Erlendur no culpó al agente por la desaparición de Sunee y Niran, aunque el hombre había dado muestras de una negligencia difícil de comprender. Estaba convencido de que la intérprete, que fue la última en salir de la casa de madre e hijo, les había ayudado a huir y ocultarse. Había conseguido que el agente de policía desapareciera un momento y después los condujo a algún lugar que no quería confesar. Tras echar una buena bronca al policía, le mandó a buscar a la intérprete. El teléfono fijo de Sunee no permitía consultar las llamadas que había hecho o recibido, pero Elínborg solicitó a la fiscalía que le facilitaran una lista de las llamadas entrantes y salientes en la línea de Sunee durante los últimos meses.
Elínborg telefoneó a Erlendur y le habló de su conversación con la tutora de Elías, en la otra escuela.
—¿No te parece que simplemente intenta proteger a su hijo huyendo con él? —preguntó a Erlendur cuando este le habló de la desaparición de ambos.
—Sería una explicación totalmente plausible —dijo Erlendur—. La cuestión es de qué cree que tiene que proteger a su hijo.
—¿Quién sabe? Quizás el chico se ha confesado con su madre.
Erlendur acababa de colgar a Elínborg cuando su teléfono volvió a sonar. El comisario jefe del departamento de Estupefacientes le dijo que acababan de pillar a una chica del colegio que intentaba revender droga en el perímetro del colegio. Hasta ese momento no había tenido problemas con la policía, pero su hermana mayor era una vieja conocida de los de Estupefacientes. Era una yonqui totalmente enganchada que había sido detenida varias veces por delitos relacionados con drogas. Las hermanas tenían un hermano mayor, un tipo problemático que cumplía pena por homicidio en la prisión de Litla-Hraun; atracó a un transeúnte en el centro de la ciudad y le produjo heridas que le causaron la muerte.
—El no va más, diríamos —dijo Erlendur.
—La crème de la crème —dijo el comisario—. ¿Quieres hablar con ellas?
—Sí, tráelas —respondió Erlendur.
En ese momento, la intérprete apareció en el piso de Sunee. Erlendur cortó su conversación telefónica y se metió el móvil en el bolsillo del abrigo.
—¿Dónde están? —dijo con determinación, dirigiéndose hacia Guðný—. ¿Por qué se han largado? ¿Adónde te los has llevado?
—¿Realmente me estás acusando de eso? —dijo ella.
—Mentiste al agente —dijo Erlendur— y luego volviste a recogerlos. Queremos saber qué has hecho con ellos. Podría encerrarte por obstrucción a la investigación policial. No me obligues a hacerlo.
—Yo no tengo nada que ver con eso —repuso Guðný—. No volví a recogerlos. Y ni se te ocurra amenazarme. Si quieres encerrarme, venga, hazlo.
—Necesitamos que nos informes —dijo Sigurður Óli, que salió del pasillo interior del piso y escuchó la conversación—. Fuiste la última persona que habló con ellos. ¿Por qué han desaparecido?
—No tengo ni idea —dijo Guðný con un suspiro—. Al decírmelo la policía, me quedé tan boquiabierta como vosotros. Cuando les dejé hace un rato —miró su reloj de pulsera—, hará unos tres cuartos de hora, no me dio la sensación de que Sunee tuviera intención de desaparecer. Dijo que necesitaba algunas cosas para la casa. Yo llegaba tarde a una reunión. El agente tuvo la amabilidad de ayudarla. Ni siquiera me imaginé que estaba preparando una trampa. No me dijo nada. Me da igual si me creéis o no. Yo no sabía nada.
—¿Sabes dónde pueden haber ido? —preguntó Sigurður Óli.
—No, ni idea. Ni siquiera sé si están escondidos. A lo mejor vuelven dentro de un rato. Quizá solo han salido de casa un momento por algún motivo. A lo mejor no se han escondido. ¿Lo habéis comprobado?
—¿Llamó a alguien esta mañana? —preguntó Sigurður Óli.
