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CIERRAS los ojos, te tapas la nariz con dos dedos y saltas.

En lugar de caer, te hundes lentamente, como una pluma que el aire arrastra hacia el suelo.

—¡Mueve las piernas y los brazos! —grita Padgett desde arriba.

Le obedeces y descubres que puedes controlar la dirección en que te mueves.

Incluso puedes subir.

Los otros novicios se lanzan a la piscina con júbilo. Estás en una fosa antigravedad y de ese modo aprendes a moverte en las condiciones del espacio exterior, donde la fuerza de gravedad no existe.

Durante el resto del día aprendes otras técnicas que te ayudarán a subsistir en el espacio y por la noche estudias, estudias y estudias.

No hay tiempo libre. En cuanto los novicios, llegan a la Academia, ahí se quedan… hasta que concluyen su aprendizaje o salen sin recibir título alguno.

El sargento Padgett afirma que ahora tú y los demás sois astronautas. Es posible que aún estés en La Tierra, pero la has dejado atrás. Ahora en La Tierra no debe haber nada interesante para ti.

Empiezas a aprender a pensar como un astronauta.

Un astronauta obedece a tres leyes generales que son de aplicación permanente:

  1. Un astronauta siempre debe actuar para preservar la vida y el bienestar de los demás.
  2. Un astronauta siempre debe actuar para preservar su vida, salvo cuando ésta está en pugna con la primera ley general.
  3. Un astronauta siempre debe actuar para preservar el equipo, salvo cuando esto está en pugna con la primera o la segunda ley general.

—Estas reglas generales deberían ser aplicadas por todos en el planeta —comenta el sargento Padgett—. Si se hubieran respetado, hoy estaríamos mucho mejor.

En la Academia también se enseñan a pilotar aviones. Todos los astronautas deben poseer conocimientos generales de vuelo, pues de lo contrario podrían encontrarse aislados e impotentes en algún punto.

Tras dos semanas en la Academia, el sargento Padgett considera que tú y George Dale, tu copiloto, estáis en condiciones de probar el prototipo de un avión.

—Según me han dicho, esta maravilla es lo último en diseño —comenta George, palmeando el aparato como si fuera un caballo—. No lo pilotas… el aparato te lleva.

—¿Qué quieres decir? —te interesas.

George sonríe de oreja a oreja.

—Ya lo verás.

Una vez en el aparato, George sujeta a su frente cables que salen del tablero de mandos.

—Es como un videojuego, pero mucho más divertido —explica George—. El reactor capta tus pensamientos y los convierte en órdenes, que obedece como si estuviera sometido a control manual.

—¿Entonces por qué lleva todos estos controles manuales? —preguntas.

—Por razones de seguridad. ¡Despeguemos de una vez! ¡Me chifla probarlo!

En cuanto estáis volando, comprendes porqué tenía George tanta prisa. Gracias a este nuevo método de vuelo, no hay diferencia entre piloto y avión.

Ahora el reactor forma parte de ti. Eres plenamente consciente de todos los elementos mecánicos, tuercas y tornillos incluidos. Cuando inclinas las alas para cambiar de dirección, el movimiento es tan sencillo como agitar los brazos.

—¿No te parece fantástico? —pregunta George lleno de entusiasmo.

—Tómalo con calma, George. Aunque pueda parecer sencillo, debemos concentrar nuestras mentes en lo que estamos haciendo.

Hay una pausa.

De repente el reactor se sacude… ¡violentamente!

—¡Hemos dado con una turbulencia! —grita George.

—¡No te asustes! —dices, sintiendo que las emociones del copiloto penetran en la nave… y en ti.

Del tablero de mandos salen chispas y las grietas escupen un humo negro que llena la cabina y obstruye la visión. George grita y pierde el conocimiento.

Un intenso dolor invade tu mente. Aunque nada te gustaría más que perder la conciencia y reunirte con George, haces esfuerzos para no desmayarte.

Aprietas la cara contra los cristales de la cabina, miras hacia abajo y ves que puedes aterrizar en la autopista gratuita… y aterrizar con seguridad si los conductores que se acercan tienen tiempo para que sus ordenadores de a bordo los detengan.

También puedes practicar un aterrizaje de emergencia en los cercanos bosques de Nueva Jersey, bosques creados por el mismo desastre ecológico que originó las tierras de la Reserva Federal de Mutaciones. En este caso, sólo tendrás que preocuparte por tu vida y la de George.

El reactor se estremece. ¡Parece que está a punto de estallar!

Aterrizas en el bosque. Pasa a la sección 21.

Aterrizas en la autopista. Pasa a la sección 13.

PISTA [4]