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Un túnel

Bitinia, Asia Menor. Primavera de 184 a. C.

Aníbal caminaba con tiento, palpando con su mano derecha la pared recién excavada, mientras que con la mano izquierda sostenía en alto una antorcha. La luz de la llama iluminaba gran parte del túnel, pero no se veía el final. Sus hombres habían hecho un buen trabajo. Maharbal habría estado orgulloso de ellos. Habían trabajado durante dos meses para tener aquel túnel completado. Aníbal siguió caminando hasta que atisbó el final, donde su vista le hacía más imaginar que ver la luminosidad del exterior. Ésa era la salida. Dejó entonces la antorcha en el suelo y fue avanzando despacio, para no tropezarse con los desniveles del suelo algo desigual en algunas zonas. No quería llevar la antorcha hasta la boca del túnel para así evitar que alguien, desde fuera, pudiera observar la llama y percatarse de la existencia de aquella salida. Al llegar al exterior, Aníbal salió con cuidado y miró alrededor. No se veía a nadie. Sus hombres habían amontonado, según sus instrucciones, bastantes hierbas y maleza en torno a la salida para disimularla, pero no le pareció suficiente, así que reunió aún unas cuantas ramas de pino que se arrastraban a ras de suelo de algunos árboles que nadie había podado nunca y las arrancó con sus propias manos y las empleó para, desde dentro del túnel, tapar aún más la salida. Luego retornó hacia el interior, en busca de la antorcha que seguía ardiendo en el frío suelo de tierra y piedras de aquel pasadizo. El túnel estaba bien hecho y era largo y sólido. Sería una gran ayuda en caso de emergencia. Llevaban más de un año de sosiego en Bitinia. Eumenes no se había atrevido a realizar ningún otro ataque a gran escala contra el reino de Prusias y el propio Prusias se había mostrado bastante generoso con ellos durante aquel período; incluso les permitió realizar un funeral razonablemente digno para Maharbal, pero Aníbal sabía que el rey de Bitinia no dudaría en usarle como moneda de cambio si las cosas se ponían difíciles, y eso tenía que llegar. A Aníbal le ponía más nervioso aquella extraña paz que un Eumenes que hubiera seguido atacando por tierra. No. Algo se tramaba en el sur. Pérgamo no permanecería tanto tiempo inactiva si no era porque esperaban algo o a alguien. Y Aníbal intuía que la ayuda para Pérgamo sólo podía venir de un sitio. Pero lo realmente peculiar era que Roma tardara tanto en responder, en reaccionar a la última batalla naval del Egeo donde había destrozado la flota de Pérgamo. Algo tendría ocupados a los senadores de Roma, pero Aníbal carecía de suficiente información y su intuición no alcanzaba a pergeñar qué pudiera estar ocurriendo en el otro extremo del mundo que le estaba regalando unos meses de paz. En cualquier caso, tenía que hacer excavar algunos túneles más. Eso era. Una buena red de túneles que le permitieran, que les permitieran escapar en caso de traición. Era mucho trabajo, pero no había nada más en lo que emplear el tiempo. Y sería una forma de mantener a los hombres ocupados. Excavarían varios túneles más.

La sombra de Aníbal desapareció en una curva del pasadizo. El aire quedó inmóvil, silencioso, oscuro en el corazón de la tierra.