Guðný les comentó que, aquella mañana, ella había llegado temprano. A esas horas estaba el agente en la puerta, y un vehículo de la policía con dos agentes más, en el aparcamiento de delante del bloque. Más tarde llamaron al coche de policía y desapareció. Sunee le dijo entonces que quería que les dejaran en paz, a ella y a Niran, que lo estaba pasando muy mal. No había conseguido convencer a su hijo para que hablase con ella y, si su madre había fracasado, seguro que un poli o un psicólogo no tendrían más éxito que ella. Necesitaba pasar tiempo con Niran para que este abandonase su mutismo. Era obvio que la muerte de su hermano pequeño le había provocado un gran impacto emocional y ella quería hacer todo lo posible para ayudarle. Eso era lo primero. Guðný se había quedado con ellos y les propuso ayudarles pero, cuando Sunee se dio cuenta de que la intérprete tenía que marcharse un rato, le dijo que necesitaba comprar algunas cosas.
—¿En aquel momento Sunee sabía que el coche de policía se había ido?
—Sí, lo vio marcharse.
—¿Qué pasó con ese maldito coche? —preguntó Erlendur a Sigurður Óli, que conocía perfectamente la respuesta. Le habían avisado porque se había producido un grave enfrentamiento con un montón de implicados, unas calles más abajo. Era el coche más cercano. Pensaron que solo tendría que ausentarse unos minutos.
Erlendur sacudió la cabeza, impotente.
—¿Quién es el novio de Sunee? —preguntó a Guðný.
—Ya os he dicho que no sé nada de ningún novio —respondió Guðný, titubeante.
—¿Es posible que se haya ido con él? —dijo Erlendur.
—Parece que no tenía muchos sitios adónde ir —añadió Sigurður Óli.
—¿Qué clase de persona es? —preguntó Erlendur lanzando una mirada furiosa a Sigurður. De vez en cuando se entrometía en las conversaciones y eso encendía a Erlendur.
—No sé nada de ningún novio —repitió Guðný—. A lo mejor está en casa de su suegra. ¿Lo habéis comprobado? ¿Y en casa de su hermano?
—Es el primer sitio adonde iremos —dijo Erlendur.
En ese momento entró Elínborg.
—¡¿Cómo pueden haber desaparecido?! —exclamó—. ¿No les estaban vigilando?
—Está asustada —dijo Guðný—. ¿Quién no estaría asustado en esta situación? Si se ha largado, será para proteger a su hijo. En estos momentos no debe de pensar en nada más. No confía en vosotros. Es obvio. Solo confía en sí misma. Es lo que ha hecho siempre.
—¿Por qué no iba a confiar en nosotros? —dijo Elínborg—. ¿Tiene algún motivo para esa desconfianza?
Guðný la miró.
—No lo sé —dijo—. No tengo respuesta a todas vuestras preguntas.
—¿Quién es su novio? —preguntó Erlendur—. ¿Qué relación tiene con Sunee? ¿Cuándo se conocieron? ¿Fue él la causa de que Sunee se separara de su marido? ¿Conocía bien a los chicos? ¿Cómo se llevaba con ellos?
Guðný miró a los policías, de uno en uno.
—Hace poco conoció a un hombre —dijo por fin.
—Sí, ¿y? —dijo Erlendur, impaciente.
—No creo que esté en su casa. No sé nada del divorcio de Sunee y Óðinn, ni tampoco cuándo apareció ese hombre en la vida de Sunee.
—¿Y quién es?
—Un amigo de Sunee.
—Un amigo; pero ¿de qué clase? —preguntó Erlendur.
Sigurður Óli le hizo una señal a Elínborg para que reprimiera su disgusto por el punto al que había llegado la investigación. Guðný miró a Elínborg, después a Sigurður Óli y finalmente otra vez a Erlendur, y se encogió de hombros.
—¿Tiene trabajo? ¿Sabes dónde vive?
—Sunee nunca me ha dicho nada de él. Ni siquiera sé cómo se llama.
—¿Por qué crees que no ha ido a su casa? Dijiste que no iría a su casa, ¿por qué?
