El triunfo de Lucio
Roma, mayo de 189 a. C.
Catón alegó enfermedad para no asistir al desfile triunfal de Lucio Cornelio Escipión, pero hasta su villa a las afueras de Roma llegaron gritos de la algarabía en la que se había sumido la ciudad que se le hicieron insoportables y que le obligaron a encerrarse en el austero tablinium de su casa y, como forma de olvidar el desagradable presente, se concentró en iniciar la redacción de un tratado sobre el cultivo y la ganadería. No tenía aún decidido si haría un volumen extenso sobre el tema o sólo un breve resumen de sus conocimientos. Eso, en ese momento, era secundario. Lo importante era ocupar el tiempo con algo que le alejara del nuevo triunfo de los Escipiones. Así pasó la mañana. De Re Rustica[*]. Era el título apropiado. Su esposa hizo que le enviaran algo de comer, pero él no tenía ánimo para otro alimento que no fuera la rabia y una fría y meditada ansia de detener el imparable ascenso de los Escipiones, por el bien de Roma, por el bien del Estado, por el bien del mundo entero. Caminaban hacia una tiranía irrefrenable.
Al final del día, en la hora duodécima, un esclavo entró con unas tablillas en la mano. Catón había pedido a Spurino que anotara en un mensaje lo que los Escipiones habían exhibido ante el influenciable pueblo de Roma. No quería autoflagelarse. Leer aquella información era para tomar la medida adecuada del enemigo al que se enfrentaban. Las noticias eran peores que la más horrible de sus pesadillas:
Querido Marco:
Los Escipiones han hecho gala de todo su poder y de toda su aparente magnanimidad para con el pueblo y no han escatimado en nada. El triunfo ha superado incluso el del propio Publio Cornelio a su vuelta de África y, no contentos con eso, Lucio Cornelio, a imitación de su hermano, se hace llamar ahora con un sobrenombre: si Africanus es el título que se arrogó Publio Cornelio, su hermano Lucio se hace ahora llamar Asiaticus[*] y así lo han aclamado por las calles de Roma. Pero dejo de aburrirte con mis valoraciones. Las cifras hablan por sí solas: los Escipiones han desfilado con «doscientas veinticuatro enseñas militares, ciento treinta y cuatro representaciones de ciudades, mil doscientos treinta y un colmillos de marfil, doscientas treinta y cuatro coronas de oro, ciento treinta y siete mil cuatrocientas veinte libras de plata, doscientas veinticuatro mil tetracmas áticas, trescientos veintiún mil sesenta cistóforos, ciento cuarenta mil filipos de oro, mil cuatrocientas veintitrés libras de vasos de plata (todos cincelados) y mil veintitrés libras de vasos de oro. También desfilaron delante del carro treinta y dos generales del rey, prefectos y altos dignatarios. Se le dieron veinticinco denarios a cada soldado, el doble a los centuriones y el triple a los jinetes. Después del triunfo se duplicó la paga militar y la ración de trigo».
Y el mensaje de Spurino seguía y seguía, pero Catón decidió dejar de leer. El enemigo había regresado con una fuerza formidable, eso era evidente, pero no era menos cierto que Graco también se había fortalecido y era leal a la causa de terminar con el cada vez más incontestable poder de los Escipiones. La tarea era colosal, pero su determinación también. Marco Porcio Catón cerró los ojos e inspiró aire lentamente.