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La avenida Esmeralda era una de las vías más antiguas de la capital. Durante el reinado de Genevieve y en épocas anteriores, abundaban en la elegante avenida las tiendas y los restaurantes de categoría, pero los ricos y privilegiados se mudaron poco a poco a otras zonas, y las calles circundantes se convirtieron en refugio de las bandas de saqueadores, fabricantes de estimulantes de la imaginación y marvilianos que se dedicaban a otras actividades ilegales pero rentables. Los tentáculos de la miseria acabaron por apoderarse de la misma avenida Esmeralda, y el otrora celebre paseo estaba ahora tan invadido por la escoria como las calles que lo rodeaban.

En puntos dispersos de la gloriosa vía venida a menos, los sin techo se calentaban en torno a fosas en las que ardían cristales de pedernal. Interrumpieron las conversaciones que mantenían entre dientes al ver a un extraño grupo de marvilianos acercarse a una tienda que llevaba muchos ciclos lunares cerrada.

«BEZAS Y», rezaba lo que quedaba del letrero que antes anunciaba los artículos que vendía el establecimiento. Su enorme puerta principal, por la que habrían podido pasar fácilmente dos maspíritus lado a lado, estaba cerrada con llave. El escaparate estaba cubierto de polvo y no revelaba nada del interior. Dodge llamó a la puerta.

—Dudo que haya nadie —dijo el general Doppelgänger. Las orejas de Jacob vibraron.

—Oigo problemas. —Más pálido que de costumbre, el preceptor sacó una espada de debajo de la toga y la empuñó con ambas manos.

Poco después, todos lo oyeron. El cielo oscuro se ennegreció cuando una bandada de rastreadores eclipsó la luna entre chillidos estridentes.

Los marvilianos sin techo se dispersaron al tiempo que, gritando, los rastreadores atacaban. Dodge, Alyss, Jacob y el general asestaban mandobles a las bestias con las espadas mientras Somber arrojaba las cuchillas de su chistera hacia el grueso de la bandada. ¡Zimp, zimp, zimp! ¡Zimp, zimp, zimp! Las cuchillas hirieron y mataron a varios rastreadores antes de volver a las manos de Somber. Molly comprimió su propio sombrero para usarlo como escudo y como arma ofensiva, hundiendo sus bordes afilados en el cuerpo de las criaturas cada vez que descendían en picado hacia ella, con sus voraces bocas de insecto abiertas.

—¡Aaah!

Una de ellas le pegó un golpe a Dodge en el hombro y lo derribó, de forma que su espada salió despedida fuera de su alcance. El rastreador voló alrededor de él y se disponía a rematarlo con sus espolones cuando alguien dio una patada a la espada para que se deslizase sobre el suelo en dirección a Dodge.

—¡Rastrea esto! —siseó Dodge entre sus dientes apretados, acuchillando a la bestia. Se apartó rodando de la criatura, que se retorcía agónica, y vio a la torre y al caballero blanco luchar junto a él, junto con una pequeña sección de milicianos supervivientes.

—Espero que no te importe que nos hayamos presentado sin avisar —dijo la torre.

—Hemos seguido a los rastreadores —explicó el caballero blanco.

Uno junto a otro, de pie, Dodge y la torre se volvieron, alzando las espadas hacia arriba justo a tiempo para que un rastreador que se les venía encima se empalase en ellas y pereciese con un alarido espantoso. Una división del Corte de Roja apareció al final de la avenida Esmeralda. Algunos de los naipes soldado llevaban AD52, armas automáticas que disparaban proyectiles muy afilados del tamaño y la forma de naipes comunes y corrientes, a razón de cincuenta y dos por segundo. Los soldados apenas habían doblado la esquina y avistado a los alysianos cuando un número Cuatro disparó una ráfaga de cartas daga.

—¡Cuidado! —gritó el general Doppelgänger.

Los alysianos se arrojaron al suelo boca abajo, salvo Alyss y Molly la del Sombrero, que pegaron la espalda a la fachada de la tienda de rompecabezas en cuanto las primeras cartas daga pasaron zumbando. Entonces…

Somber se plantó de un salto ante ellas y, con las cuchillas de las muñecas activadas, movió los brazos a toda velocidad e hizo caer al suelo el resto de las cartas daga.

