Y cumpliremos con el sagrado número de siete si realizamos los oficios de nuestro servicio en el momento de Maitines, de Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, que fue de estas Horas del día que él dijo: «Siete veces al día te he rendido pleitesía». Y en cuanto al Oficio Nocturno, el mismo Profeta dice: «En mitad de la noche me levanto para glorificarte». Ofrezcamos, por tanto, nuestro tributo de alabanza a nuestro Creador, «por los juicios de Su justicia», en esos momentos… y por la noche levantémonos para glorificarlo.
Regla de san Benito, capítulo 16
El cálido chinook de las montañas sopló sobre la nieve, y la nieve desapareció. Chür Hongan evitó las pobres comunidades agrícolas situadas a lo largo del lecho del río Kensau mientras cabalgaba hacia el noreste. En Pobla, se armó de un grueso arco corto y un carcaj con flechas. El cardenal le había dado una pistola de doble cañón y había comprado para él un caballo sin herrar a un comerciante nómada, pero él quería evitar problemas con el pueblo de Dientenegro, que cultivaba patatas, maíz, trigo y girasoles en campos irrigados; habitaba casas fortificadas hechas de piedra y arena y trabajaba la tierra para sus propietarios, entre los cuales se encontraba el arzobispo de Denver. Podían confundirlo con un forajido nómada como los que habían visitado Arco Hueco. El suelo era pobre aquí, pero una explotación agrícola cuidadosa lo había enriquecido. Ya era casi la época de la siembra y había hombres y mulas en los campos, así que evitó los caminos de arena y se mantuvo en terreno alto, mientras dejaba un rastro que el padre Ombroz e’Laiden y el desertor de Texark pudieran seguir fácilmente.
Siempre había agentes de Texark viajando de un lado a otro del terminal telegráfico situado al sureste de Pobla, así que Hongan cabalgó solo, internándose profundamente en las praderas de los rebaños Perro Salvaje, antes de detenerse a esperar a los demás. Esperó en un barranco, oculto junto a su caballo, a poca distancia del sendero que había abandonado, hasta que los oyó pasar en dirección norte. Siguió esperando. Cuando sus voces se apagaron, dejó su caballo, salió del barranco y escuchó cuidadosamente en el viento que soplaba del suroeste. Pegó la oreja al suelo un instante, se levantó y se arrastró entre dos peñascos donde no pudieran verlo excepto desde el sendero que tenía directamente debajo. Oía voces distantes.
—Obviamente, tres caballos han venido por aquí.
—Pero no necesariamente juntos. Sólo uno está herrado.
—Ese podría ser el del capitán Loyte.
—¡A partir de ahora no llames «capitán» al renegado! Vendió su rango y honor por el coño de una espía nómada.
Las voces eran ol’zark. Hongan extrajo una flecha y preparó su arco. El primer jinete apareció y cayó del caballo con la flecha atravesándole la garganta. Hongan saltó hacia delante y disparó al segundo jinete mientras éste alzaba el mosquetón. Con el segundo cañón, intercambió disparos con el tercer jinete, pero ambos fallaron. El superviviente se dio la vuelta y huyó. Esta guerra entre nómadas e Imperio tenía más de setenta años de antigüedad, pero batallas como ésta eran escasas y sólo se libraban cuando las fuerzas imperiales invadían las tierras de la Yegua.
Santa Locura recargó su pistola y acabó de rematar a los heridos, luego fue a buscar su caballo y atrapó a los otros dos. Después de registrar las alforjas y encontrar la prueba de que los jinetes eran agentes, soltó a los animales y volvió a registrar los cadáveres en busca de más papeles. Miró con furia las huellas del caballo del desertor. Como conocía su destino, no los estaba siguiendo, y no había advertido antes las huellas de los cascos.
