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Memorias de Publio Cornelio Escipión, Africanus

(Libro III)

Catón aprovechó el desprestigio que supuso para mí la huida de Aníbal en dirección a Siria. Siempre he pensado que esa alianza no existía antes de que el Consejo de Ancianos y la misión del Senado de Roma se lanzaran sobre él, pero ahora ya es difícil de saber. El hecho cierto es que Aníbal se las ingenió para escapar, algo de lo que en su momento me alegré y que luego llegué a lamentar como nunca antes había lamentado algo; pero anticipo acontecimientos y debo ser riguroso en la narración de todo lo ocurrido o quienes se adentren en estos rollos sólo encontrarán un confuso acopio de acontecimientos inconexos. No, lo importante es que en ese año, 558 ab urbe condita (196 a. C.), Aníbal escapó de Cartago. En ese tiempo Hispania estaba en armas. La opresión de algunos de los pretores había hecho que muchas ciudades iberas se rebelaran contra nuestra autoridad. Hispania era una provincia especial para mí. Era cierto que allí fallecieron mi padre y mi tío, pero también fue allí donde inicié mi carrera militar y donde cimenté mi formación como general. Además conocía bien el territorio, muchas de las ciudades en rebeldía e incluso a algunos de los reyes que se habían alzado contra nuestro gobierno. Y me consta que en aquel tiempo, el nombre de mi familia, Escipión, era una leyenda entre los iberos. Me temían y me respetaban y, algo aún más importante, se fiaban de mí. Si hubiera ido estoy seguro de que podría haber acabado con la rebelión en pocos meses, reavivando viejas alianzas, haciendo algunas nuevas y circunscribiendo los enfrentamientos bélicos a unas pocas ciudades, pero, como he dicho, la huida de Aníbal debilitó, al menos temporalmente, mi posición en el Senado. Así, cuando me presenté a las elecciones consulares del nuevo año (195 a. C.), Catón me derrotó y no dudó en pedir para él el mando sobre las tropas en Hispania, para así demostrar que lo que yo no había conseguido por completo en varios años, apaciguar aquellas inmensas provincias, él podría hacerlo en tan sólo uno, durante su período como cónsul de Roma. Eso fue lo peor de todo, Catón quiso imponerse rápido y sin negociar. La guerra que dirigió fue la más sangrienta que nunca nadie había visto en Hispania. Aquello impediría para siempre que pudiéramos dar término a la resistencia hispana en el futuro cercano. Catón, por supuesto, presentó su campaña como un éxito.