí, no cubre el crimen laesae majestatis, así que dile que contenga su lengua delante del Papa.
Hultor Bram era un corpulento nómada, aproximadamente del tamaño de Chür Hongan, pero quizá más delgado. Su lenguaje corporal tenía pocas palabras. El rasgo predominante era la fuerza, una fuerza preparada para saltar contra uno, bien fuera para un abrazo apasionado o para matar. Todos sus músculos parecían diseñados para eso.
Nervioso, Dientenegro tradujo el mensaje de Ponymarrón.
Durante un instante, el sharf se le quedó mirando. El lenguaje corporal decía «mata al mensajero», pero entonces se volvió hacia el cardenal y asintió brevemente. En ese momento Ulad se agachó para pasar por la puerta y acercarse a la mesa, convertido en una masa de músculos encogidos.
Ponymarrón envió fuera a Dientenegro. Ulad, intuyó el monje, venía a discutir de asuntos que no eran de su incumbencia, pues Ponymarrón necesitaba un intérprete más que nunca, ya que el gigante geni hablaba sólo ol’zark del Valle y un poco de monrocoso. Probablemente Ulad estaba aquí para discutir sobre armas con el sharf Saltamontes, y Ponymarrón tendría que hacer de intérprete para ambos. Al no ser necesario, se volvió hacia su casa, acompañado por Aberlott, a quien no había visto desde la elección.
—Escucha, he oído decir que va a haber un cisma, quizás incluso una guerra. ¿Qué sabes tú?
—Hacen falta dos para crear un cisma o hacer la guerra. ¿A quién tenéis en mente para la guerra? ¿Y por qué me preguntas a mí?
—Trabajas para el Secretario.
—Que probablemente tampoco podría contestar a tu pregunta. ¿Por qué no le preguntas a una mujer Weejus?
—No conozco a ninguna, ¿y tú?
—Todavía no.
—¿Cuándo? He oído decir que tu cardenal está pensando viajar a territorio nómada.
Dientenegro lo miró con recelo. Todo el mundo parecía conocer más sobre los actos de su jefe que él.
—¿Dónde has oído eso?
—A un hombre que salió de la taberna justo antes que tú.
Dientenegro se preocupó. Ponymarrón había sido tan descuidado que había permitido que su conversación con Hultor Bram fuera oída por otro cliente que entendía nómada. Pero no se veía a nadie desde su mesa.
—¿Un secreto roto? —preguntó Aberlott tras un instante.
—No lo sé. Tengo la sensación de que van a despedirme, tarde o temprano.
—¿El cardenal? ¿Por qué?
—¿Recuerdas la persona que te devolvió mi rosario?
Dientenegro no dijo más, pero su amigo observó su rostro, vio su sonrojo y no hizo más preguntas.
Se volvió a un lado para cubrir una sonrisa con la mano, luego preguntó:
—¿Qué te sucederá entonces, Nimmy?
—No lo sé. Tengo una gran deuda que pagar. ¿Qué demonios haces fuera de la facultad?
—No tengo clases durante el verano. Me gustaría viajar.
—¿Dónde piensas ir?
—Donde el caballo me lleve. Sin riendas, ya sabes. Sólo espoleas al animal si se para a pastar demasiado a menudo.
—Asegúrate de escoger el caballo adecuado, tontorrón, o te llevará a tu lugar de nacimiento. —Señaló las tierras llanas del este. Aberlott se echó a reír y continuó su camino solo.
Pasaron dos días antes de que Hultor Bram fuera admitido a una audiencia con Su Santidad. Durante la ausencia del cardenal Ponymarrón, el Papa había anunciado una fecha para su regreso a Nueva Roma. Si el jefe de la Secretaría de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios se sentía molesto por no haber sido consultado, al menos tendría una coartada si resultaba ser una mala decisión. El Papa planeaba marcharse muy pronto. No había habido ninguna comunicación con Texark sobre el tema. El Papa usó su entrevista con Hultor Bram para enviar la bendición apostólica a las Weejus Saltamontes y a la gente del Espíritu Oso, y para pedir permiso para cruzar tierras Saltamontes en su camino hacia Nueva Roma. Graciosamente, el sharf de guerra le prometió que cien guerreros escoltarían al grupo del Papa una vez saliera de territorio Perro Salvaje. Ponymarrón escuchó en silencio, pero dejó claro que no acompañaría a la expedición, pues tenía asuntos urgentes tanto en las Llanuras como en la propia Texark.