Tras volver a montar, cabalgó con el viento cálido a la espalda, en persecución del sacerdote y su invitado. Su propia guerra con Texark había empezado hacía mucho y no terminaría nunca. Lo había jurado por el nombre de su antepasado, Oso Loco, poniendo por testigo al Cielo Vacío y la Santa Virgen. Siguió el rastro durante toda la tarde y aún después del anochecer. No habría luna hasta mañana. Comió un poco de carne seca y, sin encender una hoguera, se dispuso a pasar la noche escuchando los aullidos y ladridos de los perros salvajes que los simples llamaban lobos y temían enormemente. Después de atar su caballo y desplegar su petate, Hongan caminó lentamente trazando un círculo protector alrededor de la zona a una distancia de cinco o seis pasos y marcó su territorio nocturno con un chorrito de orina cada pocos pasos. Con la zona protegida de esta manera, los animales, normalmente, no molestarían a un ser humano dormido a menos que oliera a sangre o enfermedad. Sólo una vez durante la noche sintió merodeadores. Apartando bruscamente las mantas, se puso en pie de un salto y emitió un rugido de furia. Hubo un coro de aullidos, y varias sombras oscuras huyeron, a la luz de las estrellas, del límite de su reino. Desvelado por su propio grito, pensó tristemente en los cadáveres que había dejado tras de sí ese día.
Chür Hongan había matado a su primer hombre a los doce años, un patrullero de la frontera de Texark. Ombroz había absuelto entonces al muchacho como habría hecho con cualquier otro soldado en guerra, porque el patrullero estaba en el lado equivocado del río, de uniforme militar y sin una bandera de viajero, como requería el Tratado de la Yegua Sagrada. Para los Perro Salvaje (y el sacerdote estaba de acuerdo con la horda) ningún tratado posterior al de la Yegua Sagrada se había firmado jamás con ningún poder seglar, incluyendo Texark, y, por tanto, la guerra contra Texark nunca se había convertido en paz, sólo había disminuido de intensidad hasta casi cesar; casi había cesado porque la única frontera que los Perro Salvaje tenían con el Imperio era el río Nady Ann al sur; más allá se encontraba el territorio Conejo, ocupado. Tal vez llegaría el momento en que habría que luchar allí, pero no hasta que los Conejo lucharan también. Al este, en el país de las altas hierbas, los Saltamontes acosaban al enemigo cuando les parecía, pero no pedirían ninguna ayuda a los Perro Salvaje mientras no hubiera un Señor de las Tres Hordas.
Ombroz le había absuelto fácilmente de aquella primera muerte, pero también le reprendió y castigó severamente por honrar una antigua costumbre. El muchacho había cortado el lóbulo de la oreja al jinete y se lo había comido como honor al enemigo muerto, como su tío Espíritu Oso le había explicado que era adecuado. El sacerdote consideraba lo contrario. Hizo al muchacho meditar durante una hora al día sobre el significado de la eucaristía y lo examinó de partes del catecismo antes de darle la comunión. Hongan lo recordaba esta noche con una sonrisa.
Nunca había contado al sacerdote que, mientras se comía la oreja, lloraba por su víctima. Respecto a los hombres que había matado hoy mismo, no conseguía entender lo que Wooshin había tratado de enseñarle. Algo sobre el vacío. El Hacha trataba, sin conseguirlo, de relacionarlo con el Cielo Vacío de los nómadas. Algo sobre el vacío convirtiéndose en hombre. ¿O era eso mezclar el cristianismo? Había demasiadas formas de mirar las cosas. Un siglo antes, para sus tataratíos, sólo había una manera. Hongan pensaba que aquella antigua manera igual se parecía un poco a la de Wooshin, pero con más sentimiento y visión. La manera adecuada, su propia manera, no estaba clara para Hongan, no del todo, todavía.
Antes del amanecer, sacudió la escarcha de sus mantas y continuó cabalgando a la débil luz de una tardía luna creciente. Como conocía la ruta que iba a tomar el sacerdote, no necesitó ver su rastro para seguirlos y, dos horas después, los encontró. Ombroz había encendido una hoguera hecha de heces, y bebían té caliente y comían carne seca en el amanecer. El capellán lo saludó y el desertor, a quien todavía no le habían presentado, se levantó expectante, pero el nómada se acercó directamente a los caballos atados. Palmeó a uno de ellos, le habló con amabilidad, y luego cortó la cuerda y alzó una pata para inspeccionarla. Entonces se volvió hacia ellos.
—¡Padre, has traído a un espía entre nosotros!
—¿De qué hablas, hijo mío? Este es el capitán Esitt Loyte, el que sugirió el cardenal Ponymarrón. Está casado con una nieta de Wetok Enar, tu propio pariente.
