FERRADO a la plataforma petrolífera con las piernas, mientras soportas los temblores más violentos del maremoto, dispones el lanzabengalas en alto poder.
Has elegido tratar de avisar a los equipos de emergencia. Al fin y al cabo, la ballena que se encuentra a corta distancia es sólo una entre muchas y una fuga de petróleo a tanta profundidad podría provocar estragos ecológicos mucho peores que los producidos en tu época.
En este momento tu principal preocupación consiste en que la intensa presión submarina no impida que la bengala especial hidrófuga se eleve por encima de la superficie. Nadie podrá verla bajo el agua.
Accionas el botón de disparo del lanzabengalas.
Un tapón de luz color morado brillante sale disparado hacia la superficie, dejando tras de si una ráfaga de tibias burbujas.
Suspiras aliviado. ¡La bengala saldrá a la superficie! Si los equipos la ven…
—¡Deja de dar vueltas felicitándote a ti mismo! —transmite a tu cerebro Grancorazón—. Aún tenemos mucho que hacer.
Cuando el equipo llega, ya has señalado con toda precisión los tornillos que corren más riesgo de romperse. Los temblores ya han cesado y salvar la plataforma petrolífera resulta sencillo.
¿Acaso Grancorazón te felicita?
No, claro que no.
Esperaba que realizaras una tarea y has cumplido. Y eso no tiene ni puede tener nada de extraordinario.
Sin embargo, poco después Grancorazón aconseja que prosigas tu instrucción espacial.
Regresas a la Academia Espacial y, una vez más, estás al borde de la piscina vacía. Sin embargo, sabes que esta vez lo conseguirás.