—Es mi deseo nombrarte Vicario Apostólico de las Tres Hordas —le dijo el viejo Papa negro al Diácono Rojo al día siguiente.
Ponymarrón se quedó boquiabierto, advirtió Nimmy, y los pocos miembros de la Curia que estaban presentes intercambiaron miradas asustadas. Se produjo un largo silencio, porque lo que el Papa acababa de decir había causado un alud de pensamientos. Primer pensamiento: hacer que el territorio de las Tres Hordas fuera un Vicariado Apostólico era abolir el estatus de facto de la Horda Conejo como misioneros de la Archidiócesis de Texark. Eso acabaría con la autoridad del arzobispo en la Provincia, y lo obligaría a retirar a sus sacerdotes misioneros destacados allí o a permitir que se sometieran a una nueva autoridad. Segundo pensamiento: eso enfurecería a Benefez, sin importar quién fuera nombrado. ¿Pero Ponymarrón? Tercer pensamiento: antes de que Ponymarrón pudiera ser nombrado Vicario Apostólico, tendría que ser ordenado y luego consagrado como arzobispo de alguna antigua diócesis extinta, pues sería el equivalente a un obispo en una zona misionera que todavía no era una diócesis. Dientenegro recordó las palabras del propio cardenal: «Fui llamado para ser abogado, no sacerdote, y eso es todo».
—¿Bien, Elia? ¿Lo harás?
—Santo Padre, creo que no tengo vocación.
—Nos te llamamos. Ahora mismo —era la primera vez que Dientenegro oía a Amén usar el nos pontificio excepto en latín formal.
Con gran dignidad, Ponymarrón se postró ante el anciano, pero siguió sin decir nada. Permaneció en esa postura hasta que el Papa la interpretó como asentimiento, aunque a Dientenegro le pareció que no era más que sumisión.
—Levántate, Elia. Te ordenaremos, consagraremos y te pondrás en marcha la semana que viene. Si lo hacemos sin alboroto, podrás ir a la convención de las Llanuras antes de que Benefez se entere.
Más tarde, a petición del cardenal, Dientenegro explicó la situación a Hultor Bram, antes de que el sharf abandonara la ciudad.
—Será el representante del Papa ante todas las hordas, y gobernará todas las iglesias y misiones al norte y el sur del Nady Ann. Sin embargo, no debes hablar de ello hasta que sea un hecho.
El sharf sacudió la cabeza.
—No será aceptado por los Saltamontes —gruñó Bram—, a menos que tú amo haga las paces con la Hongin Fujae Vurn, como ha prometido. Y el Espíritu Oso debe ser consultado.
Cuando Dientenegro le contó la observación a su jefe, Ponymarrón comentó:
—Parece que desde que cometí el error de criticar el discurso de Yordin, he sido abordado por sorpresas desagradables, no todas por parte de mis enemigos. ¿No te sorprende, Nimmy?
—No del todo, ya que yo mismo proporcioné una sorpresa desagradable.
Era lo más cercano que había llegado a una disculpa, pero el cardenal simplemente lo miró con curiosidad.
