Eran más de las siete cuando Grave Digger y Coffin Ed aparcaron en la calle 116 delante de la pollería de Goldstein, entre Lexington y la Tercera Avenida.
El nombre aparecía en gastadas letras doradas sobre un sucio escaparate de cristal, y una silueta de madera de lo que pasaba por un pollo colgaba de un angular encima de la entrada, con la palabra pollos pintada en ella.
Había gallineros, la mayoría vacíos, apilados a seis y siete alturas sobre la acera a ambos lados de la entrada y unidos entre sí por cadenas. Las cadenas estaban sujetas con candados a unos gruesos anclajes de hierro fijados a la fachada de la tienda.
—Goldstein no se fía de que esta gente no toque sus pollos —observó Coffin Ed mientras se bajaban del coche.
—¿Puedes culparlo por ello? —contestó Grave Digger.
Dentro de la tienda había más pilas de gallineros que contenían más pollos.
El Sr. y la Sra. Goldstein y varios Goldstein más jóvenes estaban yendo de acá para allá, vendiendo pollos vivos a Varios clientes de última hora, principalmente propietarios de restaurantes de pollo frito, puestos de barbacoa, clubes nocturnos y after-hours.
El Sr. Goldstein se acercó a ellos, lavándose las manos en el pestilente aire.
—¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros? —preguntó. Nunca había tenido encontronazos con la ley y no conocía de vista a ningún detective.
Grave Digger extrajo su placa dorada del bolsillo y la exhibió en la palma de su mano.
—Somos la autoridad —dijo.
El Sr. Goldstein se puso pálido.
—¿Estamos incumpliendo la ley?
—No, no, usted está haciendo un servicio público —respondió Grave Digger—. Estamos buscando a un chico llamado Iron Jaw que trabaja para usted. Su nombre real es Ibsen. No nos pregunte de dónde lo sacó.
—Oh, Ibsen —dijo aliviado el Sr. Goldstein—. Trabaja como desplumador. Está en la trastienda. —Después comenzó a preocuparse otra vez—. No irán a arrestarle ahora, ¿verdad? Tengo muchos encargos que cubrir.
—Sólo queremos hacerle unas cuantas preguntas —le aseguró Grave Digger.
Pero el Sr. Goldstein no estaba convencido.
—Por favor, caballeros, no le hagan demasiadas preguntas —rogó—. No puede pensar más que en una sola cosa a la vez, y además creo que ha estado bebiendo un poco.
—Intentaremos no cansarlo demasiado —dijo Coffin Ed.
Cruzaron la puerta que llevaba a la trastienda.
Un joven musculado y de hombros anchos, desnudo de cintura para arriba, con chorros de sudor bajando por su suave piel azabache, se encontraba de espaldas a la puerta frente a la mesa de desplume que había junto a la tina de escaldado. Sus brazos estaban trabajando como las bielas motrices de una locomotora a toda máquina, y una lluvia de plumas mojadas caía dentro de una enorme cesta que había a su lado.
Estaba cantando para sí mismo con una voz turbia por el whisky.
P’arriba y abajo el capi se pasea
Mi amigo’stá ahí muerto, Señó,
N’el suelo ardiente tirao se quea,
Si a mi bola y mi caena no estuviera enganchao,
A’se capi tanto le sacudiera
que má ciego qu’un topo l’hubiera dejao
Había una hilera de pollos en un extremo de la amplia mesa, tendidos silenciosamente panza arriba con sus cabezas metidas bajo las alas y sus patas apuntando hacia el techo. Cada pollo tenía una etiqueta atada a una de ellas.
Un hombre joven con gafas salió de detrás de la mesa de empaquetado, lanzó una mirada curiosa a Grave Digger y Coffin Ed y caminó hasta ponerse detrás del desplumador. Señaló uno de los pollos vivos en la esquina más alejada de la mesa, una polla Plymouth Rock de grandes patas, que no tenía etiqueta.
