El general Doppel fue el primero en recuperarse. Vio a Dodge sentado en el suelo, jadeando, bañado en sangre; suya y del Gato.
—¡Llamad a un cirujano!
—No será necesario, señor. En absoluto. Estoy aquí y tengo justo lo que hace falta. —El mayordomo morsa pasó por encima de vitróculos muertos y cruzó la sala bamboleándose con un botiquín que contenía una varilla candente para limpiar y restañar heridas, una manga con nodos de energía interconectados y núcleos fundidos y un rollo de piel cultivada en el laboratorio con un cauterizador láser. La morsa le hizo una reverencia a Alyss, contenta de que el destino le hubiese brindado la ocasión—. Os doy cordialmente la bienvenida, reina Alyss —dijo.
Esto arrancó a Alyss de su estado de aturdimiento. Nadie la había llamado «reina» antes.
La morsa procedió a curar las heridas de Dodge. El joven contemplaba el Corazón de Cristal, inexpresivo.
«Imposible saber en qué piensa. ¿Está satisfecho por lo ocurrido? ¿Ha colmado su ansia de venganza o…?».
Se produjo un alboroto repentino a la entrada de la sala de baile: el Señor y la Dama de Diamantes, el Señor y la Dama de Tréboles y el Señor y la Dama de Picas se abrieron paso a empujones entre los milicianos reunidos y se acercaron rápidamente a Alyss con expresiones de gran alivio.
—Hemos oído un estruendo espeluznante —dijo la Dama de Diamantes—, y cuando ha terminado, hemos venido tan deprisa como hemos podido, sin apenas atrevernos a abrigar la esperanza de…
—Vuestra victoria satisface nuestras aspiraciones más profundas para al reino —la atajó el Señor de Picas.
—Sí —añadió la Dama de Diamantes—, totalmente. Ha sido espantoso… ¡Hemos padecido una tiranía terrible a manos de esa mujer!
—Roja nos ha retenido como rehenes, reina Alyss —intervino la Dama de Tréboles.
—¿De verdad? —inquirió Alyss, dirigiendo una mirada escéptica a Jacob.
—Bueno, más que físicamente, éramos sus rehenes mentalmente —matizó la Dama de Tréboles—. Si no hubiésemos obedecido a Roja, tal como todos los marvilianos estaban obligados a hacer, nos habría enviado a las minas de Cristal.
—Y me avergüenza reconocer —dijo la Dama de Diamantes— que nuestra familia, un linaje noble que data de las eras más antiguas, recibió un trato atroz por parte de la reina anterior.
—¿Vosotros? —se carcajeó el Señor de Tréboles—. Mi esposa y yo hemos sufrido mucho más que cualquiera de vuestro clan, e incluso diría que…
—¿Por qué no decís la verdad? —lo interrumpió la Dama de Picas—. Si alguien merece el título de personas peor tratadas por Roja, creo que somos mi marido y yo.
Las damas y los señores rompieron a hablar a la vez. Discutían sobre quién era el más perjudicado por el régimen de Roja, hasta que Alyss se llevó un dedo a los labios —chisss—, y todos callaron.
—En cuanto las circunstancias lo permitan, se instaurará un tribunal para determinar si os habéis comportado de manera honorable durante el reinado de Roja o si, por el contrario, sois culpables de crímenes de guerra —dijo Alyss.
—¿Crímenes de guerra? —barbotó la Dama de Picas.
El caballero blanco y sus peones rodearon a las familias nobles.
—Pero aquél que quizás es el más culpable no está aquí —dijo Jacob Noncelo.
—¿Te refieres a este individuo? —preguntó la torre. Todos se volvieron hacia el miliciano, que había entrado en la sala sujetando al Valet de Diamantes—. Lo he encontrado escondido en un armario, perdiéndose toda la diversión.
—¡Suéltame! No eres más que un… ¡un miliciano! —El Valet se liberó de la torre con una sacudida, se alisó el chaleco, se dio unas palmaditas en la peluca y se inclinó ante Alyss—. Reina Alyss, no he hecho otra cosa que serviros lo mejor que he podido. Arriesgué la vida por vos al infiltrarme en esta fortaleza. ¡Que viva la Imaginación Blanca!
La morsa ya había terminado de atender a Dodge, quien se acercó cojeando al Valet de Diamantes. Sin abrir la boca, sacó la llave del laberinto Especular del bolsillo del corpulento señor.
—¿Cómo ha llegado esto aquí? —balbuceó el Valet.
—¿Cómo has podido, hijo? —se escandalizó la Dama de Diamantes—. ¡Qué vergüenza! ¡Oh, qué vergüenza!