La actitud del monje hacia Ponymarrón había estado teñida de recelo, pero no hasta el punto de dudar de que las acciones de su amigo, el papa Amén Pajaromoteado, le habían resultado completamente inesperadas. Quizás habían sido Sorely Cardenal Nauwhat o Hilan Bleze quienes, durante la ausencia de Ponymarrón, habían sugerido al Papa considerar todo el territorio nómada como un Vicariado Apostólico, para ser gobernado como una diócesis, pero por un obispo que fuera directamente responsable ante el Papa, terminando claramente con el papel de facto de la Archidiócesis de Texark como misionera de la Provincia conquistada. Las iglesias de toda esa provincia estaban ahora encabezadas por misioneros nombrados por Urion Cardenal Benefez, pero en modo alguno se había añadido la Provincia a la diócesis texarcana. La mayoría de sus primeros sacerdotes fueron capellanes militares. Pero crear un Vicariado controlado por el Papa en todos los dominios de las Tres Hordas era privar a Benefez del poder en la mitad de los dominios de su sobrino. ¿Podía un viejo eremita elaborar una idea semejante sin una fuerza siniestra a su lado? La fuerza siniestra bien podía haber sido el Espíritu Santo, por lo que Dientenegro sabía. El anciano era, como san Leibowitz solía decir, «independiente como un cerdo en el hielo». Era una idea lo suficientemente loca como para provenir de Dios o de Pajaromoteado. O, como podría decir Urion Benefez, bien de Satanás o de Ponymarrón. El mismo hecho de que el Diácono Rojo se hubiera convertido en arzobispo de la noche a la mañana dejaba claro, a todo el que quisiera pensarlo así, que el ascenso era un golpe de efecto, elaborado astutamente por un viejo loco ansioso del poder papal que empezaba a gobernar antes de haber ser elegido legalmente.
La ordenación sacerdotal de Elia Ponymarrón y su consagración como obispo de Palermo fueron llevadas a cabo en ceremonias secretas donde no se admitió a nadie más que a los participantes, y el amo de Dientenegro no cambió de forma de vestir ni se puso el anillo de obispo hasta que estuvo preparado para marchar a las Llanuras, un poco antes de la propia partida del Papa hacia Nueva Roma. Estaba claro que Filpeo Harq y Urion Benefez ignorarían el nuevo rango y oficio de Ponymarrón hasta que hubiera sido aceptado por parte de los nómadas de las Tres Hordas como líder espiritual de los cristianos de las Llanuras y de la Provincia.
—Sin duda se enterarán, Nimmy —le dijo el cardenal—. Pero sólo el Papa los informará oficialmente, y cuando esté preparado para decírselo. Ahora tengo una nueva tarea para ti. Descubrirás que tu predecesor ha ocupado tu oficina por el momento. Yo voy a ir a visitar a Chür Hongan, y luego a Hultor Bram.
»Entrega este mensaje escrito al alcalde Dion de Nueva Jerusalén; entre otras cosas, incluye tu presentación. Diles que Sorely Cardenal Nauwhat estará por el momento a cargo del Secretariado. Diles que Ulad está fuera de control y debe ser sustituido. Si insisten en saber por qué rechacé tratar con Ædra, supongo que tendrás que decir que intimó demasiado con el clero.
—Estoy avergonzado, mi señor.
—¿Qué tal arrepentido? No importa. Haz lo que puedas por apaciguarlos. Aprende cuanto puedas de Nueva Jerusalén. Por el camino, deja que Wooshin te informe sobre lo que va a pasar. Estas cosas son un secreto por el momento, aunque cada día lo sean menos. Puede ser, o puede que no, que continúes trabajando para el Secretariado… para el cardenal Nauwhat. Puedes presentarte a él, si quieres. Si no encuentra ninguna utilidad para ti, te dirá dónde encontrarme, o puede que quieras volver con tu amiguita de Arco Hueco y quizás encuentres un hogar en la colonia. O puede que supliques que te acepten de nuevo en la abadía, o te conviertas en ermitaño. No quiero volver a verte hasta, y a menos que, hayas superado esta situación.
—Esperaba ser despedido, mi señor. No obedecí.
—Veremos cómo te va.
—¿Y Hacha va a venir conmigo?
—Junto con los seis hombres del cardenal Ri, y alguien de la otra ala del edificio… Elkin, creo que lo conoces.
—No sabía que era de la otra ala. Pensaba que era sólo un recepcionista.
—Máxima seguridad, y también un luchador casi tan bueno como Wooshin. Estuvo en la Abadía Leibowitz.
Llevaréis un montón de equipaje caro, un convoy de doce mulas, pero eso será responsabilidad de Ulad y Elkin. Cuando sea seguro, puede que dejen que Ulad, Hacha y tú os adelantéis y acortéis el viaje. Empaqueta tus hábitos y ponte otra ropa para el camino. Puedes volver a ponerte Los hábitos cuando llegues. Nimmy, te estoy confiando nuevos secretos.
