Inmediatamente, Hallur y Ágúst fueron trasladados para interrogarles, y esa misma noche quedaron bajo la responsabilidad de la Agencia de Protección de Menores de Reikiavik. Los padres de ambos fueron interrogados y al mismo tiempo se pidió que se les pusiera en prisión preventiva. Se acusaron unos a otros de la idea de encubrir a sus hijos, y tanto ellos como los jóvenes discrepaban sobre quién había clavado el cuchillo. Tras tres días de interrogatorio, Hallur reconoció la culpa. Poco a poco pudieron ir formándose una imagen de cómo se llegó a la muerte de Elías.
Todos los chicos habían mentido a la policía. Hallur vio a Anton con el cuchillo que había robado Doddi y, a cambio, le ofreció un videojuego nuevo. Se reunieron los cuatro en casa de Anton, quien probó el juego que le había llevado Hallur. Estuvieron un rato discutiendo el asunto pero no llegaron a decidir nada. Þorvaldur y Anton confesaron haber rayado el coche de Kjartan la mañana del día en que se produjo el ataque a Elías, y decidieron que tenían que librarse del cuchillo. Vieron a Hallur en el patio del colegio y se lo regalaron.
Hallur había quedado con Ágúst al salir de clase. Estaban felices y contentos. Se fueron a un supermercado y se dedicaron a robar CD y golosinas. Lo hacían a veces, aunque sus padres les daban una paga. Era distinto. La emoción, dijo Ágúst, sin entrar en más detalles. Estaban un poco acelerados cuando salieron de la tienda y vieron a Elías con su gran cartera escolar a la espalda y el plumón echado sobre los hombros.
Quizá les llamó la atención porque era de piel morena. Quizás eso no tenía importancia. Durante el interrogatorio, Ágúst dijo que habrían hecho lo mismo si se hubiera tratado de un chico blanco. Hallur se encogió de hombros. No supo responder a la misma pregunta. No podía explicar en qué estado se encontraban. Acelerados, eso estaba claro. No conocían al chico al que estuvieron mirando. No sabían que se llamaba Elías. Hallur, el que iba a su colegio, no recordaba haberle visto. No tenían motivo alguno para atacarle. Nunca habían tenido problemas con Elías. Nunca les había hecho nada.
Estaban lanzados.
Se acercaron a Elías en el punto más estrecho del camino peatonal que llevaba al colegio y donde los arbustos eran más altos. Había empezado a oscurecer y hacía frío, pero ellos estaban sobreexcitados y acalorados. Le preguntaron cómo se llamaba, si tenía dinero y qué hacía en Islandia.
Elías dijo que no llevaba dinero. Intentó zafarse, pero Ágúst le sujetó. Hallur sacó el cuchillo para asustarle. No tenían intención de hacerle nada. Solo se estaban divirtiendo. Hallur le amenazó con el cuchillo. Se dedicó a blandido delante de la cara de Elías.
Elías luchó con más fuerza al ver el cuchillo. Empezó a gritar pidiendo auxilio. Ágúst le tapó la boca. Elías luchaba con todas sus fuerzas. Ágúst gritó a Hallur que iba a soltarle, cuando Elías le mordió la mano y le hizo tanto daño que soltó un grito.
Hallur agarró el chaquetón de Elías y, antes de darse cuenta, le había clavado el cuchillo. Elías dejó de luchar. Dejó de gritar, se echó las manos al vientre y cayó al suelo.
Hallur y Ágúst se miraron. Y entonces echaron a correr por el sendero, rehaciendo el camino que les había llevado hasta allí.
Cogieron el autobús y se fueron a casa de Ágúst. No sabían qué hacer. El padre de Ágúst estaba en casa y, sin dudarlo un momento, le contaron lo que había sucedido. Hallur tenía las manos llenas de sangre. Había tirado el cuchillo por el camino. Dijeron que habían apuñalado a un chico en el sendero que había al lado del colegio. No tenían intención de hacerlo. Fue un accidente. Nunca pensaron hacerle nada malo al chico. Pasó así, ellos no quisieron hacerlo. El padre les miró completamente desconcertado.
La madre de Ágúst llegó a casa en ese momento e inmediatamente vio que había sucedido algo grave. Cuando supo lo que los chicos habían hecho, su primera intención fue llamar a la policía. Su marido titubeó.
—¿Os ha visto alguien? —preguntó a los chicos.
Estos sacudieron la cabeza.
—No, nadie —dijo Hallur.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Dónde está el cuchillo?
Hallur se lo explicó.
—Esperad aquí —dijo el padre de Ágúst—. No hagáis nada hasta que vuelva.
—¿Qué vas a hacer? —dijo su mujer con un hondo suspiro.
La llevó aparte para que los chicos no pudieran oírles.
—Piénsalo —le dijo—. Piensa en el futuro de los chicos mientras estoy fuera. Llama a mi hermana. Dile que venga y que traiga a Dori.
