14

Eran las diez y cuarto de la noche cuando Grave Digger y Coffin Ed encontraron tiempo al fin para hacerle una visita a Chink Charlie.

Primero tuvieron que correr detrás de un joven que vendía gatos desollados puerta por puerta haciéndolos pasar por conejos. Una clienta anciana había pedido las patas, y al decírsele que eran conejos que nacían sólo con muñones, empezó a sospechar y llamó a la policía.

Después tuvieron que tomar declaración a dos profesoras de escuela de aspecto matronal, procedentes del sur y alojadas en el Theresa Hotel mientras asistían a unos cursos de verano de la Universidad de Nueva York, que le habían entregado su dinero a un hombre que se había hecho pasar por el detective del hotel para que lo pusiera en la caja fuerte del edificio.

Aparcaron delante del bar situado entre la calle 146 y St. Nicholas Avenue.

Chink tenía una habitación con ventana en St. Nicholas Avenue, en un apartamento de un cuarto piso. La decoración en negro y amarillo del cuarto la había escogido él, y lo había amueblado en estilo modernista. La alfombra era negra, las sillas amarillas, la meridiana tenía un cubrecama amarillo, el mueble televisión-tocadiscos era negro con adornos amarillos, la pequeña mesa nevera era negra por fuera y amarilla por dentro, las cortinas eran a rayas negras y amarillas, y el tocador y la cómoda eran negros.

El tocadiscos estaba cubierto con una pila de clásicos del swing, y Cootie Williams estaba tocando un solo de trompeta en el disco de Duke Ellington Take the A Train. Un ventilador de 25 centímetros en funcionamiento sobre el alféizar de la ventana abierta hacía entrar el humo de los coches, polvo, aire caliente y el fuerte sonido de las voces de las putas y los borrachos congregados frente al bar de abajo.

Chink se encontraba de pie bajo el brillo de la lámpara de mesa que había delante de la ventana. Llevaba puestos unos bóxers azules de nailon sobre su cuerpo de piel morena, aceitosa y resplandeciente a causa del sudor. Por encima de ellos, sobre su cadera izquierda, podía verse la marca de aspecto deshilachado de una cicatriz alargada de color rojo purpúreo producida por una quemadura con ácido.

Doll Baby, desnuda salvo por su sujetador negro de nailon, sus bragas negras semitransparentes del mismo material y sus zapatos rojos de tacón alto, estaba practicando su número como corista en medio de la habitación. Estaba de espaldas a la ventana, observando su reflejo en el espejo del tocador. Una bandeja con platos sucios que contenían las sobras de la cena a base de chile con carne y menudillos de cerdo estofados que habían encargado al bar restaurante descansaba sobre la mesa, cortando su reflejo justo por debajo de las bragas, como si la hubieran servido sin piernas junto con el resto de exquisiteces. El contorno de tres profundas cicatrices estampadas en su trasero resultaba visible bajo las negras bragas semitransparentes.

Chink las estaba mirando con aire ausente mientras se meneaban arriba y abajo delante de sus ojos.

—No lo entiendo —estaba diciendo—. Si Val pensaba realmente que iba a conseguir diez de los grandes de Johnny y no te estaba colando una trola…

Ella se puso furiosa.

—Qué demonios te pasa, negro. ¿Crees que no sé distinguir cuándo un hombre está siendo sincero?

Ella le había hablado a Chink de su conversación con Johnny, y estaban tratando de idear algún modo de apretarle las tuercas.

—¡Siéntate!, ¿quieres? —gritó Chink—. ¡Cómo diablos voy a poder pensar…!

Se calló para mirar fijamente la puerta. Doll Baby dejó de bailar en mitad de un paso.

La puerta se había abierto sin hacer ruido, y Grave Digger había entrado en la habitación. Mientras le miraban con ojos fijos, cruzó rápidamente el cuarto hasta la ventana y echó la cortina. Coffin Ed pasó al interior, cerró la puerta de espaldas y se apoyó en ella. Ambos llevaban los sombreros bien calados justo por encima de sus ojos.

