Eran las once en punto de la mañana siguiente.
Inky y Bones habían cantado hasta la última nota.
La experiencia les resultó bastante dura, y cuando los policías terminaron con ellos tenían más cardenales en el cuerpo de los que hay en el Vaticano.
Habían cogido e interrogado a los miembros restantes de los Musulmanes Molones —Camel Mouth, Beau Baby, Punkin Head y Slow Motion—, y ahora estaban detenidos junto con Inky y Bones.
Sus declaraciones habían sido prácticamente idénticas.
Todos se encontraban en la esquina de la calle 127 con Lenox Avenue.
P. ¿Qué hacíais allí?
R. Era sól’un ensayo de vestuario.
P. ¿Qué? ¿Un ensayo de vestuario?
R. Sí señó, como hacen en Broadway. Estábamos probando nuestros nuevos disfraces d’árabes.
P. ¿Y visteis al señor Galen cuando pasó corriendo a vuestro lado?
R. Sí señó, ahí fue cuando le vimos.
P. ¿Le reconociste?
R. No señó, no le conocíamos.
P. Sheik le conocía.
R. Sí señó, pero no nos lo dijo, y nosotros nunca l’habíamos visto antes.
P, Choo-Choo debía de conocerle también.
R. Sí señó, seguramente. Sheik y él compartían habitación.
P. ¿Pero viste a Sheik dispararle?
R. Sí señó. Dijo: «Mirá esto», sacó su nueva pistola casera y le pegó un tiro.
P. ¿Cuántas veces disparó?
R. Sólo una. Una pistola casera no tie más tiros.
P. Si, estas pistolas caseras sólo pueden disparar una vez. ¿Pero sabías que tenía el arma?
R. Sí señó. Había estao trabajando n’ella durante casi una semana.
P. ¿La fabricó él mismo?
R. Sí señó.
P. ¿Le habías visto disparar con ella antes?
R. No señó. La acababa de terminá. No l’había probao.
P. ¿Pero sabías que la llevaba consigo?
R. Sí señó. Iba a probarla’sa noche.
P. Y después de que disparara al hombre blanco, ¿qué hicisteis?
R. El hombre cayó al suelo y nos acercamos pa vé si l’había dao.
P. ¿Conocíais al primer sospechoso, Sonny Pickens?
R. No señó, también era la primera vé que le veíamos, cuando pasó a nuestro lao disparando.
P. Cuando visteis que el hombre blanco estaba muerto, ¿sabíais que había sido por el disparo de Sheik?
R. No señó, pensamos que lo había hecho’l otro tío.
P. ¿Cuál de vosotros, eh, se ventoseó?
R. ¿Qué?
P. ¿Cuál de vosotros se tiró el pedo?
R. Oh, ese fue Choo-Choo, señó, él se tiró’l peo.
P. ¿Tenía eso algún significado especial?
R. ¿Qué?
P. ¿Por qué lo hizo?
R. Fue sólo un salúo qu’hacemos a los polis.
P. ¡Ah! ¿Lo de arrojar el perfume era parte de él?
R. Sí señó, cuando se cabreaban Caleb les tiraba’l perfume encima.
P. ¿Para apaciguarlos, esto, eh, para que se alegraran un poco?
R. No señó, pa cabrearlos más.
P. ¡Ah! Bueno, ¿por qué secuestró Sheik a Pickens, el otro sospechoso?
R. Simplemente pa jugársela a los polis. Odiaba a los polis.
P. ¿Por qué?
R. ¿Qué?
P. ¿Por qué odiaba a los policías? ¿Tenía alguna razón especial para odiar a los policías?
R. ¿Razón especiá? ¿Pa odiá a los polis? No señó. No necesitaba ninguna. Sólo qu’eran polis, eso’s to.
P. Ajá, sólo qu’eran polis. ¿Es esta la pistola que tenía Sheik?
R. Sí señó. Por lo menos se le parece.
P. ¿Cómo llegó a manos de Bones?
R. Se la dio a Bones durante la fuga. El viejo de Bones trabaja pa la ciudá y pensó qu’estaría segura con él.
P. Hemos terminado, chico. Yo que tú estaría asustado.
R. Lo’stoy.
Ese fue el caso. Claro como el agua.