—Simple intuición, nada más —dijo Guðný.
Erlendur recordó las palabras del exmarido de Sunee, que le había dicho que su mujer tenía un novio pero que él no sabía nada de él. Que Virote sabía algo. Guðný acababa de reconocer su existencia. La antigua maestra de Elías, Emilía, creía que era islandés.
—¿Es islandés? —preguntó Erlendur.
—Sí —respondió Guðný.
—¿Hace mucho que están juntos?
—No lo sé con exactitud.
—Aquí hay algo más; antes hablaste de confianza —dijo Erlendur—. Sé que no tienes respuesta a todas nuestras preguntas. Pero hay una que no podemos pasar por alto, por muy desagradable que parezca, y es la pregunta sobre Niran. Ahora que Sunee ha huido con Niran, la pregunta es aún más urgente.
—¿De qué estás hablando? —preguntó la intérprete.
Sigurður Óli y Elínborg se miraron como si no supieran adónde quería llegar Erlendur.
—¿Por qué se larga y desaparece con Niran? —preguntó Erlendur, bajando la voz.
—No lo sé —respondió Guðný.
—¿Es posible que quiera sacarle del país?
—¿Sacarle del país?
—¿Por qué no?
—Creo que intenta protegerle, pero no sé nada más. No, no creo que esté intentando sacarle del país. No sabría qué hacer para sacarle de Islandia.
—Podría conocer a una persona. O personas.
—¡Eso es absurdo!
—Yo también creo que intenta proteger a Niran —dijo Erlendur—. Creo que se ha escondido con él porque él le ha contado algo. Él sabe lo que pasó.
—¡No puedo creer que sigas pensando que participó en el asesinato de su hermano! —exclamó Guðný, furiosa.
—Tenemos que considerar todas las posibilidades y no ayuda lo más mínimo que Sunee haya desaparecido con el niño. Es posible que quiera protegerle de esa forma, pero quizás ella sepa algo que nosotros no sabemos. Imagino que su hijo le debe de haber contado algo relacionado con el caso.
—Si Niran hubiera hecho algo malo, Sunee nos lo habría dicho. La conozco. No cubriría al chico.
—Debemos contemplar todas las posibilidades.
—Pero ¡eso no una posibilidad! —gritó la intérprete.
—No me vengas con qué es posible y qué no —dijo Erlendur.
—No puedes mantenerlos aquí como en una prisión —dijo Guðný—. ¡No puedes encerrarlos en el piso! Tienen que ser libres de ir adonde quieran.
—No quiero que les pase nada más —dijo Erlendur—. Tienen que informarnos de adónde quieren ir.
—Vaya gilipollez —dijo Guðný.
—¡Ahí está!
Sigurður Óli tenía los ojos fijos en la puerta de la escalera, donde estaba Sunee. Iba acompañada por su hermano, pero Niran no estaba con ellos.
Guðný les dijo algo en tailandés. Le respondió Virote. Sunee miró titubeante a Erlendur.
—Niran no ha hecho nada —dijo.
—¿Dónde está? —preguntó Erlendur.
Sunee habló un rato con Guðný.
—No está segura de poder protegerlo —dijo Guðný—. Ahora está en un lugar seguro. Sunee sabe que quieres interrogarle, pero dice que no es necesario. El chico no ha hecho nada ni sabe lo más mínimo. Volvió ayer a casa solo; entonces vio a la policía y a su hermano, y sufrió un shock. Corrió a esconderse y fue incapaz de hablar con su madre hasta esta mañana. Aseguró a Sunee que no tenía ni idea de lo que le había pasado a su hermano. Él no participó en ello, ni siquiera había estado con Elías, ni le había visto durante el día. Estaba asustado.
—¿Asustado de qué?
—De que le sucediera lo mismo a él —dijo Guðný.
—Dile a Sunee que no hace bien al ocultar al chico. Que despierta sospechas e incluso es peligroso mientras no sepamos más sobre el caso. No tenemos ni idea de lo que le sucedió a Elías, y si ella cree que Niran corre peligro, tendrá que confiar en nosotros para que podamos protegerle. Solo está empeorando las cosas.
