48

Posó los pies suavemente en el suelo de lo que parecía ser una cárcel: una cárcel especular. Estaba rodeada de espejos que se prolongaban indefinidamente hacia arriba y, mirara a donde mirase, veía su reflejo repetido una infinidad de veces, más y más pequeño, hasta perderse en la distancia.

—¿Esto es un laberinto? —dijo en voz alta, pero no oyó únicamente su voz, sino un coro de voces, todas ellas suyas. Los espejos no sólo reflejaban su imagen, sino también sus palabras.

Algo no marchaba bien, aparte del hecho de que no estaba en un laberinto.

«Seguro que me he equivocado de llave, pero… curiosamente, me da la impresión de que no». El reflejo que tenía justo delante, por alguna razón, era inexacto. Alargó el brazo hacia él y —«¡ah!»— el reflejo la agarró de la mano y tiró de ella hacia el interior del espejo.

—Debemos darnos prisa —dijo el reflejo—. Hay mucho que hacer y mucha gente que ver, en muy poco tiempo.

—Pero… —A Alyss no se le ocurrió nada que decir.

El reflejo no le soltaba la muñeca, y la guió a paso acelerado por entre pasillos especulares que se ramificaban y serpenteaban hasta desaparecer a lo lejos, nichos y pasadizos sin salida de superficie reflectante. Incluso el suelo era un espejo. Llevada de un lado para otro, Alyss intuía que su reflejo había tomado aquella ruta tan complicada sólo para confundirla y desorientarla a ella. «Más vale que no tenga que encontrar el camino de regreso». Y es que le habría resultado del todo imposible; Alyss había perdido el norte por completo.

El reflejo la hizo detenerse en lo que parecía una zona de descanso, una sala espejada más amplia que los pasillos junto a los que habían pasado.

—Espera aquí —le indicó el reflejo—. En breve tendrás compañía.

—¡No me dejes! —Pero Alyss ya estaba sola. ¿O no? Su imagen le devolvía la mirada desde todas las superficies—. ¿Hola? —dijo, y de nuevo un coro de voces (las de sus reflejos) repitió lo que decía. Ella alzó la mano hacia la que tenía más cerca para asirla, pero sus dedos no penetraron en el espejo; sólo chocaron contra la fría superficie de azogue.

«¿Y si se suponía que yo debía seguirla?». Pero Alyss ya no sabía con seguridad en qué dirección se había marchado su reflejo. «Imagina una salida. Eso debe de ser lo que se espera de mí. Seguro que se trata de una prueba». Alyss se preparó para el esfuerzo que requería crear algo con la imaginación, pero, entre un parpadeo y otro, vio a alguien avanzar hacia ella desde la distancia de un espejo. La persona estaba cada vez más cerca, e incluso antes de que Alyss pudiera distinguir los rasgos de la mujer, reconoció la ropa que llevaba.

—¡Madre! —exclamaron ella y sus reflejos con un grito ahogado.

Genevieve iba vestida tal y como su hija la había visto por última vez, pero sin la corona. Se situó justo al otro lado del espejo.

—Alyss —dijo Genevieve, y la sonrisa de nostalgia y orgullo que se dibujó en el rostro de la fallecida Reina provocó que a su hija se le arrasaran los ojos en lágrimas.

—Se ha convertido en una mujer tan hermosa como la imaginaba —comentó una voz masculina.

Alyss volvió la cabeza y en uno de los espejos vio, en lugar de su propia imagen, a su padre, Nolan, que le sonreía afectuosamente.

—¡Papá! —dijo y corrió a abrazarlo, deseosa de sentir el tacto de su padre, desaparecido hacía tanto tiempo. «¡No me importan el laberinto, ni Roja, ni el Corazón de Cristal! ¡Quiero que todos volvamos a estar juntos! ¡Quiero recuperar a mi familia!». Sin embargo, Alyss no podía atravesar el espejo.

—¿Qué es esto? —gritó—. ¿Dónde estáis?

—Estamos dentro de ti, cariño —respondió su padre. Genevieve exhaló un leve suspiro.

