20

La radio empezó a sonar a todo volumen.

Una big band con una estridente sección de viento estaba marcando un ritmo de rock & roll.

Johnny se despertó como si le hubiera mordido una serpiente, saltó fuera de la cama y agarró el revólver bajo su almohada.

Entonces se dio cuenta de que se trataba únicamente de la radio. Gruñó avergonzado y se percató de que Dulcy no estaba en la cama. Palpó el bolsillo interior de su chaqueta con su mano libre, sujetando todavía el revólver en la derecha, y descubrió que los diez mil dólares habían desaparecido.

Pasó la mano de manera ausente sobre la chaqueta, colocada en la silla junto a la cama, pero sus ojos estaban mirando la cama vacía. Su respiración era superficial, pero su rostro no mostraba expresión alguna.

—Un siete[11] —se dijo a sí mismo—. Has perdido la apuesta.

La radio estaba sonando tan alto que no oyó cómo se abría la puerta del cuarto de baño. Simplemente atisbó movimiento por el rabillo del ojo y se dio la vuelta.

Chink se encontraba desnudo, con los ojos dilatados y la boca abierta de par en par, en el umbral de la puerta.

Se observaron fijamente el uno al otro hasta que aquel instante llegó a su fin.

De pronto, las venas de las sienes de Johnny se hincharon como si estuvieran a punto de explotar. La cicatriz de su frente se infló como un globo y los tentáculos serpentearon como si estuvieran tratando de escapar de su frente. Entonces se produjo un fogonazo cegador dentro de su cabeza, como si hubieran dinamitado sus sesos.

Su cerebro no hizo registro alguno de sus siguientes acciones.

Apretó el gatillo de su revólver de doble acción del 38 hasta que disparó todas sus balas contra el estómago, los pulmones, el corazón y la cabeza de Chink. Entonces cruzó la habitación de un salto y pisoteó su cuerpo moribundo y ensangrentado con sus pies descalzos hasta que dos de los dientes de Chink se quedaron clavados en su talón encallecido. Después se inclinó hacia delante y aporreó la cabeza de Chink con la culata de su revólver hasta convertirla en una pulpa sangrienta.

Pero no sabía que lo había hecho.

Lo siguiente de lo que fue consciente tras haber visto en un primer momento a Chink fue que dos policías blancos de uniforme lo estaban sujetando con fuerza y que el cadáver ensangrentado de Chink se encontraba tendido en el umbral de la puerta, con medio cuerpo en el dormitorio y el otro medio en el baño, y que la ducha estaba vertiendo litros y litros de agua en una bañera vacía.

—Soltadme para que pueda vestirme —dijo con su voz monótona—. No podéis llevarme a la cárcel en cueros.

Los policías le soltaron y Johnny empezó a vestirse.

—Hemos llamado a comisaría y han mandado para acá a unos tipos de Homicidios —dijo uno de ellos—. ¿Quieres darle un telefonazo a tu abogado antes de que lleguen?

—¿Para qué? —dijo Johnny, mientras seguía vistiéndose.

—Oímos los disparos y la puerta de atrás estaba abierta, así que entramos —explicó medio disculpándose el otro policía—. Pensamos que quizás le habías disparado a ella.

Johnny no dijo nada. Terminó de vestirse antes de que llegaran los hombres de Homicidios.

Lo retuvieron allí hasta que apareció el detective sargento Brody.

—Bueno, lo has matado —dijo Brody.

—Eso parece —contestó Johnny.

Lo llevaron otra vez a interrogar a la comisaría de distrito de la calle 116, porque Grave Digger y Coffin Ed trabajaban en el caso y estaban adscritos a esa comisaría.

Brody estaba sentado tras el escritorio del Nido del Ruiseñor, como la otra vez. Grave Digger se había acomodado en el borde del escritorio, y Coffin Ed permanecía entre las sombras de la esquina.

Eran las 8.37 de la tarde y fuera aún era de día, pero a ellos eso les daba igual porque la sala no tenía ventanas.

