17

Chink estaba sentado en el taburete del Nido del Ruiseñor, en el interior del cegador círculo de luz donde el detective sargento Brody de la Oficina Central de Homicidios le había interrogado esa mañana.

Pero ahora le estaban interrogando los detectives de distrito de Harlem Grave Digger Jones y Coffin Ed Johnson, y no era lo mismo.

El sudor bajaba a chorros por su cara cerosa, y su traje de verano beige estaba empapado. Temblaba otra vez, y se encontraba asustado. Miraba el dinero mojado amontonado en un extremo de la mesa a través de ojos enfermos y surcados de venas.

—Tengo derecho a que mi abogado esté presente —dijo.

Grave Digger estaba sentado frente a él, apoyado sobre el borde del escritorio, y Coffin Ed estaba de pie a su espalda, en las sombras.

Grave Digger miró su reloj y dijo:

—Son las dos y cinco, y tenemos que conseguir algunas respuestas.

—Pero tengo derecho a que mi abogado esté presente —dijo Chink en tono suplicante—. El sargento Brody dijo esta mañana que tenía derecho a que mi abogado estuviera presente durante los interrogatorios.

—Mira, chaval —empezó Coffin Ed—, Brody es de Homicidios y su trabajo es resolver asesinatos. Lo realiza de un modo rutinario tal y como prescribe la ley, y si hay más gente asesinada mientras está ocupándose de ello, mala suerte para las víctimas. Pero Digger y yo somos dos tíos de campo de Harlem que viven en este pueblo y a los que no les gusta ver morir a nadie. Podría ser un amigo nuestro. Así que estamos tratando de evitar otro asesinato.

—Y no tenemos mucho tiempo —añadió Grave Digger.

Chink se enjugó la cara con un pañuelo húmedo.

—Si pensáis que alguien va a matarme… —empezó a decir, pero Coffin Ed lo interrumpió.

—Personalmente, me importa un carajo si te matan…

—Tranquilízate, Ed —le dijo Grave Digger, dirigiéndose luego a Chink—: Queremos hacerte una pregunta. Y queremos una respuesta sincera. ¿Le diste tú a Dulcy la navaja que mató a Val, tal y como dijo que hiciste el reverendo Short?

Chink soltó una risa forzada.

—Ya os lo he dicho, no sé nada de esa navaja.

—Porque si le diste la navaja —siguió diciendo Grave Digger en voz baja—, y Johnny la cogió y utilizó para matar a Val, la matará también a ella si no lo detenemos. Eso es seguro. Y si no le cogemos a tiempo, quizás te mate a ti también.

—Actuáis como si Johnny fuera un Dillinger o un Al Capone negro… —estaba diciendo Chink, pero los dientes le castañeteaban tan fuerte que parecía que estuviera hablando en pig latín[7].

Grave Digger lo interrumpió, hablando aún en voz baja y persuasiva:

—Y sabemos que estás chantajeando a Dulcy con algo, o de lo contrario no te habría dejado entrar en casa de Johnny ni se habría arriesgado a hablar contigo durante treinta y tres minutos de reloj. Y de no ser algo condenadamente serio, no te habría dado setecientos treinta pavos para que mantengas la boca cerrada. —Golpeó el blando y húmedo montón de dinero con el grueso canto de su puño, lo retiró bruscamente y se limpió la mano con su pañuelo—. Dinero sucio. ¿Quién de los dos vomitó sobre él?

Chink trató de mirarlo directamente a los ojos en actitud desafiante, pero no fue capaz, y su propia mirada fue resbalando hasta toparse con los grandes pies planos de Grave Digger.

—De modo que sólo hay dos posibilidades —continuó este último—. O bien le diste la navaja o averiguaste lo que Val sabía de ella e iba a emplear para obligarla a sacarle diez de los grandes a Johnny. Y no creemos que lo hayas averiguado desde que hablamos contigo, porque te hemos estado siguiendo, y sabemos que fuiste derecho al club de Johnny desde tu habitación, y de allí a ver a Dulcy. Así que debes de saber algo sobre la navaja.

Dejó de hablar y esperaron a que Chink respondiera.

Chink no dijo nada.