—Si triunfamos sobre Roja, nadie podrá decir que nuestro éxito no supuso un sacrificio para nosotros. Pero a veces pienso que quizá se nos ha exigido demasiado.

—A nosotros y a todos aquéllos que luchan en defensa de la Imaginación Blanca —añadió Nolan.

—Sí, por supuesto —dijo Genevieve—. El camino hacia una victoria de tamaña magnitud está condenado a llenarse de derrotas y fracasos.

Con una afable mirada de compasión, Nolan pasó de un espejo a otro hasta llegar junto a su esposa. La rodeó con el brazo y la besó en la frente, lo que pareció levantarle el ánimo.

—Alyss —prosiguió Genevieve—, es bueno que te hayas propuesto ejercitar tu imaginación. Vas bien encaminada para desarrollar al máximo el potencial y el control de tu imaginación. Pero tus experiencias y lo que has descubierto sobre ti misma no son suficientes. Aún no.

—¡Mírala bien! —rió Nolan—. Es una adulta. No necesita que sus padres le den la lata. Alyss, mi dulce niña, bastará con que tengas la mitad de la fe que los demás depositan en ti para que todo salga bien.

La pareja real dio media vuelta y echó a andar hacia la distancia del espejo.

—¡Esperad! —gritó Alyss—. ¡No os vayáis!

Pero Genevieve y Nolan siguieron caminando.

—¡Esperaaad! ¿Volveré a veros algún día?

Ellos se detuvieron, aparentemente sorprendidos por la pregunta.

—Una y otra, y otra, y otra vez —dijo Nolan.

—Siempre y cuando sepas dónde buscarnos —precisó Genevieve.

Y entonces todos desaparecieron, y el reflejo de Alyss volvió a ocupar el cristal.

Las fuerzas abandonaron a la Princesa. Cayó de rodillas y hundió el rostro entre sus manos. Jamás se recuperaría de la pérdida repentina y violenta de sus padres, nunca aceptaría la ausencia que su muerte había dejado. «¿Cómo podría hacerlo? ¿Acaso podría alguien?». Sus sollozos se amplificaron cuando sus reflejos lloraron con ella.

Lo peor ya había pasado. Lo único que quedaba del arranque de tristeza que había sufrido Alyss era el hipo ocasional y la respiración entrecortada. Alguien le tocó el hombro.

—¡Te he pillado! ¡Paras tú!

Alyss alzó la cabeza y vio a una niña pequeña. «¿Es…? Pero ¿cómo es posible?». Se quitó el cabello de la cara y se frotó los ojos para estar más segura. «Es idéntica a mí».

Era ella: Alyss de Corazones, a los siete años de edad, ataviada con su vestido de cumpleaños.

—¿Quieres que te persiga? —preguntó Alyss. La niña hizo chasquear la lengua, irritada.

—¿Es que nunca has jugado al corre que te pillo?

—Sí, pero… ya hace tiempo de eso. —La Princesa se puso de pie. Encontrarse con una versión más joven de sí misma no era cosa de todos los días. ¿Quién sabía adónde la llevaría aquello?—. Muy bien —dijo—. Más vale que eches a correr, entonces.

Con un chillido de alegría, la niña se alejó a toda prisa por el pasillo. Alyss salió en pos de ella, y las dos recorrieron un pasillo tras otro del laberinto Especular. Con la misma intensidad con que Alyss se había sumido en la congoja unos momentos antes, se dejó llevar ahora por la euforia del juego, riendo cada vez que estaba a punto de alcanzar a la Alyss más joven. Se acercó a una esquina del laberinto y la pequeña se le plantó delante de un salto, como para incitar a la Princesa a intentar atraparla.

—¡Ja!

Las dos se reían con tantas ganas que les costaba correr, y cuando la niña se detuvo para recuperar el aliento, Alyss apretó el paso y la cogió.

—¡Ya te tengo! —exclamó, haciéndole cosquillas.

—¡No, no hagas eso! ¡Basta, basta!