De inmediato se produjo otra lluvia de disparos de AD52, pero esta vez Alyss cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y los naipes letales le pasaron por encima o por los lados. Los alysianos se encontraban dentro de una burbuja protectora invisible creada por la imaginación de Alyss. Las cartas daga se desviaron velozmente hacia arriba e hirieron a muchos de los rastreadores. Varios cuerpos de bestias sin vida cayeron en torno a los alysianos y se estrellaron contra el pavimento.

El Corte de Roja estaba cada vez más cerca, y Somber arrojó las cuchillas de su chistera contra el escaparate de la tienda de rompecabezas. Las hojas golpearon el cristal, girando, y abrieron un agujero lo bastante grande para que Alyss pudiera pasar por él.

—¡Entra ahí! —le gritó Somber.

El general Doppelgänger se dividió en los generales Doppel y Gänger, con las espadas preparadas.

Dodge, sin despegar la vista de los naipes soldado que marchaban sobre ellos, le dijo a Alyss:

—Nosotros los mantendremos ocupados. Tú encuentra el laberinto.

«Pero si son demasiados. Incluso con los milicianos, somos menos que ellos». Molly la del Sombrero le tiró de la manga.

«No me queda alternativa. Tengo que entrar».

Antes de que Alyss siguiera a Molly al interior de la tienda, imaginó que los AD52 se taponaban de forma que quedaban inutilizados, y esperó que lo que había imaginado hubiese dado resultado, pero no se quedó para comprobarlo. Los alysianos ya tenían a los naipes soldado encima, y las espadas centellearon. Alyss se lanzó a través del agujero del escaparate al interior de la tienda.

De manera bastante apropiada para un establecimiento especializado en la venta de rompecabezas y juegos, la tienda estaba construida en forma de rompecabezas. Las librerías hechas a mano estaban dispuestas de manera que formaban un laberinto sencillo. Alyss y Molly la del Sombrero corrieron de un lado a otro por los estrechos pasadizos, pero no encontraron nada. Todos los estantes estaban vacíos. Comenzaron a tirar las estanterías al suelo, a abrir todos los armarios, trampillas y ventanas falsas que encontraban.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó Molly.

Alyss apenas la oyó por encima del fragor de la batalla que se libraba fuera. «No lo sé exactamente». Pero entonces atisbo un brillo azuloso, un destello de color. Alzó la vista, y allí estaba: en el borde del estante más alto de la tienda, un cubo de cristal luminoso.

—¡Allí arriba!

—¡Yo lo cojo!

Molly empezó a trepar por la librería, y cuando se hallaba a media altura, el mueble se inclinó, a punto de caerse. Ella saltó al suelo y se apartó rápidamente para evitar que la estantería se le viniese encima, pero el cubo de cristal estaba en el aire, precipitándose hacia el suelo.

—¡Nooo! —gritó Alyss. Si el cubo se rompía, quizás el reino estaría perdido para siempre.

La Princesa pegó un salto con los brazos extendidos.

La librería cayó con gran estrépito y se partió en varios pedazos.

Alyss atrapó el cubo de cristal. Estaba intacto. Le dio vueltas entre los dedos, buscando alguna pista sobre cómo funcionaba. «¿Qué se supone que debo…?».

¡Cabuuuuurrrc!

La puerta de la tienda estalló hacia dentro y Alyss, sin soltar el cubo resplandeciente, se tambaleó hacia atrás y atravesó un espejo pintado de tal modo que parecía formar parte de una pared. El combate se había extendido al interior del establecimiento. Sin embargo, flotando ingrávida dentro del espejo, la Princesa legítima de Marvilia contempló la escena paralizada en el tiempo. Allí estaba Dodge, con la espada en alto, atacando a un naipe número Dos. Allí estaba Somber, detenido en el aire, con los sables de su cinturón desplegados para pelear contra tres naipes soldado a la vez (un par de Cuatros y un Dos). Allí estaban los generales, acudiendo en auxilio de Jacob, a quien aparentemente le había resbalado la espada de la mano. Y allí estaba Molly la del Sombrero, mirando con los ojos desorbitados la zona del espejo por la que Alyss había caído. Alyss lo veía todo como a través de una película acuosa, y a pesar del peligro de muerte que corrían ella y los alysianos, a pesar de la incertidumbre, se sintió casi serena mientras se dirigía flotando lentamente hacia el laberinto Especular.