Aparcó justo delante del Dew Drop Inn y empujó a Ready a través de la puerta. A primera vista todo estaba tal como lo había dejado: los dos policías blancos vigilando la puerta y los clientes de color divirtiéndose con gran bullicio. Condujo a Ready entre la barra y las mesas, en dirección al fondo. Caras de colores variados se giraron hacia ellos a su paso, mirándolos con curiosidad.
Pero se fijó en que había unos clientes nuevos en la última mesa. Estaba completamente ocupada por unos adolescentes, tres chicos y cuatro chicas, que no habían estado allí antes. Los jóvenes dejaron de hablar y le miraron con atención mientras Ready y él se acercaban. Entonces, cuando vieron el látigo, las cuatro chicas dieron un respingo y sus juveniles caras de tez oscura se contrajeron atacadas por un miedo repentino. Se preguntó cómo habían logrado pasar entre los policías blancos de la puerta.
Todos los sitios de la barra estaban ocupados.
Big Smiley se acercó y pidió a dos hombres que dejaran sus asientos.
Uno de ellos empezó a quejarse:
—Por qué razón tengo que cedé mi asiento a otros negros.
Big Smiley apuntó con el pulgar hacia Grave Digger.
—S’el jefe.
—Oh, uno d’ellos dos.
Ambos se levantaron con presteza, cogieron sus vasos y dejaron libres los taburetes, sonriendo servilmente a Grave Digger.
—No me enseñéis los dientes —gruñó Grave Digger—. No soy dentista. No arreglo dientes. Soy policía. Os los arrancaré a golpes.
Los hombres borraron las sonrisas de sus caras y se escabulleron de allí.
Grave Digger tiró el látigo encima de la barra y se sentó en el taburete alto de la barra.
—Siéntate —le ordenó a Ready, que se quedó de pie titubeando—. Siéntate, maldita sea.
Ready se sentó como si la parte alta del taburete fuera una tarta glaseada.
Big Smiley miró a uno y luego a otro, mostrando una sonrisa cansada.
—Me ocultaste cosas —le acusó Grave Digger con la voz sucia y apagada de su furia latente—. Y eso no me gusta.
La sonrisa de Big Smiley sufrió un repentino caso de estreñimiento. Echó una ojeada fugaz al rostro impasible de Ready, sin encontrar allí nada que le devolviera su confianza; recurrió entonces a su brazo cortado, que llevaba en cabestrillo.
—Supongo que debo tené algo de fiebre, jefe, porque no m’acuerdo qué le dije.
—Me dijiste que no sabías a quién estaba buscando Galen aquí —le recordó Grave Digger con tono sucio.
Big Smiley le lanzó otra mirada a Ready, pero todo lo que obtuvo fue una expresión vacía. Emitió un profundo suspiro.
—¿Qué a quién estaba buscando? ¿S’eso lo que m’está preguntando? —hizo una pausa, tratando de sostener la ardiente y fija mirada de Grave Digger—. No sé a quién estaba buscando, jefe.
Grave Digger se puso de pie sobre el reposapiés del taburete como si estuviera apoyándose sobre unos estribos, agarró el látigo de la barra y azotó con él a Big Smiley en una y otra mejilla antes de que este último pudiera mover su mano sana.
Big Smiley dejó de sonreír. Las conversaciones se interrumpieron bruscamente a lo largo de la barra y se fueron apagando poco a poco en las mesas. En el vacío que vino después, se oyó la voz de Lil Green lamentarse desde la máquina de discos:
Por qué no haces lo correcto
como hacen otros hombres…
Grave Digger se volvió a sentar en el taburete, respirando pesadamente, luchando por controlar su ira. Las venas se le marcaban en las sienes, surgiendo de su cortísimo pelo crespo como unas extrañas raíces que treparan hacia el ala de su sombrero amorfo. Sus ojos marrones surcados de venas rojas generaban un flujo constante de calor como si estuvieran fundiendo al blanco.
El encargado, que había estado atendiendo el comienzo de la barra, se acercó a toda prisa hacia ellos con el rostro lleno de indignación.
—Atrás —le ordenó Grave Digger en tono áspero.