La joven Alyss chillaba de gusto, pues, como era natural, la Princesa sabía dónde tenía más cosquillas. Sin embargo, la niña se puso seria de pronto, apartó las manos de Alyss de un empujón y desvió la mirada hacia algo. Alyss se volvió para ver de qué se trataba. Era un cetro incrustado de diamantes coronado por un corazón blanco de cristal que estaba al final de un amplio pasillo.

—¿Crees que puedes conseguir ese cetro? —preguntó la pequeña. Parecía fácil. Alyss sólo tenía que andar por el pasillo y recogerlo.

—¿Por qué no?

Las paredes del pasillo estaban recubiertas de paneles espejados y perfectamente alineados, uno frente a otro. Alyss dio un paso hasta situarse entre el primer par, y sus reflejos comenzaron a dar vueltas y vueltas hasta formar una especie de vórtice, y de repente ella ya no estaba en el laberinto Especular. Se encontraba en una Nada sin ninguna característica especial, en medio de un torbellino de imágenes que se arremolinaban en torno a ella. Pero ¿se trataba sólo de imágenes? Parecían tan reales, y las personas que aparecían en ellas… sus palabras y gestos herían tanto como los de seres de carne y hueso.

—¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten la cabeza!

Roja descendió en picado hacia la Princesa. Alyss se apartó de un salto, con el corazón desbocado, y entonces…

Ahí estaba Dodge, de niño, con su uniforme de miembro de la guardia, recibiendo una lección del juez Anders sobre el protocolo que debían observar los integrantes del cuerpo. Sin embargo, al igual que Roja segundos antes, se esfumaron. Ahora tenía delante a Quigly Gaffer, señalándola y riéndose en su cara como si ella fuera la criatura más ridícula que hubiese visto.

—Basta —le dijo ella.

No obstante, a las risotadas de Quigly se sumaron las del resto de los huérfanos de Londres: Charlie Turnbull, Andrew MacLean, Otis Oglethorpe, Francine Forge, Esther Wilkes y Margaret Blemin, así como algunas de las celadoras que había conocido en la inclusa de Charing Cross.

—¡Basta! —gritó.

Sus carcajadas continuaron resonándole en los oídos incluso después de que su imagen se evaporase. Ahora estaba contemplando una escena silenciosa pero confusa: ella y el príncipe Leopoldo, rodeados por quienes parecían ser sus cuatro hijos, de picnic en el bosque Eterno con el decano Liddell y su esposa. Dos de los niños eran muy pequeños, pero tenían las facciones de Genevieve y Nolan. Alyss quiso llamar a su familia, pero no le salía la voz. El Gato se erguía sobre su familia, totalmente ajena a su presencia, lamiéndose la sangre de las patas hasta que una gota cayó al suelo y se convirtió en un mar sanguinolento y encrespado en el que su familia empezó a ahogarse. También estaban inmersos en él los alysianos —Dodge, Jacob, Somber, el general Doppelgänger, los milicianos—, todos ahogándose. Pero entonces el mar desaguó por una puerta abierta, arrastrando consigo a sus amigos y seres queridos. Encima de la puerta había un letrero luminoso que indicaba la salida, y junto a él se encontraba el mayordomo morsa.

—Ay, cielos —se lamentó la morsa—. Esto sólo se va a poner peor, Princesa. No tenéis por qué pasar por esto. No es necesario. Por favor, os ruego que os marchéis mientras podáis. —Con la aleta izquierda, le hizo un gesto apremiándola para que saliese por la puerta.

Pero Alyss no se dejó convencer. El laberinto le había mostrado aquellas imágenes para ablandarla, para hacerla más vulnerable a lo que fuera que tuviese que afrontar a continuación. Estaba decidida a afrontarlo.

Le dio la espalda a la morsa, levantó un pie para dar un paso hacia el vacío que tenía ante sí y se encontró de nuevo en el laberinto Especular, en el pasillo que conducía hasta el cetro.

Había conseguido dejar atrás el primer par de paneles espejados.

Avanzó hasta colocarse entre el segundo par, y en el acto el laberinto se desvaneció y ella se encontró en el comedor Sur del palacio de Corazones, el escenario de la invasión de Roja.

«Debería haberme ido, haber escapado».

—No necesito ver esto —dijo.

