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El hombre de la barba se estaba secando las manos. Para entonces, yo ya me había cerrado la bragueta. Di a entender que acababa de orinar, a pesar de que no se hubiese oído nada, y me encaminé hacia la puerta. Ya tenía la mano en el pomo de acero inoxidable cuando el barbas me dijo:

—¿No le resulta un poco molesto, a su amigo, cenar en un restaurante, siendo tan conocido?

Sin soltar el pomo, me volví a medias hacia él, que seguía secándose las manos con varias toallitas de papel. Entre la pelambrera de la barba, la boca había vuelto a esbozar una sonrisa, aunque esta vez no fuese triunfal sino sólo un despliegue de dientes pusilánime. Mi comentario no tiene mala intención, aclaraba la sonrisa.

—No es mi amigo —repuse.

La sonrisa se esfumó. También las manos se detuvieron.

—Mis disculpas —dijo—. Como los he visto sentados juntos… ¿Sabe?, mi hija y yo nos hemos propuesto no mirar; nos parece lo más correcto.

No respondí. La revelación de que se trataba de su hija me sentó mejor de lo que estaba dispuesto a admitir. A pesar de su chorro ostentoso, el barbas no había sido capaz de conseguir que una mujer treinta años más joven que él picase el anzuelo. Tiró los papeles en la papelera de acero inoxidable. Era un modelo de tapa basculante y le costó un poco meterlo todo de golpe.

—Me preguntaba —añadió—, me preguntaba si sería posible… Bueno mi hija y yo creemos que se avecina un cambio en nuestro país. Ella está estudiando Ciencias Políticas… y bueno me preguntaba si después podría hacerse una fotografía con el señor Lohman. —Sacó una reluciente cámara extraplana del bolsillo de su chaqueta—. Será sólo un momento. Comprendo que están ustedes en una cena privada; no deseo molestarles. Mi hija… mi hija no me lo perdonaría si se enterara de que me he atrevido a pedírselo. Ha sido la primera en decir que no hay que quedarse mirando a un político conocido en un restaurante. Que no se lo debe importunar en los escasos momentos privados que tiene. Y sobre todo que uno no debe pretender fotografiarse con él. Pero aun así, sé que le haría mucha ilusión. Salir en una foto con Serge Lohman, quiero decir.

Me quedé mirándolo. Me pregunté como sería tener un padre al que no le pudieses ver la cara por culpa de su barba descomunal. Si llegaría un día en que la hija de ese padre acabaría perdiendo la paciencia o sencillamente se acostumbraría a ello, del mismo modo que uno se acostumbra a un empapelado feo.

—No hay problema —le dije— al señor Lohman le gusta tener contacto con sus votantes. Ahora mismo estamos en medio de una conversación importante, pero míreme de vez en cuando. Cuando le haga una señal, significará que es el momento adecuado para una foto.