—No me importa si está casado con la hija del clan del diablo. Cabalga un caballo herrado para hacerles saber que está aquí.
El sacerdote miró con el ceño fruncido al antiguo soldado, luego se levantó para mirar hacia el oeste.
—No te preocupes, padre. Maté a dos de ellos, el otro huyó. Aquí están los papeles.
Miró a Loyte y sacó su pistola. El desconocido escupió en el fuego, y dijo:
—Deberías mirar a ambos lados del caballo. Pero si mataste a mis asesinos, gracias.
Hongan le apuntó al abdomen.
—Tu asesino está aquí mismo.
—Espera, Osezno —gritó el sacerdote—. Haz lo que dice. Mira la marca.
Reacio, bajó la pistola y volvió a inspeccionar la montura del desconocido.
—Uno de los caballos de la abuela Wetok —dijo, sorprendido—. ¿Y lo hiciste herrar en Pobla? ¡Maldito loco!
—Si iban a matarme, ¿por qué iba yo a dejar huellas para ellos? —empezó a explicar Esitt Loyte, pero Hongan lo ignoró, sacó herramientas de su bolsa y comenzó a quitar una herradura del casco del caballo.
—Échame una mano —le dijo a Ombroz.
Pronto sacaron todos los clavos y terminaron la tarea. Guardó las herraduras en su bolsa.
—Tendremos que enseñárselas a tu suegra —le dijo al extranjero.
—Yo no pretendía…
—Osezno, es experto en las tácticas de caballería de Texark y conoce sus planes de guerra. Venían a matarlo.
—Pero ahora no nos sirve de nada, porque saben que está aquí.
—¿Por las huellas de un caballo herrado? Podría ser cualquiera. Podría ser un cura. Podría ser un buhonero.
—Un traidor, quieres decir. Antes de morir, pronunciaron su nombre.
—Bueno, ya está hecho y el rastro termina aquí. Loyte tiene razón. Venían a matarlo. Al menos ellos deben pensar que nos resulta útil, aunque no sea tu caso. —Se volvió hacia el joven ex oficial—. ¿Por qué hiciste herrar el poni?
—Antes de cabalgar hacia las montañas, hablé con un cochero de Pobla y me lo recomendó. Y siempre he cabalgado en caballos herrados. Es la costumbre de la caballería…
—El rastro termina aquí —repitió el sacerdote—. Osezno, no hay nada de que preocuparse.
—Montad —ordenó el nómada, y señaló hacia el horizonte—. Mirad el polvo. Hay rastros de movimiento hacia el este. Los rebaños se dirigen al norte. Esperaremos hasta que lleguen. Luego nos adelantaremos al ganado unas horas y nuestras huellas desaparecerán.
—Si lo hacemos —protestó Loyte—, no llegaremos a casa antes de anochecer.
—¿Casa? —bufó Hongan.
—Los hogans de su esposa y su abuela —dijo Ombroz con firmeza—. Pero estoy de acuerdo. Será mejor que hagamos lo que dices.
Hasta pasada la media tarde, Santa Locura no se consideró satisfecho de que las ovejas nómadas que los seguían en la distante nube de polvo borraran sus huellas. Entonces cambiaron de dirección, dejaron el sendero del ganado y reemprendieron el rumbo hacia el norte.
Ombroz todavía trataba de hacer las paces.
—Si el plan del cardenal tiene éxito —dijo—, el Hannegan tendrá que cesar esas incursiones en territorio Perro Salvaje y Saltamontes, al menos durante muchos años. Para entonces las hordas serán más fuertes, bajo un solo rey.
Hongan guardó silencio durante un rato. Ambos sabían que las tierras Saltamontes, las praderas de altas hierbas que se extendían al este, soportarían el grueso de cualquier invasión. Los miembros del pueblo de Dientenegro que seguían siendo ganaderos se habían convertido en las hordas más belicosas, porque tenían que serlo. Se enfrentaban a los ejércitos del Hannegan, y al lento avance de los granjeros hacia tierras más ricas del este. Y, sin embargo, los Perro Salvaje estaban más cerca de la Iglesia de Valana, y de otros posibles aliados de tras las montañas. Había fricciones entre las hordas, y las cosas empeoraban debido a los forajidos nómadas que se habían apartado del sistema matrilineal y atraían a jóvenes fugitivos de los sometidos Conejo al sur del Nady Ann.
