28

—Mamá. —Michel le echó los brazos al cuello y hundió el rostro en su pelo—. Mamá —repitió.

Mamá había llegado. Miré a ambos. Pensé en las familias felices. En las muchas veces que había mirado a Michel y su madre y cómo nunca había intentado inmiscuirme entre los dos: también eso formaba parte de la felicidad.

Después de acariciar un rato la espalda y la nuca de Michel por debajo de su gorra negra, Claire me miró.

¿Cuánto sabes?, me preguntaron sus ojos.

Todo, le contestaron los míos.

Casi todo, me corregí al pensar en el mensaje que ella le había dejado a su hijo.

Entonces Claire cogió a Michel por los hombros y lo besó en la frente.

—¿A qué has venido, cariño? —preguntó—. Creía que habías quedado.

Los ojos de Michel buscaron los míos; en aquel instante, comprendí que Claire no sabía nada de los vídeos. Sabía mucho más de lo que yo había imaginado hasta entonces, pero nada de los vídeos.

—Ha venido a buscar dinero —tercié sin dejar de mirar a Michel. Claire enarcó las cejas—. Le pedí prestado algo de dinero y tenía que habérselo devuelto esta tarde antes de irnos, pero se me ha olvidado.

Michel entornó los ojos y arañó el suelo con las zapatillas de deporte. Mi esposa me observó en silencio. Eché mano al bolsillo.

—Cincuenta euros —proseguí, y le tendí el billete a Michel.

—Gracias, papá —dijo mientras se guardaba el dinero en la cazadora.

Claire dio un profundo suspiro y tomó a Michel de la mano.

—¿No tenías que…? —Me miró—. Deberíamos volver a entrar. Serge y Babette preguntaban por tu tardanza.

Abrazamos a nuestro hijo, Claire le dio tres besos en las mejillas y luego lo vimos pedalear por el sendero de grava en dirección al puente. Cuando llegó a la mitad del mismo me pareció que iba a volverse para saludarnos, pero se limitó a levantar la mano en el aire.

—¿Cuánto hace que lo sabes? —preguntó Claire cuando Michel desapareció de la vista entre los arbustos.

Pude reprimir mi primer impulso de replicar «¿Y tú?» y dije:

—Desde aquel programa en la televisión.

Me cogió de la mano como había hecho con Michel unos instantes atrás.

—¿Y tú? —añadí.

Me cogió también la otra mano. Me miró e intentó en vano esbozar una sonrisa; una sonrisa que pretendía hacernos retroceder a tiempos mejores.

—Debes saber que desde el primer momento actué pensando en ti, Paul —me aseguró—. No quería… pensé que quizá sería demasiado para ti. Tenía miedo de que… de que volvieses a… bueno, ya me entiendes.

—¿Desde cuándo? —pregunté en voz baja—. ¿Cuándo lo supiste?

Me apretó los dedos.

—Aquella misma noche —repuso—. La noche que fueron al cajero automático. —La miré con fijeza—. Michel me llamó después de lo sucedido. Me preguntó qué debían hacer.