52

La fortaleza estaba bien guarnecida. Los regimientos del Corte de todos los rincones del reino habían sido movilizados y estaban apostados frente al bastión de Roja, dispuestos en primera línea de defensa. Detrás de ellos se encontraban innumerables secciones de vitróculos. Tanto los naipes soldado como los vitróculos estaban equipados con toda la gama de armas disponibles en la Marvilia de Roja: esferas generadoras, granadas de serpientes, arañas obús, AD52, y dagas y espadas de todo tipo.

Cuando los soles salieron para iluminar el nuevo día, Roja estaba desayunando patas de lucirguero crujientes y picantes en la cúpula de observación. El Gato y los miembros de su gabinete, que no habían probado bocado desde el día anterior al mediodía, la observaban con ojos hambrientos, pero no decían esta boca es mía. El Valet de Diamantes había optado sabiamente por excusarse y salir de la cúpula, pero más porque lo ponía muy nervioso que la Reina lo mirase juguetear inútilmente con la llave del laberinto Especular que por los gruñidos de su estómago.

Roja hincó el diente en la última pata de lucirguero que quedaba, el último vestigio de la oscuridad nocturna se disipó, y todos lo vieron a la vez. Habría sido imposible pasarlo por alto estando delante del cristal telescópico: un ejército de alysianos, que parecía rivalizar en número con la población de todo el reino, concentrado a escasa distancia, aguardando la señal para atacar. Al igual que las tropas de Roja, los alysianos iban armados con esferas generadoras, granadas de serpientes, arañas obús y AD52.

—¿Cómo ha conseguido Alyss reunir un ejército tan enorme? —preguntó la Dama de Picas.

—Simplemente tendrán un número mayor de bajas —masculló Roja, furiosa. Sentada a horcajadas sobre un maspíritu al frente de los soldados, Alyss alzó el brazo por encima de su cabeza y, momentos después, lo bajó bruscamente. Los alysianos se abalanzaron hacia la fortaleza.

—Reparte la primera mano —ordenó Roja.

En el exterior, el Corte disparó esferas generadoras y arañas obús contra los alysianos que se acercaban. Muchos proyectiles impactaron directamente en las huestes agresoras, de forma que tendrían que haber arrasado columnas enteras. Una vez efectuada esta descarga, los naipes soldado cargaron sobre el humo y las llamas. Roja, segura de sí misma, contemplaba la escena desde su posición privilegiada en la cúpula, pero cuando la humareda se despejó, vio a sus soldados rodeados por alysianos diminutos. Sus armas habían tenido un efecto nulo sobre aquel ejército en miniatura, que prosiguió su avance hacia la fortaleza.

El rostro de Roja se crispó de pronto, cuando cayó en la cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—¿Cómo he podido ser tan estúpida?

El Gato intentaba dilucidar si se trataba de una pregunta retórica cuando ella rugió:

—¡Es un producto de su imaginación!

Roja agitó el brazo con un movimiento desdeñoso, y acto seguido Alyss y su ejército comenzaron a resplandecer de forma que los miles de millones de puntos de energía de que se componían resultaron visibles por unos instantes, antes de estallar y desaparecer por completo. Roja barrió el reino con el ojo de su imaginación.

—¿Dónde estás, Alyss? ¿Dónde anda mi querida sobrinita?

Alyss y los demás oyeron las explosiones y los sonidos ásperos y metálicos que producía el Corte al dirigirse a paso acelerado hacia el ejército imaginado mientras ellos se acercaban a la fortaleza desde el lado opuesto. Hasta ese momento, su aproximación había pasado inadvertida; avanzaban únicamente por los cuadrados negros de brea y piedra volcánica del desierto para que Roja no los localizara. Sin embargo, para entrar en la fortaleza no tenían otra opción que lanzarse al ataque a pecho descubierto.

Parapetado tras una roca negra, Somber hizo salir las cuchillas de su chistera y las lanzó a los naipes soldado y los vitróculos que vigilaban la entrada de la fortaleza. Mientras el arma seguía en el aire, activó las cuchillas de sus muñecas y cargó contra el enemigo. Molly aplanó su sombrero para transformarlo en el escudo de bordes afilados y se situó a su izquierda con Dodge, mientras los generales Doppel y Gänger se colocaban a su derecha, seguidos por los milicianos del Ajedrez.