—Está el problema más inmediato de pagar por los cargamentos —le dijo Hongan al sacerdote, por fin.
—No te preocupes por eso —intervino el soldado—. Su Eminencia controla riquezas considerables.
—Sí, el Mestizo es dueño de mucho ganado —contestó Hongan, ásperamente.
—Hay otras formas de riqueza aparte del ganado —dijo el capitán Loyte—, ¿y cómo te atreves a llamarlo «Mestizo»? ¿No eres cristiano, al fin y al cabo?
El sacerdote se echó a reír.
—Tranquilo, Loyte, hijo mío. Osezno está sólo practicando su acento tribal, como si dijéramos. Después de todo, ¿cómo crees que sonaría «Eminentísimo Reverendísimo Elia Cardenal Ponymarrón, diácono de Santa Margarita» en la boca del hijo del tío abuelo Pie Roto, Señor de las Tres Hordas?
—Mi padre no es señor de nada, todavía —gruñó Chür Hongan, aún de mal humor.
—¿Ves lo agrio que se vuelve cuando se acerca a casa? —dijo Ombroz.
—No sólo no es señor de nada —continuó Santa Locura—. Yo soy su hijo, no su sobrino.
—Sabes que eso no significa nada —replicó el sacerdote—. En modo alguno puede heredarse ese antiguo puesto, ni por línea materna ni de otra forma. Las ancianas no te quitan ojo, Santa Locura. Cuando las ancianas buscan el Qaesacb dri Vordar, buscan un líder mágico, no al sobrino o al hijo de alguien.
—No me gusta esta conversación, maestro —dijo Hongan—. Amo y respeto a mi padre. Hablar de herencia es hablar de muerte. Y no ha habido un Qaesach dri Vordar desde Oso Loco. Después de setenta años, quién sabe lo que pensarán estas mujeres modernas.
Ombroz se echó a reír ante la palabra «modernas».
—El tío abuelo Pie Roto va a vivir mucho tiempo —dijo el antiguo oficial texarkano—. Lo vi hace sólo tres meses, cuando vino a visitar a sus cuñados.
—El renegado también sabe de medicina —dijo el nómada.
El oficial le dirigió una mirada triste.
—¿No fue Santa Locura aquí presente quien dijo ver a la Bruja Nocturna, padre?
—¡Maldición, viejo cura! ¿Tuviste que contarle eso?
El padre Ombroz miró rápidamente a ambos.
—Dejad de buscar pelea, vosotros dos. O bien entregadme vuestras armas, desmontad y pelead. Aquí mismo, ahora.
—¿Juicio por combate? —despreció Hongan—. Sí, Dientenegro me dijo que la Iglesia solía hacer eso. ¿Por qué no me enseñaste eso, padre? ¿Pasaste por alto la parte del catecismo que habla del Señor de los Ejércitos, pero ahora nos invitas a someternos al juicio de Dios en una pelea? Y no buscaba pelea. Sólo quería que nuestro consejero de Texark nos dijera qué otro tipo de riquezas tiene el Mestizo aparte de ganado. Si el renegado dice que hay semejante cosa.
—¡Maldita sea tu boca! —dijo el oficial, y se alzó sobre el estribo izquierdo, haciendo detenerse a su caballo.
Chür Hongan lo miró un instante, se encogió de hombros y desmontó. Ombroz habló rápidamente.
—Tengo que advertirte, capitán, que Santa Locura ha estado practicando el combate con un experto… un antiguo verdugo del Hannegan. Tal vez lo conozcas.
—¿Te refieres a ese geni de piel amarilla? ¿Wooshin? Escucha, si temes a los traidores, témelo a él. No me extrañaría que Filpeo Harq lo hubiera enviado a matar al cardenal. Tiene un montón de asesinos en nómina, ya sabes. Todos son hábiles infiltrándose.
—El Hacha no es un geni, ciudadano —dijo el nómada, usando la palabra «ciudadano» como un insulto—. De donde él procede, tú parecerías un geni. Y odia a Filpeo Harq casi tanto como yo lo odio, chico de ciudad.