—¿Qué está haciendo ese pollo ahí, Ibsen? —preguntó en tono suspicaz.
El desplumador se giró para mirarle. De perfil, su mandíbula sobresalía de su musculado y fibroso cuello como el pico de una plancha, y su cara de nariz chata y su frente huidiza estaban retraídas en un ángulo de treinta grados.
—Ah, ‘se pollo d’ahí —dijo—. Bueno, señó, ‘se pollo é de la señora Klein.
—¿Entonces por qué le falta la etiqueta?
—Bueno, señó, aún no sabe si se lo v’a llevá o no. Todavía no ha venío a por él.
—Está bien —dijo el joven malhumorado—. Sigue con tu trabajo. Y no te quedes ahí parado: tenemos que completar estos encargos.
El desplumador se dio la vuelta y sus brazos empezaron a trabajar como bielas motrices de locomotora. Se puso otra vez a cantar para sí mismo. No había visto a los dos detectives parados justo delante de la salida.
Grave Digger señaló con la cabeza en dirección ala puerta. Coffin Ed asintió con la suya. Salieron sin hacer ruido.
El Sr. Goldstein abandonó a un cliente por un instante al verlos atravesar la tienda.
—Me alegro de que no arrestaran a Ibsen —dijo, lavándose las manos con aire—. Es un buen empleado y un hombre honrado.
—Sí, nos hemos dado cuenta de lo mucho que confía en él —dijo Coffin Ed.
Se subieron al coche, recorrieron dos portales calle abajo, aparcaron de nuevo y esperaron sentados.
—Me juego una pinta de whisky a que se lo lleva —dijo Grave Digger.
—Demonios, ¿qué clase de apuesta es esa? —contestó Coffin Ed—. Ese chaval le ha robado tantos pollos a Goldstein que él mismo es en cuarta parte pollo. Apuesto a que podría robar un pollo de su huevo sin romper la cáscara.
—Sea como sea, pronto lo veremos. Casi se les escapa. El desplumador se fue por la puerta de atrás y salió a la calle por un estrecho callejón delante de ellos.
Llevaba puesta una chaqueta militar grande y holgada de un verde oliva apagado con cuello de algodón en canalé y un cordón en su parte baja, y su pelo pasa estaba cubierto por una gorra de soldado que llevaba al revés, con la visera colgando por la parte posterior de su cuello. Con aquella indumentaria, su mandíbula de hierro[4] resultaba más prominente. Parecía como si hubiera intentado tragarse la plancha y esta se hubiera hundido entre sus dientes, bajo la lengua.
Caminó hasta Lexington Avenue y empezó a subir por ella, con pasos ligeramente tambaleantes pero cuidando de no chocar con nadie, mientras silbaba el ritmillo de Rock around the clock con notas altas y claras.
Los detectives le siguieron en su coche. Cuando torció al Este en la calle 119, le adelantaron, se echaron a la acera y salieron del coche, cortándole el paso.
—¿Qué tienes ahí, Iron Jaw? —preguntó Grave Digger.
Iron Jaw trató de enfocarlo con la mirada. Sus grandes ojos turbios estaban inclinados formando una V y tenían tendencia a mirar desde extremos opuestos. Cuando por fin enfocaron la cara de Grave Digger, bizqueaba ligeramente.
—Por qué no me dejái en pá —protestó con su voz awhiskada, bamboleándose levemente—. No he’cho na.
Coffin Ed alargó rápidamente la mano y le bajó la cremallera de la chaqueta hasta abrirla casi del todo. Una piel suave, negra y brillante relució sobre un pecho musculado y lampiño. Pero, a la altura del estómago, comenzaban a verse plumas blancas y negras.
El pollo descansaba en el interior del cálido nido de la parte baja de la chaqueta, con sus patas amarillas cruzadas pacíficamente como un cadáver dentro de un ataúd y la cabeza escondida bajo el ala exterior.