De repente, sin previo aviso, Coffin Ed emergió de las sombras y golpeó a Chink en la parte posterior del cuello con el canto de la mano. El impacto desplazó a Chink hacia delante, dejándole aturdido, y Coffin Ed le cogió de las axilas para evitar que cayera al suelo de bruces.

Grave Digger se bajó rápidamente del escritorio y le esposó los tobillos a Chink, apretando bien las manillas justo por encima de la articulación. Coffin Ed le esposó después las manos por detrás de la espalda.

Sin decir una palabra más, abrieron la puerta, levantaron a Chink de la silla y le colgaron boca abajo de lo alto de la puerta por los esposados tobillos, de forma que la parte superior de la puerta pasaba bajo su entrepierna. Tenía la espalda totalmente apoyada sobre su canto inferior, y el pestillo de la cerradura se le clavaba en el cuerpo.

Grave Digger metió entonces su talón en la axila izquierda de Chink, y Coffin Ed hizo lo mismo en su axila derecha, y los dos empezaron a empujar poco a poco hacia abajo.

Chink pensó en los diez mil dólares que Dulcy iba a conseguirle ese día y trató de soportarlo. Intentó gritar, pero había esperado demasiado. Todo lo que salió fue su lengua, y no pudo meterla otra vez para dentro. Empezó a ahogarse, y sus ojos comenzaron a salírsele de las órbitas.

—Bajémoslo ya —dijo Grave Digger.

Lo levantaron, le dieron la vuelta y lo dejaron de pie, pero no podía tenerse. Cayó hacia delante. Grave Digger lo cogió antes de que diera contra el suelo y lo sentó de vuelta en el taburete.

—Muy bien, suéltalo —ordenó Coffin Ed—. Y más te vale decir la verdad.

Chink tragó saliva.

—Vale —dijo con el aliento entrecortado—. Yo le di la navaja.

El rostro quemado de Coffin Ed se contrajo por la ira. Chink agachó la cabeza automáticamente, pero Coffin Ed tan sólo apretó y abrió los puños.

—¿Cuándo se la diste? —preguntó Grave Digger.

—Fue exactamente como dijo el pastor —confesó Chink—. Uno de los miembros del club, el Sr. Burns, la trajo de Londres y me la dio como regalo de Navidad, y yo se la di a ella.

—¿Para qué? —preguntó Coffin Ed.

—Sólo como broma —respondió Chink—. Le tiene tanto miedo a Johnny que pensé que sería una buena broma.

—Tienes razón —dijo Grave Digger agriamente—. Habría sido tremendamente divertido que te la hubieras encontrado clavada entre tus propias costillas.

—No imaginé que dejaría que Johnny la encontrara —dijo Chink.

—¿Cómo sabes que la encontró? —preguntó Coffin Ed.

—No tenemos tiempo para suposiciones —señaló Grave Digger.

Le quitaron a Chink las esposas de muñecas y tobillos y lo arrestaron bajo sospecha de asesinato.

Después intentaron contactar con el Sr. Burns que según él le había dado la navaja, para verificar la historia. Pero el empleado de noche del University Club dijo, en respuesta a su llamada de teléfono, que el Sr. Burns se encontraba en alguna parte de Europa.

Volvieron al piso de Johnny, tocaron el timbre y aporrearon la puerta. Nadie respondió. Probaron con la puerta de servicio. Grave Digger escuchó con la oreja pegada al entrepaño.

—Silencioso como una tumba —dijo.

—Al perro le ha pasado algo —comentó Coffin Ed.

Se miraron el uno al otro.

—Entrar sin una orden de registro va a ser arriesgado —señaló Grave Digger—. Si él está ahí dentro y la ha matado ya, vamos a tener que cargárnoslo. Y si no le ha tocado un pelo y entramos a la fuerza cuando simplemente están dentro callados, se va a armar una buena. Es probable que haga que nos degraden a agentes de a pie.

—De verdad que odio que Johnny mate a su mujer y vaya a la silla por culpa de un capullo greñudo como Chink —dijo Coffin Ed—. Por lo que sabemos, ella podría haber matado sola a Val. Pero si Johnny descubre que Chink le dio la navaja, su vida no valdrá un centavo.

—Chink podría estar mintiendo —sugirió Grave Digger.

—Si lo está haciendo, más le vale desaparecer de la faz de la Tierra —dijo Coffin Ed.