—Osezno, ¿por qué haces esto? El capitán Loyte está de nuestro lado. Conoce su oficio. Trata de no ser un gilipollas, hijo mío.
—Muy bien, entonces dile al hijo de puta que deje de hacerse el listo conmigo.
Hongan se volvió para volver a montar. Loyte no se había calmado y lo golpeó en la espalda con su fusta.
Hongan se dio la vuelta, agarró la muñeca que se alzaba por segunda vez hacia él con el látigo, y descargó una patada en el estómago del capitán con sus botas de punta.
Durante unos minutos de semiinconsciencia, pareció que el golpe había sido fatal. Pero el sacerdote lo revivió por fin, e insistió en que pasaran la noche en ese lugar para dejar que Loyte se recuperase. Ombroz rezó con profusión, alabando la piedad de Dios por permitirles un tiempo que no se merecían para arrepentirse. Hongan gruñó, adormilado. Loyte gemía y juraba.
Al día siguiente, Chür Hongan cogió al oficial por el cuello de la camisa y lo puso en pie.
—Ahora escucha, follacerdos. Si eres capitán de nuestro ejército, yo soy tu coronel. Di «señor» y saluda.
Tumbó de culo al ex soldado. La sacudida provocó un aullido de dolor y Loyte volvió a agarrarse el estómago.
—¡No, escúchame tú! —Ombroz aferró a Osezno por el brazo y lo apartó rápidamente donde el otro no pudiera oírlo—. ¡Nunca te había visto tan brutal! ¿Por qué? Establecer tu grado es una cosa, pero puede que le hayas roto las tripas. Te has creado un enemigo de por vida por un simple mal humor.
—No. Ya es enemigo de todos. Un criminal para su propia tribu no es amigo de nadie. Es lo que es y debe saber cuál es su sitio.
—No hablas en serio. Su sitio es el mismo que el tuyo, ante Dios.
—Ante Dios, por supuesto. Pero su sitio en las filas de una fuerza de combate a las órdenes de un sharf de guerra es lo que me preocupa, y debe saber que su rango es bajo. No se puede confiar en él.
—Lo sabes gracias a lo gran juez de caracteres que eres —dijo Ombroz irónicamente—. Eres más sabio que el cardenal, que nos lo recomendó en primer lugar. Le creo cuando dice que los agentes que nos seguían no sólo querían localizarlo, sino matarlo. Y en cualquier caso, estará viviendo con el clan Wetok, cabalgue con nosotros o no. Allí lo han aceptado. Pasó el invierno con ellos.
—¿Me has visto pelear con alguien más últimamente?
—No, Santa Locura. Y espero que estés equivocado respecto a este hombre. Sabe demasiado sobre nosotros para que lo expulsemos.
—No hay peligro. No tiene ningún sitio adonde ir. Lo llevamos junto el pueblo de su esposa, no importa lo que diga el eminente cardenal. Sigo queriendo averiguar cómo sabe que Ponymarrón puede poner su parte del precio de las armas que prometió. ¿Y de dónde vienen las armas?
—Elia trabajó duramente para el papa Linus, Osezno, y el papa Linus lo recompensó bien. Sé que Elia posee tierras en la costa Oeste y en el país de Oregón, pero tal vez no necesite usar sus propias riquezas. Confía en él. Si pagas a los comerciantes seiscientas cabezas de ganado, el cardenal se encargará de que alguien pague las otras dos terceras partes del precio. Siendo el estado más poderoso del continente, Texark tiene muchos enemigos y pocos aliados. Muchos de esos enemigos se alegrarían de ayudar a armar a las hordas. Estás siendo un desagradecido.
—En absoluto. Me gusta Ponymarrón. Sé que cuenta más su influencia que sus riquezas. Y confío en sus buenas intenciones. Eso no significa que confíe en el resultado de sus intenciones. Si es rico, bien. ¿Pero cómo lo sabe Loyte?
—Probablemente no lo sabe. Se estaba haciendo el listo. Nómada o ciudadano, cada uno se siente superior al otro. Nomas et civis… es una historia tan vieja como el Génesis. Pero en cuanto al dinero, hay estados al oeste de la división a quienes les gustaría ver al imperio de los Hannegans quedarse donde está, o ser rechazado hacia el este. Se habla demasiado en Texark de unificar el continente, y las embajadas mandan a casa informes de esos comentarios. Uno o más de esos estados podría daros las armas a cambio de nada.
