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EL vapor de la urna del ser alado se disipa en el aire al entreabrir la puerta. El alienígena se reanima, menea la cabeza y mueve sus ojos vidriosos.

Abre completamente la puerta de la urna y desciende ante vosotros.

Os habla, pero no entendéis lo que dice. Os miráis y os encogéis de hombros.

El alienígena apoya su pesada garra en tu frente. Te pones tenso, esperando un ataque, pero a pesar de la dureza de su piel el roce es casi tierno. Sientes que la energía fluye de tu cuerpo y te preguntas qué está ocurriendo. Este proceso, sea lo que sea, al menos, no es doloroso.

—Gracias, amigos míos —dice el alienígena.

¡El ser alado comprende vuestro idioma! Ahora puede hablar con vosotros, aunque pronuncie mal algunas palabras.

—¿Sois nativos de este Sistema Solar?

—responde Paul, comunicándose tanto con tu mente como con la del alienígena—. Somos nativos del tercer planeta de nuestro sol.

El alienígena se sorprende ligeramente con esa afirmación. Se sienta sobre un tablero y mira a su alrededor sin comprender.

—¿Qué pasa? —inquieres—. ¿Hay algún problema?

—He estado congelado durante millones de años. Nuestra nave se averió mientras vuestro Sistema Solar aún se estaba formando y no pude repararla. Después de construir un emisor para que enviara señales de emergencia, me dispuse a un estado de animación suspendida. Sabía que así sobreviviría pero… —el alienígena parece confundido—. No imaginaba que permanecería suspendido tanto tiempo.

—Estoy seguro de que podremos ayudarte a reparar la nave. Si necesitas piezas nuevas, no creo que sea muy difícil conseguirlas —lo tranquilizas.

Mi amigo tiene razón —añade Paul—. Los científicos pueden ayudarte a conseguirlo que necesitas.

—Gracias —se emociona el alienígena—. En realidad, creo que sólo necesito unos pocos recambios. Quedaré eternamente en deuda con vosotros —deja de hablar y se frota los ojos—. Disculpadme. Seguramente lo comprenderéis. Hace millones de años que mi familia y mis amigos están muertos. Por lo que sé, mi raza entera se ha extinguido.

—Tal vez no. Hace poco encontré en Marte un traje espacial y, a menos que me equivoque, en esta galaxia hay algunos alienígenas que se parecen mucho a ti.

—Entonces hay esperanzas. Es posible que pueda encontrar a los de mi especie y empezar mi vida otra vez.

—¡Así se habla!

El alienígena repara por vez primera en el ser felino encerrado en la otra urna.

—Ése es mi animal de compañía. Espero que no se os haya ocurrido reanimarlo.

—Es una posibilidad que evaluamos.

—Sólo estaba a mitad de viaje cuando se me acabaron los víveres. Mi animal de compañía pertenece a una especie feroz, y me vi obligado a ponerlo en animación suspendida antes de que me devorara. Cuando reviva, sólo pensará, indudablemente, en comer.

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