Noticias de Asia
Roma. Diciembre de 190 a. C.
Catón salía del Senado y cruzaba el Comitium cuando un mensajero militar se le aproximó, le saludó y alargó la mano con una tablilla. Los dos veteranos de su campaña en Hispania, con los que recientemente se hacía acompañar Catón en sus paseos por el foro, se interpusieron, pero el senador los conminó a apartarse a un lado y tomó la tablilla. Hacía tiempo que no llegaban noticias frescas del frente de Asia y había reconocido la letra de Graco en la parte exterior de una de las tablillas. Las tomó y las abrió allí mismo. El sol tibio del mediodía invernal descargaba sobre ellos con potencia suficiente como para que sus rayos hicieran resplandecer con nitidez las palabras talladas en la cera. Era un mensaje corto.
Estimado Marco Porcio Catón:
Estamos en Elea, en la costa occidental de Asia. Pronto deben llegar los refuerzos de Pérgamo para unirse a las legiones para el combate decisivo. Sabemos que el enemigo está reagrupando sus fuerzas en Magnesia, a pocas jornadas de aquí. Te escribo porque durante nuestra espera el hijo de Escipión cayó preso de los sirios y, sin saber muy bien por qué o cómo, ha sido devuelto sano y salvo. No sé si ha habido negociaciones, pero se ha visto entrar y salir del campamento embajadores sirios. Todo es muy extraño y se rumorea que haya habido algún pacto secreto, pero nadie se atreve a decirlo en voz alta. Lucio Cornelio Escipión, el cónsul, ha silenciado el asunto y no se puede preguntar. En unos días partiremos hacia Magnesia. Dicen que el enemigo es muy superior en número y que han traído elefantes y la caballería acorazada, sus famosos catafractos. Escipión, además, está enfermo. Creo que caminamos hacia una derrota segura, pero inexplicablemente la moral de las tropas sigue siendo alta. Todos esperan que Publio Cornelio Escipión se reponga y comande él mismo las tropas, pues el mayor miedo entre los oficiales sigue siendo no ya el gran número de enemigos, sino el hecho de que Aníbal está entre los generales de Antíoco. Si no regresara con vida, por Júpiter y todos los dioses, te ruego que cuides de mi familia. Tu amigo,
Tiberio Sempronio Graco
La noticia de la misteriosa liberación del hijo de Escipión permanecía en la mente de Catón mientras éste cerraba, despacio, las tablillas. Los soldados que le escoltaban habían retrocedido para dejar que el senador pudiera leer con tranquilidad. El mensajero aguardaba por si debía transmitir una respuesta. Catón echó a andar hacia el foro sin mirar atrás y sin atender al mensajero. Estaba demasiado absorto en sus pensamientos. ¿Respuesta para Graco? No había nada que decirle. Ya era mayor para cuidarse. Estaba en una campaña militar. Si sobrevivía habría servido al Estado grandemente con aquella información y si no, como pedía él mismo, Marco Porcio Catón procuraría que el Senado llorara públicamente su pérdida. Eso reconfortaría a la familia Sempronia.
Catón se alejaba del Comitium en dirección al foro hablando en voz baja, mascullando su venganza, saboreándola con el deleite del que se sabe cada día más cerca de la victoria final sobre un muy escurridizo y resistente enemigo.
—Te tengo, Publio Cornelio Escipión, por fin te tengo. Si Aníbal y Antíoco no terminan contigo, lo cual es muy posible, si no terminan ellos contigo, ahora tengo lo que buscaba. Si no acaban ellos contigo, lo haré yo aquí en Roma. Publio Cornelio Escipión, estás muerto, doblemente muerto y no lo sabes. Si contra todo pronóstico aún regresases vivo de Asia, me ocuparé personalmente de que de ti no quede en Roma ni la memoria.