—Seiscientas cabezas de ganado no son nada.
—Son casi nada. El cardenal Ponymarrón me dijo el precio real de la mercancía. Se acerca más a las seis mil cabezas.
—Si conseguimos las armas. Si los mercaderes no entregan chatarra defectuosa.
—¿Qué te pone de tan mal humor, Santa Locura? Casi esperaba que llamaras comehierba a Loyte.
Hongan se echó a reír.
—En la casa de mi madre, esa palabra todavía se usa. Así que en casa tal vez la use con él.
—¿Sabes, Santa Locura? Hay cierta fealdad política en ti que no has aprendido de mí.
—¡Oh, claro que sí!
—¡No, por supuesto que no!
—¿Intentarás azotarme también, oh, maestro?
—Ya lo he hecho.
—Cuando yo tenía diez años y tú eras más joven. Me enseñaste a no pegarle a los curas, pero tú no…
El nómada se detuvo. Vio el cambio en el rostro de Ombroz, sacudió la cabeza, «lo siento», y regresó junto a su caballo.
Cuando acampaban por segunda noche consecutiva bajo las estrellas, encontraron a un mensajero de la tribu real de la Horda Perro Salvaje. Cabalgaba hacia el sur con malas noticias.
El tío abuelo Pie Roto había sufrido una apoplejía, había perdido el uso de su pierna izquierda y estaba componiendo su canción de muerte. Por tanto, se consideraba sabio que las abuelas y chamanes empezaran a considerar otros candidatos para el antiguo cargo de único Qaesach dri Vordar.
Al día siguiente, llegaron a los hogans del clan de la abuela Wetok Enar. La anciana estaba débil y chocha, así que fue la esposa de Loyte, Potear Wetok, quien, sin la compañía de su abuela, les dio la bienvenida. Su marido desmontó y fue a abrazarla, pero ella lo rechazó: su «aprendizaje de nuestros caballos», el eufemismo nómada de entrenamiento de un nuevo miembro por las madres de la nueva familia, no había terminado todavía. Saludó al padre Ombroz y a Chür Hongan, y los invitó al hogan de su abuela. La siguieron por cortesía, aunque ambos tenían prisa por reunirse con la familia de Hongan.
—Chür, ¿has oído la mala noticia? —preguntó la hermosa nieta—. Espero que no sea yo quien tenga que decírtela.
—Encontramos a un mensajero. Sé lo de mi padre. —Le tendió una bolsita de cuero con las herraduras—. Tu marido te lo explicará, pero más tarde.
Ella miró la bolsa con curiosidad, pero la dejó en la puerta del hogan mientras entraban.
La anciana estaba sentada en una hamaca de cuero que colgaba entre dos postes hundidos en el duro suelo de tierra. Trató de levantarse, pero Hongan le hizo un gesto indicándole que no era necesario. De todas formas, ella mostró su respeto por Hongan y Ombroz haciendo el kokai, golpeándose la frente con los nudillos, e inclinando la cabeza hacia ambos lados, mientras colocaba la mano contra su cabeza mostrándoles la palma. Esta cortesía parecía excesiva, y no se repitió para Esitt Loyte. Ella ignoró a su yerno, pero resultaba difícil decir si esto era la forma normal de educar a un esposo («enseñarle sobre nuestros caballos») o verdadero desprecio.
—Lo que la Bruja Nocturna le ha hecho tontamente a tu padre me apena enormemente, Hongan Osle Chür.
La frase estaba cargada de significado. Ombroz advirtió que Hongan estaba inquieto.
Atribuir la enfermedad de Pie Roto a la Bruja Nocturna y llamarla tontería significaba que él había sido la elección de esta mujer Weejus para Qaesach dri Vordar, y la inversión del nombre de Chür, con el matronímico colocado al final, significaba que el rango del hijo de Pie Roto se había elevado a sus ojos, fuera cual fuese el motivo. Pero Hongan Osle era un diminutivo del histórico Hongan Ós, que perdió una guerra y la mitad de su pueblo ante Hannegan H.
