AGRADECIMIENTOS

Quisiera dar las gracias a David Brenner, director ejecutivo de Dysautonomia Foundation, por ser tan increíblemente generoso con su tiempo y por toda la información que me proporcionó sobre su trabajo y su nada descansada vida familiar. Gracias también a Faye Ginsburg, a su marido, Fred Myers, y a su encantadora hija Samantha, así como a Laurie Goldberger y a su admirable hija Perry (que me dio el valor para hacer que Flicka fuese más lista que el hambre); todos fueron amabilísimos conmigo y de gran ayuda a la hora de entender los muchos desafíos que conlleva tratar una de las enfermedades más raras que conozco. Doy las gracias a los propietarios de Fundu Lagoon, en la isla de Pemba, sobre todo a Ellis Flyte y a Matt Semark, el amable director general, por dejar que me mimaran escandalosamente con bebidas servidas a la puesta del sol, con curries al coco y masajes con aceite de limoncillo, todo con la desopilante, por lo respetable, excusa de estar «investigando».

Los novelistas suelen dar las gracias a sus cónyuges por la asombrosa paciencia que demuestran tener durante el martirio de la creación artística, pero eso ya está más que visto. Además, para mi escribir no es un martirio, y Jeff, mi marido, es cualquier cosa menos paciente. Sin embargo, me ayudó haciéndome un regalo por el que la gratitud de cualquier autor es infinita: un buen título.

También querría dar las gracias a mis buenas amigas Deb Thomson y Fiammetta Rocco por compartir los íntimos y a menudo dolorosos detalles del tratamiento de una enfermedad muy grave. Ojalá pudiera dar también las gracias a Terri Gelenian-Wood por confidencias parecidas, pero los conocimientos de Terri se referían a una enfermedad que resultó ser no sólo muy grave, sino mortal. Ahora que es demasiado tarde para el agradecimiento, sólo puedo dejar constancia de que la echo profundamente de menos y de que me siento aliviada por haber dedicado una novela, mientras aún tuve oportunidad de hacerlo, a esa amiga íntima de toda la vida. Terri, sin ti mi vida es más pequeña.

Por mera pereza no he tenido costumbre de incluir agradecimientos en mis libros, y por eso ahora tengo que agradecer formalmente a mi editora Gail Winston, ya que me apoyó con fuerza en su magnífico sentido común, y por la importancia que para mí tiene su entusiasmo, tanto con esta novela como con las anteriores. Del mismo modo, finalmente puedo dar las gracias a Kim Witherspoon, mi agente, cuyo trabajo eficiente e inteligente tanto me facilita hacer el mío. Vacilo a la hora de contar el secreto, no vaya a ser que de repente acudan en masa escritores desesperados por encontrar a alguien que los represente mejor, pero tengo la dicha de tener a uno de los pocos agentes literarios de Nueva York que no está loco.

Sin embargo…