Grave Digger se dio la vuelta y se sentó en el borde de la mesa de la ventana, junto a la lámpara.

—Bueno, continúa, hijo —empezó—. ¿Cuál es la única manera de que todo encaje?

—¿Qué demonios pretendéis entrando así en mi habitación? —explotó Chink con voz ahogada. Su cara mulata estaba cubierta por una máscara de cólera.

La cortina de la ventana hacía tanto ruido al dar contra el protector del ventilador que Grave Digger alargó la mano y apagó el aparato.

—¿Qué dijiste, hijo? —preguntó—. No te he oído.

—Está despotricando porque no llamamos a la puerta —dijo Coffin Ed.

Grave Digger abrió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba.

—Tu casera dijo que tenías compañía, pero con el calor que hace nos figuramos que no estarías en mitad de nada embarazoso.

La cara de Chink empezó a hincharse.

—Escuchad, no me asustáis, polis —dijo con furia—. Cuando cruzáis ese umbral sin una orden para mí estáis allanando mi casa como dos ladrones, y puedo coger mi pistola y volaros la cabeza.

—Esa no es la actitud correcta para el primer hombre en pisar la escena de un asesinato —le censuró Grave Digger, levantándose de la mesa.

Coffin Ed atravesó la habitación, abrió de un tirón el primer cajón de la cómoda, rebuscó debajo de una pila de pañuelos y sacó un revólver Smith & Wesson del calibre 38.

—Y tengo un permiso para eso —gritó Chink.

—No lo dudo —concedió Coffin Ed—. Tus jefes blancos de ese club donde trabajas mareando el whisky te lo consiguieron.

—Sí, y voy a hacer que se encarguen de vosotros dos, negros con placa —amenazó Chink.

Coffin Ed tiró el arma de Chink de vuelta al cajón.

—Escucha, capullo… —comenzó a decir, pero Grave Digger le cortó.

—Después de todo, Ed, no seas duro con el muchacho. Puedes ver que estos cafés con leche no son negros de verdad como tú y yo.

Pero Coffin Ed estaba demasiado enfadado para apreciar la broma. Siguió hablándole a Chink.

—Estás libre bajo fianza como testigo principal. Podemos arrestarte cuando nos dé la gana. Estamos tratando de darte una oportunidad y todo lo que conseguimos de ti es un montón de mierda presuntuosa. Si no quieres hablar con nosotros aquí podemos llevarte al Nido del Ruiseñor y hacerlo allí.

—Quieres decir que si me opongo a que me avasalléis en mi propia casa podéis llevarme a la comisaría para avasallarme allí —dijo Chink con malignidad—. Así es como acabaste pareciendo el monstruo de Frankenstein, avasallando a la gente.

La cólera transformó el rostro quemado por el ácido de Coffin Ed en una máscara espantosa. Antes de que Chink terminara de hablar, dio dos pasos y le propinó un golpe que lo lanzó dando vueltas sobre la colcha amarilla de la cama. En la mano sujetaba su revólver de cañón largo, y se disponía a acercarse a Chink para golpearlo con él cuando Grave Digger le agarró los brazos desde atrás.

—Soy digger —se apresuró a decir en tono pacificador—. Soy Digger, Ed. No hagas daño al muchacho. Hazle caso a Digger, Ed.

Los tensos músculos de Coffin Ed se relajaron lentamente a medida que su rabia asesina se fue desvaneciendo.

—Es un capullo deslenguado —siguió Grave Digger—, pero no merece la pena que lo mates.

Coffin Ed guardó el revólver en su funda, se giró y salió de la habitación sin decir una sola palabra, se quedó un momento en el pasillo y pegó un grito.

Cuando regresó, Chink estaba sentado en el borde de la cama, fumándose un cigarrillo con aire huraño.

Grave Digger estaba diciendo:

—Si estás mintiendo respecto a la navaja, hijo, te vamos a crucificar.

Chink no respondió.

—Responde —dijo Coffin Ed con voz espesa.