—Tendré cuidado. ¿Y tú, mi señor?
—Voy a la convención de todos los chamanes de las hordas, todas las Weejus y la gente del Espíritu Oso. Espero, con ayuda de Santa Locura y el padre e’Laiden, ser admitido como chamán cristiano observador y explicar mi nueva función.
—Hultor Bram tratará de dejarte fuera.
—Naturalmente, pero los Conejo querrán oír lo que tengo que decir, porque ellos serán los más afectados por la transición. Bram no puede hacerse con una mayoría. Su abuela podría hacerlo, pero no lo hará. Dependiendo de lo que suceda, tal vez vaya a Nueva Roma, tras el Papa, o incluso a Texark. Ahora adiós, Nimmy. Te bendeciría, pero me has oído decir que no tengo ninguna vocación, aunque aquí estoy, un impostor.
—Mi señor, sé por la historia que, antiguamente, en una Iglesia muy anterior, una vocación al sacerdocio significaba una llamada del obispo, no necesariamente una llamada de Dios. Y oí al obispo de Roma llamarte a ser lo que ahora eres gracias a la ordenación y la consagración.
El cardenal sonrió.
—Gracias, Nimmy. Bendito seas, entonces, y hasta mañana.
Dientenegro se inclinó para besarle el anillo, pero el cardenal evitó sus labios, le apretó la mano y dijo:
—Nos despediremos otra vez mañana.
Y se marchó.
Nimmy estuvo a punto de echarse a llorar; comenzó a rezar mientras se dirigía a la iglesia más cercana. Ponymarrón había sido para él como un amable padre nómada que nunca estaba borracho, mientras que el abad Jarad había sido como un severo tío nómada, siempre juzgando y sacando faltas. Pero lo había echado de menos, y sabía que también echaría de menos al obispo. Sabía también que amar a la gente era una manera de amar a Dios, pero depender del ser amado no era adecuado para un pobre monje, sino prueba de mundanalidad o delirio. No era malo amar, pero sí depender del amado, pues siempre conllevaba la angustia de desprenderse de todas las cosas no permanentes.
Al día siguiente, se había recuperado lo suficiente de su lapso de ansiosa mundanalidad para pensar en tu antiguo compañero de habitación y luego conseguir convencer a su amado (y posiblemente odiado) cardenal para que entrevistara a Aberlott quien, como amigo del difunto Jaesis, podía servir como emisario del Secretariado ante la familia del estudiante muerto y ayudar a convencer al consejo gobernante de que nadie había descubierto que Jaesis era un aparecido hasta que la policía se enteró después de su muerte. Había recelo por ambas partes, entre la colonia y el Secretariado, que ahora sería responsabilidad temporal del Sorely Cardenal Nauwhat, y Ponymarrón reconoció que era aconsejable algún gesto de reconciliación.
—Pero eso significaría una persona más que sabe lo del armamento, Nimmy. Así que creo que no.
Era la primera vez que Ponymarrón le mencionaba el tema de las armas. Y no lo habría mencionado saber que el monje ya estaba al corriente a través de sus contactos prohibidos con Ædra.
—¿Crees realmente que el secreto está a salvo de Texark, mi señor?
—No, únicamente es posible minimizar la información. Saben que la colonia geni está allí. Saben que está bien armada y que yo les he estado ayudando. Espero que eso sea todo lo que saben. Tan sólo rezo para que el secreto, tal como tú lo llamas, esté temporalmente a salvo del Papa.
La observación causó cierta sorpresa en el monje. En primer lugar, nada estaba a salvo de Amén Pajaromoteado, pero su sorpresa se debía más al tufillo a traición que desprendían tales palabras. La sorpresa fue rápidamente reprimida, y tras alguna discusión, el cardenal accedió a ver al estudiante. Dientenegro partió a buscarlo antes de que iniciara otro viaje.
