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ESTÁS sentado con las piernas cruzadas en un duro suelo de tierra, bajo una inmensa tienda. Paul, el telépata, te ha llevado a una reunión del Consejo, el grupo de mutantes mayores que constituyen la principal junta directiva de la Reserva Federal de Mutaciones.

—Aquí no vemos a muchos de los de tu especie —comenta un mayor que parece ciego pero que esté donde esté te mira directamente a los ojos cada vez que se dirige a ti.

Pronto comprendes que cada uno de los miembros del Consejo posee algún poder especial.

Durante lo que parece un largo rato nadie te hace el menor caso. Los mayores charlan entre sí. Luego Rachel, la jefa, te mira cálidamente, llama al orden a los reunidos, y se dirige al grupo:

—Ya está bien, ruego a todos que hagan silencio y se sienten.

Los mutantes llenan los espacios libres que hay en el círculo. Paul se sienta a tu lado.

—Empiezas a caerle bien a Rachel y eso es bueno. Todos confían en sus opiniones.

—¿Por qué? —le preguntas en voz baja.

Paul sonríe.

—Porque tiene la capacidad de ver parte del futuro. Sólo se equivoca cuando interpreta mal su visión.

Durante lo que parece un largo rato el Consejo analiza algunos detalles que para ti carecen de significado. A continuación Rachel le pide a Paul que presente al visitante que ha traído.

Paul explica cómo salvaste a Mac Creigh y a él del proscrito y añade que tu propósito es ir a Saturno.

Un mutante de barba blanca forma una torre con sus dedos extraordinariamente largos y dice:

—Aunque la instrucción no requiere mucho tiempo, está llena de dificultades. ¿Estás seguro de querer intentarlo?

—Sí. —Respondes en el acto. Te gustaría impresionar a este grupo de poderosos—. Es importante para mí y para mis mayores.

Los miembros del Consejo asienten con la cabeza y sonríen. Paul parece satisfecho. Has ganado su aprobación, si bien aún no sabes claramente por qué es importante.

—Ahora comprendo por qué te trajo Paul —comenta Rachel—. Hace algunos años yo formaba parte del programa espacial y hace algunos más, seguí el curso de instrucción. La base está en Washington y el programa se inicia tres veces cada año. Si pierdes el principio, tienes que esperar hasta que empiece otro.

—Comenzará la próxima semana —añade el mutante ciego.

—Pues en este sector no hay nadie que proyecte viajar a Washington hasta entonces —interviene una mujer rechoncha de dientes afilados y facciones feroces.

Los transportes están severamente reglamentados en la Reserva —te transmite Paul a través del pensamiento para explicarte la situación—. Pavimentar caminos y modificar el paisaje va en contra de nuestra política, de modo que cuando queremos ir a algún sitio, tenemos que hacer a pie la primera parte del recorrido.

—Ah —murmuras.

Rachel sonríe.

—Puesto que nos hiciste un favor salvando a Paul, te diré una cosa…

—Pero no nos lo hizo salvando a Mac Creigh —interrumpe alguien.

—Ya está bien. Vamos a olvidar un poco nuestras reglas y te ayudaremos. ¿De acuerdo? —pregunta Rachel.

—¡Por supuesto!

—Tienes que prometemos que no se lo contarás a nadie. Podemos hacer algunas cosas de las que preferimos que el mundo exterior no sepa nada.

Les das infinidad de garantías en el sentido de que contigo su secreto estará a buen resguardo.

—Muy bien —añade Rachel—. Cierra los ojos y concéntrate. Estás a punto de viajar.

—Y después, ¿qué?

—En condiciones normales, te daría unas señas e instrucciones —responde Rachel—. Sin embargo, tengo la sensación de que toparás con alguien, más que predispuesto a ayudarte.

Rachel pide silencio antes de que puedas hacer más preguntas. A continuación todo desaparece en medio de un destello amarillo.

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