—¿Beberéis sangre con nosotras esta noche? —preguntó la anciana—. Celebramos el nacimiento de dos potros gemelos de la mejor yegua de Potear. Y además están sanos… un acontecimiento raro y maravilloso.
—Bríndaselos a la Virgen por nosotros, abuela —contestó el padre Ombroz—. Pido disculpas por la prisa, pero el tío abuelo Pie Roto nos necesita.
—Sí, querrá ver a su hijo, y querrá de ti la extremaunción. Id con ellos, entonces, con Cristo y la Señora.
Los dos continuaron cabalgando, dejando a Esitt Loyle detrás con su esposa y sus parientes.
—El capitán todavía tiene mucho que aprender de los caballos Wetok —dijo Ombroz tristemente cuando estuvieron lejos.
Hongan se echó a reír.
—Aprenderá a toda prisa cuando Potear le enseñe las herraduras a esa vieja Weejus.
Las montañas acababan de desaparecer bajo la bruma al oeste, cuando Santa Locura anunció de pronto que Pie Roto se había vuelto irascible en su enfermedad, y que su vieja esposa había considerado necesario nombrar otro jefe temporal de la familia.
—¿Cómo lo sabes? —se burló el sacerdote—. ¿Una visión?
—Esa visión.
Hongan señaló hacia el este. Con cuidado, se alzó en la silla, y luego se puso en pie en el lomo de su caballo.
—Mis viejos ojos no ven más que vacío. ¿Qué es?
—Hay alguien allí. Mi tío, creo. Pero está a kilómetros de distancia. Mueve los brazos y baila un mensaje. Ven nuestro polvo.
—Ah, el lenguaje de signos de los nómadas. Tendría que haberlo aprendido de joven. Siempre me sorprende.
—Nos da ventaja sobre los guerreros de Texark.
Cuando los hogans del clan de Pequeño Oso aparecieron en el horizonte, una pequeña nube de polvo cobró vida y pronto un jinete se les acercó. Era el hermano de la esposa de Pie Roto, Buitre Rojo, que era el líder nominal del clan pero cedía el puesto al marido de su hermana porque ella así lo quería. Ahora, durante la enfermedad del esposo, el hermano retomaba la función que le correspondía por derecho. Era un hombre delgado y serio, de casi sesenta años, con lívidos parches de piel que podrían haberlo marcado como geni excepto entre los nómadas, donde tal defecto era considerado como una marca del Cielo Vacío. Habló seriamente a Santa Locura sobre el estado de Pie Roto, que era descorazonador pero al parecer no empeoraba por el momento.
—Algunos de nuestros pastores ya han vuelto del sur —le dijo Buitre Rojo a Ombroz—, incluyendo nuestros hombres del Espíritu Oso. Están con él ahora, padre. Pero, por supuesto, quiere verle.
Ombroz empezó a contarle lo del Papa, pero Buitre Rojo ya lo sabía. A pesar de estar ausente de Valana el cardenal Ponymarrón, su Secretariado estaba enviando y recibiendo constantemente a mensajeros de la gente de las Llanuras. Cuando llegaron al poblado de Pequeño Oso, los niños y las mujeres jóvenes salieron a saludarlos y a recibir el abrazo de Hongan y del sacerdote.
—¿Te quedarás con nosotras después de ver a tu padre? —preguntó su madre—. ¿O debes seguir cabalgando hasta territorio Saltamontes?
Santa Locura vaciló. No se lo había dicho aún.
—Creo que Kuhaly se ha divorciado de mí. —Miró a Ombroz, que los había casado, pero el sacerdote no estaba mirando—. Dijo que me mandará llamar si quiere verme. Aunque lo haga, tal vez no acuda.
El rostro de su madre se suavizó.
—¿Te echan la culpa de no tener hijas?
—Tal vez. Y también de estar fuera demasiado tiempo. Sus hermanos se quejan. He hecho demasiado poco por la familia. Dicen que estoy demasiado apegado a ti. Ya conoces la palabra para eso.
—Temía que así fuera, cuando te casaste con una Saltamontes. Nuestros pastores nos dijeron que tuvieron que luchar otra vez con pastores Saltamontes este invierno para conseguir pastos.