—Debemos de estar cerca del Corazón de Cristal —le dijo Alyss a Jacob. El preceptor la miró, y las orejas se le curvaron en un gesto inquisitivo.

—Me siento… No sé cómo explicarlo.

La Princesa alargó ambos brazos y extendió sus diez dedos hacia la lucha que se libraba ante ella. Rayos de energía brillantes como estrellas brotaron de sus yemas, se ramificaron y envolvieron a los naipes soldado y los vitróculos hasta que cada uno de ellos estaba sujeto a un extremo de uno de los rayos, cuyo extremo opuesto seguía unido a los dedos de Alyss. Entonces la Princesa alzó los brazos por encima de su cabeza, y tanto los naipes soldado como los vitróculos se elevaron en el aire, impotentes. A continuación, salieron despedidos hacia el cielo, dando vueltas. En algún lugar del desierto Damero empezaron a llover naipes soldado y vitróculos.

Los estampidos de las esferas generadoras al explotar sobre el ejército imaginado por Alyss aún llegaban hasta los oídos de los alysianos, pero cesaron poco después de que ellos entraran en la fortaleza. El silencio sólo podía significar una cosa.

—Ella lo sabe —murmuró Alyss.

—¿Puedes verla? —preguntó Jacob.

Alyss sentía la proximidad del Corazón de Cristal. Nunca antes había sido capaz de visualizar a distancia, pero la imagen de Roja apareció nítida ante el ojo de su imaginación. Su tía estaba de pie en una sala amplia desde la que ascendía un pasillo en espiral, con una sonrisa fría en los labios, haciéndole señas a Alyss de que se acercara. Detrás de la Reina palpitaba con ritmo constante el Corazón de Cristal, oculto de alguna manera.

—Me está esperando —dijo Alyss.

—Deberíamos dividirnos en grupos para estar más seguros —los apremió el general Doppel—. Además, así podremos cercar a Roja si se nos presenta la ocasión. Jacob, Torre, Molly, venid con nosotros.

—Yo me quedo con la princesa Alyss —repuso Molly.

Los demás intercambiaron miradas. La muchacha no parecía dispuesta a dar su brazo a torcer, y no era un buen momento para discutir.

—Dejad que venga conmigo —dijo Alyss.

Los generales agacharon la cabeza: los deseos de la Princesa eran órdenes.

—Torre, Somber y Dodge también os acompañarán —indicó el general Doppel, y fue entonces cuando advirtieron que Dodge ya no estaba con ellos.

—¿Adónde habrá ido? —inquirió el general Gänger.

«A encontrar al Gato». Alyss lo vio con el ojo de su imaginación, avanzando sigilosamente por un pasillo. «¿Y si se cruza con Roja? Intentará luchar contra ella y perderá». La Princesa dirigió una mirada de preocupación a Jacob. Él también sabía por qué Dodge los había abandonado. Y sabía que el deseo egoísta de venganza del joven podía comprometer las posibilidades de éxito de los alysianos.

—Nos repartiremos a los peones —dijo el general Doppel.

—Reuníos con nosotros junto al Corazón de Cristal —propuso Alyss—. Buscad un pasillo en espiral.

Los generales se inclinaron ante ella.

—Para entonces, esperemos que la paz de la Imaginación Blanca se haya reinstaurado en el reino.

Guiándose con la ayuda del ojo de su imaginación, Alyss condujo a Molly, a Somber Logan y a los milicianos a través de la fortaleza. Daba la impresión de que había estado allí antes, por el modo en que se orientaba sin dudar por los pasadizos, directa hacia Roja, mientras, en otro lado, Dodge, eludiendo a los grupos de naipes soldado que patrullaban los lúgubres salones y pasillos (le resultaba fácil evitar al enemigo cuando actuaba solo), iba a la caza del Gato.

—Ven aquí, minino. Ven aquí, minino, minino.