Johnny estaba sentado en el taburete del centro de la sala, delante de Brody y bajo el cono de luz. La iluminación vertical transfiguraba la cicatriz de su frente y las hinchadas venas de sus sienes en formas grotescas, pero su grande y musculoso cuerpo se encontraba relajado y su cara no mostraba expresión alguna. Parecía un hombre que se hubiera quitado un peso encima.

—Por qué no me dejáis simplemente que os cuente lo que sé —dijo con su voz monótona—. Si no os lo creéis, podéis interrogarme después.

—Está bien, dispara —accedió Brody.

—Empecemos por la navaja, para aclarar eso —comenzó Johnny—. La encontré en el cajón de Dulcy un martes por la tarde, hace algo más de dos semanas. Pensé que simplemente se la había comprado para protegerse de mí. Me la metí en el bolsillo y me la llevé al club. Luego comencé a darle vueltas al asunto y decidí devolverla a su sitio, pero Big Joe la vio. Si ella me tenía tanto miedo que necesitaba esconder una navaja de desollar en el cajón donde guardaba su ropa interior, que se la quedara. Pero la tenía en la mano y Big Joe dijo que le gustaría tener una navaja como esa, así que se la di. Esa fue la última vez que la vi o pensé siquiera en ella hasta que la pusisteis encima de ese escritorio y dijisteis que era la navaja que había matado a Val, y que el pastor había dicho que había visto a Chink dársela a ella.

—¿No sabes lo que hizo Big Joe con ella? —preguntó Brody.

—No, nunca lo dijo. Lo único que dijo fue que tenía miedo de volverse loco un día si la llevaba encima y rajar a alguien con ella, y que era el tipo de navaja que decapitaría a un hombre cuando lo único que intentabas era dejarle marcado.

—¿Alguna vez viste otra navaja como esa? —preguntó Brody.

—Exactamente como esa, no —dijo Johnny—. He visto navajas que se le parecen, pero ninguna que tuviera exactamente el mismo aspecto.

Brody sacó la navaja del cajón del escritorio como hiciera la primera vez y la empujó a través de su superficie.

—¿Es esta la navaja?

Johnny se inclinó hacia delante y la cogió.

—Sí, pero no sabría decir cómo acabó clavada en Val.

—Esta no estuvo clavada en Val —reveló Brody—. Esta fue encontrada en un estante del armario de tu cocina hace menos de media hora. —Entonces puso el duplicado de la navaja sobre la superficie del escritorio—. Esta fue la que se encontró clavada en Val.

Johnny miró una y otra navaja sin decir nada.

—¿Cómo explicas eso? —preguntó Brody.

—No lo sé —dijo Johnny con rostro inexpresivo.

—¿Podría haberla dejado Big Joe en la casa en algún momento, y haberla puesto alguien en el estante? —preguntó Brody.

—Si lo hizo, yo no lo sé —dijo Johnny.

—Muy bien, esa es tu historia —dijo Brody—. Volvamos sobre Val. ¿Cuándo fue la última vez que le viste?

—Unos diez minutos después de las cuatro cuando bajé del club —declaró Johnny—. Había estado ganando y los jugadores no querían que lo dejara, así que salí tarde. Val estaba sentado en el coche esperándome.

—¿No resultaba eso raro? —lo interrumpió Brody.

Johnny le miró.

—¿Por qué no subió al club? —preguntó Brody.

—No había nada raro en ello —explicó Johnny—. Le gustaba sentarse en mi coche y poner la radio. Tenía un juego de llaves, tanto él como ella, sólo para emergencias, porque nunca le dejé conducir. Y se tiraba horas allí. Supongo que le hacía sentirse un tío importante. No sé cuánto tiempo estuvo allí sentado. No le pregunté. Dijo que venía de hablar con el reverendo Short y que tenía algo que contarme. Pero íbamos mal de tiempo y yo temía que el velatorio se fuera a acabar antes de que llegáramos…

—¿Dijo que había estado hablando con el reverendo Short? —lo interrumpió Brody otra vez—. ¿A esa hora de la noche… de la mañana, mejor dicho?