Y salió. Volvió tres cuartos de hora más tarde con el cuchillo. Dijo que el chico no estaba en el camino. Respiraron aliviados. A lo mejor estaba bien.
En ese momento llegaron los padres de Hallur y les contaron lo que había pasado. Les fue difícil creer lo que estaban oyendo, pero vieron la cara de los chicos y se dieron cuenta de la desesperación de los padres de Ágúst ante algo que nunca habrían sido capaces de imaginar. Miraron a su hijo. De pronto supieron que era cierto. Había sucedido lo incomprensible, lo espantoso, y nada volvería a ser como antes. Jamás.
—No queríamos hacerlo —dijo Hallur.
—Sucedió así, sin más —añadió Ágúst.
No tenían más argumentos.
—¿Entonces no fue Ágúst quien le clavó el cuchillo? —preguntó su madre.
—Estaban los dos juntos —dijo el padre de Hallur con determinación—. Tu hijo le ayudó.
—Fue tu hijo quien le clavó el cuchillo.
Empezaron a discutir. Los chicos se limitaron a escuchar. La madre de Hallur y el padre de Ágúst, que eran hermanos, consiguieron calmar a sus parejas. El padre de Ágúst propuso, por el momento, no ir a la policía.
Volvieron a discutir. Al final, los padres de los dos chicos fueron a buscar a Elías. Como ya no estaba en el sendero, quizás estuviera bien. Mientras recorrían el barrio en el coche, vieron coches de policía delante de uno de los bloques. Pasaron despacio por delante y observaron que en el patio había varios policías, así como diversos coches patrulla con las luces encendidas que iluminaban intermitentemente las casas vecinas en la oscuridad del brevísimo día de invierno.
Se fueron.
Esperaron las noticias de la radio en casa de Ágúst, debatiéndose entre la esperanza y el temor. Oyeron entonces que habían encontrado muerto a Elías. La policía no quería dar más detalles. Se decía que la agresión no había tenido un objetivo claro y que seguramente estaba relacionada con problemas raciales. No se sabía quiénes podían estar detrás de la agresión. Aún no habían aparecido testigos del suceso.
Al final acordaron esperar. El padre de Hallur se ocuparía del cuchillo. Por el momento, los dos primos dejarían de verse. Se comportarían como si no hubiera pasado nada. El daño estaba hecho. Sus chicos habían causado la muerte de otro chico. Pero se trataba de un accidente, no de un crimen propiamente dicho. Todo empezó como una broma inocente. Nunca tuvieron intención de causar daño al muchacho. Naturalmente, nunca podrían olvidar lo sucedido, pero tenían que pensar en el futuro de sus hijos. Al menos de momento. Luego, ya se vería.
Erlendur participó en el interrogatorio de la madre de Ágúst. Había recibido asistencia psicológica después de la detención, y estaba tomando tranquilizantes.
—Naturalmente, nunca debimos hacer eso —dijo—. No pensábamos en nosotros. Pensábamos en los chicos.
—Claro que pensabais en vosotros —dijo Erlendur.
—No —repuso ella—. No es así.
—¿Realmente creíais que seríais capaces de vivir con esta carga en la conciencia? —preguntó Erlendur.
—Nunca —dijo ella—. Yo no. Yo…
—Tú llamaste —dijo Erlendur—. Claro, eras el eslabón más débil.
—No puedo explicarlo —dijo, se movía adelante y atrás en la silla—. Estuve a punto de suicidarme. Aquello era un error. Desde entonces, cada minuto de mi vida he pensado en ese pobre niño y en su familia. Aquello fue un error, una inmoralidad, pero…
Se calló.
—Sé que no debimos hacerlo. Sé que era un error e intenté decírtelo. Tú… tu reacción fue muy extraña.
—Lo sé —dijo Erlendur—. Pensé que eras otra mujer.
—Les creímos cuando dijeron que había sido un accidente. Esas cosas pueden pasar. No habríamos podido hacerlo de otra forma. Nunca debimos ocultar el crimen. Mi marido dijo que todos los padres y madres comprenderían lo que estábamos haciendo. Que comprenderían nuestra reacción.
—No creo —dijo Erlendur—. Queríais que esto desapareciese, que se evaporase como si no tuviera nada que ver con vosotros. A un crimen horrendo habéis sumado la deshonra.
Cuando todo concluyó, confesaron y el caso estaba cerrado, Erlendur se sentó a hablar con Hallur en la sala de interrogatorios del centro donde había pasado a manos de la Agencia de Protección de Menores. Hablaron largo y tendido sobre aquel suceso hasta que Erlendur le preguntó por qué habían decidido atacar a Elías. Por qué se les había ocurrido aquella idea.
—Por nada —respondió Hallur.
—¿Por nada?
—Estaba allí.
—¿Es el único motivo?
—No teníamos nada que hacer.