Ya había recorrido silenciosamente las plantas inferiores de la fortaleza, había echado un vistazo a la cueva de los rastreadores y a la cámara de los vitróculos, ambas desiertas, y ahora subía piso a piso, buscando de manera sistemática. Ante él, el pasillo se curvaba hacia arriba y hacia un lado, como un tirabuzón, hasta perderse de vista. Habría podido tomar cualquiera de los caminos que arrancaban a su derecha o a su izquierda, pero algo —una sensación, un instinto— lo impulsaba a caminar hacia delante. A tres maspíritus de distancia de la sala de baile en que Roja esperaba a Alyss, oyó unos susurros acuciantes que procedían del otro lado de una puerta, a su derecha. A Dodge le daba igual que quizá fuera uno de los últimos actos de su vida. Todo le daba igual excepto enfrentarse a su bigotudo enemigo. Abrió la puerta de una patada y se encontró…

No con el Gato, sino con el Valet de Diamantes y el mayordomo morsa, que se escondían para rehuir la violencia. Ambos dieron un respingo, sobresaltados por la súbita entrada de Dodge, pero el Valet se recuperó enseguida. Sacó un puñal pequeño del bolsillo de su chaleco y lanzó una cuchillada al aire, más o menos en dirección a la morsa.

—¡Toma! ¡Ea! ¡Te hemos pillado! Gracias a Issa que has venido —le dijo a Dodge—. Pensaba que tendría que matarlos a todos yo solo. ¡Hala! ¡Oste! ¡Oste!

El Valet continuó asestando estocadas al aire, pero Dodge no se dejó engañar, más que nada porque el Valet intentaba al mismo tiempo guardarse la llave del laberinto Especular en un bolsillo de sus bombachos.

Para Dodge, cualquiera que hubiese colaborado con los asesinos de su padre era un enemigo.

—Sólo hay una recompensa para los traidores —dijo, y alzó la espada para descargar sobre el Valet de Diamantes un golpe mortal, cuando…

Se oyó el sonido ronco característico de un ronroneo. Dodge dio media vuelta y vio al Gato ante la puerta.

—¿Y mi recompensa cuál es? —inquirió la bestia.

Sin proferir ni un grito de guerra, ni un alarido de ataque, Dodge simplemente arremetió contra el Gato con la espada por delante. La criatura se apartó de un salto, y el acero de Dodge chocó contra la pared de piedra. En ese momento el Gato le propinó un zarpazo en el hombro que le desgarró el uniforme de alysiano. El propio Dodge sólo sufrió unos rasguños; cuatro hilillos de sangre aparecieron en su pálida piel. Podría haber sido peor.

—Un regalito para que haga juego con tu cara —se mofó el Gato, señalando las cicatrices que surcaban la mejilla de Dodge.

Éste hizo una finta hacia la izquierda y, cuando el Gato se movió hacia la derecha para esquivarlo, se volvió y le clavó a la bestia el puño-daga que llevaba en la mano libre, un arma marviliana antigua, una hoja metálica que en la base tenía cuatro anillas para introducir los dedos.

Una zona del pelaje del Gato se tiñó de sangre, pero no se trataba de una herida mortal. El Gato dio un salto de bailarín de ballet, cayó sobre sus patas delanteras y golpeó a Dodge con las traseras, dejándole en el pecho unas marcas poco profundas y haciéndolo caer al suelo.

Al ver que la puerta estaba despejada, el Valet de Diamantes y la morsa salieron corriendo de la habitación y se alejaron en direcciones distintas para buscar otro escondrijo.

Alyss se aproximaba rápidamente al pasillo en espiral, flanqueada por Somber y Molly, que la protegían, y de pronto se detuvo.

—¿Qué sucede, princesa Alyss? —preguntó Molly.

Con el ojo de su imaginación, Alyss vio al Gato abalanzarse sobre Dodge, que rodó en el suelo y se levantó, listo para afrontar lo que viniese a continuación, maltrecho y ensangrentado, pero más resuelto que nunca.

—Es Dodge —titubeó ella—. Está…

Pero justo en ese momento, una patrulla de naipes soldado la divisó y echó a correr hacia ella. «Hay que darse prisa». En la pared sólida que Alyss tenía a un lado se materializó una puerta que comunicaba con una de las múltiples salas de la fortaleza que no se utilizaban. En cuanto ella, Molly, Somber y los demás la atravesaron, seguidos a cierta distancia por todos los naipes soldado menos uno, que estaba más cerca de ellos, y justo cuando ese uno —un número Tres— cruzaba la puerta, Alyss imaginó que la abertura dejaba de existir. La puerta se desvaneció, dejando al número Tres medio empotrado en la pared y al resto de los naipes soldado del otro lado, sin posibilidad de darles alcance.