—Sí, pero no lo pensé en ese momento —respondió Johnny—. Le dije que lo dejara y que me lo contara más tarde, pero justo antes de llegar a la Séptima Avenida dijo que no se sentía con ganas de ir al velatorio. Dijo que iba a marcharse, que iba a coger uno de los primeros trenes a Chicago y que no sabía a dónde iría después, y que mejor escuchara lo que tenía que decir porque era importante. Acerqué el coche a la esquina y aparqué. Me dijo que se había pasado por la iglesia del pastor, si es que se le puede llamar iglesia: se había reunido allí con él aquella mañana sobre las dos, y habían tenido una larga charla. Pero antes de que llegara a decir nada más, vi a un tipo que se movía a hurtadillas junto a los coches aparcados al otro lado de la calle y supe que iba a tratar de robarle la bolsa del cambio al encargado de la A&P. Le dije que esperara un minuto, que viéramos aquella pequeña función. Había un policía de color llamado Harris al lado del encargado mientras abría la puerta, y había otro tipo sacando la cabeza por la ventana del dormitorio de Big Joe que también estaba viendo el espectáculo. El tío cogió la bolsa del asiento del coche y salió corriendo, pero el encargado le vio, y el poli y él le persiguieron…

Brody le cortó:

—Eso lo sabemos. ¿Qué pasó después de que el reverendo Short se levantara?

—No supe que se trataba del pastor hasta que se levantó de aquella cesta —siguió Johnny—. Lo más divertido que jamás hayas visto. Se puso de pie y empezó a sacudirse como un gato que hubiera caído en una pila de excrementos. Cuando distinguí quién era, me imaginé que estaría hasta arriba de ese brandy de cerezas silvestres y extracto de opio que bebe, luego le pegó otro trago a su botella y entró de nuevo en la casa, caminando de puntillas y sacudiéndose como un gato con las patas mojadas. Val también se estaba riendo. Dijo que no puedes hacerle daño a un borracho. Luego de repente se me ocurrió cómo podíamos gastar una buena broma. Le dije a Val que cruzara la calle y que se tumbara en la cesta de pan en la que había caído el pastor, y yo iría al garito de Hamfat, que está abierto toda la noche, llamaría por teléfono a Mamie y le diría que allí había un hombre muerto que se había caído desde su ventana. Hamfat’s está en la 135 con Lenox, y no debería haberme llevado más de cinco minutos hacer la llamada. Pero una chica estaba usando el teléfono y me figuré que para cuando pudiera hacerla alguien habría descubierto ya a Val y nos habrían chafado la broma…

—¿Cómo fuiste a Hamfat’s? —lo interrumpió Brody.

—En coche —dijo Johnny—. Subí por la Séptima Avenida hasta la calle 135 y bajé por ella. No supe que lo habían apuñalado hasta que Mamie me lo dijo por teléfono.

—¿Viste a alguien salir de la casa, o a alguna persona por la calle cuando subiste en coche por la Séptima Avenida? —preguntó Brody.

—Ni un alma.

—¿Le dijiste a Mamie quién eras?

—No, traté de disimular mi voz. Sabía que ella se daría cuenta de que era una broma si reconocía mi voz.

—¿No crees que te reconociera? —insistió Brody.

—No lo creo —dijo Johnny—. Pero no sabría decirlo.

—Muy bien, esa es tu historia —dijo Brody—. Bien, ¿para qué fuiste a Chicago?

—Estuve tratando de averiguar qué era lo que Val quería decirme antes de hacerse matar —reconoció Johnny—. Después de que Doll Baby viniera a mi casa la tarde justo siguiente al funeral y asegurara que yo iba a darle a Val diez de los grandes para abrir una tienda de licores, quise saber qué era aquello que me iba a contar a cambio de dárselos. Nunca tuvo oportunidad de hacerlo, y tuve que averiguarlo por mí mismo.

—¿Lo hiciste? —preguntó Brody, inclinándose ligeramente hacia delante.

Grave Digger se dobló un poco al frente como para oír mejor, y Coffin Ed salió de las sombras.