Todos los presentes en la sala miraban fijamente al gatito que había empezado a cambiar de forma para convertirse en el Gato, cuando…

—¡No! —aulló Alyss.

Una explosión hizo saltar las puertas en pedazos, y Roja y sus soldados renegados irrumpieron en el comedor. Alyss se vio obligada a revivir el horror de aquel momento aciago, presenciar de nuevo el asesinato del juez Anders y la destrucción de su hogar, así como el instante en que ella misma estuvo a punto de morir a manos de Roja. «¡Una vez fue demasiado! ¡Nadie tendría que vivir una experiencia tan espantosa! ¡Nadie!». Con una furia creciente, observó a Somber y a la Alyss de siete años saltar a través del portal de emergencia del palacio (esa separación final y desgarradora de su madre), y a Genevieve, que se volvió hacia su hermana para enfrentarse a ella a solas. Entonces vio lo que no vio en su día: a su madre sujeta por las rosas carnívoras de Roja, y la decapitación de Genevieve por parte de Roja con un solo golpe del haz de energía escarlata. «¡La asesina de mis padres!».

—¡Aaah!

Arrancó a correr hacia Roja, con furia en el corazón. Pero la distancia que la separaba de Roja aumentó, y de pronto el Dodge de veintitrés años corría a su lado, diciéndole con una voz tensa a causa de la ira:

—El odio te infunde fuerza. No hay más justicia que la de la venganza. Sólo conseguirás vencer a Roja si alimentas tu rabia.

El Gato se interpuso en su camino de un brinco, y Dodge hundió su espada en la bestia una y otra vez. Sin embargo, esto no parecía mitigar su furia, que aparentemente seguiría viva por muchas veces que matara al despiadado esbirro de Roja.

Alyss estaba lo bastante cerca de Roja para atacarla —por fin— cuando la cabeza de su madre, que había rodado hasta un rincón, abrió los ojos y habló.

—La ira se nutre de la Imaginación Negra, Alyss. Si sucumbes a tu ira, te convertirás en un mero peón de la Imaginación Negra, que puede triunfar temporalmente pero no para toda la eternidad.

—¡Pero mira lo que te ha pasado a ti! —replicó Alyss.

—Sí, mírame. ¿No te parece significativo que sea yo quien te dice estas cosas? No obstante, la presión de la rabia en la cabeza de Alyss era demasiado fuerte.

—¡Sí que es significativo! ¡Significa que eras débil y que por eso te derrotaron! —gritó, y acto seguido le arrebató a su tía el cetro y le cortó la cabeza de un solo golpe, tal como Roja había matado a Genevieve.

Roja y las rosas se fundieron en el suelo y Alyss descubrió que se encontraba en una sala circular con paredes de cristal telescópico que le permitían ver el desierto Damero y Marvilópolis en su totalidad.

Jacob entró a toda prisa en la sala con un libro abierto entre las manos, leyéndolo con apremio, ansioso por hacerse entender:

Feg lubra messingpla gri bono plam —leyó el preceptor—. Tyjk grrsplinuff rosh ingo.

—¿Jacob?

—¡Zixwaquit! ¡Zergl grgl! ¡Fffgburglgrgl!

El preceptor continuó balbuciendo incoherencias, cada vez más alterado ante la incapacidad de Alyss de comprenderlo. Entonces ella vislumbró su propia imagen en un espejo. En lugar de sus facciones habituales, vio a Roja, que le devolvía la mirada. Se había convertido en Roja.

—¡NO!

Destrozó el espejo, y todo aquello que la rodeaba —la sala circular, el Jacob incoherente— estalló en fragmentos en torno a ella, que quedó de pie ante el espejo de entrada del laberinto; al otro lado del cristal, el combate entre alysianos y soldados de Roja seguía detenido en el tiempo.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué significa esto?

—Ejem, hum.

Unas volutas de humo cruzaron su campo visual. Al volverse, ella vio a la oruga azul, fumando en su narguile.

—Significa que has fracasado, Princesa.

