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SORPRENDIDO, compruebas que el telépata no sólo puede adivinar tus pensamientos, sino que además sabe exactamente lo que haces.

—¡Por aquí! ¡Rápido! ¡Desde tan lejos no podemos utilizar tus recursos mentales! ¡Cuidado con la hiedra venenosa! El más ligero roce puede acabar contigo en pocos minutos… ¡y eso si tienes suerte!

Evitas con cuidado acercarte a la planta. Las hojas son verdes y moradas; la planta tiene tallos gruesos y ramas espinosas, nada que ver con la hiedra venenosa de tu época.

Inmediatamente sientes un dolor súbito e intenso en la cabeza.

¡Aaayyy! —Sientes en tu mente. Seguramente el telépata te está transmitiendo sus propios tormentos.

—¡Rápido! ¡Mi amigo y yo no podremos rechazar por mucho tiempo al proscrito!

—¿De qué proscrito hablas?

—¡Ahora no hay tiempo para explicaciones! ¡Cada instante que pasa su ataque mental es más poderoso y peligroso!

A pesar del dolor, logras correr más velozmente entre los árboles.

Casi chocas con el telépata. Es alto, delgado, y sus pies desnudos asoman por debajo de una holgada túnica negra.

Sus largos dedos sujetan la muñeca de su amigo, que está tendido a su lado jadeando a causa del dolor.

El amigo del telépata no parece tener nada extraordinario, exceptuando el hecho de que no le iría nada mal un baño, un afeitado y una muda de ropa.

Te preguntas qué puedes hacer.

Cógeme la mano —el telépata te ofrece una mano mientras con la otra sigue aferrando a su amigo.

—De acuerdo. ¿Y ahora qué hago?

—Abre tu mente. Debes prestarme tu poder.

—¡Pero si yo no tengo ningún poder mental especial!

El telépata hace una pausa.

—Todos los normales lo tienen, pero por lo general son incapaces de utilizarlo.

—¡Haz lo que te dice! —ordena el amigo con los dientes apretados—. ¡Puedes hacerlo! ¡Concéntrate!

—Cierra los ojos, serénate, presta atención al bosque…

Cierras los ojos y el telépata y su amigo suman tu poder a los propios.

Transcurren varios segundos.

Con el mutante a cargo de la situación, notas que pasas a formar parte del bosque circundante.

¡En ese momento tu mente huele una presencia enrarecida y funesta en el aire! O es eso, o el amigo del telépata apesta.

Percibes una forma que sale del bosque arrastrándose hacia el sendero.

Es un proscrito —dice el telépata—. A los de su especie les encanta comer carne de mutante… y consideran un bocado sumamente exquisito la carne de gente normal.

Reparas en el increíble poder del proscrito cuando arranca sin esfuerzo un arbolito que se interpone en su camino.

—¡Caray! —exclamas—. ¿Cómo Vamos a vencer a una criatura tan fuerte?

Con el poder de nuestras mentes —declara el telépata.

Sin previo aviso, notas que penetras en el cerebro del proscrito.

Lo primero que percibes es que la inteligencia del proscrito es apenas superior a la de un caracol. No es extraño que tu mera presencia le produzca tanto malestar.

Transcurren unos instantes…

El proscrito grita y rueda por el suelo, hundiéndose en las afiladas espinas de la hiedra venenosa. Finalmente se incorpora y ataca tu mente de la misma manera que atacó la del telépata.

Pero le haces frente y todos tus pensamientos se centran en permanecer en su mente, no en el dolor de tu cuerpo.

El proscrito grita por tercera vez y huye corriendo.

En un breve recorrido por una luz blanca, sientes que sales de su mente de un tirón.

Has regresado a tu propia mente y ayudas al telépata y a su amigo a ponerse en pie.

El amigo se recupera enseguida. Te da una palmada en la espalda mientras dice:

—¡Gracias por tu ayuda, colega! Me llamo Mac Creigh, James Mac Creigh. Si puedo hacer algo por ti, házmelo saber y lo haremos juntos.

—Yo también quiero agradecer tu oportuna ayuda —dice el telépata en cuanto se ha recuperado y te estrecha la mano—. Me llamo Paul Linebarger.

—¿Por qué me llamaste intruso?

—Porque supuse, correctamente al parecer, que eres un normal sin autorización para recorrer estas tierras.

—Supongo que tendrás buenos motivos —añade Mac Creigh rascándose la cabeza—. A la gente que deambula por aquí sencillamente por capricho le ocurren demasiados accidentes. El único motivo por el que vine a este peligroso territorio fue para cazar con mi viejo amigo. ¡Él quiere piezas de caza… y yo, trofeos!

Haces una pausa y sonríes.

—¡Pues yo tengo un buen motivo! —declaras—. ¡Intento ir a Saturno!

James Mac Creigh echa hacia atrás la cabeza y suelta una carcajada. Paul Linebarger sonríe ligeramente. Notas por vez primera que, además de la insignia del átomo en la túnica, Paul lleva un brazalete que te parece sumamente llamativo, en el que está grabada una aeronave interplanetaria.

Por su parte, Mac Creigh viste camisa de leñador y tejanos. Sus manos son ásperas y callosas, y tiene las uñas llenas de tierra.

—¿Es posible que alguno de vosotros pueda ayudarme? —preguntas.

Paul vuelve a sonreír.

—Yo sólo puedo ayudarte a dar el primer paso. —Contesta.

—Bah, no le hagas caso —interrumpe Mac Creigh—. Me has dado una idea. Si tienes paciencia, reuniré un pequeño capital y luego podremos ir juntos en una expedición minera a Saturno. ¿Qué te parece?

Paul lleva un brazalete que tiene grabada una aeronave. ¡Quizá ya ha estado en el espacio exterior! ¡Hasta es posible que sea un oficial!

En cuanto a Mac Creigh, parece un aventurero… alguien capaz de ir al espacio exterior si se lo propone.

—Tienes que decidirte pronto pues debo ponerme en camino —dice Paul.

—¡Y yo! —afirma Mac Creigh—. ¡Me largaré en cuanto encuentre mi sombrero de vaquero!

Si vas con Mac Creigh. Pasa a la sección 2.

Si vas con Paul. Pasa a la sección 7.

PISTA [2]