—Sí —dijo Johnny con su voz monótona y un rostro que permanecía inexpresivo—. Estaba casado con ella. Me imagino que iba a pedirme diez de los grandes para poder marcharse. Supongo que se pensaba llevar con él a Doll Baby.

Los tres detectives siguieron alerta, como a la escucha de un sonido que presagiara la llegada del peligro.

—¿Se los habrías dado? —preguntó Brody.

—Difícilmente.

—¿Fue idea de él o de ella? —insistió Brody.

—No sabría decirlo —dijo Johnny—. No soy Dios.

—¿Lo habría hecho ella por él si él la hubiera obligado, o si hubiera intentado obligarla? —siguió Brody.

—No sabría decirlo —dijo Johnny.

Brody siguió machacándolo:

—¿O le habría matado?

—No sabría decirlo —dijo Johnny con su voz inexpresiva.

—¿Qué estaba haciendo Chink Charlie en tu casa? —continuó Brody—. ¿La estaba chantajeando con lo de la navaja?

—No sabría decirlo —dijo Johnny.

—Sobre la cama del otro dormitorio había esparcidos diez mil dólares en billetes de cien —dijo Brody—. ¿Fue allí para recogerlos?

—No sabría decir para qué fue —dijo Johnny—. Vosotros sabéis lo que tenía.

—Era tu dinero —insistió Brody,

—No, era de ella —contestó Johnny—. Se lo traje al volver de Chicago. Si lo único que quería de mí eran diez de los grandes, que se los quedara. Todo lo que tenía que hacer era cogerlos y largarse. Me resultaba más fácil endeudarme para darle diez de los grandes que tener que matarla.

—¿Tienes alguna idea de adónde podría haber ido? —preguntó Brody.

—No sabría decirlo —dijo Johnny—. Tiene su propio coche, un Chevy descapotable que le regalé por Navidad. Podría haberse marchado a cualquier parte.

—Vale, Johnny, eso es todo por el momento —dijo Brody—. Vamos a detenerte por homicidio involuntario y como sospechoso de asesinato. Ya puedes llamar a tu abogado. Quizás pueda sacarte bajo fianza.

—¿Para qué? —contestó Johnny—. Lo único que quiero es dormir.

—Puedes dormir mejor en casa —dijo Brody—. O si no ir a un hotel.

—Duermo bien en la cárcel —declaró Johnny—. No sería la primera vez.

Cuando los carceleros se hubieron llevado a Johnny, Brody dijo:

—Me da la impresión de que ella es nuestra gatita. Mató a su marido legal para evitar que mandara al cuerno su pequeño chollo. Después tuvo que montar una trampa para que su marido ilegal matara a Chink Charlie, en un intento de salvarse a sí misma de la silla eléctrica.

—¿Y qué pasa con la navaja? —quiso saber Coffin Ed.

—O bien tenía las dos, o Chink le dio esta y la dejó allí cuando se fue —dijo Brody.

—¿Pero por qué la dejó allí donde estaba claro que la encontraríamos? —insistió Coffin Ed—. Si realmente tenía la segunda navaja, ¿por qué no se deshizo de ella? Entonces también habrían acusado a Johnny del asesinato de Val. Tendría que probar que le dio la navaja a Big Joe, y Big Joe está muerto. Sería un caso claro contra Johnny de no ser por la segunda navaja.

—Tal vez fue Johnny el que puso ahí la segunda navaja —apuntó Grave Digger—. Es el más listo de todos.

—Deberíamos haber hecho como yo dije y haberla arrestado anoche —dijo Coffin Ed.

—Dejémonos de suposiciones sobre esto y lo otro y vayamos a buscarla —sugirió Grave Digger.

—De acuerdo —dijo Brody—. Mientras tanto repasaré todos los informes.

—No te la juegues con esos tacos si no es necesario —dijo Coffin Ed con cara seria.

—Sí —añadió Grave Digger con la misma solemnidad—. No dejes que ninguno se coloque sigilosamente a tu espalda y te apuñale mientras estás distraído.

—¡Qué puñetas! —dijo Brody, ruborizándose—. Vosotros andaréis por ahí buscando a la tía más cañón de todo Harlem. Me dais envidia.