«Dodge». Fijó el ojo de su imaginación en él y lo vio golpear al Gato en la cara con la empuñadura de la espada. «Debería echarle una mano». Hizo aparecer a un segundo Dodge. «No para satisfacer sus impulsos más oscuros, sino para garantizar su supervivencia».

—¡Yo me encargo de esto! —gritó él cuando vio a su doble.

Lanzó una estocada a la versión imaginada de sí mismo, con lo que dio al Gato la oportunidad de apartarlo de un empujón para disponer de más espacio. El doble desapareció, y el Gato acometió a Dodge con las zarpas preparadas para herirlo. Mala jugada. Dodge, con la espada en una mano y el puño-daga en la otra, acuchilló ambas patas a la vez, y antes de que el Gato pudiera retroceder, hundió la espada hasta la empuñadura en el tórax de la bestia. El Gato se encogió en el suelo, sin vida.

—¡Levántate! —bramó Dodge—. ¡Levántate, levántate, levántate!

Le pareció que el Gato tardaba siete vidas en volver en sí. Vio los párpados de la bestia temblar y clavó de nuevo la espada en el pecho peludo. No sabía que Genevieve y Somber ya le habían arrebatado una vida cada uno ni que la propia Roja le había quitado tres más. Ahora que había empezado, que había probado el sabor de la venganza que había anhelado desde hacía tanto tiempo, estaba frenético de rabia, impaciente por acabar con aquello.

—¡Vamos, levántate!

Dodge sabía que un soldado tenía reflejos más rápidos cuando estaba relajado, pero sus sentimientos se imponían sobre su formación militar, por lo que cometió el error de no subestimar la astucia del Gato. El joven estaba de pie junto a la bestia, atento al menor de sus movimientos. Sin embargo, al volver a la vida, el Gato se quedó inmóvil, como un muerto, de modo que su primer movimiento no fue una contracción de los músculos del ojo, sino un zarpazo que le infirió a Dodge en el muslo la herida más profunda que había sufrido hasta ese momento.

—¡Aaagh!

Dodge cayó hacia atrás. La sangre le corría por los pantalones desgarrados y por la pierna.

Despacio, casi pausadamente, el Gato se puso en pie. Sus heridas se cerraron y él sonrió. Parecía revitalizado, más fuerte que nunca. En cambio, Dodge empezaba a acusar los efectos de las lesiones; reaccionaba con mayor lentitud, y tenía punzadas de dolor en el hombro, la pierna y el pecho. El Gato dio un paso hacia él y, por primera vez durante el combate, Dodge dio un paso hacia atrás, con un murmullo de derrota en la cabeza, cuando…

Alyss llegó por fin a la sala de baile donde Roja la aguardaba. «Te envío mis deseos y mi esperanza de que sobrevivas, Dodge, puesto que no me dejas enviarte otra cosa. Por favor, intenta evitar que tus impulsos más negativos dominen lo que hay de bueno en ti». Se disponía a entrar en la sala cuando una horda de vitróculos emboscados salió al paso de sus soldados, y de pronto Somber, Molly, el caballero y los milicianos estaban luchando por sus vidas en torno a ella. «Roja quiere que me enfrente a ella a solas».

Las espadas entrechocaban con gran estrépito. «Se parecen tanto… Son tan…». En efecto, la manera de combatir de Somber y Molly, el modo particular en que giraban, saltaban, lanzaban patadas y puñetazos y empleaban sus armas de la Bonetería era muy similar. «Ella pelea como todo un miembro de la Bonetería, más que como una híbrida». No obstante, estos pensamientos, tan fugaces como pueden ser los pensamientos, se disiparon enseguida, y cuando Alyss entró en la sala de baile, dejó atrás a los alysianos para que se defendieran solos, pues todo su ser estaba concentrado en su tía, con quien estaba a punto de encontrarse cara a cara por segunda vez en su vida.