Sonny Pickens no pudo ser implicado en el asesinato. Se encontraba temporalmente detenido bajo un cargo de alteración del orden público mientras un ayudante del fiscal del distrito estudiaba el código penal del Estado de Nueva York para ver qué otro cargo podía imputársele por disparar a un ciudadano con una pistola de fogueo.
Sus amigos, Lowtop Brown y Rubberlips Wilson, habían sido arrestados como personas sospechosas.
Los casos de las dos chicas habían sido remitidos a los supervisores de libertad vigilada, pero de momento no se había hecho nada. Ambas estaban supuestamente en sus respectivas casas, conmocionadas.
La bala había sido extraída del cerebro de la víctima y entregada al Departamento de Balística. No hicieron falta más autopsias. La hija del señor Galen, la señora Helen Kruger de Wading River, Long Island, había reclamado el cuerpo para su entierro.
Los cuerpos del resto, la abuela y Caleb, Choo-Choo y Sheik, descansaban en el depósito sin que nadie los reclamara. Tal vez la Iglesia Baptista de Harlem, a la que pertenecía la abuela, le diera un entierro cristiano decente. No tenía seguro de vida y resultaría un trastorno económico para la Iglesia, a no ser que los miembros contribuyeran a sufragar los costes.
Caleb sería enterrado junto con Sheik y Choo-Choo en un cementerio para pobres, a menos que la Facultad de Medicina de una de las universidades obtuviera sus cuerpos para prácticas de disección. No obstante, ninguna facultad querría el de Choo-Choo, ya que había resultado seriamente dañado.
Ready Belcher estaba en el Hospital de Harlem, en la misma sala en la que Charlie Richardson, al que le habían cortado el brazo, había muerto previamente. Su estado era grave, pero viviría. Sin embargo, nunca recuperaría su aspecto anterior, y en el caso de que su puta adolescente le volviera a ver alguna vez no lo reconocería.
Big Smiley y Reba estaban bajo arresto por inducción de menores a la delincuencia, homicidio involuntario, regencia de un prostíbulo y otros cargos diversos.
La mujer que recibió en la pierna el disparo de Coffin Ed estaba en el Hospital Knickerbocker. Dos picapleitos se disputaban la obtención de su consentimiento para demandar a Coffin Ed y al Departamento de Policía de Nueva York a cambio de un 50 por ciento de la indemnización que estableciera la sentencia, pero su marido insistía en llevarse ellos el 60 por ciento.
Esa fue la historia: la segunda historia, corregida. Las ediciones de última hora de los periódicos de la mañana se pusieron como locas con ella.
Al prominente ciudadano de Nueva York no le disparó, como se había informado en un primer momento, un negro borracho al que le molestó su presencia en un bar de Harlem. No, nada de eso. Había muerto por el disparo de un pandillero adolescente de Harlem llamado Sheik, que era el líder de una banda juvenil llamada los Musulmanes Molones. ¿Por qué? Bueno, Sheik había querido averiguar si su pistola de fabricación casera podía disparar de verdad.
Los redactores de prensa emplearon un libro de adjetivos para describir los aspectos extravagantes del mediático asesinato de Harlem; dedicaban entretanto algunas palabras de elogio a los valientes policías que habían estado trabajando durante las primeras horas de la madrugada, localizando al asesino en la jungla de Harlem y matándolo a tiros dentro de su guarida menos de seis horas después del disparo fatal.
Los titulares rezaban:
LA POLICÍA LE APRIETA LAS TUERCAS
A LOS MUSULMANES MOLONES
ASESINATO ESTREMECEDOR TERMINA CON OTRA MUERTE
MANÍACO DE HARLEM SE DESBOCA
Pero la historia ya era cosa del pasado, tan muerta como los cuatro personajes principales.
—Suprímela —ordenó el responsable de noticias locales de un periódico de la tarde—. Ya han asesinado a algún otro en algún otro sitio.