El encargado se echó para atrás.
Grave Digger clavó su dedo índice izquierdo en Big Smiley y dijo con una voz tan sucia que resultaba difícil de entender:
—Smiley, todo lo que quiero de ti es la verdad. Y no tengo mucho tiempo para sacártela.
Big Smiley dejó de mirar a Ready. No sonrió. No se quejó. Dijo:
—Haga las preguntas, jefe, y las responderé lo mejó que sepa.
Grave Digger echó una mirada hacia los adolescentes de la mesa. Estaban escuchando con las bocas abiertas, mirándolo con ojos como platos. Las hinchadas ventanas de su nariz expelían vapor hirviente. Se giró de nuevo hacia Big Smiley. Pero se quedó sentado en silencio durante un momento para dar tiempo a que la sangre le bajara de la cabeza.
—¿Quién lo mató? —preguntó finalmente.
—No lo sé, jefe.
—Lo mataron en tu calle.
—Sí señó, pero no sé quién lo hizo.
—¿Sissie y Sugartit vienen por aquí?
—Sí señó, a veces.
Grave Digger percibió por el rabillo del ojo que los hombros de Ready habían comenzado a hundirse como si su columna vertebral estuviera derritiéndose.
—Siéntate derecho, maldita sea —le riñó—. Tendrás tiempo de sobra para estar tumbado como descubra que me has estado mintiendo.
Ready se sentó derecho.
Grave Digger se dirigió a Big Smiley:
—¿Galen se encontró aquí con ellas?
—No señó, s’encontró con Sissie una vé pero nunca le vi con Sugartit.
—¿Qué hacía entonces ella aquí?
—Vin’un par de veces con Sissie.
—¿Cómo te enteraste de su nombre?
—Oí a Sissie llamarla’sí.
—¿Estaba Sheik con ella cuando se encontró con Galen?
—¿Quie decí con Sissie? ¿Cuando s’encontró con el grandote? Sí señó.
—¿Le pagó el dinero a Sheik?
—No podría’segurarlo, jefe, pero vi dinero cambiando de manos. No sé quién lo cogió.
—Lo cogió él. ¿Se fueron los dos con él?
—¿Se refié a Sheik y Sissie?
—A eso me refiero.
Big Smiley sacó un pañuelo azul y se enjugó el abundante sudor que cubría su negro rostro.
Las cuatro adolescentes de la mesa empezaron a moverse con intención de marcharse. Grave Digger se giró hacia ellas.
—¡Sentaos! Después quiero hablar con vosotras —ordenó.
Comenzaron a protestar con voces estridentes: «Tenemos que llegar a casa… tenemos que estar en la escuela mañana a las nueve… no hemos terminao los deberes… no podemos estar en la calle tan tarde… nos vamos a meter en problemas».
Él se levantó de su asiento y se acercó para enseñarles su placa dorada.
—Ya tenéis problemas. Ahora quiero que os sentéis y os quedéis calladas.
Cogió a dos de las chicas que estaban de pie y las obligó a regresar a sus asientos.
—No pue reteneros a menos que tenga una orden —dijo el chico que se sentaba junto al pasillo.
Grave Digger lo tiró de su asiento de un bofetón, se agachó, lo levantó del suelo por las solapas de su abrigo y lo devolvió a su asiento de un empujón.
—Ahora repite eso —le sugirió.
El chico no dijo nada.
Grave Digger esperó durante un momento hasta que se acomodaron y se callaron, y luego regresó a su taburete en la barra.
Ni Big Smiley ni Ready se habían movido; ninguno había mirado al otro.
—No contestaste a mi pregunta —recordó Grave Digger.
—Cuando se llevó a Sissie, Sheik se queó’n su asiento —dijo Big Smiley.
—¿Qué maldita clase de respuesta es esa?
—Es como’currió, jefe.
—¿Adónde se la llevó?
Por la cara de Big Smiley corrían ríos de sudor. Suspiró.
—Escaleras abajo —confesó.
—¿¡Escaleras abajo!? ¿Aquí?
—Sí señó. Hay unas escaleras n’el cuarto d’atrá.
—¿Qué hay abajo?
