7

Después llamaron a Chink.

Dijo que había comenzado la noche con una pequeña sesión amistosa de póquer stud en su habitación. Terminó a la una y media de la mañana y llegó al velatorio a las dos. Se marchó de él a las cuatro menos cinco para mantener un tête-à-tête con Doll Baby en su minúsculo apartamento en el edificio de al lado.

—¿Miraste el reloj cuando te fuiste? —preguntó Brody.

—No, mientras bajaba en el ascensor.

—¿Dónde se encontraba exactamente el reverendo Short cuando te marchaste?

—¿El reverendo Short? Diablos, no me fijé. —Se calló un momento, como si estuviera tratando de acordarse, y dijo—: Creo que estaba de pie junto al ataúd, pero no estoy seguro.

—¿Qué estaba pasando fuera cuando llegaste a la calle?

—Nada. Un policía de color estaba allí vigilando la comida de la A&P en la acera. Puede que recuerde haberme visto.

—¿Había alguien con él?

—No, no a menos que fuera un fantasma.

—Muy bien, chico, ahórranos los chistes y ciñámonos a los hechos —pidió irritado Brody.

Chink dijo que estuvo esperando a Doll Baby en el vestíbulo y que fueron andando hasta su apartamento interior de la segunda planta. Pero ella no estaba de humor, así que salió para pillarle un par de canutos de marihuana a un amigo que vivía calle abajo.

—¿Dónde? —preguntó Brody.

—Adivínelo usted —contestó Chink de manera desafiante.

Brody lo dejó pasar.

—¿Había alguna persona en la calle en ese momento? —preguntó.

—Justo cuando puse el pie en la acera, Dulcy Perry salió por la puerta de al lado, y vimos al mismo tiempo el cuerpo de Val en la cesta de pan.

—¿Te percataste antes de que la cesta de pan estaba ahí?

—Claro. Estaba llena de pan normal y corriente.

—¿No había nadie más a la vista cuando Dulcy y tú os encontrasteis?

—Nadie.

—¿Cómo reaccionó ella cuando vio el cuerpo de su hermano?

—Se puso como loca.

—¿Qué dijo?

—No me acuerdo.

Brody le enseñó la navaja.

Chink reconoció que se parecía a la que estaba clavada en el cuerpo de Val, pero negó haberla visto con anterioridad.

—El reverendo Short declaró que te vio dándole esta navaja a Dulcy Perry delante de su iglesia el día después de Navidad, y que le enseñaste a utilizarla —dijo Brody.

El sudoroso rostro mulato de Chink palideció hasta ponerse del color de una sábana sucia.

—A ese pastor hijoputa se le está yendo la cabeza de beber ese extracto de opio y brandy de cereza —despotricó—. No le he dado a Dulcy ninguna puta navaja y nunca la he visto antes.

—Pero has andado detrás de ella como un perro tras una perra en celo —le atacó Brody—. Todo el mundo lo dice.

—No puede colgarme por intentarlo —se defendió Chink.

—No, pero puedes matar al hermano de una mujer si este se mete en tu camino —dijo Brody.

—Val no era un problema —dijo Chink entre dientes—. Me habría allanado el terreno si no hubiera tenido miedo de Johnny.

Brody llamó a los agentes de guardia.

—Detenedlo —ordenó.

—Quiero llamar a mi abogado —exigió Chink.

—Dejad que llame a su abogado —ordenó Brody. Luego les preguntó si habían detenido a Doll Baby Grieves.

—Hace un buen rato —contestó uno.

—Mandadla para acá.

Doll Baby había cambiado su vestido de noche por uno de día que seguía pareciendo un camisón disimulado. Se sentó en el taburete bajo el cono de luz y cruzó las piernas como si le gustara ser el centro de atención en una habitación con tres hombres, aunque fueran policías.

Confirmó el testimonio de Chink, aunque dijo que este había salido a por sándwiches en vez de a por marihuana.

—¿No comiste bastante en el velatorio? —preguntó Brody.

—Bueno, es que estuvimos hablando y eso siempre me da hambre —respondió ella.

Brody le preguntó sobre su relación con Val, y ella dijo que estaban prometidos.

—¿Y estabas pasando el rato con otro hombre en tu apartamento a esa hora de la madrugada?

—Bueno, después de todo, estuve esperando a Val hasta las cuatro de la mañana, y sencillamente me imaginé que estaría por ahí ligando. —Rio divertida—. Y si él puede, yo también.

—Ahora está muerto, ¿o lo has olvidado? —le recordó Brody.

Ella recuperó bruscamente la seriedad y puso un gesto apropiadamente triste.

Brody le preguntó si vio a alguien cuando se fue del velatorio. Ella dijo que había visto a un policía de color con el encargado de la tienda A&P, que justo acababa de llegar en coche. Reconoció al encargado porque compraba en la tienda, y conocía personalmente al policía. Los dos la habían saludado.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Val? —preguntó Brody.

—Vino a verme sobre las diez y media.

—¿Había estado en el velatorio?