Arriba, en Harlem, el sol brillaba sobre el mismo paisaje monótono que iluminaba cualquier otra mañana a las once. Nadie echaba en falta al prescindible puñado de personas de color detenidas por diversos cargos en la cárcel del grande y nuevo rascacielos de granito de Centre Street que había reemplazado las antiguas tumbas[9] de Nueva York.
En el mismo edificio, en un despacho de la esquina sudoeste situado a gran altura y que tenía una vista espléndida y despejada del Battery y la parte baja del Hudson, se estaban despachando los últimos detalles del caso.
Previamente, el comisario y el jefe de Policía habían tenido una charla íntima sobre la posible existencia de corrupción en la sección de Harlem del Departamento de Policía.
—Hay fuertes indicios de que a Galen lo protegía alguna persona influyente de las altas esferas, bien en el Departamento de Policía o en el Ayuntamiento —dijo el comisario de Policía.
—Del departamento no —mantuvo el jefe—. En primer lugar, el número tan bajo de esa placa de matrícula, UG-16, me dice que tenía amigos muy por encima de un capitán de distrito, porque ese tipo de matrícula se concede únicamente a los especialmente privilegiados, y eso no me incluye ni siquiera a mí.
—¿Encontraste alguna conexión con políticos de la zona?
—No en lo que respecta a Galen; pero la mujer, Reba, telefoneó a un concejal de color esta mañana y le exigió que viniera aquí y la sacara bajo fianza.
El comisario lanzó un suspiro.
—Tal vez nunca lleguemos a saber el alcance de las actividades de Galen allá arriba.
—Quizá no, pero sí sabemos una cosa —dijo el jefe—: el hijo de puta está muerto, y su dinero no corromperá a nadie más.
Después, el comisario de Policía revisó la suspensión de Coffin Ed. Grave Digger y el teniente Anderson estaban presentes junto con el jefe en esta reunión. Coffin Ed había hecho uso de su derecho de ausentarse.
—A la luz de posteriores acontecimientos en este caso, estoy dispuesto a ser indulgente con el detective Johnson —anunció el comisario—. Su impulso de disparar al joven es comprensible, si no justificable, en vista de su desafortunada experiencia anterior con una persona que le arrojó ácido. —El comisario había llegado al cargo desde el mundo de la abogacía y podía manejar esas palabras enrevesadas con mucha mayor facilidad que los policías, que habían aprendido su oficio a base de patearse las calles.
—¿Usted qué opina, Jones? —preguntó.
Grave Digger se giró desde su asiento habitual, con un muslo apoyado en el alféizar de la ventana y un pie plantado en el suelo, y dijo:
—Sí señor, ha estado susceptible y tenso desde que ese timador le tiró el ácido a los ojos, pero nunca ha sido duro con nadie que hiciera lo correcto.
—Demonios, la cuestión no era tanto sancionar a Johnson como simplemente aliviar de responsabilidad a todo el maldito Departamento de Policía —intervino el jefe en defensa de su acción—. Todos los periodistas sensibleros de esta ciudad nos habrían montado un buen follón si esos niñatos hubieran resultado ser unos bromistas inocentes.
—¿De modo que está a favor de su restitución? —preguntó el comisario.
—¿Por qué no? —respondió el jefe—. Si le dan esos ataques dejémosle desahogarse con esos matones de Harlem que se los provocaron.
—Muy bien —remató la cuestión el comisario. Luego se giró de nuevo hacia Grave Digger—: Quizá usted pueda decírmelo, Jones: hay un aspecto del caso que me tiene intrigado. Todos los informes afirman que había una multitud enorme de gente presente en el momento de la muerte de la víctima, y que fue testigo de los disparos. Uno de los informes dice… —rebuscó entre los papeles de su mesa hasta que encontró la página que quería—: «La calle estaba abarrotada de gente en un radio de una manzana cuando el fallecido murió tiroteado». ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué la gente de Harlem se congrega en la escena de un asesinato como si fuera un circo de tres pistas?