Guðný tradujo las palabras de Erlendur, pero Sunee empezó a sacudir la cabeza antes de que esta acabase.
—Niran no ha hecho nada —dijo mientras clavaba los ojos en Erlendur.
—Pídele que nos diga dónde está su hijo —le rogó Erlendur.
—Dice que no tienes que preocuparte por él —dijo Guðný—. Te pide que en vez de eso te dediques a averiguar quién mató a Elías. ¿Hay alguna novedad en la investigación?
—No —respondió Erlendur, intentando imaginar lo que haría él si estuviera en el lugar de Sunee. A lo mejor estaba haciendo lo correcto. Erlendur no podía saberlo.
—Hemos oído que has conocido a un hombre, un islandés, ¿es cierto? —dijo Erlendur—. Aún no he tenido ocasión de preguntarte nada al respecto.
Guðný tradujo.
—Él no tiene nada que ver con esto —dijo Sunee.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó Sigurður Óli—. ¿Qué puedes decirnos sobre él?
—Nada —respondió Sunee.
—¿Sabes cómo podemos hablar con él?
—No —respondió Sunee.
—¿Trabaja? ¿Sabes dónde trabaja?
—Eso no es asunto vuestro —dijo Sunee.
—¿Qué tipo de relación mantenéis? —preguntó Erlendur.
—Es mi amigo.
—¿Qué clase de amigo?
—No entiendo la pregunta.
—¿Es más que un simple amigo?
—No, solo eso.
—¿Crees que ese hombre pueda haber tenido algo que ver con el asesinato de tu hijo? —preguntó Sigurður Óli.
—No —dijo Sunee.
—¿Aún seguís con eso? —protestó Guðný.
Erlendur asintió con la cabeza.
—Luego hablaremos con ella con calma. Intenta hacerle entender que no arregla nada escondiendo a Niran.
—Quizá solo le esté salvando la vida —dijo Guðný—. Intenta ponerte en su lugar. Intenta comprender por lo que está pasando.
Los tres bajaron y se sentaron en el coche de Erlendur.
—¿Quién es esa mujer, que es tan buena intérprete? —preguntó Erlendur, sacando un paquete de cigarrillos.
—¿No estarás pensando en ponerte a fumar? —exclamó Sigurður Óli, que ocupaba uno de los asientos de atrás.
—¿Guðný? —dijo Elínborg—. Vivió muchos años en Tailandia. Viaja allí con frecuencia y tiene un gran aprecio por el país y su gente. Durante el verano trabaja en Tailandia como guía turística. Creo que se ha comportado estupendamente, dadas las circunstancias. Me cae muy bien.
—A ti no te aguanta —dijo Sigurður Óli a Erlendur.
Erlendur encendió un cigarrillo e intentó echar el humo hacia atrás.
—¿Le sacaste algo más a Andrés? —preguntó Erlendur.
Sigurður Óli se había quedado en la sala de interrogatorios cuando Erlendur se puso en pie de un salto y salió pitando. Dijo que intentó que Andrés dijese el nombre de aquel individuo que acababa de trasladarse al barrio, pero no logró nada. Sigurður le explicó el interrogatorio a Elínborg y afirmó que, en su opinión, lo que había contado Andrés no tenía nada que ver con la realidad y que solo era una estratagema para apartar la atención de él mismo. Era un método muy antiguo y conocido.
—No quiso describírmelo —dijo Sigurður Óli— ni darme más información sobre ese hombre.
—Si le hizo daño a Andrés cuando era niño, al menos tendrá que ser mayor que él —dijo Erlendur—. No sé, ahora podría andar entre los sesenta y los setenta. Aunque no acabo de creerme que sea cuestión de pedofilia. Los pedófilos no son asesinos. Al menos no en sentido literal.