—No, dijo que iría directamente desde casa. Llamé por teléfono al Sr. Small y me dio la noche libre para asistir al velatorio de Big Joe, ya que normalmente trabajo de once a cuatro, y después Val y yo estuvimos sentados hablando hasta la una y media.

—¿Estás segura de la hora?

—Sí, miró su reloj y dijo que era la una y media y que tenía que irse en una hora porque quería pasarse por el club de Johnny antes de ir al velatorio, y yo dije que quería algo de pollo frito.

—No te gusta la cocina de Mamie Pullen —apuntó Brody.

—Oh, claro que me gusta, pero tenía hambre.

—Eres una chica con mucho apetito.

Ella se rio.

—Hablar siempre me da hambre.

—¿A dónde fuisteis a por tu pollo frito?

—Cogimos un taxi y nos acercamos al College Inn, en la calle 151 con Broadway. Estuvimos allí una hora, y después él miró su reloj y dijo que eran las dos y media y que iba a irse al club de Johnny, y que se encontraría conmigo en el velatorio en cosa de una hora. Cogimos un taxi, me dejó en el apartamento de Mamie y él siguió en dirección al centro hacia el club de Johnny.

—¿Qué chanchullos tenía? —le soltó Brody.

—¿Chanchullos? No tenía ninguno. Era un caballero.

—¿Quiénes eran sus enemigos?

—No tenía, a menos que Johnny lo fuera.

—¿Por qué Johnny?

—Johnny podría haberse cansado de tenerlo al lado todo el rato. Johnny es raro y le dan muchos prontos.

—¿Y qué hay de Chink? ¿No se sentía Val molesto por las confianzas de Chink con su novia?

—Él no sabía nada de eso.

Brody le enseñó la navaja. Ella negó haberla visto jamás.

El sargento dejó que se fuera.

Después trajeron a Dulcy. La acompañaba el abogado de Johnny, Ben Williams.

Ben era un hombre de piel café de unos cuarenta años, un poco rechoncho, con el cabello pulcramente recortado y un grueso bigote. Llevaba el traje gris cruzado de franela, las gafas de carey y los tradicionales zapatos negros del profesional de Harlem.

Brody se saltó el cuestionario de rutina y le preguntó a Dulcy:

—¿Fue usted la primera en descubrir el cuerpo?

—No tiene por qué responder a eso —se apresuró a decir el abogado.

—¿Por qué demonios no? —estalló Brody.

—La Quinta Enmienda —declaró el abogado.

—Esto no es una investigación anticomunista —dijo Brody indignado—. Puedo retenerla como testigo principal y dejar que hable ante el jurado de acusación, si es lo que quiere.

El abogado pareció meditarlo.

—De acuerdo, puede responder —le dijo a Dulcy. Después de aquello, se mantuvo en silencio: se había ganado sus honorarios.

Ella dijo que Chink se encontraba de pie junto a la cesta de pan cuando salió por la puerta.

—¿Está segura de eso? —preguntó Brody.

—No estoy ciega —replicó ella—. Eso fue lo que me hizo bajar la vista para ver qué estaba mirando, y entonces vi a Val.

Brody dejó el tema por el momento y empezó por el comienzo de su carrera en Harlem. Lo esencial de lo que le contó ya lo había escuchado.

—¿Le daba su marido dinero a Val de manera periódica? —preguntó Brody.

—No, simplemente le daba dinero de su bolsillo siempre que Val le pedía un préstamo, y a veces le dejaba ganar en el juego. Y yo le daba lo que podía.

—¿Cuánto tiempo llevaba prometido con Doll Baby?

Ella lanzó una carcajada sarcástica.

—¿¡Prometido!? Tan sólo había tomado costumbre de estar con esa zorra.

Brody cambió de tema y repitió las preguntas sobre los negocios turbios de Val, sus enemigos y si llevaba una gran suma de dinero cuando lo mataron, y le pidió a Dulcy que describiera las joyas que llevaba su hermano. El reloj de pulsera y el anillo y los gemelos de oro concordaban con lo que había sido encontrado en el cuerpo. Dulcy dijo que los treinta y siete dólares hallados en su cartera encajaban con lo que podía haber llevado encima.

Brody pasó después a tratar el aspecto temporal.

Ella dijo que Val había salido de casa alrededor de las diez. Había dicho que iba a ver una función al Apollo Theatre —la banda de Billy Eckstein actuaba con los Nicholas Brothers— y le había pedido que fuera con él, pero ella tenía una cita con su peluquero. De manera que Val decidió pasarse por el club e ir con Johnny al velatorio, y dijo que la recogerían allí.

Ella había salido de casa a medianoche con Alamena, quien vivía en una habitación alquilada en una planta inferior del mismo edificio.

—¿Cuánto tiempo estuvieron Mamie y usted encerradas en el baño? —preguntó Brody.

—Oh, media hora, más o menos. No estoy segura. Cuando miré mi reloj eran las cuatro y veinticinco, y el reverendo Short empezó a llamar a la puerta justo entonces.

Brody le enseñó la navaja y repitió lo que el reverendo había dicho.

—¿Le dio Chink Charlie esta navaja? —preguntó.

El abogado intervino para decirle a ella que no tenía por qué contestar a eso.

