Los alysianos emergieron de un bosquecillo y descubrieron que se encontraban en la cima de una montaña. El valle de las Setas se extendía ante ellos. Los soles empezaban a ocultarse tras el lejano horizonte, y sus rayos sesgados iluminaban las setas enclavadas en medio del círculo de montañas teñidas del azul del ocaso. No había dos setas iguales, y sus colores iban del rosa terroso al marrón no terrenal; algunas eran casi traslúcidas, y todas, con los destellos de los soles en sus sombreretes y las sombras polícromas que proyectaban sobre el suelo del valle, ofrecieron a los alysianos un impresionante espectáculo de luminosidad caleidoscópica.
Los colores del valle reflejaban la esperanza renovada en el pecho de Alyss y sus amigos, y, por un momento, les pareció casi imposible que Roja pudiese sobrevivir a su rebelión. Quizá fueran pocos, pero eran fuertes y resueltos. Tenían fe. Sin embargo, este optimismo duró poco, pues al descender hacia el valle, advirtieron que no era tan hermoso como podría haber sido, o, de hecho, como había sido en otro tiempo. Los micelios de varias setas presentaban la marca del Corte; había sombreretes destrozados en el suelo. Los templos de oración habían volado en pedazos.
En silencio, Jacob guió a los alysianos a través de aquella inesperada escena de profanación hasta un claro, donde se encontraron con cinco orugas gigantes, sostenidas sobre su cuerpo enroscado, fumando todas de un mismo y antiguo narguile.
Cada una se encontraba sobre una seta de color tan característico como el suyo propio: rojo, naranja, amarillo, morado y verde. Las orugas no se mostraron en absoluto sorprendidas al ver a los alysianos y, de hecho, habían reparado en su presencia hacía un buen rato.
—El consejo de orugas —informó Jacob a los demás, y acto seguido dio un paso al frente para dirigirse a las orugas—. Sabios oráculos, necesitamos vuestra ayuda. Hemos…
La oruga anaranjada alzó su extremidad superior derecha, como para interrumpir a Jacob, y el resto de patitas que tenía detrás imitaron el gesto.
—Sabemos por qué estáis aquí.
—¿Qué clase de oráculos seríamos si no lo supiéramos? —dijo la oruga amarilla.
La pipa de agua borboteó mientras la oruga morada aspiraba profundamente. Puso los ojos en blanco y dejó salir el humo por las fosas nasales.
—¡Vaya!
Dodge y el general Doppelgänger intercambiaron una mirada de incertidumbre. Somber se puso alerta, con una mano en el ala de la chistera, escrutando los alrededores en busca de peligro.
—Oh, sabias y omniscientes orugas —dijo Jacob Noncelo—, os brindamos nuestra humildad y nuestro respeto, y esperamos que…
—Ahora mismo tengo una sensación de déjà vu de lo más extraña —comentó la oruga verde.
—No me digas —repuso la oruga amarilla—. ¿Y no has pensado que tal vez es porque has predicho que esto pasaría?
—Ah, sí.
El consejo de orugas rió disimuladamente.
—Nos entristece ver que incluso vuestro hogar se ha visto afectado por el reinado de Roja —continuó Jacob, tenaz—. Si sabéis quiénes somos y por qué hemos venido, entonces ya sabréis que…
A partir de este punto, las orugas corearon el resto de sus palabras:
—… hemos venido por el bien del reino, para instalar a la Reina legítima en el trono y acabar con estos años de brutal tiranía.
La capacidad de las orugas de ver el futuro (o futuros posibles) no siempre las convertía en conversadores agradables.
—¿Nos habéis traído alguna cosilla para picar? —preguntó la oruga anaranjada.
—¿Alguna tartitarta, tal vez? —inquirió la oruga amarilla, esperanzada.
—Pues… —Jacob hurgó en su toga, pero no encontró tartitartas.
«Haré aparecer una docena de tartitartas. Será un buen ejercicio». Alyss intentaba concentrarse, visualizar con nitidez sus imaginaciones, cuando una serie de anillos azules de humo se quedaron flotando sobre su cabeza, procedentes de lo más tupido del bosque de setas.
—Azul ha convocado a Alyss —señaló la oruga anaranjada—. Le dirá todo lo que necesita saber.
Los miembros del consejo guardaron silencio mientras chupaban ávidamente las boquillas de sus narguiles como si de este modo se comunicaran entre sí.
—Adelante, Alyss —la animó Jacob Noncelo—. No pasa nada.
La princesa siguió el rastro de anillos de humo por entre las setas hasta las ruinas de un templo. En el dintel estaban grabadas las palabras: «¿Soñó Laozi con la mariposa, o soñó la mariposa con Laozi?». Frente a la puerta, sentada en una seta azul, estaba la oruga azul, fumando en su propio narguile.
—Gracias por recibirme —dijo Alyss con una reverencia.
—Ejem, hum, hum —carraspeó la oruga y exhaló una vaharada de humo, en medio de la cual apareció Leopoldo. El Príncipe estaba en un salón de Londres, caminando de un lado a otro con nerviosismo, mientras su madre, la reina Victoria, se abanicaba sentada en un sillón acolchado. El decano Liddell y su esposa estaban allí también, muy juntos en un sofá, en una postura muy correcta y rígida. Parecían tensos, intimidados por la Reina. Alyss sabía que esta escena tenía que ver con ella —«¿por qué si no me la mostraría el oráculo?»—, que Leopoldo iba y venía por la sala porque estaba preocupado por ella, su novia desaparecida. Al menos, había salido vivo. Pero ¿era aquélla una imagen del pasado, o del presente?
