Algo iba mal en el bosque Eterno. Los árboles y los lucirgueros gritaban, parloteaban y armaban un barullo considerable. Al cabo de un momento, el motivo se hizo patente: innumerables árboles y arbustos habían sido tajados, desgajados, machacados, partidos por la mitad o arrancados de raíz. Las flores yacían pisoteadas, enmudecidas. El poco follaje que seguía con vida les advertía: «¡No paséis! ¡No paséis!». Un sonido inusitado recorría el bosque, unos pasos rítmicos, mecánicos: los de filas interminables de vitróculos que marchaban hacia el cuartel general de los alysianos. Los cadáveres de los guardias alysianos yacían dispersos por el suelo, y los espejos que habían servido para camuflar el campamento estaban rotos; unos se sostenían en pie, aunque torcidos y rajados; otros estaban completamente destrozados.
—Jacob y los demás —jadeó Alyss.
Dio un paso al frente, pero Dodge la agarró del brazo para detenerla.
—No debemos acercarnos. Es demasiado peligroso.
Ya estaban demasiado cerca. Un vitróculo salió de detrás de un matorral situado a poca distancia de ellos, con unas cuchillas mortíferas que le sobresalían del dorso de las manos, y se abalanzó hacia Alyss. Rápidamente, Dodge la derribó. «¡Ay! Pero ¿qué está…?». El vitróculo, tras errar el golpe, se estampó de cabeza contra un árbol seco. «Me ha salvado la vida otra vez». Sin embargo, otros como él se les venían encima. Dodge luchaba con una espada en cada mano. Alyss centró su energía en imaginar a los vitróculos… «¿Cómo? ¿Muertos? ¿Inactivados para siempre? ¿Se los puede matar, como a los marvilianos comunes y corrientes? Concéntrate, concéntrate». Desvió sus esfuerzos hacia Dodge, lo imaginó más fuerte y ágil, pero los vitróculos estaban diseñados para esa clase de combate. Dodge se vio avasallado; pronto no sería capaz de defenderse a sí mismo, y menos aún de defenderla a ella.
«Un arma. Necesito un arma». Alyss se arrastró hasta donde el vitróculo yacía inerte, en medio de varios trozos de corteza de árbol. «Debe de haber un arma en alguna parte». Cogió el objeto en forma de aguacate que colgaba del cinturón del vitróculo, una granada de serpientes, uno de los inventos más recientes de Roja.
Alyss estaba lo bastante familiarizada con armas de guerra para comprender que lo que tenía en la mano era una granada. Tiró de la anilla de la parte superior y arrojó el proyectil contra los vitróculos. La granada se abrió de golpe y de ella salieron despedidos varios objetos enrollados como culebras, que serpenteaban y restallaban en el aire, cargados de electricidad. Dodge se tiró al suelo y rodó para alejarse.
¡Suaap!
Una de las espirales fustigó a un vitróculo en la mejilla, provocando un cortocircuito.
¡Suaap! ¡Suaap, suaap! ¡Suaap!
Los vitróculos cayeron, uno detrás del otro. Dodge y Alyss ya estaban de pie y corriendo cuando se agotó la energía de las espirales y éstas quedaron inmóviles, chisporroteando en el suelo del bosque hasta apagarse. Otro grupo de vitróculos se separó de la columna en que marchaba y se lanzó en su persecución, sorteando troncos en llamas y ramas rotas y bajas.
El estruendo de sus pisadas, cada vez más próximo…
Dodge alzó una espada, se dispuso a asestar una estocada con toda la fuerza que le quedaba cuando, del follaje que los rodeaba, surgieron…
No más vitróculos, sino los generales Doppel y Gänger, montados sobre sendos maspíritus. Dodge intentó frenar el golpe. Demasiado tarde. El general Doppel levantó la espada instintivamente para defenderse, y su acero chocó con el de Dodge.
—¡Dodge! —gritó el general Doppel.
—¡Alyss! —exclamó el general Gänger.
El caballero blanco, la torre y un pelotón de peones llegaron corriendo tras ellos.
—Hemos rastreado el perímetro con la esperanza de encontrar a la Princesa —le explicó la torre a Dodge—, aunque nos temíamos lo peor.
Los vitróculos se juntaron, y de inmediato Dodge y los milicianos se enfrascaron en la batalla. Los generales se apostaron a los lados de Alyss, a fin de protegerla momentáneamente con sus maspíritus.
«Concéntrate, Alyss. Imagina».
Con un alarido de guerra que sonó como un trozo de hierro al rajarse, un vitróculo apartó a golpes a los peones y se dirigió a toda velocidad hacia ella, pero el general Doppel saltó de su cabalgadura a la del general Gänger y le disparó una araña obús al atacante. Al impactar contra él, la araña descomunal le arrancó un pedazo de carne sintética y pálida al sicario, y se puso a masticar sus circuitos vitales. Asustado, el maspíritu se empinó y se alejó velozmente. Dodge, enzarzado en combate con un vitróculo, le propinó una patada en la entrepierna. El vitróculo bajó la vista, desconcertado, pues no era una zona especialmente sensible de su cuerpo. Su desconcierto duró muy poco, pero le dio a Dodge tiempo suficiente para extender el brazo y asir las riendas del maspíritu desbocado cuando pasaba galopando por ahí. El animal continuó con su carrera y lo arrastró a su lado hasta que Dodge consiguió encaramarse sobre su lomo.
—¡Princesa, coge esto!
Alyss se volvió, atrapó en el aire el arma que el caballero blanco le había lanzado: la Mano de Tyman, cinco hojas de espada cortas unidas a una empuñadura. La alzó al ver que un vitróculo arremetía contra ella. Una de las cuchillas se hundió en la cuenca ocular izquierda del sicario y se quedó clavada allí. El vitróculo se desplomó y, mientras el miliciano torre lo remataba, Dodge se acercó rápidamente, montado sobre el maspíritu, alzó a Alyss y la sentó detrás de sí, en la silla.
—¡Marchaos! —gritó la torre—. ¡Nosotros rechazaremos su ataque, otra vez!
Incluso en medio del horror de la batalla, a Dodge se le escapó una sonrisa. «Otra vez», una broma privada entre soldados aguerridos.
Los generales Doppel y Gänger se fusionaron mientras espoleaban a su montura para que dejara atrás la escaramuza. El maspíritu que llevaba a Dodge y a Alyss galopaba a su lado.
—Somber y Jacob han salido antes para despejar el portal de emergencia —resolló el general Doppelgänger.
Sin embargo, por muy deprisa que huyesen, su sensación de seguridad duraría tan poco como una voluta de humo en la niebla. Ya volvían a tener vitróculos pisándoles los talones.