Dulcy empezó a reír histéricamente, y transcurrieron cinco minutos antes de que se calmara lo suficiente para decir:

—Debería casarse, con tanto mirar a los holy rollers rodar cada domingo y las ganas que tiene de hacerlo él.

Brody se puso rojo.

Grave Digger gruñó:

—Pensaba que a un pastor holy roller se le permitía rodar con todas las hermanas.

—La mayoría lo hace —explicó Dulcy—, pero el reverendo Short tiene demasiadas visiones para rodar con nadie que no sea un fantasma.

—Bien, eso es todo por ahora —anunció Brody—. Voy a tener que detenerla bajo fianza de cinco mil dólares.

—No se preocupe por eso —le dijo a ella el abogado.

—No estoy preocupada —contestó Dulcy.

Johnny retrasó su aparición quince minutos. Su abogado tenía que telefonear al fiador para arreglar lo de la fianza de Dulcy, y se negó a ser interrogado sin que estuviera presente.

Antes de que Brody pudiera lanzarle la primera pregunta, el abogado presentó declaraciones juradas de los dos ayudantes de Johnny, Kid Nickels y Pony Boy, que decían que Johnny se había marchado del club Tía Juana en la esquina de la calle 124 con Madison Avenue a las 4:45 de la mañana, solo, y que Val no había estado en el club en toda la noche.

Sin esperar a que le preguntaran, Johnny adelantó que no había visto a Val desde que salió de su piso la noche anterior a las nueve.

—¿Cómo te sentías manteniendo a un cuñado que no hacía nada para ganárselo? —preguntó Brody.

—No me molestaba —respondió Johnny—. Si yo no le hubiera acogido, ella habría estado pasándole dinero, y no quería ponerla en medio.

—¿No te sentaba mal? —insistió Brody.

—Es como ya he dicho —declaró Johnny con su voz monótona—. No me molestaba. No era un santo, pero tampoco era un timador. No tenía chanchullos, no sabía jugar, ni siquiera podía ser un chulo. Pero me gustaba estar con él. Era un tío divertido, siempre dispuesto a bromear.

Brody le enseñó la navaja.

Johnny la cogió, la abrió y la cerró, le dio la vuelta con la mano y la devolvió a su sitio.

—Con ese pincho se le puede hacer de todo a un hijoputa, salvo dejarlo bien parado —dijo.

—¿Nunca la habías visto antes? —preguntó Brody.

—De ser así, me habría hecho con una igual —señaló Johnny.

Brody le contó lo que el reverendo Short había dicho sobre que había visto a Chink Charlie dándole la navaja a Dulcy.

Cuando Brody terminó de hablar, el rostro de Johnny tenía una expresión completamente vacía.

—Sabe que ese pastor está mal de la cabeza —dijo. Su voz sonó inexpresiva e indiferente.

Sus miradas se cruzaron durante un instante, ambos inmóviles y con cara de póquer.

Después Brody dijo:

—Vale, chico, ya puedes irte.

—Bien —contestó Johnny, poniéndose de pie—, pero no me llame «chico».

El rostro de Brody se encendió.

—¿Y cómo demonios quieres que te llame?: ¿Sr. Perry?

—Todos me llaman Johnny: ¿no le parece un nombre lo bastante bueno? —dijo Johnny.

Brody no contestó.

Johnny se marchó con su abogado pegado a los talones.

Brody se levantó de la silla y miró a Grave Digger y a Coffin Ed.

—¿Tenemos algún candidato?

—Podría tratar de averiguar quién compró la navaja —sugirió Grave Digger.

—Eso fue lo primero que hicimos esta mañana. Abercrombie and Fitch puso seis navajas en existencias hace un año, y hasta el momento no han vendido ninguna.

—Bueno, no es la única tienda que vende equipo de caza en Nueva York —sostuvo Grave Digger.

—De todos modos, eso no nos llevará a ningún lado —comentó Coffin Ed—. No hay forma de saber quién lo hizo hasta que descubramos el porqué.

—Eso va a ser como buscar una aguja en un pajar —dijo Grave Digger—. Lo más chungo.

—No estoy de acuerdo —discrepó Brody—. Una cosa es segura: no lo apuñalaron por dinero, así que debieron de hacerlo por una mujer. Serché la dam, como dicen los franceses. Pero eso no quiere decir que no lo hiciera otra mujer.

Grave Digger se quitó el sombrero y se pasó la mano por su cabello crespo.

—Esto es Harlem —dijo—. No hay otro lugar como este en el mundo. Aquí tiene que partir de cero, porque la gente de Harlem hace cosas por razones que a ninguna otra persona del mundo se le ocurrirían. Escuche, dos tipos de color, trabajadores y con familia, empezaron a pelearse en un bar de la Quinta Avenida cerca de la calle 118 y se mataron a cuchilladas por no ponerse de acuerdo sobre si París estaba en Francia o si Francia estaba en París.

—Eso no es nada —se carcajeó Brody—: dos irlandeses se cosieron a tiros uno al otro en Hells Kitchen por estar discutiendo si los irlandeses descendían de los dioses o si los dioses descendían de los irlandeses.