—Simplement’una boega, como la de cualquié otro bar. Ta llena de botellas, viejos muebles de bar y barriles de cerveza. El compresó de la cerveza de barril está ahí abajo, y el sistema refrigeradó de las neveras. Eso’s to. Algunas ratas y el gato que tenemo.
—¿No hay una cama o un dormitorio?
—No señó.
—¿Las azotaba ahí abajo en un sitio así?
—No sé lo qu’hacía.
—¿No podías oírlos?
—No señó. No se pue oír na a travé d’este suelo. Podría dispará con la pistola ahí abajo y no s’oiría aquí arriba.
Grave Digger miró a Ready.
—¿Sabías eso?
A Ready le dio una nueva flojera.
—No señó, juro por…
—¡Siéntate derecho, maldita sea! No quiero tener que decírtelo otra vez.
Se giró otra vez hacia Big Smiley.
—¿Él lo sabía?
—No hasta donde yo sé, a meno qu’él se lo dijera.
—¿Están Sissie o Sugartit entre esas chicas de ahí?
—No señó —respondió Big Smiley sin mirar.
Grave Digger le enseñó las fotos pornográficas.
—¿Conoces a alguna de ellas?
Big Smiley pasó las fotos lentamente sin cambiar el gesto. Extrajo tres fotos.
—Las he visto —dijo.
—¿Cómo se llaman?
—Sólo sé los nombres de dos d’ellas —separó dos de las fotos cuidadosamente con las puntas de sus dedos como si estuvieran cubiertas de veneno—. Estas dos. Esta d’aquí se llama Good Booty, l’otra Honey Bee. Nunca he oío’l nombre d’esta d’aquí.
—¿Cuáles son sus apellidos?
—No conozco ninguno d’ellos, son sólo motes.
—¿Llevó a estas dos abajo?
—Sólo astas dos.
—¿Quién vino con ellas?
—Vinieron solas, como la mayoría d’ellas.
—¿Se citaba con ellas?
—No señó, no con la mayoría, al meno. Simplemente venían aquí y l’esperaban.
—¿Venían juntas?
—Algunas veces, otras no.
—Acabas de decir que venían solas.
—Quería decí que no traían a sus novios.
—¿Se había encontrado con ellas antes?
—No sabría decirle. Cuando venía’quí, si veía’lguna d’ellas simplemente escogía una.
—¿Sabía él que se pasaban por aquí buscándole?
—Sí señó. Cuando empezó a vení por aquí ya sabían quién era.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace tre o cuatro meses. No m’acuerdo bien.
—¿Cuándo empezó a llevárselas abajo?
—Haz’unos dos meses.
—¿Se lo sugeriste tú?
—No señó, me lo propuso él.
—¿Cuánto te pagaba?
—Veinticinco pavos.
—Esto que me cuentas va a hacer que te metan en Sing-Sing.
—Tal vé.
Grave Digger examinó la nota dirigida a G. B. y firmada por Bee que había cogido de los efectos personales del muerto, luego se la pasó a Big Smiley.
—Eso apareció en el bolsillo del hombre al que cortaste —explicó.
Big Smiley leyó la nota con cuidado, deletreando cada palabra con los labios. Su aliento producía un sonido susurrante al salir de su boca.
—Tonces él debía sé pariente d’ella —concluyó.
—¿No sabías eso?
—No señó, lo juro por Dios. Si hubiera sabio eso no l’habría cortao con el hacha.
—¿Qué le dijo exactamente a Galen cuando empezó a acercase hacia él con la navaja?
Big Smiley arrugó la frente.
—No m’acuerdo bié. Algo de que si pillaba a algún blanco hijoputa intentando jugá con sus nenitas le rajaría’l cuello. Pero pensé que se refería simplemente a mujere de coló en generá. Ya sabe cómo habla nuestra gente. No imaginé que se refería a parientes suyos.
—Es posible que el padre de alguna otra chica tuviera la misma idea con una pistola —sugirió Grave Digger.
—Pue sé —dijo Big Smiley con cautela.
—De modo que es evidente que él es el padre y que tiene más de una hija.
—Eso parece.
—Está muerto.