—¿Yo…? —«No puedo fracasar. El laberinto está destinado para mí»—. Pero…

—No has logrado recorrer el laberinto. Es algo desafortunado para todos nosotros, pero no hay remedio. Debes salir a través del espejo y reincorporarte a la batalla.

«El fracaso no es una opción. No puede serlo». Alyss habría preferido estar en cualquier otro sitio, pero no podía irse todavía, no como una fracasada.

—Es inaceptable —afirmó—. No lo acepto.

Y antes de que Azul pudiese echarle humo a la cara, se internó corriendo en el laberinto. Se perdió enseguida, pero no todo estaba perdido mientras ella permaneciese allí. Todavía podía cumplir con su misión. De lo contrario, ¿qué sería de…?

Una figura apareció más adelante, en el corredor.

—¡Somber!

Oh, cuánto se alegraba de verlo. Pero el capitán de la Bonetería, sin abrir la boca, alzó una espada y se abalanzó hacia ella.

—¡Espera! ¿Qué estás…?

Tenía que hacer algo deprisa. Imaginó que empuñaba una espada y, antes de darse cuenta, estaba enzarzada en combate con el hombre mítico; él como agresor, ella sorprendiéndose a sí misma con una defensa que consistía en reflejar los movimientos de él como un espejo.

Somber bajó el arma al fin y se apartó, con una expresión que denotaba su aprobación.

—Muy bien.

Alyss comprendió que la estaba poniendo a prueba para desarrollar sus habilidades marciales, o mejor dicho, estaba adiestrando su imaginación para que reforzara sus habilidades marciales. No obstante, cuando apareció un segundo Somber Logan…

«¿Tendré que luchar contra dos de ellos?».

Además de con la espada, Alyss se armó con una Mano de Tyman. Intercambió golpes con los dos Somber. Se oyó el entrechocar metálico de las armas. Cada vez que uno de ellos ejecutaba un movimiento que ella no había visto antes, ella rápidamente se apropiaba de él; imaginaba que formaba parte de su repertorio. Pero no le bastaría con visualizarse como una experta en el manejo de la espada; tendría que emplear su imaginación de otras maneras porque un tercer y un cuarto Somber venían hacia ella, y luego un quinto y un sexto. Mientras cruzaba la espada con uno de ellos, imaginó que los demás acusaban también el golpe. Sin embargo, esto resultó insuficiente, pues más réplicas de Somber se aproximaban, así que ella invocó a sus innumerables reflejos para que acudiesen en su ayuda. Éstos emergieron de sus espejos, espada en mano, y ahora por cada Somber Logan había una Alyss de Corazones lista para combatir contra él.

—Excelente —dijo uno de los Somber, y a una señal suya, el resto de los hombres de la Bonetería enfundó las espadas y activó las cuchillas de las muñecas y echó mano de su chistera bumerán.

«Empiezo a cansarme, no estoy segura de cuánto tiempo podré…».

Imaginó que cartas daga salían disparadas de las mangas de su uniforme, pero los Somber las rechazaron con facilidad. Alyss nunca antes había desplegado los poderes de su imaginación con tal precisión e intensidad, ni durante tanto tiempo.

Estaba agotada.

Al prever su inminente derrota, lanzó bolas de una sustancia gomosa desde las mangas de su uniforme. Las bolas se adhirieron a las armas de los Somber, que dejaron de girar. En ese instante, Alyss aspiró hondo y sopló, provocando tal vendaval que los Somber salieron volando y cayeron desparramados por toda la palestra.

El combate había terminado. Alyss estaba sola entre los Somber vencidos, pues los reflejos habían vuelto a sus espejos.

—El control y el poder no lo son todo —aseveró uno de los Somber—. Debes convertirte en el agente a través del cual una causa más elevada que la de cualquier ser individual triunfe. Entonces quizá seas merecedora del Corazón de Cristal.

Los Somber se levantaron del suelo, hicieron una reverencia y se alejaron por los diversos pasillos del laberinto. Después de un breve descanso, Alyss se sentía pletórica de fuerza y salud, mejor que antes de enfrentarse con los Somber.

«Mejor de lo que me he sentido en mucho, mucho tiempo… Quizá mejor que nunca».

