La búsqueda de Niran aún no había tenido éxito aquella tarde, mientras se celebraba la oración en memoria de Elías y una procesión con velas encendidas se dirigía hacia su casa. Participó mucha gente, que se aproximó en silencio al bloque bajo la guía del párroco del barrio. Sunee asistió junto a Óðinn, Virote y Sigríður, y sintió una profunda emoción por el cariño y el apoyo de toda aquella gente.
Pero aquello no fue suficiente para que Sunee confiara su hijo a la policía. Se negaba a desvelar el lugar donde le había escondido, y ni su hermano ni otras personas relacionadas con ellos proporcionaron información alguna.
Erlendur y Elínborg acudieron al lugar de la ceremonia y acompañaron a la lenta procesión hacia el bloque. Elínborg llevaba un pañuelito en la mano y en varias ocasiones se lo llevó disimuladamente al rostro.
Erlendur telefoneó a Valgerður al llegar al despacho. Sabía que tenía turno en el hospital. Sin darse cuenta, mientras esperaba a que se pusiera al teléfono, empezó a silbar la melodía de Elínborg, la de Jón Kristófer, cadete del Ejército de Salvación, y la teniente Valgerður, que hablará del camino a la Gloria. Volvió en sí echando sapos y culebras contra Elínborg.
—Hola —dijo Valgerður al teléfono.
—Me apeteció llamarte —dijo Erlendur—. Me voy a casa ahora mismo —añadió.
—Tengo que trabajar toda la noche —dijo Valgerður—. Trajeron a un niño pequeño para un análisis de sangre y es evidente que sufre malos tratos. Un niño de siete años. Informaremos a la policía y la Agencia de Aten…
—No me cuentes esas historias —dijo Erlendur.
—Perdona… yo… —Valgerður titubeó. Aquello ya había sucedido otras veces. Había visto algo en el trabajo y pensaba contárselo a Erlendur, pero este no la dejaba. No solía hablar con ella de las miserias humanas que observaba en su trabajo como policía. Era algo que él pensaba que no debía concernirle. Era como si quisiera mantener su relación alejada de toda fealdad. No era realmente una huida de lo feo y lo injusto que había en el mundo, solo una especie de descanso temporal.
—Es solo… Cuando uno está trabajando todos los días con esas cosas, prefiere oír hablar de cualquier otro tema —le dijo Erlendur al teléfono—. Uno quiere saber que la vida es algo más que un maldito asco infinito.
—¿Habéis sacado algo en claro de lo del niño?
—No avanzamos.
—Vimos la información en la tele. ¿Aún no habéis encontrado al hermano?
—La madre está asustada —dijo Erlendur—. Tiene que tranquilizarse y entonces hablará con nosotros.
Los dos se callaron. A Erlendur le gustaba hablar con Valgerður. Le bastaba con escuchar su voz. Valgerður tenía una voz bonita, grave y relajante, y, cuando la oía, Erlendur se sentía mejor. No sabía exactamente por qué, pero a veces le apetecía oír su voz. Como ahora.
—Ha muerto una persona de mi trabajo —dijo Erlendur, por fin—. Ya te había hablado de Marion Briem, ¿verdad?
—Sí, me suena el nombre. Un nombre poco frecuente.
—Marion falleció ayer tras una larga enfermedad. Imagino que habrá sido un descanso. Una muerte bastante solitaria. Marion no tenía a nadie. Fue mi superior durante muchísimos años, hace bastante que se jubiló. Yo no fui al hospital con suficiente frecuencia. Empecé a pensarlo cuando ya era demasiado tarde. Casi nadie visitaba a Marion Briem. Yo era uno de los pocos que lo hacían. Quizás el único, no lo sé. A veces tenía la sensación de ser el único.
Erlendur calló y Valgerður esperó a que dijera algo más. No quería interrumpirle, notaba que necesitaba hablar con ella. Pasó un buen rato esperando en silencio y todo parecía indicar que Erlendur había colgado.
—¿Erlendur? —dijo Valgerður cuando no pudo seguir soportando el silencio del otro lado.
—Sí, perdona, estaba pensando en todo eso. Marion me pidió que me encargara del entierro. Ya está todo en marcha. Así termina. La vida. Toda la larga vida para que uno acabe en una habitación cualquiera de hospital, solo y abandonado.