La expresión de Big Smiley no se alteró.
—Siento oírlo.
—Tienes pinta de sentirlo. ¿Quién pagó tu fianza?
—Mi jefe.
Grave Digger lo miró con gesto serio.
—¿Quién te encubre? —preguntó.
—Nadie.
—Sé que eso es mentira pero lo voy a dejar pasar. ¿Quién encubría a Galen?
—No lo sé.
—Voy a pasarte también esa. ¿Qué estaba haciendo aquí esta noche?
—Taba buscando a Sugartit.
—¿Tenía una cita con ella?
—No lo sé. Dijo qu’iba a vení con Sissie.
—¿Vinieron después de que él se marchara?
—No señó.
—Vale, Smiley, esta es la buena. ¿Quién es el padre de Sugartit?
—No sé quiéne son sus parientes ni onde viven, jefe, como ya le dije antes. No importaba.
—Debes tener alguna idea.
—No señó, es justo como digo, nunca me dio por pensá n’ello. Nunca te planteas onde vive una chica’n Harlem, a meno que vayas a su casa con ella. ¿Qué significa la dirección de nadie aquí?
—Que no te pille mintiéndome, Smiley.
—No’stoy mintiendo, jefe. Una vé salí con una mujé durant’un año’ntero y nunca supe onde vivía. Ni m’importaba.
—¿Quiénes son los Musulmanes Molones?
—¿¡Esos niñatos!? Sól’una banda de críos de por aquí.
—¿Por dónde suelen andar?
—No sé mu bié. Por algún lao calle abajo.
—¿Vienen por aquí?
—Sólo tre d’ellos de vé’n cuando: Sheik, creo qu’él es el líder; un chico llamado Choo-Choo y ese al que llaman Bones.
—¿Dónde viven?
—Por aquí cerca n’algún lao, pero no lo sé mu bié. El chico de las palomas debería saberlo. Vive un par de manzanas má abajo al otro lao de la calle. No sé su nombre pero tie un palomá en la azotea.
—¿Es él uno de ellos?
—No lo sé seguro, pero cuando’stá volando sus palomas se pue vé a una panda de críos en la azotea.
—Daré con él. ¿Sabes cuántos años tienen esas chicas de la mesa?
—No señó: cuando les pregunto dicen que tien dieciocho.
—Sabes que son menores.
—Sospecho que sí pero to lo que pueo hacé es preguntárselo.
—¿Estuvo él con alguna de ellas?
—Sól’una que yo sepa.
Grave Digger se giró y miró de nuevo a las chicas.
—¿Cuál? —preguntó.
—La de la boina verde. —Big Smiley empujó una de las tres fotos—. Es esta d’aquí, la que llaman Good Booty.
—Muy bien, hijo, es todo de momento —dijo Grave Digger.
Se bajó del taburete y se acercó a hablar con el encargado.
Nada más irse Grave Digger, sin decir una palabra ni dar advertencia alguna, Big Smiley se inclinó hacia delante y golpeó a Ready en la cara con uno de sus masivos puños. Ready salió despedido del taburete, se estrelló contra la pared y cayó desplomado.
Grave Digger bajó la mirada justo a tiempo de ver cómo su cabeza desaparecía bajo el borde de la barra, volviendo luego su atención al encargado blanco que estaba al otro lado de ella.
—Dadle la cuenta a la gente y cerrad el bar: voy a clausurar este garito, y vosotros estáis bajo arresto —anunció.
—¿Con qué cargos? —se rebeló el encargado de forma vehemente,
—Por incitación de menores a la delincuencia.
—Mañana por la noche volveré a estar abierto —farfulló el encargado.
—No digas una maldita palabra más —le advirtió Grave Digger, y siguió mirándole hasta que el encargado cerró su boca y se alejó.
Después le hizo una seña a uno de los policías blancos de la puerta y le dijo:
—Estoy poniendo al encargado y al barman bajo arresto y voy a clausurar el garito. Quiero que retengáis al encargado y a algunos adolescentes que os entregaré bajo custodia. Voy a irme dentro de un minuto y enviaré el furgón de vuelta. Me llevaré al barman conmigo.