Era el segundo día de la investigación y todavía no habían logrado información precisa que les permitiera formarse una opinión razonable. Nadie parecía haber visto a Elías ese día por las calles. El lugar donde fue apuñalado, la caseta del transformador, estaba junto a un sendero muy estrecho, ya que a un lado había plazas de aparcamiento. El sitio era perfectamente visible desde los pisos superiores de los bloques de viviendas de la zona, y la policía los había examinado, pero ningún vecino había visto nada raro ni sospechoso. A la hora en que atacaron a Elías había muy poca gente en casa.
La atención de Erlendur se dirigió hacia la escuela. Elínborg les contó que Niran formaba parte de un grupo de inmigrantes que estaba metido en peleas en el colegio al que iban antes los dos hermanos. Dijo que podría haber trasladado al nuevo colegio las experiencias acumuladas en el antiguo. Erlendur indicó que formaba parte de la pandilla que, como dijo uno de los alumnos, solía pasar el rato cerca de la farmacia, y que a veces acababan peleándose con otros alumnos de la escuela.
—Y también tenemos un pedófilo y un delincuente habitual y un novio islandés —dijo. Sigurður Óli—. Sin olvidar al profesor que no esconde su odio por todos los inmigrantes y que provoca considerable malestar en la escuela. Menuda panda.
Estaba claro que Niran debía de tener la clave del caso y el hecho de que hubiera desaparecido, o huido, o que su madre le hubiera escondido, mostraba su importancia. Se les había escapado de las manos de la forma más tonta. Erlendur definió el suceso con no pocas palabras, ninguna de ellas amable. Se culpaba por lo sucedido. Era culpa suya y de nadie más.
—¿Cómo podíamos haberlo imaginado? —repuso Elínborg, a quien le parecía una reacción excesiva—. Sunee se ha mostrado dispuesta a colaborar en todo momento. No había nada que indicase que fuera a embarcarse en semejante locura.
—Tenemos que hablar de inmediato con el padre del chico, con la suegra y con el hermano de Sunee —dijo Sigurður Óli—. Son su familia más cercana. Son las personas que estarían más dispuestas a ayudarla.
Erlendur les miró.
—Creo que la mujer me ha llamado hoy por teléfono —dijo finalmente.
—¿La mujer desaparecida? —dijo Elínborg.
—Eso creo —dijo Erlendur, y les habló de la llamada telefónica que recibió mientras visitaba a Marion en el hospital—. Dijo «Esto no puede continuar», y colgó.
—¿Esto no puede continuar? —Elínborg repitió sus palabras—. Esto no puede continuar. ¿Qué querría decir?
—Si se trata de esa mujer… —dijo Erlendur—. Pero no sé quién podría ser, si no. Ahora tendré que ir a ver al marido para decirle que es posible que su mujer siga viva. No ha sabido nada de ella en todo este tiempo, y de pronto va y me llama a mí. A menos que él esté perfectamente enterado de lo que sucede. ¿Qué quiere decir «Esto no puede continuar»? Es como si los dos estuviesen conspirando. ¿Es posible que estén montando una estafa entre los dos?
—¿Tenía la mujer seguro de vida por una cantidad elevada? —preguntó Sigurður Óli.
—No —respondió Erlendur—. No hay nada de eso. No es una película americana.
—¿Has empezado a sospechar que quizá la haya matado? —preguntó Elínborg.
—Esa mujer no tiene por qué estar viva —dijo Erlendur—. No hay nada que indique que no sea un suicidio. Esa llamada contradice totalmente todo lo que sabíamos. Todo.
—¿Qué piensas decirle al marido?
Erlendur se había estado preguntando lo mismo desde que recibió la llamada. La poca consideración que sentía por aquel hombre se reducía a medida que sabía más cosas sobre su pasado. Era un hombre con una necesidad inagotable de buscar nuevas mujeres. Los amigos y compañeros de trabajo del marido con los que había hablado se lo dijeron claramente. Algunos contaron que, desde siempre, tenía mucho éxito con las mujeres, era todo un seductor, un hombre casado que no tenía el menor escrúpulo en ir de una mujer a otra. Uno de sus compañeros de trabajo le contó que una vez habían salido un grupo a divertirse y que él ligó con una mujer que le había gustado. Se quitó el anillo de bodas para que no supiera que estaba casado y lo enterró en una maceta que había por ahí. Al día siguiente tuvo que volver a la discoteca a por el anillo.