—Es que lo es —explicó Grave Digger de forma lacónica—. Es el mayor espectáculo sobre la Tierra.
—Eso ocurre en todas partes —quiso señalar Anderson—. La gente se reunirá en torno a un asesinato allí donde se produzca.
—Si, por supuesto, por curiosidad morbosa. Pero no me refiero exactamente a eso. Según los informes, no sólo los de este caso, sino todos los informes que han llegado a mi oficina, este, eh, fenómeno, digamos, es más notorio en Harlem que en cualquier otro lugar. ¿Usted qué piensa, Jones?
—Bueno, así es, Comisario —empezó Grave Digger—. Todos los días en Harlem, dos y tres veces al día, la gente de color ve a algún hombre de color siendo perseguido por otro hombre de color con una navaja, un hacha o un palo. O bien por un policía blanco con una pistola, o por un blanco armado con sus puños. Pero sólo de uvas a peras consiguen ver a un blanco siendo perseguido por uno de ellos. Un blanco grande además. Eso fue todo un acontecimiento. Una oportunidad de ver derramada algo de sangre blanca para variar, y derramada además por un negro. Eso fue más grande que el día que terminó la esclavitud. Como dicen allí en Harlem, eso fue lo más grande. A eso es a lo que Ed y yo siempre nos tenemos que enfrentar cuando tratamos de hacer que los blancos estén seguros en Harlem.
—Quizá yo pueda explicarlo —dijo el comisario.
—A mí no —soltó secamente el jefe—. No tengo tiempo para escucharlo. Si esa gente quiere ver sangre ahí arriba, van a ver toda la que quieran si matan a otro hombre blanco.
—Jones tiene razón —coincidió Anderson—. Pero eso sólo conduce a problemas.
—¡Problemas! —repitió Grave Digger como un eco—. Todo lo que conocen ahí arriba son problemas. Si los problemas fueran dinero, todo el mundo en Harlem sería millonario.
Sonó el teléfono. El comisario cogió el auricular.
—¿Sí…? Sí, mándalo para arriba. —Dejó el auricular en su sitio y dijo—: Es el informe de Balística. Viene para acá.
—Excelente —comentó el jefe—. Metámoslo en el expediente y cerremos el caso de una vez. Era un asunto sucio de principio a fin y estoy puñeteramente harto de él.
—Muy bien —convino el comisario.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante —dijo.
El teniente de Homicidios que había trabajado en el caso entró y puso encima de la mesa del comisario la pistola de fabricación casera y el abollado perdigón de plomo que había sido extraído del cerebro del hombre asesinado.
El comisario cogió el arma y la estudió con curiosidad.
—¿Así que esto es una pistola casera?
—Sí señor. Está fabricada a partir de una pistola de juguete de hojalata común y corriente. El cañón de la pistola de juguete se corta con una sierra y en su lugar se encaja esta sección de una tubería de latón gruesa. Ve, está soldada al armazón; luego se sujeta en su sitio con cables ajustables para conseguir mayor estabilidad. El cartucho va directamente dentro el cañón, y después se inserta este clip para evitar que el tiro salga para atrás. El percutor va soldado al martillo original. En esta se ha hecho a partir de la cabeza y una sección de algo más de medio centímetro de un clavo corriente del seis, limado para que acabe en punta.
—Es más rudimentaria de lo que había imaginado, pero es ciertamente ingeniosa.
Los otros la miraron con aburrida indiferencia: habían visto pistolas caseras anteriormente.
—¿Y esto proyecta una bala con fuerza suficiente como para matar a un hombre, para perforar su cráneo?
—Sí señor.
—Bueno, bueno, así que esta es el arma que mató a Galen y que a su vez condujo a la muerte del chico que la hizo.
—No señor, esta arma no.
—¡¿Qué?!
Todos se pusieron derechos en sus sillas, con los ojos como platos y las bocas abiertas. El teniente no habría podido causar mayor impacto si hubiera dicho que habían robado y se habían llevado fuera de la ciudad el Empire State.
