SIMÓN, DON CARLOS, CALAMOCHA
SIMÓN sale por la puerta del foro.
CALAMOCHA.— Simón, ¿tú por aquí?
SIMÓN.— Adiós, Calamocha. ¿Cómo va?
CALAMOCHA.— Lindamente.
SIMÓN.— ¡Cuánto me alegro de…!
DON CARLOS.— ¡Hombre! ¿Tú en Alcalá? ¿Pues qué novedad es ésta?
SIMÓN.— ¡Oh, que estaba usted ahí, señorito!… ¡Voto a sanes!
DON CARLOS.— ¿Y mi tío?
SIMÓN.— Tan bueno.
CALAMOCHA.— ¿Pero se ha quedado en Madrid, o…?
SIMÓN.— ¿Quién me había de decir a mí…? ¡Cosa como ella! Tan ajeno estaba yo ahora de… Y usted, de cada vez más guapo… ¿Conque usted irá a ver al tío, eh?
CALAMOCHA.— Tú habrás venido con algún encargo del amo.
SIMÓN.— ¡Y qué calor traje, y qué polvo por ese camino! ¡Ya, ya!
CALAMOCHA.— Alguna cobranza tal vez, ¿eh?
DON CARLOS.— Puede ser. Como tiene mi tío ese poco de hacienda en Ajalvir… ¿No has venido a eso?
SIMÓN.— ¡Y qué buena mula le ha salido el tal administrador! Labriego más marrullero y más bellaco no le hay en toda la campiña… ¿Conque usted viene ahora de Zaragoza?
DON CARLOS.— Pues… Figúrate tú.
SIMÓN.— ¿O va usted allá?
DON CARLOS.— ¿Adónde?
SIMÓN.— A Zaragoza. ¿No está allí el regimiento?
CALAMOCHA.— Pero, hombre, si salimos el verano pasado de Madrid, ¿no habíamos de haber andado más de cuatro leguas?
SIMÓN.— ¿Qué sé yo? Algunos van por la posta, y tardan más de cuatro meses en llegar… Debe de ser un camino muy malo.
CALAMOCHA (Aparte, separándose de SIMÓN). —¡Maldito seas tú y tu camino, y la bribona que te dio papilla!
DON CARLOS.— Pero aún no me has dicho si mi tío está en Madrid o en Alcalá, ni a qué has venido, ni…
SIMÓN.— Bien, a eso voy… Sí señor, voy a decir a usted… Conque… Pues el amo me dijo…