—No sé nada de la navaja —contestó Chink hoscamente.

Grave Digger no miró a su compañero, Coffin Ed. Doll Baby se había retirado a la esquina más alejada de la cama y estaba sentada en su borde como si estuviera esperando que explotara debajo de ella en cualquier momento.

Coffin Ed le preguntó de pronto:

—¿Qué chanchullo estabais tramando Val y tú?

Ella pegó un bote como si la cama hubiera explotado finalmente.

—¿Chanchullo? —repitió ella como si fuera tonta.

—Sabes lo que es un chanchullo —insistió Coffin Ed—, teniendo en cuenta la cantidad de chanchullos en los que has estado metida en tu vida.

—Ah, ¿te refieres a si andaba en alguna estafa? —Tragó saliva—. Val no hacía nada de eso. Era un inocentón… bueno, lo que quiero decir es que era honrado.

—¿De qué pensabais vivir, tórtolos? ¿De tu salario como corista, o tenías intención de hacer un poco la calle aparte?

Ella estaba demasiado asustada para mostrar su indignación, pero protestó de manera dócil.

—Val era un caballero. Johnny iba a darle diez de los grandes para abrir una tienda de licores.

Chink giró la cabeza y le lanzó una mirada cargada de puro veneno. Pero los dos detectives tan sólo clavaron sus ojos en ella, y de repente se quedaron totalmente callados.

—¿He dicho algo malo? —preguntó con expresión asustada.

—No, no lo has hecho —mintió Grave Digger—. Nos lo habías dicho antes. —Lanzó una mirada fugaz a Coffin Ed.

—Eso es algo que ha soñado —se apresuró a decir Chink.

—Cállate —mandó Coffin Ed de manera tajante.

Grave Digger dijo con aire indiferente:

—Lo que estamos tratando de averiguar es por qué. Johnny es un jugador excesivamente cauto para un trato tan arriesgado.

—Después de todo, Val era el hermano de Dulcy —expuso Doll Baby estúpidamente—. ¿Y qué tiene de arriesgado abrir una tienda de licores?

—Bueno, en primer lugar, Val no podía obtener una licencia —explicó Grave Digger—. Pasó un año en el Reformatorio Estatal de Illinois, y el estado de Nueva York no concede licencias de licorerías a exconvictos. Johnny también lo es, de modo que no podría conseguir una licencia a su nombre. Eso significa que tendrían que introducir a una tercera persona como tapadera para obtenerla y llevar el negocio en su nombre. Los beneficios por cabeza serían demasiado escasos, y ni Johnny ni Val tendrían modo legal alguno de hacerse con su parte.

Los ojos de Doll Baby se habían ido agrandando como platos durante esta explicación.

—Bueno, él me juró que Dulcy iba a conseguirle la pasta, y sé que no me estaba mintiendo —se defendió ella—. Estaba coladito por mí.

Durante los quince minutos siguientes los detectives interrogaron a Chink y a ella acerca de la vida pasada de Val y Dulcy, pero no sacaron nada nuevo. Cuando se disponían a marcharse, Grave Digger dijo:

—Bueno, nena, no sabemos a qué juego estás jugando, pero si lo que dices es cierto, acabas de liberar a Johnny de toda sospecha. Johnny es lo bastante impulsivo como para matar a cualquiera en un ataque de ira, pero Val fue asesinado con premeditación y a sangre fría. Y si estaba intentando sacarle diez de los grandes a Johnny, eso sería como si este hubiera dejado una nota con su nombre en la escena del asesinato. Y johnny no es el tipo de hombre que haría eso.

—¡Qué te parece! —protestó Doll Baby—. Os doy una razón por la que Johnny podría haberlo hecho y me soltáis que eso prueba que no lo hizo.

Grave Digger se rio.

—Eso demuestra lo estúpidos que son los policías.

Salieron al vestíbulo y cerraron la puerta tras ellos. Luego, después de hablar brevemente con la casera, cruzaron la habitación, salieron por la puerta de la casa y la cerraron igualmente.