—¿De qué me estás hablando, Erlendur?
—No lo sé. De la muerte.
Erlendur calló de nuevo.
—Eva Lind vino a verme —dijo al poco.
—¿No fue bien?
—Sí, claro que sí, pero en cierto modo no. Tiene mejor aspecto. No la había visto desde hace mucho, y de repente aparece en casa. Muy suyo. Ya… ya es toda una mujer. Me di cuenta de repente. Había en ella algo, algo distinto. Creo que más madura, más tranquila. Quizá acabe con esto. Quizá ya esté harta.
—Todos envejecemos.
—Eso es cierto.
—¿Y qué quería?
—Creo que quería contarme un sueño que había tenido.
—¿Ah, sí?
—Se marchó antes de contármelo. Creo que fui yo quien le dijo que se fuera. Creo saber lo que quiere. Me preguntó qué sucedió cuando murió Bergur. Creía que había soñado algo relacionado con eso. Yo no quise saber lo que era.
—No era más que un sueño —dijo Valgerður.
—No se lo he contado todo. No le he hablado de por qué no lo encontraron. Hubo diversas conjeturas al respecto. Era como si supiera de ellas.
—¿Conjeturas?
—Habrían tenido que encontrarlo —dijo Erlendur.
—Pero…
—Nunca apareció.
—¿Y qué conjeturas eran esas?
—Está el páramo. Y también el río.
—Pero ¿tú no quieres hablar de ello?
—A nadie le importa —dijo Erlendur—. Es una vieja historia que no le importa a nadie.
—Y tú quieres dejar la historia en paz.
Erlendur se quedó callado.
—Eva es tu hija —dijo Valgerður—. Le hablaste de eso en su momento.
—Ese es mi problema —dijo Erlendur.
—¿Por qué ignoras lo que quiere decirte? Escucha a Eva.
—Tendré que hacerlo —dijo Erlendur.
Titubeó de nuevo.
—Y además estoy pensando en ese chico que se quedó solo y abandonado con ese frío tan horrible, a un paso del bloque. No comprendo qué puede haber pasado. No consigo hacerme una idea. Jamás lo conseguiré.
—Es más horrible de lo que se puede expresar con palabras.
—Yo… eso me hizo pensar en mi hermano. Tenía la misma edad de Elías, quizá era un poquito más pequeño. También estaba solo. Me puse a pensar en todas estas muertes solitarias. Marion Briem.
—Erlendur, no pudiste hacer nada. No estuvo en tu mano. No fue tu responsabilidad. Tienes que comprenderlo.
Erlendur se quedó callado.
—Tengo que trabajar toda la noche —repitió Valgerður en tono de excusa. Llevaba demasiado tiempo al teléfono.
—Cosas de ser técnica de laboratorio —dijo Erlendur.
—Ya no somos técnicos de laboratorio —dijo Valgerður.
—¿Cómo? ¿Qué sois, entonces?
—Personal biomédico.
—¿Cómo?
—Los tiempos cambian.
—¿Y qué será de los técnicos de laboratorio?
—Nos quedaremos donde estamos, simplemente cambiamos de nombre.
—Técnico de laboratorio es un buen nombre.
—Pues no volverás a oírlo.
—Lástima.
Callaron los dos.
—Perdona que te retenga tanto tiempo —dijo Erlendur—. Hablaremos tranquilamente, más tarde.
—No me retienes —dijo Valgerður—. No seas así. Libro mañana por la noche.
—Quizá nos veamos entonces —dijo Erlendur.
—Escucha a Eva —dijo Valgerður.
Erlendur salió al pasillo de los despachos y se dirigió a la sala de interrogatorios, donde sabía que estaban Sigurður Óli y Elínborg con Kjartan, preguntándole sobre los arañazos de su coche, y de que les habían contado que acusó a Niran y le agredió. Kjartan no estaba detenido. Cuando Sigurður Óli llamó a Erlendur con la nueva información y este se la transmitió a Kjartan, el hombre se puso furioso y perdió el control. Se lanzó a hablar a gritos de mentiras y conspiraciones, pero acabó reconociendo que había considerado a Niran culpable del arañazo. Pero no le había tocado ni un pelo. Todas esas historias de que había agredido a Niran no eran más que burdas falsedades.