—¿Entonces qué haces con ese pollo? —preguntó Coffin Ed—. ¿Amamantarlo?
El rostro de Iron Jaw tenía una expresión vacía.
—Pollo, señó. ¿Qué pollo?
—No me vengas con ese rollo de negrito idiota de la plantación —le advirtió Coffin Ed—. Mi apellido no es Goldstein.
Grave Digger alargó la mano y sacó la cabeza del pollo de debajo del ala con el dedo índice.
—Este pollo, hijo.
El pollo levantó la cabeza y echó una mirada asustada a los dos detectives desde uno de sus pequeños y brillantes ojos, después giró completamente la cabeza y les miró con el otro.
—Se parece a mi suegra cuando tengo que despertarla —dijo Grave Digger.
De pronto, el pollo empezó a soltar graznidos y a revolverse, aleteando y tratando de salir de su nido.
—También suena como ella —añadió Grave Digger.
El pollo consiguió apoyarse en el vientre de Iron Jaw y salió volando hacia Grave Digger, agitando sus alas y graznando de manera furiosa, como si le hubiera molestado el comentario.
Grave Digger lo alanceó con su mano izquierda y logró engancharlo de un ala.
Iron Jaw pivotó sobre las puntas de sus pies y salió disparado, corriendo por el centro de la calle. Llevaba unas sucias zapatillas deportivas de lona similares a las de Poor Boy, y corría como un rayo hecho de luz negra.
Coffin Ed tenía en la mano su niquelado revólver de cañón largo antes de que Iron Jaw hubiera comenzado a correr, pero estaba carcajeándose tan fuerte que no podía darle el alto. Cuando por fin recuperó la voz, gritó:
—¡So, chaval, o te pego un tiro! —Dio tres rápidos disparos al aire.
Grave Digger se vio entorpecido por el pollo y sacó tarde su revólver, que era idéntico al de Coffin Ed. Después tuvo que darle un golpe en la cabeza al ave para guardarla como prueba. Cuando por fin levantó la vista, fue justo a tiempo para ver cómo Coffin Ed disparaba al huido Iron Jaw en la base del pie derecho.
La bala del calibre 38 alcanzó la suela de goma de la zapatilla de lona de Iron Jaw y se la arrancó del pie. Este despegó del suelo y Iron Jaw se deslizó por el pavimento sobre el trasero. No tenía ni un rasguño, pero pensaba que le habían dado.
—¡M’han matao! —gritó—. ¡La poli m’ha matao d’un tiro!
La gente empezó a acercarse.
Coffin Ed fue hacia él, moviendo en vaivén el brazo de la pistola, y miró el pie de Iron Jaw.
—Levanta —dijo, poniéndolo en pie de un tirón—. No tienes ni un arañazo.
Iron Jaw probó a pisar el pavimento con el pie y descubrió que no le dolía.
—Debe d’haberme dao en otro lao —sostuvo.
—No te ha dado en ninguna parte —aseguró Coffin Ed, cogiéndolo del brazo y llevándoselo hacia su coche—. Larguémonos de aquí —le dijo a Grave Digger.
Grave Digger echó una ojeada a la multitud de curiosos que estaba formándose a su alrededor.
—Vale —dijo.
Colocaron a Iron Jaw entre medias de los dos en el asiento delantero y al pollo muerto en el asiento trasero, y subieron por la calle 119 hasta un muelle desierto en el río Este.
—Podemos hacer que te metan treinta días en chirona por robar pollos o podemos devolverte el tuyo y dejar que te lo lleves a casa para freírlo —empezó Grave Digger—. Depende únicamente de ti.
Iron Jaw miró de reojo a uno y otro detective.
—No sé a qué se refién ustés, jefe.
—Escucha, hijo —le advirtió Coffin Ed—. Deja de hacerte el idiota. Guárdatelo para los blancos. No tiene ningún efecto sobre nosotros. Sabemos que eres un ignorante, pero no eres tan estúpido. Así que habla claro. ¿Entendido?