—Dicen que las montañas son maravillosamente frescas en verano. Cabalgarás un caballo libre. Conocerás a la familia de Jaesis. Aprenderás algo completamente nuevo.
—¿Cómo qué?
—¿Mantener la boca cerrada?
—¿Para qué sirve eso?
—Vivirás más tiempo como agente secreto.
Aberlott lo acompañó hasta el Secretariado. Ponymarrón salía por la puerta principal. Saludó a su ayudante y a su joven amigo diciéndole a Aberlott:
—Estudiante universitario, me han dicho. ¿Y qué piensas de nuestra ciudad y sus jóvenes damas?
Aberlott respondió rápidamente, y el monje sintió que la cara se le ponía roja.
—Bueno, cuando Dientenegro y yo pasamos ante la comisaría de policía el mes pasado, vimos a un cadáver colgando con los pies a la altura de mi cara, con un cartel atado a los tobillos. Dientenegro lo leyó. «Por coitus interruptus», decía. Temo a las jóvenes damas de aquí.
Ponymarrón lo miró con fingido horror.
—¿Crees que la policía de Valana está controlada por el papado?
—La teología no es mi punto fuerte, Eminencia.
—¿O es el papado parte de la policía, tal vez?
—¡Desde luego no tenía esa idea en mente, mi señor! —Aberlott empezaba a ponerse blanco.
—Claro que la tenías y todavía la tienes. En Texark, la administración es parte de la policía. Las ciudades son bastante distintas en ese aspecto.
Aberlott había flirteado con el peligro y empezaba a asustarse. Ponymarrón lo había acorralado y le exigía una respuesta. El burlón estudiante, después de todo, estaba hablando con un Príncipe de la Iglesia.
—En realidad, creo que el cartel decía: «Colgado por insolencia hacia un sacerdote». Os pido perdón, mi señor.
—No tengo tu perdón. Búscate uno. —Ponymarrón le sonrió, consolador, y luego sacudió la cabeza ante Dientenegro—. ¿Realmente crees que se puede confiar en este hombre?
—Por supuesto, Eminencia.
—Todo lo que necesitas para el viaje está preparado en el establo. Recoge tus papeles en la oficina. Viste de paisano hasta que llegues a la colonia. Después de que Ulad sea sustituido, y el consejo esté satisfecho, tus lazos con el Secretariado continuarán sólo si el cardenal Nauwhat te necesita. Yo voy al este a reunirme con Chür Hongan, Hultor Bram y un sharf Conejo que sigue siendo un desconocido para mí. No sé cuánto tiempo estaré fuera.
—¿Y luego qué, mi señor?
—Eres libre hasta que recibas noticias mías o del cardenal Nauwhat. O de tu abad. Adiós, Nimmy. Que el amor de Dios esté contigo.
Más tarde Dientenegro reflexionó. Esperaba ser despedido. Lo que más le sorprendía no era la tolerancia que su amo mostraba hacia la insolencia, ni siquiera su casual aprobación de Aberlott, sino que Aberlott hubiera mirado a este cardenal entre cardenales y se hubiera sentido a salvo para ser insolente. El estudiante solía tener buen instinto. Había captado el aura de la personalidad no hostil de Ponymarrón, que asomaba entre las vestiduras rojas. Dientenegro la había visto antes, y sabía que el aura era engañosa. Ponymarrón no malgastaba ninguna hostilidad. Nunca era hostil, excepto para impresionar. Parecía anticipar el ahora de las cosas un momento antes de que sucedieran, y lo hacía con las mejores expectativas. Cuando esperaba lo mejor, mucha gente odiaba no dárselo.
Los que le daban lo peor, normalmente lo lamentaban, sin mucho esfuerzo por parte del cardenal. Se movía fácilmente entre el rebaño de gente, pero parecía más un amistoso perro pastor que una de las ovejas, incluso entre los cardenales, la mayoría de los cuales habían sido sus superiores, antes de la consagración. Se había convertido en un hombre seguro, abordable desde arriba o desde abajo, o desde cualquier ángulo.
—¡Qué Papa sería! —fue el único comentario de Aberlott. Miró a Nimmy buscando confirmación, pero el monje guardó silencio.