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ENCÉLADO despertó tu interés por su superficie extraordinariamente uniforme. Aunque no sabes mucho sobre las teorías científicas en boga en el año 2085, los sabios de tu época consideraban que dicha luna podía contar con una insospechada fuente interna de calor, una fuente que alisó los cráteres producidos por los impactos de meteoros convirtiéndolos en lomas, como las ondas de un lago captadas en movimiento e inmovilizadas para toda la eternidad.

Después de dar varias vueltas alrededor del satélite, Paul, tan agitado que se olvida de hablarte, te dice telepáticamente.

—¡Las transmisiones son claras! ¡Hemos encontrado el punto de origen!

—¡Qué maravilla! ¿De dónde provienen?

—De allí, de las proximidades de ese océano de amoniaco congelado.

—Supongo que sabes que puedes dirigirme la palabra —añades mientras Paul realiza las maniobras de aterrizaje.

—Disculpa, me dejé llevar por el entusiasmo. No todos los días la humanidad establece contacto con una civilización extraterrestre.

La superficie de Encélado es de color amarillo claro. Los instrumentos señalan un punto situado a cincuenta metros del lugar donde se posó la nave.

—Nos estamos acercando… —te dice por radio con tono melodramático.

El telépata te deja sorprendido. Normalmente se muestra tan seguro y con poderoso dominio de sí mismo y ahora está tan tenso que apenas puede pensar con claridad.

No lo culpas, pues te sientes prácticamente igual.

—¡Mira! ¡Mira ahí abajo! —exclama Paul de repente, señalando una zona por debajo de la superficie del amoniaco congelado.

Ves enterrado en el hielo algo que parece un enorme meteoro.

—Pero si no es más que…

—Puede que sí y puede que no —añade Paul enigmáticamente.

Entonces recuerdas el exterior de la astronave en ruinas que encontraste en Marte.

—¡Averigüemos de qué se trata! —propones; coges tu pistola de rayos láser y derrites un sendero anguloso que conduce al objeto.

Cuando estás a unos diez metros del objeto, observas una línea de bisagras y una grieta. Aumentas la potencia del láser, dispuesto a alcanzar la nave —no puede ser otra cosa— en el menor tiempo posible.

¡Cuidado! —te dice telepáticamente Paul—. Supongo que no quieres derretir el casco.

Llegas a la puerta y la tocas con tiento. Con gran sorpresa por tu parte, ésta se abre y ves que da a una cámara de aire.

Paul entra, cierra la puerta, y se dedica a estudiar los mandos. Pulsa algunos botones y acciona algunos conmutadores. Pocos segundos después oyes a través del casco el siseo del aire al entrar en la cámara.

—¡Paul, eres inteligentísimo! ¡Averiguaste cómo funcionan los mandos de esta nave!

El telépata se encoge de hombros.

—La suerte también jugó su papel. Sigamos adelante —hace ademán de quitarse el casco.

—Espera —le pides—. No te lo quites antes de que haya comprobado si es posible —haces un recuento de oxígeno con tu analizador portátil de elementos y asientes con la cabeza—. Quizá sea mejor que el aire de La Tierra —declaras y te quitas el casco antes que Paul. Aspiras hondo. Tan límpido como la brisa de las Montañas Rocosas.

—Así ha sido durante siglos y nos estaba esperando —comenta Paul.

El telépata abre la puerta y ambos entráis en la astronave perdida en tiempos muy lejanos.

El interior es enorme. Casi todo el equipo está intacto, si bien algunas piezas parecen haber sido derribadas a golpes o reventadas. Todos los aparatos están desconectados.

Mejor dicho, casi todos. Ves una minúscula consola de pilotos intermitentes.

—¡Paul, ven aquí! ¡Creo que he encontrado la emisora!

—¡No, ven tú aquí! —responde Paul—. Esto es más importante.

Indudablemente, Paul tiene razón. Te muestra dos urnas transparentes llenas de vapor rojizo. Cada una de ellas contiene a un alienígena perfectamente conservado a lo largo de los siglos.

Uno de los alienígenas es un ser alado, de alas con garras, y brazos y piernas con múltiples articulaciones. Mira en línea recta hacia adelante con sus ojos rojos y sin párpados. Viste un traje espacial de color marrón confeccionado con una tela desconocida. Te recuerda algo que ya has visto, pero no logras precisar de qué se trata.

El otro alienígena es un ser felino, semidesnudo, de larga cola y colmillos afilados. Sus labios inmóviles están abiertos en un gruñido agresivo. Supones que estar a cuatro patas le resulta tan cómodo como en dos.

—Se encuentran en un estado de animación suspendida —explica Paul—, significa que no han envejecido durante las eras que han pasado en estas condiciones —da un golpecito al tablero contiguo a la caja de cristal del ser alado—. Deberíamos revivir a uno de ellos y así podremos comunicar que hemos establecido un contacto con éxito.

—Estoy de acuerdo. ¿A cuál reanimamos?

Revives al ser felino. Pasa a la sección 33.

Revives al ser alado. Pasa a la sección 39.