—¿Cómo es posible que ella no estuviera allí? ¿Dónde más podía estar?
Martilleando con el extremo inferior de su cetro en el suelo cada dos palabras, Roja ocasionó que unas rosas carnívoras de tallo corto rodearan los pies del Valet de Diamantes y las patas almohadilladas del Gato, de forma que ambos tenían que moverse sin parar a fin de evitar que las flores les treparan por las piernas.
—Tal vez el Valet de Diamantes no sea tan leal como vos creíais —aventuró el Gato.
—Sí, tal vez. —Roja se volvió hacia el Valet.
—Mi Reina… Es decir, Su Malignidad Imperial…, los alysianos más importantes estaban allí, y habría sido factible exterminarlos si el Gato no se hubiera ocupado únicamente de Alyss.
—¡Yo le ordené que se ocupara únicamente de ella!
—Pero no creo que sea tan peligrosa…
—¿Y a ti quién te ha preguntado nada? —bramó Roja. Su cetro se elevó en el aire, con el extremo afilado apuntando a la palpitante garganta del Valet de Corazones—. ¿Por casualidad tienes nueve vidas, tú?
El Valet tragó saliva.
—Sólo tengo una, y os la consagro a vos, Su Malignidad Imperial.
—Bah. —El cetro de Roja giró como un bastón y se colocó a su costado—. Gato, ¿por qué hay una caja vacía de esferas generadoras en el pasillo?
El receptáculo de municiones entró deslizándose en la sala, movido por la imaginación de Roja.
—Ah, ¿eso? —El Gato había estado esperando esa pregunta. Al Valet de Diamantes le iba a caer una buena—. La hemos encontrado, junto con muchas otras, en el campamento de los alysianos. He mirado los códigos de fabricación. Las robaron de vuestra fábrica hace tres ciclos lunares y medio. Los ladrones fueron interrogados y castigados, pero las doce cajas de armas robadas no estaban donde nos indicaron.
—Ve al grano, Gato, o notarás una punzada en la tripa.
El sicario felino se inclinó en señal de respeto.
—Su Malignidad Imperial, capturasteis a los ladrones gracias a la información obtenida por el Valet de Diamantes. Vos permitís que el rechoncho lord tenga tratos con los alysianos. ¿Cómo pueden haberse apoderado los alysianos de esas armas salvo a través de él? Él conocía el paradero de los ladrones, así que seguramente sabía dónde estaban las armas.
—Qué interesante —murmuró Roja, pensativa—. ¿Así que mi bien alimentado informador ha estado aprovechándose de las libertades que le concedo para proporcionar armas a mis enemigos?
—¡No! ¡Rotundamente no! —declaró el Valet—. Su Malignidad Imperial, eso es ridículo.
—Ya veremos si es ridículo o no.
La punta afilada del cetro de Roja volvía a estar contra la garganta del Valet de Diamantes. Sin embargo, no había dejado de pensar del todo en Alyss y, en una visión fugaz del ojo de su imaginación, vislumbró a la Princesa, rodeada de superficies luminosas y efervescentes.
—¡Está en el Continuo de Cristal! —chilló Roja—. ¡Romped los espejos! ¡Hasta el último de ellos!
El rostro de Roja, congestionado de rabia, apareció de repente en las vallas y bandos gubernamentales de Marvilópolis.
—¡Haced añicos todos los espejos del reino! ¡YA!
No obstante, la fuerza de su cólera se adelantó a la mayoría de los marvilianos. En bares y antros de consumo de estimulantes de toda Marvilópolis, en los hogares de los marvilianos comunes y corrientes, en las mansiones cercadas y vigiladas de las familias de rango, los espejos estallaron. Los marvilianos ansiosos por destruir corrieron por las calles, rompiendo ventanas y cualquier otro objeto que pudiese servir remotamente como superficie reflectante.