No opuso resistencia cuando se lo llevaron a la comisaría. Sigurður fue el encargado del interrogatorio. El coche era un Volvo bastante nuevo, que Kjartan dijo haber comprado hacía menos de un año. Ya lo había llevado a reparar en el taller de un primo suyo. El arañazo ya estaba arreglado y ahora el coche esperaba a ser repintado. Habían hecho fotos de los daños para la compañía de seguros de Kjartan, y en ellas se veía un fino arañazo desde los intermitentes traseros por todo el costado y las puertas hasta los faros delanteros. El coste de un arañazo así era considerable, y Kjartan discutía con la compañía de seguros, que había encontrado un hueco legal que la beneficiaba. Las fotos no podían indicar qué clase de objeto se había usado para rayar el coche. Probablemente se trataba de una navaja. Podía ser un destornillador. Incluso una llave.
No habían decidido si solicitar o no la detención provisional de Kjartan. Él mantenía con gran énfasis que era absurdo relacionar aquella trifulca con el ataque a Elías de ese día. No había visto el arañazo cuando se fue a trabajar por la mañana. Reinaba la oscuridad y no podía afirmar o desmentir nada cuando le preguntaron si estaba seguro de que el daño en su coche se había producido en el aparcamiento del colegio. Su casa estaba en un barrio distinto al de la escuela, aunque solo a media hora caminando. Cuando se disponía a regresar a su barrio a mediodía, vio el arañazo. Dijo que había visto a Niran con sus amigos cerca del aparcamiento y le preguntó si sabía algo del rasponazo, pero Niran le respondió de malos modos. Nunca había soportado a aquel chico. Entre ellos habían intercambiado algunas palabras que eran todo menos amables. Kjartan lo reconoció, pero siguió afirmando que no pegó al chico en la calle. La policía no tenía más que hablar con el chico que presenció lo sucedido.
Erlendur abrió la puerta y entró en la sala de interrogatorios.
—¿Por qué no nos hablaste de eso? —preguntó Sigurður Óli—. ¿Por qué hemos tenido que enterarnos por otras personas?
—Pensé que no tenía que ver con el caso —dijo Kjartan mirando a Erlendur, que estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados—. Es ridículo relacionarlo con el ataque al niño. No comprendo cómo podéis relacionar esos dos hechos. Le pregunté a Niran si me había destrozado el coche, y él se limitó a reírse. No le saqué nada.
—Y tú te pusiste furioso —dijo Sigurður.
—Naturalmente —respondió Kjartan, alzando la voz—. Tú también te habrías puesto furioso. ¿Te gustaría que te hicieran algo así?
—Tenemos ciertos informes de que esa mañana estabas especialmente irritable en el colegio.
—¿Te refieres a lo que pasó con Finnur?
Sigurður Óli asintió con la cabeza.
—No fue nada. Discutimos siempre.
—¿Llevaba Niran algún objeto o dijo algo que pudiera dar a entender que había rayado el coche?
—Yo quería saber si llevaba una navaja o un destornillador —dijo Kjartan—. Por eso le reprendí y él se resistió, pero no le tiré al suelo. Se apartó de mí y se cayó. Entonces le dejé en paz. Nunca supe si llevaba una navaja o cualquier otra cosa. ¿Pensáis detenerme por eso?
Sigurður miró a Erlendur, que no mostró reacción alguna.
—Yo no le hice nada a ese chico —dijo Kjartan—. Si me detenéis será suficiente para que todos me llamen asesino. A lo mejor solo un día, pero con eso bastará. ¿Y si no encontráis nunca al culpable? ¡Me llamarán así el resto de mi vida! ¡No he hecho nada!
—Alimentas el odio a los inmigrantes —dijo Erlendur—. No es simple desprecio, es puro y simple odio. Ni siquiera lo niegas. Se nota en todo lo que dices. Estás orgulloso de ello. No haces más que demostrarlo una y otra vez. ¿Crees que nosotros podemos limpiar tu imagen?
—¡No podéis maltratarme por no compartir mis ideas!