En aquel momento, aún no había conocido a su última esposa. Erlendur no creía que aquella mujer estuviera al corriente de sus aventuras amorosas. El marido le tendió una trampa, le ocultó que estaba casado, y así la cosa se fue alargando más y más, mucho más de lo que ella podía imaginar al principio, hasta que ya no hubo vuelta atrás. Empezaron a tener problemas. Ella comenzó a sentir un profundo sentimiento de culpa, además de sufrir depresión y soledad. El marido no reconoció que su mujer se sintiera mal cuando Erlendur le preguntó por su estado psicológico antes de la desaparición. «Estaba perfectamente —fue la respuesta—. Nunca me dijo que se sintiera mal ni nada por el estilo». Cuando Erlendur le presionó, diciendo que su mujer podía sospechar que había empezado a engañarla dos años después de la boda, él se encogió de hombros, como si fuera algo que no tuviese la menor relación con Erlendur ni con la desaparición. Cuando el investigador insistió un poco, el hombre dijo que aquello era un asunto privado y que no le interesaba a nadie más que a él.
No había testigos del momento de la desaparición de la mujer. Había llamado al trabajo diciendo que no iría porque estaba enferma, y pasó el día en casa sola. Los hijos del marido estaban con su madre. Cuando él llegó a casa hacia las seis, la mujer no estaba. No había hablado con ella durante todo el día. Al anochecer seguía sin saber nada de ella, empezó a preocuparse y no pudo dormir en toda la noche. Fue a trabajar por la mañana y estuvo llamando a casa una vez tras otra sin obtener respuesta. Llamó a algunas amistades comunes, a los compañeros de trabajo de ella y a cualquier lugar donde se le ocurrió que podría localizarla, pero no la encontró en ningún sitio. Pasó el día entero sin decidirse a llamar a la policía. Ni siquiera sabía cómo iba vestida cuando se fue de casa. Los vecinos no la habían visto y tanto los amigos comunes como los viejos amigos de su mujer dijeron que no sabían nada de ella. Tenían dos coches, y el de ella estaba aparcado delante de la casa. Tampoco había pedido un taxi.
Erlendur se la imaginó saliendo de su casa y desapareciendo sola y abandonada en la oscuridad de uno de los días más cortos del invierno.
—Nunca puede haber ni la más mínima confianza entre unas personas que comienzan una relación con unas bases como estas —dijo Elínborg molesta, como cada vez que hablaba de aquel caso.
—Y luego está la cuestión de la cuarta mujer —dijo Sigurður Óli—. ¿Existe?
—El marido niega tajantemente haber engañado a su mujer y yo no he descubierto nada que demuestre lo contrario —dijo Erlendur—. Solo tenemos las palabras de la esposa, que creía que había empezado a verse con otra mujer y estaba desesperada por ello. Parecía lamentar lo que había hecho.
—Y luego va y llama un día cuando ve tu nombre en los periódicos a causa del crimen —dijo Elínborg.
—Como salida de la tumba —dijo Erlendur.
Permanecieron sentados en silencio y pensaron en la mujer desaparecida y en Sunee y en el pequeño Elías en el bloque de viviendas.
—¿Realmente te lo planteas? —preguntó Elínborg—. Lo de Niran, quiero decir, que pueda ser culpable de la muerte de su hermano.
—No —respondió Erlendur—. En absoluto.
—Pero ella parece decidida a sacar a su hijo del mapa… Si no, se habría quedado en casa —dijo Sigurður Óli.
—Puede que esté asustado —dijo Erlendur—. Quizá los dos estén asustados.
—Posiblemente —dijo Sigurður Óli.
—El chico tiene que haber dicho algo que causara esa reacción radical de Sunee —dijo Elínborg.
—¿Y cómo va Marion, por cierto? —preguntó Sigurður Óli.
—Ya no le queda mucho —dijo Erlendur.