—Vale, Jones —contestó el policía, feliz como un niño con un juguete nuevo.
Grave Digger regresó a la parte de atrás.
Ready estaba en el suelo a cuatro patas, escupiendo sangre y dientes.
Grave Digger lo miró y esbozó una sonrisa mordaz. Después levantó la mirada hacia Big Smiley, el cual estaba lamiéndose sus magullados nudillos con una gran lengua roja.
—Estás bajo arresto, Smiley —le informó—. Si intentas escapar, voy a atravesarte la nuca de un tiro.
—Sí señó —respondió Big Smiley.
Grave Digger sacudió una silla con funda de plástico para echar al cliente que la ocupaba y se sentó en ella a horcajadas en el extremo de la mesa del fondo, frente a los asustados y callados adolescentes. Sacó su libreta y su estilográfica y apuntó sus nombres, direcciones, los números de los colegios públicos a los que iban y sus edades. El mayor era un chico de diecisiete.
Ninguno de ellos admitió conocer a Sissie, Sugartit, el hombretón blanco llamado Galen ni a nadie relacionado con los Musulmanes Molones.
Llamó al segundo policía, que se acercó desde la puerta, y le dijo:
—Retened a estos críos para el furgón.
Después le dijo a la chica con boina verde que le había dado como nombre el de Gertrude B. Richardson:
—Gertrude, quiero que vengas conmigo.
Una de las chicas dijo con una risa tonta:
—Tendríamos que haber adivinao que se llevaría a Good Booty.
—Mi nombre es Beauty —replicó Good Booty, sacudiendo la cabeza con desdén.
En un impulso repentino, Grave Digger la detuvo cuando estaba a punto de levantarse.
—¿Cómo se llama tu padre, Gertrude?
—Charlie.
—¿A qué se dedica?
—Es portero.
—¿De veras? ¿Tienes alguna hermana?
—Una. Es un año más joven que yo.
—¿A qué se dedica tu madre?
—No lo sé. No vive con nosotros.
—Ya veo. Las dos vivís con vuestro padre.
—¿Onde vamos a vivir si no?
—Es una buena pregunta, Gertrude, pero no puedo responderla. ¿Sabías que le han cortado aquí el brazo a un hombre, algo antes esta misma noche?
—Lo he oído. ¿Y qué? Por aquí siempre rajan a la gente.
—Este hombre trató de acuchillar al hombre blanco a causa de sus hijas.
—¿Eso hizo? —soltó una risita—. Era un carroza.
—Sin duda. El barman le cortó el brazo con un hacha para proteger al blanco. ¿Qué te parece eso?
Ella volvió a reír, con nerviosismo.
—Tal vez pensó qu’el blanco era más importante qu’un borracho de color.
—Es probable. El hombre murió en el Hospital de Harlem hace menos de una hora.
Sus ojos se agrandaron y adoptaron una expresión asustada.
—¿Qu’está tratando de decir, señor?
—Estoy tratando de decirte que era tu padre.
Grave Digger no había previsto su reacción. Ella se levantó tan rápido de su asiento que ya estaba lejos de él antes de que pudiera agarrarla.
—¡Detenedla! —gritó.
Un cliente saltó con un giro desde su taburete en la barra para bloquearle el paso, y ella le clavó los dedos en el ojo. El hombre dio un grito e intentó sujetarla. Ella se soltó y se abalanzó hacia la puerta. El policía blanco la interceptó y la rodeó con los brazos. Ella se revolvió como un gato atacado por el pánico y lanzó una mano hacia su pistola. Ya la había sacado de la funda cuando un hombre de color se acercó corriendo y se la arrancó de la mano de un tirón. El policía la echó al suelo de espaldas y se puso encima de ella, inmovilizándole los brazos. El hombre de color la agarró por los pies. Ella se retorció sobre su espalda y escupió al policía en la cara.
Grave Digger se acercó y la miró con ojos tristes y marrones.
—Ya es demasiado tarde, Gertrude —trató de calmarla—. Ambos están muertos.
De repente ella empezó a llorar.
—¿Por qué tuvo que meterse? —dijo sollozando—. Oh, papá, ¿por qué tuviste que meterte?