Chink y Doll Baby permanecieron callados hasta que oyeron a la casera echar la llave y los cerrojos de la puerta. Pero los detectives simplemente habían puesto el pie fuera, dado media vuelta y vuelto a entrar en el piso. Para cuando la casera se encontraba echando los cerrojos, ellos se habían apostado delante de la puerta del dormitorio de Chink y estaban escuchando a través del delgado entrepaño de madera.

Lo primero que dijo Chink, levantándose de un salto y atacando furiosamente a Doll Baby, fue:

—¿Por qué demonios les has hablado de los diez de los grandes, maldita idiota?

—Bueno, por amor de Dios —protestó Doll Baby a voces—, ¿crees que quería que pensaran que iba a casarme con un puto mendigo?

Chink la agarró del cuello y la tiró de la cama. Los detectives se miraron el uno al otro cuando oyeron el impacto sordo de su cuerpo contra el suelo alfombrado. Coffin Ed arqueó las cejas de manera interrogativa, pero Grave Digger negó con la cabeza. Tras unos instantes, oyeron a Doll Baby decir con voz ahogada:

—¿Por qué diablos intentas matarme, hijoputa?

Chink la había soltado y se había acercado a la nevera a por una botella de cerveza.

—Has dejado que el hijoputa escapara de la trampa —la acusó.

—Bueno, si él no le mató, ¿quién lo hizo? —respondió ella. Después se percató de la expresión de su cara y dijo—: Oh.

—Ya da igual quién lo matara —dijo él—. Lo que quiero saber es qué sabía él de Johnny.

—Bueno, yo te he dicho todo lo que sé —señaló ella.

—Escucha, zorra, si me estás ocultando algo… —empezó él, pero ella le cortó.

—Tú me estás ocultando más que yo a ti. Yo no me estoy callando nada.

—Si crees que estoy ocultándote algo, más te vale pensarlo solamente y no decirlo —la amenazó.

—No voy a decir nada sobre ti —prometió ella, y luego se quejó—: ¿Por qué demonios tenemos que discutir? ¿No estamos tratando de averiguar quién mató a Val, no es cierto? Lo único que intentamos hacer es sacarle el dinero a Johnny. —Su voz empezó a adoptar un tono confidencial y cariñoso—. Te lo estoy diciendo, cielo, todo lo que tienes que hacer es seguir presionándole. No sé qué sabría Val de él, pero si sigues presionándole, tiene que ceder.

—Ya lo creo que voy a presionarle —dijo Chink—. Voy a seguir haciéndolo hasta poner a prueba sus putos nervios.

—Tampoco te pases —le advirtió ella—, porque los tiene de punta.

—Ese hijoputa feo no me da miedo —dijo Chink.

—¡Mira qué hora es! —exclamó de pronto Doll Baby—. Tengo que irme. Con lo tarde que es, no voy a llegar.

Grave Digger señaló con la cabeza hacia la puerta de la casa, y Coffin Ed y él cruzaron de puntillas el vestíbulo. La casera les abrió la puerta sin hacer ruido.

Mientras bajaban por las escaleras, Grave Digger se echó a reír.

—La olla está comenzando a hervir —dijo.

—Lo único que espero es que no nos pasemos con el fuego —contestó Coffin Ed.

—Deberíamos de recibir noticias de Chicago mañana o pasado —señaló Grave Digger—, y enterarnos de qué han averiguado.

—Sólo espero que no sea demasiado tarde —admitió Coffin Ed.

—Tan sólo falta un único eslabón —continuó Grave Digger—. Qué era lo que Val sabía sobre Johnny que valía diez de los grandes. Si supiéramos eso lo tendríamos todo atado.

—Sí, pero sin eso el perro anda suelto —respondió Coffin Ed.

—Lo que necesitas es cogerte una buena borrachera un día —le dijo Grave Digger a su amigo.

Coffin Ed se frotó su cara quemada por el ácido con la palma de la mano.

—Tienes toda la razón —dijo con voz apagada.