—Nadie te está maltratando —dijo Sigurður Óli. Erlendur pidió a Sigurður que saliera con él al pasillo.
Kjartan los siguió con la mirada.
—¡No he hecho nada! —gritó cuando se cerró la puerta de la sala de interrogatorios.
—Algo de razón tiene —comenzó Sigurður Óli cuando estuvieron en el pasillo.
—Desde luego —dijo Erlendur—. Es el móvil de un crimen más pobre que he oído nunca. Kjartan no es más que un bocazas. No tiene historial de violencia, nunca ha tenido problemas con la policía. Le dejaremos irse. Pero mantenlo aquí hasta que no tengamos más remedio que soltarlo.
—Erlendur, no podemos…
—Pues vale —dijo Erlendur con una mueca, y se marchó a grandes zancadas por el pasillo—. Suéltale ya.
Bergþóra aún estaba despierta cuando Sigurður Óli llegó a casa por la noche, bastante tarde. Le esperaba. Últimamente, Sigurður no estaba mucho en casa, no solo por el asesinato de Elías, sino por diversos motivos. Bergþóra pensaba que estaba evitándola. Tal como ella veía las cosas, y se lo había dicho a su marido, su relación estaba en una encrucijada. No podían tener hijos y debían decidir el próximo paso a dar.
Sigurður Óli entró en la cocina y se echó zumo en un vaso. De camino a casa había pasado por el gimnasio y fue el último en salir. Pasó un buen rato en la cinta de correr y levantando pesas, hasta que el sudor le corrió por todas partes.
—¿Alguna novedad en el caso? —preguntó Bergþóra al aparecer en camisón en la cocina.
—No —respondió Sigurður Óli—. Nada. No tenemos ni idea de lo que pasó.
—¿No es un tema de racismo?
—No lo sé. Ya se verá.
—Pobre niño. Y su madre. Tiene que ser un auténtico infierno para ella.
—Sí. ¿Y tú cómo estás?
Sigurður Óli pensaba contarle que Elías iba al mismo colegio que él cuando era pequeño, y que había sido una sensación algo extraña volver a su antiguo colegio y ver una foto suya de la época de las discotecas. Pero no lo hizo. No sabía por qué. Quizás estaba cansado.
Pero no tanto como para no ir al gimnasio, diría Bergþóra.
En otros tiempos le habría encantado contarle todo lo sucedido a lo largo del día.
—Estoy muy bien —dijo Bergþóra.
—Me parece que me voy directo a meterme en el sobre —dijo Sigurður Óli, y puso el vaso en el fregadero.
—Tenemos que hablar —dijo Bergþóra.
—¿No podemos esperar a mañana? —dijo Sigurður Óli.
—Ya es mañana —dijo ella—. He querido hablar contigo un montón de veces pero nunca estás en casa. He empezado a creer que evitas volver a casa para estar conmigo.
—Hay muchísima faena en el trabajo. A veces a ti te pasa lo mismo. Los dos trabajamos mucho. No estoy intentando evitar nada.
—¿Qué quieres hacer?
—No lo sé, Begga —dijo Sigurður Óli—. Creo que es un paso muy grande.
—La gente adopta niños constantemente —dijo Bergþóra—. ¿Por qué no podemos hacerlo también nosotros?
—No estoy diciendo… quiero ser prudente.
—¿De qué tienes miedo?
—No consigo hacerme a la idea de que un día me veré obligado a adoptar un niño. Nunca he tenido que pensar en ello. Para mí es una idea completamente nueva y extraña. No es así para ti y lo comprendo, pero lo es para mí.
—Sé que es un gran paso.
—Quizá demasiado grande —dijo Sigurður Óli.
—¿Qué quieres decir?
—Quizá eso de adoptar no conviene a todo el mundo.
—Lo que quieres decir es que quizá no te convienen a ti.
—No lo sé. ¿No podemos consultarlo con la almohada?
—Eso dices siempre.
—Sí.
—¡Pues vete a dormir!
—Llevamos demasiado tiempo discutiendo por lo mismo. Tener niños, adoptar…
—Sí.
—Llevo todo el día con el estómago revuelto.
—Sí.
—¿No podemos olvidarlo?
—No —dijo Bergþóra—. No podemos olvidarlo.