—Entonces mejor que vayamos por delante —propuso Grave Digger—. Si Johnny está ahí agazapado en la oscuridad con su pipa, tendremos más oportunidades en ese vestíbulo recto.

La puerta tenía un grueso marco de hierro a ambos lados y en el dintel, lo que imposibilitaba abrirla haciendo palanca, y estaba asegurada con tres cerraduras distintas.

Abrir la puerta le llevó a Coffin Ed quince minutos de trabajo con siete llaves maestras.

Se colocaron uno a cada lado de la puerta con los revólveres en la mano mientras Grave Digger la abría empujándola con el pie. Del oscuro y alargado vestíbulo no surgió ningún sonido.

En la puerta había una cadena de seguridad que, cuando estaba puesta, sólo permitía abrirla una rendija, pero no lo estaba.

—La cadena no está puesta —dijo Grave Digger—. No está aquí.

—No te la juegues —advirtió Coffin Ed.

—¡Qué demonios! Johnny no está loco —dijo Grave Digger, y entró en el oscuro vestíbulo—. Soy yo, Digger, y Ed Johnson, si estás aquí, Johnny —dijo en voz baja; buscó a tientas el interruptor y encendió la luz del vestíbulo.

Sus ojos fueron directos hacia un portacandados fijado al exterior de la puerta del dormitorio principal. Se encontraba cerrado con un grueso candado de latón. Coffin Ed cerró la puerta de la casa, cruzaron el vestíbulo y escucharon con el oído puesto sobre el entrepaño de la puerta del dormitorio. El único sonido que surgía de dentro procedía de una radio sintonizada en un programa nocturno de música swing.

—En cualquier caso, no está muerta —dijo Grave Digger—. No encerraría un cadáver.

—Pero o bien ha descubierto algo o se le está yendo la cabeza —respondió Coffin Ed.

—Veamos qué hay en el resto de la casa —sugirió Coffin Ed.

Empezaron por el salón frente a la entrada y luego volvieron hacia la cocina. Ninguna de las habitaciones había sido limpiada o adecentada. Los cristales rotos de la mesa de cocktail volcada se encontraban tirados sobre la alfombra del salón.

—Parece que la cosa se puso violenta —observó Coffin Ed.

—Puede que le haya pegado —admitió Grave Digger.

Los dos dormitorios se encontraban en el lado del vestíbulo opuesto a la cocina, y estaban separados entre sí por el cuarto de baño. Los dos tenían puertas que daban a él y que podían cerrarse con pestillo desde el interior. La puerta que daba a la habitación que había ocupado Val estaba entreabierta, pero la que conducía al dormitorio principal tenía el pestillo echado. Grave Digger lo descorrió y entraron.

Las cortinas estaban echadas y la habitación se encontraba a oscuras salvo por el tenue resplandor del dial de la radio.

Coffin Ed encendió la luz.

Dulcy estaba acostada de lado, con las rodillas encogidas y las manos entre las piernas. Había apartado la colcha de una patada, y su desnudo cuerpo color sepia tenía el brillo apagado del metal. Estaba respirando en silencio, pero su cara estaba aceitosa por el sudor y de la comisura inferior de su boca había resbalado un hilillo de saliva.

—Dormida como un bebé —dijo Grave Digger.

—Un bebé borracho —corrigió Coffin Ed.

—También huele como uno —admitió Grave Digger.

Había una botella vacía de brandy sobre la alfombra, al lado de la cama, y un vaso volcado en el centro de una mancha húmeda.

Coffin Ed atravesó el cuarto hasta la única ventana que tenía, que daba a la escalera de incendios interior, y abrió las cortinas. La pesada reja de hierro situada en el lado exterior de la ventana estaba cerrada con un candado.

Se dio la vuelta y regresó junto a la cama.

—¿Crees que esta bella durmiente sabe que la han encerrado? —preguntó.

—Es difícil de decir —admitió Grave Digger—. ¿Tú qué crees?

—Tal como yo lo veo Johnny está tras la pista de algo, pero no sabe de qué —dijo Coffin Ed—. Está ahí fuera tratando de averiguarlo, y la ha encerrado por si acaso descubre algo malo.

—¿Crees que sabe lo de la navaja?

—Si lo sabe, estará buscando a Chink, eso está claro —señaló Coffin Ed.