—Sí señó, jefe.
Coffin Ed dijo:
—No digas que no te avisé.
—¿Quién estaba con Johnny Perry en su coche cuando bajaba por la calle 132 esta mañana, justo antes de que Poor Boy robara al encargado de la A&P? —preguntó Grave Digger.
Iron jaw entrecerró los ojos.
—No sé de qué’stán hablando, jefe. Estuve’n la cama toa la mañá dormío com’un tronco hasta que me fui a trabajá.
—De acuerdo, hijo —dijo Grave Digger—. Si esa es tu historia, te costará treinta días.
—Jefe, le juro por Dió… —empezó Iron Jaw, pero Coffin Ed le cortó.
—Escucha, niñato, ya hemos cogido a Poor Boy por el golpe y está detenido a la espera del juicio de mañana. Él dijo que tú estabas en un portal de la calle 132 justo al lado de la avenida, así que sabemos que estuviste allí. Sabemos que Johnny Perry pasó por la 132 mientras te encontrabas ahí. No estamos tratando de cargarte el robo. Ya te tenemos por hurto de pollos. Todo lo que queremos saber es quién acompañaba a Johnny Perry.
La cara hundida y de facciones chatas de Iron Jaw relucía por el sudor.
—Jefes, no quiero tené problemas con ese Johnny Perry. Casi me daría iguá cumplí mis treinta días.
—No va a haber ningún problema —le aseguró Grave Digger—. No andamos tras Johnny Perry. Andamos tras el hombre que estaba con él.
—Atracó a Johnny y huyó con dos de los grandes —improvisó Grave Digger, probando suerte.
Iron Jaw dejó escapar un silbido.
—Pensé qu’había algo’straño —admitió.
—¿No te diste cuenta de que el hombre tenía una pistola en el costado de Johnny cuando pasaron con el coche? —dijo Grave Digger.
—No señó, no vi el arma. S’acercaron con el coche y aparcaron justo antes de la’squina; la capota’staba subía y no pude vé ningún arma. Pero pensé qu’era algo’straño que se pararan allí, como si no quisieran que nadie les viera.
Grave Digger y Coffin Ed cruzaron una mirada por delante de la expresión estúpida de Iron Jaw.
—Bueno, eso lo aclara —dijo Grave Digger—. Val y él habían aparcado en la 132 antes de que Poor Boy robara al encargado de la A&P. —Dirigió su pregunta siguiente a Iron Jaw—: ¿Salieron juntos del coche o sólo salió Val?
—Jefe, no vi na má que lo que l’he dicho, se lo juro por Dió —declaró Iron Jaw—. Cuando Poor Boy se piró con esa bolsa, y con ese poli y ese blanco persiguiéndole, había un hombre mirando por una ventana, y cuando torcieron la’squina parecía qu’estaba intentando sacá la cabeza pa vé onde iban, y lo siguiente que vi fue que s’estaba cayendo. Así que como é naturá me largué por la Sétima Avenía p’arriba, porque no quería está allí cuando llegaran los polis y comenzaran a hacé un montón de preguntas.
—¿No viste si quedó malherido? —siguió Grave Digger.
—No señó, simplemente mimaginé qu’estaba muerto y que s’había ido con Jesús —respondió Iron Jaw—. Y no é que yo fuera un pé gordo como Johnny Perry. Si los polis m’hubieran encontrao allí na m’asegura que no fueran a decí que yo l’empujé por la ventana.
—Me entristeces, hijo —dijó Grave Digger con seriedad—. Los polis no son tan malos.
—Nos gustaría dejar que te llevaras tu pollo a casa para que lo disfrutaras —dijo Coffin Ed—. Pero Valentine Haines fue asesinado de una puñalada esta mañana, y tenemos que retenerte como testigo principal.
—Sí señó —contestó estoicamente Iron Jaw—. A eso me refería.