Estaba en pie, junto a la ventana de su despacho de la calle Hverfisgata, fumando y mirando los copos de nieve que formaban remolinos en las calles. Había empezado a oscurecer y un frío aún más intenso se adueñaba de la ciudad, que se preparaba para la velada antes de acostarse.
Sonó un pitido en el intercomunicador de su escritorio y le dijeron que había venido un joven que preguntaba por él y que decía llamarse Sindri Snaer. Erlendur pidió al instante que le hicieran pasar a su despacho, y al poco su hijo apareció en la puerta.
—Se me ocurrió pasar a verte cuando iba camino de una reunión —dijo.
—Entra —dijo Erlendur—. ¿Qué reunión?
—Alcohólicos Anónimos —dijo Sindri—. Está aquí mismo, en Hverfisgata.
—¿No tienes frío, vestido así? —dijo Erlendur, señalando la ligera chaqueta de verano que llevaba puesta.
—No mucho —respondió Sindri.
—Siéntate. ¿Quieres un café?
—No, gracias. Me he enterado del crimen. ¿Lo llevas tú?
—Yo y otros.
—¿Sabéis algo?
—No.
Sindri se había ido a vivir a Reikiavik hacía poco tiempo, después de estar trabajando en la pesca, en la región de los fiordos orientales. Allí supo que hacía mucho tiempo, durante una gran nevada, su padre y su tío se habían perdido en el páramo de Eskifjorður, y que Erlendur iba al este cada varios años y subía al páramo donde estuvo a punto de morir. Sindri no sentía tanto rencor hacia su padre como Eva Lind; hasta hacía poco, le era indiferente. Ahora se presentaba de repente en su casa o en la comisaría de vez en cuando. Pasaba un ratito, con frecuencia el tiempo de fumarse un cigarrillo.
—¿Has sabido algo de Eva? —preguntó.
—Llamó. Preguntó por Valgerður.
—¿Tu mujer?
—No es mi mujer —dijo Erlendur.
—No es lo que dice Eva. Ella dice que casi se ha ido a vivir contigo.
—¿Tan preocupada está por Valgerður?
Sindri asintió con la cabeza y sacó una cajetilla.
—No lo sé. Quizá crea que la prefieres a ella.
—¿Que la prefiero? ¿A quién la prefiero?
Sindri aspiró el humo y lo exhaló por la nariz.
—¿A ella? —preguntó Erlendur.
Sindri se encogió de hombros.
—¿Te ha dicho algo?
—No —respondió Sindri.
—Hace bastante que Eva no se pone en contacto conmigo. Aparte de esa llamada de ayer. ¿Crees que quizá sea por eso?
—No importa. Creo que se está recuperando. Ha dejado al camello ese y me dijo que pensaba volver a trabajar.
—¿No es la historia de siempre?
—Pues sí.
—¿Y qué me cuentas de ti? ¿Cómo te va?
—Genial —dijo Sindri, levantándose. Apagó el cigarrillo en el cenicero que había sobre la mesa—. ¿Vas a ir a los fiordos este verano?
—No lo he pensado. ¿Por qué?
—Por nada. Una vez fui a ver la casa, cuando estaba trabajando por allí. No sé si te lo conté.
—Está en ruinas.
—Es bastante deprimente ir por allí. También porque sé el motivo por el que dejaste aquel lugar.
Sindri abrió la puerta y salió al pasillo.
—Si decides ir, avísame; si quieres —dijo.
No esperó respuesta y cerró la puerta sin hacer ruido. Erlendur se sentó en un sillón y se quedó mirando la puerta. Por un instante volvió a la granja donde nació y creció. La casa aún seguía allí, inservible, bajo el páramo. Dormía en ella cuando visitaba las tierras de su infancia con una finalidad nada clara. Quizá para volver a oír las voces de su gente y recordar lo que en tiempos tuvo y amó.
En aquella casa —ahora desnuda y muerta, abierta a los vientos y a las inclemencias del tiempo— escuchó por primera vez aquella palabra desconocida y odiosa que se adueñó de su conciencia.
Asesino.