—Veamos qué tiene que decir ella —sugirió Grave Digger, zarandeándola del hombro.

Ella se despertó y se pasó la mano por la cara con gestos ebrios.

—Despierta, hermanita —dijo Grave Digger.

—Lárgate —murmuró ella sin abrir los ojos—. Ya te he dado todo lo que tengo. —De repente soltó una risita—. Todo excepto lo que tú ya sabes. Nunca voy a darte nada de eso, negro. Eso es todo para Johnny.

Grave Digger y Coffin Ed cruzaron una mirada.

—No entiendo nada de nada —admitió Grave Digger.

—Tal vez sería mejor que nos la lleváramos a comisaría —aventuró Coffin Ed.

—Podríamos hacerlo, pero si resulta más tarde que nos hemos equivocado y lo único que le pasa a Johnny con ella es que se siente normalmente celoso…

—¿A qué llamas normalmente celoso? —lo interrumpió Coffin Ed—. ¿Consideras que encerrar a tu mujer es estar normalmente celoso?

—En el caso de Johnny, al menos —dijo Grave Digger—. Y si él regresa y descubre que hemos entrado en su casa y arrestado a su mujer…

—Por ser sospechosa de asesinato —lo interrumpió otra vez Coffin Ed.

—Ni siquiera eso nos salvaría de una suspensión. No es como si la hubiéramos detenido en la calle. Hemos entrado sin permiso en su casa, y no hay pruebas de que aquí se haya cometido un delito. E incluso si estuviera acusada de asesinato, necesitaríamos una orden.

—Bueno, lo único que podemos hacer es encontrarlo antes de que él encuentre lo que anda buscando —cedió Coffin Ed.

—Sí, y más vale que nos movamos porque se nos está acabando el tiempo —dijo Grave Digger.

Salieron pasando de nuevo por el baño, dejando la puerta abierta de par en par, y cerraron la puerta de la casa sólo con el pestillo automático.

Fueron primero al garaje de la calle 155 donde Johnny guardaba su Cadillac, pero no había estado allí. Después se pasaron por su club. Estaba cerrado y las luces apagadas.

Después empezaron a recorrerse los cabarés, las partidas de dados y los after-hours. Hicieron correr la voz de que estaban buscando a Chink Charlie.

El barman del Small’s Paradise Inn dijo:

—No he visto a Chink en toda la noche. Debe de estar en la cárcel. ¿Le habéis buscado allí?

—Demonios, es el último lugar donde la policía buscaría a nadie —respondió Grave Digger.

—Veamos si ha vuelto ya a casa —propuso finalmente Coffin Ed.

Regresaron al piso, llamaron al timbre. Al no recibir respuesta, volvieron a entrar. Estaba tal y como lo habían dejado. Dulcy estaba durmiendo en la misma postura. La emisora de radio estaba despidiendo el programa.

Coffin Ed miró su reloj.

—Son las cuatro —dijo—. No hay más remedio que dejarlo ya.

Volvieron en coche a la comisaría de distrito y redactaron su informe. El teniente al cargo del turno de noche les hizo llamar y leyó el informe antes de dejarlos marchar.

—¿No deberíamos haber detenido a la mujer de Perry? —dijo.

—No sin una orden —señaló Grave Digger—. No hemos podido verificar la versión de Chink Charlie Dawson en torno a la navaja, y si está mintiendo, ella puede demandarnos por arresto indebido.

—Qué carajo —respondió el teniente—. Habláis como si fuera la Sra. Vanderbilt[8].

—Tal vez no sea la Sra. Vanderbilt, pero Johnny Perry tiene peso en esta ciudad —dijo Grave Digger—. Y de todos modos, no está en nuestro distrito.

—Está bien, haré que la comisaría de distrito de la calle 152 mande a un par de hombres al edificio para que arresten a Johnny cuando aparezca —dijo el teniente—. Vosotros id a dormir un poco. Os lo habéis ganado.

—¿Algo sobre Valentine Haines desde Chicago? —preguntó Grave Digger.

—Nada —informó el teniente.

Cuando salieron de la comisaría, el cielo estaba encapotado y hacía bochorno.

—Tiene pinta de que va a llover a cántaros —comentó Grave Digger.

—Bienvenido sea —respondió Coffin Ed.