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Sorprendentemente, Jacob Noncelo no llevaba un par de cristales de pedernal remetidos en algún lugar de su toga de erudito, así que tuvieron que encender una hoguera a la vieja usanza, con cerillas y una pila de ramas secas. Habían dejado atrás las llanuras Volcánicas y acampado junto a un río ancho, camino del valle de las Setas.

Dodge cubrió la quemadura de Jacob con una hoja humedecida y la ató con un tallo de enredadera resistente. Jacob puso a prueba la movilidad de su brazo. Sin duda sus lamentos y muecas de dolor eran algo exagerados, pues Dodge, tras lanzar una mirada rápida al general Doppelgänger, dijo:

—Quizá tengamos que amputar.

Jacob se quedó paralizado, mudo de espanto.

—Puedes dar clases igual de bien con un brazo que con dos, ¿no?

Jacob abrió y cerró la boca, pero de ella no salió ni un sonido. Dodge y el general Doppelgänger prorrumpieron en carcajadas.

—Te estoy tomando el pelo, Jacob —dijo Dodge—. Te pondrás bien.

—Ah, ja, ja —dijo Jacob, nervioso—. Un poco de frivolidad para aliviar la tensión que soportamos. Sí, ja, ja. —Pero no dejó de protegerse el brazo herido con el sano hasta que Dodge y el general se durmieron. Tras recuperar su compostura habitual, se sentó junto a la Princesa.

—Y ahora, Alyss, comenzaremos esa lección que tantas veces se ha aplazado. Por fortuna, he memorizado la mayor parte de los libros necesarios.

Alyss asintió con la cabeza, pero no estaba de humor para lecciones. El día en sí había sido toda una lección… de supervivencia.

—Cerraré los ojos por un momento —prosiguió Jacob—, para rebuscar en mi mente el material correspondiente. Sólo me llevará unos instantes.

Sin embargo, tan pronto como el preceptor cerró los párpados, se puso a roncar. Las orejas se le abrían y se le cerraban con cada respiración. Alyss esbozó una sonrisa, cansada, y lo arropó con los faldones de su toga, a modo de manta. A continuación, se fue al otro lado de la hoguera para dejarlo dormir tranquilo. Al igual que mucho tiempo atrás, en aquella primera noche que pasó en compañía de Quigly y los huérfanos en un callejón londinense, tenía demasiadas cosas en la cabeza para conciliar el sueño. «¿Cómo funcionaba eso cuando era niña?». «Eso» era su capacidad para hacer aparecer objetos por medio de la fuerza y la intensidad de su imaginación.

¿Cómo lo conseguía? Había tenido suerte con el bozal. No se había propuesto hacer aparecer cosa semejante; sólo había intentado imaginar a Dodge a salvo de las pegajosas patas de la araña.

Somber estaba sentado más allá del resplandor del fuego, limpiando sus armas, con la chistera a un lado. Primero se quitó el brazalete izquierdo, luego el derecho, y comenzó a frotar las cuchillas con una hoja. Alyss nunca había visto a un hombre de la Bonetería sin sus brazaletes. «Tiene todo el aspecto de un marviliano común y corriente». Efectivamente, sobre todo cuando Somber interrumpió su tarea para despojarse de su larga chaqueta y tenderla en el suelo, junto a sí. Sin abrigo y sin armas que delataran su condición, nada en su apariencia lo distinguía de cualquier hombre adulto normal de Marvilia. «Debe de tener sueños, esperanzas, amores y penas al margen de sus responsabilidades, como cualquiera. Qué extraño que yo sepa tan poco de un hombre que ha consagrado su vida a proteger a mi familia». Él la sorprendió mirándolo. Ella sonrió como para disculparse, como si se hubiera inmiscuido en sus asuntos. Somber volvió a concentrarse en la labor de limpiar.

«¿Cómo funcionaba?». Pero ahí estaba el problema. No recordaba que su imaginación tuviera que «funcionar». Simplemente, era.

—Somber…

—¿Sí, Princesa?

—Cuando luchas en una batalla, ¿en qué piensas?

Somber reflexionó por unos instantes.

—En nada, Princesa. Nada en absoluto.

—¿Así que no te dices a ti mismo «voy a lanzar mi chistera y luego voy a atacar con las cuchillas de las muñecas» ni nada por el estilo?

—No.

—No —convino Alyss—, claro que no. Simplemente sucede. Tu cuerpo sabe lo que tiene que hacer.

Somber asintió con la cabeza.

«Es algo inconsciente. Para materializar algo a fuerza de desearlo, ese deseo debe ser tan profundo que no dé cabida a la vacilación. El poder imaginativo, por sí mismo, debe ser algo que se dé por sentado, un hecho demostrado sobre el que no se puede dudar».

Las horas lunares se sucedían, y, al principio, Alyss era demasiado consciente de sus esfuerzos por hacer aparecer objetos, demasiado consciente de los objetos en sí. Un plato, una espada, una corona… Repetía estas palabras una y otra vez para sí. No se materializó corona alguna. En cambio, se formó parte de un plato, pero se esfumó enseguida. Apareció una espada, o mejor dicho el contorno de una espada, liso, sin detalles, como si no hubiese visualizado el arma nítidamente. Al cabo de un rato, la hoguera se extinguió y quedó reducida a un montón de ascuas candentes. A Alyss se le despejó la mente. Mientras se hallaba sumida en una especie de trance, una tapa grande de vidrio como las que cubren los pasteles en las reposterías emergió de la nada, en el aire. Alyss la miró, sin la menor sorpresa. Ladeó la cabeza a la izquierda, y la tapa de cristal se inclinó hacia la izquierda. Ladeó la cabeza a la derecha, y la tapa se inclinó hacia la derecha. Luego, sin moverse en absoluto, la hizo descender sobre los rescoldos que, asfixiados por la falta de oxígeno, se apagaron por completo. La tapa de vidrio se disolvió en el aire.

Alyss sonrió, exultante, pues no sólo había hecho aparecer un objeto, sino que había controlado su imaginación como nunca antes. «Tengo que ejercitarme. Tengo que… Vaya. Creo que me ha visto». Somber la observaba. En efecto, había presenciado esa demostración de control sobre su poderosa imaginación. El capitán de la Bonetería inclinó la cabeza en señal de respeto. Entonces se oyó un estruendoso ronquido final y Jacob se despertó, tiritando e intentando calentarse con los brazos.

—Hace frío con el fuego apagado, ¿no?