—Incluso en ese mundo —explicó la oruga—, donde nadie sabía que eras una princesa, estabas destinada a emparentar con la realeza. Por lo visto, tu sino no te permite negar lo que eres.
—No pretendo negarlo, señor Oruga.
La oruga frunció el entrecejo, dando caladas a su pipa de agua.
—Llámame Azul.
—Ah. De acuerdo. No pretendo negarlo, Azul, es sólo que el tiempo que pasé lejos de Marvilia me dejó confundida. He pasado por tantas cosas, y no hago más que huir de quienes son más poderosos que yo, cosa que no me parece… bueno, demasiado propia de una reina.
—Ejem, hum, hum —dijo Azul, y en la nube de humo que lanzaron sus pulmones de oruga se formaron las palabras: «En ocasiones lo más valiente es huir»—. Cuando huyes, salvas la vida, lo que te obliga a afrontar más incertidumbres y problemas —sentenció—. Sería mucho más fácil para ti darte por vencida. No debes dudar de tu valor, Alyss de Corazones. Quien huye de sus enemigos hasta que reúne la fuerza suficiente para plantarles cara es tan valiente como sabio.
«Pues qué curioso que me sienta más bien como una cobarde».
—¿Sabes por qué estoy aquí?
—Buscas el laberinto Especular, tal como hizo tu madre antes que tú.
Alyss permaneció callada, recordando lo sorprendida que estaba de ver a su madre entablar combate con tanta decisión. «Seguramente estuvo frente a frente con la oruga Azul, tal como estoy yo ahora». En efecto, y, al igual que entonces, el futuro del reino estaba amenazado por Roja.
Azul pareció leerle el pensamiento.
—Alyss de Corazones, tu madre fue una reina guerrera, como tuviste ocasión de descubrir de forma tan dolorosa. Ella recorrió el laberinto para ascender al trono y aprovechar al máximo sus dones innatos, pero su fuerza tenía un límite. Roja siempre fue más fuerte que ella. Por otro lado, tú, Alyss de Corazones, llevas la fuerza de varias generaciones en las venas. Llega hasta el final del laberinto y lo descubrirás por ti misma.
—¿Y si no lo consigo?
Azul pasó por alto la pregunta.
—Todas las experiencias que has vivido hasta ahora tenían que producirse para que te conviertas en la Reina más poderosa que Marvilia ha conocido. Ha sido necesario forjar en ti el temperamento prudente y juicioso que te guiará como protectora del Corazón de Cristal. Somber Logan te conducirá hasta la persona que sabe dónde está el laberinto. Busca una tienda de rompecabezas. Reconocerás la llave del laberinto en cuanto la veas, pero tendrás que regresar a Marvilópolis. —Azul formó una O con los labios y sopló una espesa voluta de humo directamente a la cara de la Princesa.
Cuando Alyss despertó, estaba sola. Volvió caminando entre las setas a donde estaban Dodge y los demás. Los miembros del consejo de orugas seguían enroscados sobre sus sombreretes, fumando apaciblemente. Sus expresiones no cambiaron cuando avistaron a Alyss, pero los alysianos clavaron en ella una mirada de expectación.
—Hay que regresar a Marvilópolis —informó ella.
Se oyeron varios gruñidos alrededor de ella.
—¡Eso es como meterse en la boca del galimatazo! —se lamentó Jacob—. O como alborotar un nido de rastreadores, o como…
La oruga verde exhaló una nube de humo que envolvió al preceptor real, cuyo semblante se relajó de inmediato.
—Bueno —dijo, con una sonrisa soñadora—. Supongo que debemos hacer lo que debemos hacer.
—¿A qué parte de Marvilópolis? —preguntó Dodge.
—Azul sólo me ha dicho que Somber puede conducirnos hasta alguien que lo sepa.
Los demás se volvieron hacia el hombre de la Bonetería, pero incluso él, que era capaz de mantener la compostura durante batallas que habrían impulsado a la mayoría de los marvilianos a esconderse tras las faldas de su madre, se irritó un poco al oír esto.
—¿Yo? ¿A quién voy a conocer yo? Me he pasado prácticamente trece años fuera de Marvilia. La gente que conocía está muerta o en la clandestinidad.
Jacob, aún bajo los efectos del humo de la oruga, le posó una mano en el hombro.
—Tranquilízate, mi buen amigo. Seguro que el oráculo no hablaba por hablar. Tiene que haber una razón. Relájate y piensa.
De modo que Somber se puso a pensar. ¿Qué habría hecho hacía trece años? ¿A quién habría acudido en busca de ayuda? ¿Adónde habría ido?
—Hay un lugar —dijo al fin—. No sé si existe todavía, pero yo solía ir allí cuando las fuentes oficiales no me proporcionaban la información que necesitaba.
—Muy bien, pues allí es adonde iremos —dijo el general Doppelgänger.
—Vámonos de una vez —saltó Dodge, consumido por la impaciencia. No le importaba demasiado alborotar el nido de los rastreadores; por el contrario, lo estaba deseando.