—¡¿Qué quiere decir con «esta arma no»?! —rugió el jefe.
—Es lo que venía a decirles —explicó el teniente—. Esta arma dispara una bala del calibre 22. Contenía el casquillo de un cartucho del 22 cuando la encontró el sargento. Galen fue asesinado con un calibre 32 disparado desde una pistola más potente.
—Allá vamos otra vez —dijo Anderson.
—¡Y un cuerno allá vamos! —bramó el jefe como un toro enfurecido—. Los periódicos ya han publicado la historia de que fue asesinado con esta arma y se han puesto como locos con ella. Seremos el hazmerreír del mundo.
—No —señaló el comisario en voz baja pero firme—, hemos cometido un error, eso es todo.
—¡Y un cuerno! —replicó el jefe, totalmente rojo de cólera—. Yo digo que el hijo de puta fue asesinado con esa arma y que ese niñato que está tirado en el depósito lo hizo, y me importa un carajo lo que diga Balística.
El comisario miró sus caras de uno en uno con gesto serio. Podía verse en sus ojos que no cabía discusión alguna, pero esperó a que alguno de los demás hablara.
—No creo que merezca la pena reabrir el caso —opinó el teniente Anderson—. Galen no era un personaje especialmente encantador.
—Encantador o no, tenemos al asesino y esa es el arma y no hay más que hablar —insistió el jefe.
—¿Podemos permitirnos dejar libre a un asesino? —preguntó retóricamente el comisario.
Volvió a mirar sus caras de uno en uno.
—Este —dijo Grave Digger con voz áspera— le ha hecho un favor a la comunidad.
—No nos corresponde a nosotros juzgar eso, ¿no es cierto? —señaló el comisario.
—Usted tendrá que decidir eso, señor —contestó Grave Digger—, pero sí me asigna a la búsqueda del asesino, renuncio.
—Eh, ¿cómo? ¿Renunciar al cuerpo?
—Sí señor. Estoy seguro de que el asesino no volverá a matar nunca más y no voy a buscarlo para que pague por este asesinato, incluso si eso me cuesta el trabajo.
—¿Quién lo mató, Jones?
—No sabría decirle, señor.
El comisario tenía gesto serio.
—¿Tan malo era?
—Sí señor.
El comisario miró al teniente de Homicidios.
—Pero esta pistola casera fue disparada, ¿no es así?
—Sí señor. Pero he hablado con todos los hospitales y con la comisaría de Harlem y no ha habido ningún aviso de heridos por arma de fuego.
—Alguien podría haber resultado herido y no haberlo comunicado por miedo.
—Sí señor. O la bala podría haber impactado inofensivamente contra un edificio o un automóvil.
—Cierto. Pero están los otros chicos involucrados. Se les podría acusar de complicidad. Si se demuestra que eran sus cómplices, se enfrentan a la pena máxima por asesinato.
—Sí señor —respondió Anderson—, pero está prácticamente demostrado que el asesinato, o más bien, el disparo de la pistola casera por parte del chico, no fue premeditado. Y los otros no sabían nada de su intención de disparar a Galen hasta que fue demasiado tarde para impedírselo.
—Según sus declaraciones.
—Bueno, sí señor. Pero depende de nosotros aceptar sus declaraciones u obligarles a comparecer ante el jurado de acusación para que sean procesados. Si no los acusamos del cargo de complicidad durante la audiencia, el tribunal sólo los multará por alteración del orden público.
El comisario volvió a mirar al teniente de Homicidios.
—¿Quién más sabe esto?
—Nadie fuera de este despacho, señor. Balística nunca tuvo el arma: sólo la bala.
—¿Lo sometemos a votación? —preguntó el comisario.
Nadie dijo nada.
—Ganan los síes —decretó el comisario. Cogió el pequeño perdigón de plomo responsable del asesinato de un hombre—. Jones, hay una azotea en lo alto de un edificio del otro lado del parque. ¿Cree que podrá lanzar esto de modo que aterrice allí?
—Si no puedo señor, es que no me llamo Don Newcombe[10] —respondió Grave Digger.