—¡Nuestro único hijo nos ha traicionado! —se lamentó el Señor de Diamantes, aunque tanto él como su esposa estaban al corriente de las actividades del Valet.
Alyss apuntó con el dedo a los pies del Valet, una bomba creadora estalló, y una miniprisión se formó en torno a él.
Debido a la violencia de la batalla, la corona de Roja había caído al suelo. Jacob la recogió.
—Morsa, si eres tan amable…
—¡Oh, por supuesto! —exclamó la morsa.
—… dale brillo a esto y prepáralo para la coronación de Alyss. —El preceptor se volvió hacia la joven Reina. Le quedaba poco por enseñarle a Alyss de Corazones que ella no hubiera aprendido por experiencia propia a lo largo de su vida. La joven miraba pensativa el Corazón de Cristal—. ¿Alyss?
—¿Qué sucederá? ¿Deberíamos enviar a alguien a buscarlos? Jacob meditó su respuesta durante un buen rato antes de hablar.
—Es posible que Roja ya no exista tal y como la conocíamos, pero del mismo modo que un invento, cuando penetra en el cristal, sirve de inspiración a seres de otros mundos, el espíritu de Roja pervivirá siempre como una fuerza impulsora. Al saltar al interior del cristal, se ha vuelto inmortal. En cuanto a las formas que puede adoptar en el futuro, no me atrevo a hacer pronósticos. Pero lo cierto es que temo por el universo.
Alyss permanecía callada, absorta en sus pensamientos. «Debería haberla matado. Debería…».
—Y ahora… respecto a la familia que cuidó de ti en ese otro mundo…
—¿Sí!
—Algo me dice que están preocupados por su hija perdida. —Las orejas de Jacob se torcieron con picardía—. Sé que sólo soy un albino extremadamente sabio y que no tienes por qué hacerme caso, pero te sugiero que materialices una Alice Liddell de carne y hueso y con personalidad propia. Dota a tu gemela de una imaginación tan fecunda como la tuya y envíala a vivir la vida que ya no te corresponde.
«¿Puedo hacer eso?».
—Pero ¿cómo? Y… ¿soy capaz?
Jacob sonrió. Quizá todavía quedaban cosas que podía enseñarle a Alyss, después de todo.
—Mira en torno a ti —le dijo—. Fíjate en lo que has logrado. Yo pensaba que, a estas alturas, ya sabrías que eres capaz de todo.
Siguiendo sus indicaciones, Alyss posó las manos en el cristal y…
¡Pum! ¡Zzzz!
Un destello blanco y cegador ocasionó que todos se taparan los ojos. En su centro, Alyss, fundida en un abrazo sinérgico con el cristal, imaginó los millones de rasgos diminutos que componían a Alice Liddell, hasta los poros de su piel, y en algún lugar de las afueras de Oxford, Inglaterra, una mujer adulta surgió de lo que parecía un charco común y corriente, espantando a una oca sedienta.
Tras pasar varias semanas en Londres viviendo a cuenta del príncipe Leopoldo, los Liddell regresaron a Oxford. Se habían sentado a cenar cuando Alice entró por la puerta principal. Sobre un sonido de fondo de gritos ahogados, exclamaciones de alivio, sorpresa, alegría y cualquier otro sentimiento positivo que pudiera suscitar el milagroso retorno de Alice, ella les explicó cómo había escapado de sus secuestradores (una banda de estibadores escoceses que pretendían hacer chantaje a la familia real, según dijo), una hazaña a la que ella misma restaba importancia por no considerarla nada del otro mundo.
Durante la ausencia de Alice, y tras convencerse de que nunca la volvería a ver, el príncipe Leopoldo se había enamorado de otra: la princesa Elena de Waldeck. A Alice pareció disgustarle menos que a su madre enterarse de que Leopoldo tenía un nuevo amor. Al cabo de poco tiempo, se casó con un hombre más apropiado para su condición social: Reginald Hargreaves, tesorero del colegio universitario de su padre. El príncipe Leopoldo y la princesa Elena se casaron poco después.
Durante el resto de su vida, Alice y el Príncipe se profesaron un sincero afecto. Y, quizás en recuerdo del enlace que había estado a punto de producirse, Alice dio a su primer hijo el nombre de Leopoldo, y el Príncipe llamó Alice a su primera hija. Todos ellos vivieron satisfechos para siempre, excepto quizá la señora Liddell, que apreciaba razonablemente a Reginald Hargreaves, pero no dejaba de pensar cuan maravilloso habría sido que Alice se casara con un príncipe.