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—En este momento su madre no tiene tiempo para él —dijo Claire, y volvió a dejar el móvil donde estaba. Incluso lo cubrió con la servilleta.

No dije nada. Esperé. Esperé lo que mi esposa iba a decirme.

Claire soltó un suspiro.

—¿Sabes que ese…? —No acabó la frase—. Ay, Paul… —se lamentó—. Paul… —Echó la cabeza hacia atrás. Tenía los ojos ligeramente húmedos, brillantes, no de pena o desesperación, sino de rabia.

—¿Sabes que ese qué? —la animé.

Durante toda la velada había estado convencido de que Claire no sabía nada de los vídeos. Todavía esperaba estar en lo cierto.

—Beau los está chantajeando.

Sentí una puñalada fría en el pecho. Me froté las mejillas con las manos para que no me delatara un posible rubor.

—Ah, ¿sí? —dije—. ¿Cómo es posible?

Claire suspiró de nuevo. Cerró los puños y los descargó sobre la mesa.

—Oh, Paul. Ojalá hubiese podido mantenerte fuera de todo esto. No quería que volvieses… que te desquiciaras de nuevo. Pero todo ha cambiado. Ya es demasiado tarde.

—¿Cómo que los está chantajeando Beau? ¿Con qué?

Debajo de la servilleta se oyó un pitido. En el lateral del móvil parpadeó una lucecita azul; al parecer, Beau había enviado un mensaje.

—Él estaba allí. Al menos, eso dice. Dice que al principio quería volver a casa, pero luego cambió de opinión y regresó. Y entonces los vio salir del cajero. Eso dice.

El frío que sentía en el pecho desapareció. Sentí algo nuevo, casi una sensación de alegría: debía tener cuidado de no ponerme a sonreír.

—Y ahora quiere dinero. Ese cabrón hipócrita. Siempre supe… Tú también, ¿no? En una ocasión me dijiste que te resultaba repulsivo. Aún lo recuerdo.

—Pero ¿tiene pruebas? ¿Puede demostrar que los vio? ¿Puede probar que fueron Rick y Michel los que arrojaron el bidón?

Lo último lo pregunté para asegurarme del todo: la comprobación final. En mi cabeza se había abierto una puerta. Una rendija por donde veía la luz. Una luz cálida. Detrás de la puerta había una estancia con la familia feliz.

—No, no tiene pruebas —dijo Claire—. Pero tal vez no sean necesarias. Si Beau va a la policía y los señala como los autores… Las imágenes de la cámara de vigilancia son muy malas, pero si pueden compararlas con las personas en cuestión… no lo tengo claro.

Papá no sabe absolutamente nada. Tenéis que hacerlo esta noche.

—Michel no estaba en casa, ¿verdad? Cuando lo has llamado hace un rato. Cuando le has preguntado a Babette tantas veces qué hora era.

En el rostro de Claire apareció una sonrisa. Me tomó de nuevo la mano y la apretó.

—Lo he llamado. Vosotros me habéis oído hablar con él. Babette es el testigo imparcial que necesitaba para que me oyeran hablar con mi hijo a esa hora. Pueden mirar el registro de llamadas de mi móvil para confirmar que la llamada se hizo de verdad y cuánto duró. Lo único que tenemos que hacer después es borrar el mensaje del contestador automático de nuestro teléfono fijo.

Miré a mi esposa. Sin duda mi mirada reflejaba admiración. No era preciso fingir: era una admiración sincera.

—Y ahora está en casa de Beau —dije.

Asintió.

—Está con Rick, pero no en casa de Beau. Han quedado en otro lugar. Fuera.

—Y van a hablar con él. A intentar que cambie de opinión.

Mi esposa me cogió también la otra mano.

—Paul, ya te he dicho que hubiera preferido mantenerte al margen de esto. Pero no podemos dar marcha atrás. Tú y yo. Se trata del futuro de nuestro hijo. Le he dicho a Michel que debe tratar por todos los medios de que Beau entre en razón. Pero si no lo consigue, deberá hacer lo que crea más conveniente. Le he dicho que no quiero saberlo. La semana que viene cumple los dieciséis. Ya no tiene que contárselo todo a su madre. Es lo bastante mayor e inteligente para tomar sus propias decisiones.

La miré. Quizá mis ojos todavía reflejaban admiración, pero otra clase de admiración, no la de unos instantes atrás.

—En cualquier caso, lo mejor será que después tú y yo podamos decir que Michel estuvo toda la noche en casa —añadió—. Y que a Babette no le quede más remedio que corroborarlo.