Era un bienestar muy parecido al que solía experimentar antes de cumplir siete años, cuando se creía capaz de todo y el mundo le parecía hermoso.

«¿Qué ha sido eso?».

Un crujido, como si alguien alzase un objeto pesado. Y voces.

«¿A la izquierda? Sí, las oigo de nuevo».

Siguió aquellos sonidos y, al llegar al final de un pasadizo estrecho, se encontró con Dodge, Jacob, Somber, el general Doppelgänger, el caballero blanco y la torre, arrodillados, con las manos a la espalda y la cabeza colocada en una guillotina enorme. La reina Roja y el Gato la esperaban junto a la palanca que activaba el mecanismo para hacer caer la cuchilla.

—Pero si te he matado —dijo Alyss.

—¿Ah, sí? —Roja se volvió hacia el Gato—. ¿Por qué no se me ha informado de esto?

El Gato se encogió de hombros.

«¿Esto es real o una fantasía? No puede ser real, puesto que no está muerta, así que no pondré a nadie en peligro si me retiro. Me marcharé sin más».

Pero no podía; la visión de los alysianos aprisionados la mantenía paralizada. No quería arriesgarse, por cuanto de verdadero hubiera en aquella escena. Al margen de las (aparentemente) múltiples vidas de Roja, ¿cómo podía estar Alyss segura de que si alguien moría en el laberinto, seguiría con vida en el exterior?

—Te mataré de nuevo si hace falta —dijo Alyss, dando un paso al frente.

—Tal vez —respondió Roja—, pero eso no salvará a tus amigos.

Alyss volvió a imaginar que le salían bolas de aquella sustancia pegajosa de las mangas y que atascaba con ellas el mecanismo de la guillotina, impidiendo con ello que la cuchilla cayese.

Nada.

Imaginó que la cuchilla se transformaba en agua que se vertía sobre las cabezas de los alysianos.

Nada.

Roja se rió.

—Lo más hermoso de estar aquí —dijo, señalando el laberinto—, es que puedo imaginar que tu imaginación queda inutilizada. Ah, ojalá esto funcionara también en el exterior. Pero basta de cháchara. Si vas a morir (cosa que, de hecho, ocurrirá), estoy segura de que preferirás acabar con ello cuanto antes. Sin ti, esta gente no supone peligro alguno para mí. Sólo hay una manera en que puedes salvarlos: rindiéndote. No perderías nada con ello; al fin y al cabo, te mataré tarde o temprano. Y entonces tanto tus amigos como tú estaréis muertos. No obstante, para ahorrarme molestias, te doy la posibilidad de elegir.

Pero ¿cómo podía estar segura Alyss de que, si se sacrificaba, Roja perdonaría la vida a sus amigos, por no hablar de dejarlos en libertad? ¿No era más probable que, una vez muerta Alyss, Roja eliminase a los alysianos sólo porque podía hacerlo? Por otro lado, ¿y si en un gesto de indulgencia inaudito Roja los dejaba vivir? Habían luchado en defensa de la Imaginación Blanca durante trece años sin Alyss. Si, al acceder a sacrificarse, ella podía arrancarle a Roja la promesa de respetar su vida, ¿no le exigía su deber ese sacrificio? Quizá más adelante se les presentaría la oportunidad de escapar; tal vez Somber encontraría la manera. El espíritu de la Imaginación Blanca perviviría en ellos. Sólo existiría mientras ellos existiesen.

Pensando que se trataba de la última acción de su corta y atribulada vida, la princesa Alyss de Corazones se arrodilló ante su tía.

—Va por mi legado —dijo Roja, alzando su cetro. Pero en el instante en que su fría hoja tocó la tierna nuca de Alyss…

¡Zzzomp!

La escena desapareció y la Princesa se halló justo delante del cetro del corazón blanco.

«¿Lo he…? ¿De verdad he…?».

Extendió la mano hacia el cetro y, en cuanto sus dedos se cerraron en torno a su empuñadura, ella se vio transportada por la magia del laberinto de regreso a la tienda de rompecabezas, donde la encarnizada batalla entre los alysianos y los soldados de Roja se había reanudado.