—¿Murió alguien?
—Entre nosotros, sólo heridos. Entre ellos, no lo sé. Fue un intercambio de disparos y flechas. Ahora, ven a ver a tu padre.
Los chamanes de la familia Pequeño Oso salieron del hogan cuando el padre Ombroz administró la extremaunción a su converso más veterano. El sacerdote sabía que se sentían cohibidos porque algunas de sus prácticas no podían reconciliarse con la religión que él enseñaba, y que habían aceptado el bautismo porque Pie Roto así lo deseó. Cuando el anciano muriera, su vergüenza (¿y envidia?) podía convertirse en hostilidad. Pero toda la familia sabía que cuando él, Ombroz, se había visto obligado a elegir entre ellos y su Orden; cuando un nuevo superior general de esa Orden, nombrado por el arzobispo Benefez, y por tanto por Filpeo Harq, le ordenó regresar a Nueva Roma, él se negó a ir. Había sido expulsado y sancionado por ello… medidas que ignoraba. Con todo, el castigo lo hería más de lo que se atrevía a admitir. Sabía que las mujeres Weejus serían sus abadas en cualquier disputa contra los chamanes del Espíritu Oso, pero quería evitar las peleas y, hasta ahora, lo mismo querían ellos. Bajo sus enseñanzas, la mayor parte de esta familia de nómadas se había vuelto cristiana, mientras que él mismo, a lo largo de los años, se había ido convirtiendo en nómada.
Ombroz no era el primer maestro de la Orden de San Ignacio que veía como uno de sus estudiantes favoritos, a quien había enseñado a pensar por cuenta propia, empezaba a pensar algo distinto a lo que el sacerdote había previsto. Esa noche, suspiró profundamente mientras observaba a Chür Hongan bailar la danza de los muertos con los chamanes, a la escasa luz de las hogueras, ante el hogan de Pie Roto.
Los tambores parecían decir: «Horrible vete, horrible vete, horrible mama vete…».
La danza era para aplacar al Viento Negro, la terrible contrapartida del Cielo Vacío, y para espantar a la Bruja Nocturna. Durante un rato caminó por la aldea, visitando hogueras similares y hablando con viejos «feligreses». Una minoría eran realmente cristianos, pero había bautizado a casi todos, y la mayoría lo aceptaba como perteneciente a la clase de los chamanes. Entre los no bautizados, se consideraba que valía la pena escuchar su sabia voz cuando cantaba en el consejo.
Antes de la conquista, estas aldeas no existían. Pero las Llanuras se iban salpicando cada vez más con hogans de piedra y tierra parecidos a las cabañas de los granjeros, situados entre intermitentes arroyos y pozos de agua. Aquí los niños y los viejos se quedaban durante el invierno, mientras los pastores desplazaban sus rebaños según las estaciones para que pastaran mejor y estuvieran protegidos de lo peor de las ululantes ventiscas, que en mitad del invierno barrían las Llanuras desde el Ártico, por las tierras de la Gran Yegua, en dirección a la provincia conquistada, que en tiempos había pertenecido a la Horda Conejo. Mucho tiempo atrás, los Conejo habían poseído las tierras boscosas del sureste, tierra que ahora reclamaba el Imperio Texark. En los meses de invierno, los Conejo alquilaban tierras de pastos, resguardadas en parte de los vientos helados, a los Saltamontes y a los Perro Salvaje, y recibían un buen pago en ganado y caballos. Como consecuencia, el pueblo Conejo era la horda menos migratoria, incluso antes de la guerra; y sólo una minoría huyó del sur después de la conquista para formar la diáspora Conejo hacia las pobres regiones agrarias; convirtiéndose en vecinos de algunas empobrecidas familias ex Saltamontes que, como la de Dientenegro, habían huido hacia las montañas cruzando las praderas de los Perro Salvaje.
No podía ignorar los tambores. Ahora parecían decir: «Ven libertad, ven libertad, ven doncella libertad…».
Tras visitar casi todas las viviendas, el padre Ombroz regresó al hogan de Pie Roto. Durante un rato, permaneció junto al fuego contemplando la danza. Luego, tras una pausa para capturar el ritmo, se rió en voz alta y se unió al baile, arrancando una divertida carcajada a Osezno.