Dodge no le había dicho que se alejarían del bosque. Habrían debido informar a alguien. «A Jacob, al general, a Somber… Tendríamos que haberles avisado de que nos íbamos. Este Dodge es tan distinto del que yo conocía…». El Dodge Anders de diez años se jactaba de ceñirse rigurosamente a los procedimientos militares y daba mucha importancia a la comunicación entre los integrantes de una unidad de combate. Sin embargo, había muchas diferencias entre aquel hombre y el chico con quien Alyss había tratado.
Él avanzaba por delante de ella a paso ligero, por lo que Alyss a menudo tenía que trotar a fin de no perderlo de vista. De vez en cuando, él se volvía para asegurarse de que ella aún lo siguiese, pero aun así podría haber sido más considerado. «No le costaría nada tenerme en cuenta y bajar un poco el ritmo».
Llegaron a las afueras de una ciudad destartalada, la misma que ella había cruzado hacía unas horas. «¿De verdad será ésta la misma ciudad resplandeciente en la que viví alguna vez? Apenas puedo creerlo». Las casas de empeños, los controles militares, el murmullo constante de voces grabadas que repetían: «O con Roja o a la fosa» y «El camino de Roja es el único camino». La miríada de anuncios luminosos de productos y lugares totalmente desconocidos para Alyss. El único edificio que reconoció fue el teatro Aplu, donde había asistido a funciones de Los Joviales Farsantes, una compañía teatral que gustaba mucho a sus padres. Tenía las puertas y ventanas cegadas con tablas y empezaba a caerse a trozos. Los pocos marvilianos que ella veía se deslizaban por la ciudad como sombras, temerosas y avergonzadas.
«Ya era hora de que me tratara con un poco de consideración».
Dodge la esperaba, más adelante. Pero cuando ella llegó a su lado, descubrió que no se había detenido por cortesía.
—Ésa es tu casa —señaló Dodge—. Roja la dejó en pie para mostrar hasta qué punto han decaído los Corazones y la Imaginación Blanca.
Ella se mareó al contemplar las ruinas del palacio de Corazones, y los recuerdos se le agolparon en la cabeza. «Cuando mi padre y yo jugábamos al corre que te pillo por los pasillos, y siempre me hacía reír para pillarme. “Con las letras de mi nombre, si las cambias de orden, se pueden escribir cosas como ‘alnon’, ‘onnal’ o ‘lonan’”, decía. “Pero si ésas no son palabras”, replicaba yo, y al oír mi voz, él descubría dónde estaba yo, y después de pillarme, contestaba: “Pero, Alyss, yo no he dicho que fueran palabras de verdad”.
»Y había toda clase de recovecos donde esconderme para espiarlos a él y a mamá, y yo lo veía dándole a ella un masaje en la nuca mientras ella estaba en el trono, alzando el rostro hacia él para besarlo».
—¿Podemos entrar?
—Sí, pero debemos ir con cuidado.
Los terrenos del palacio parecían desiertos; no había saqueadores escabullándose con copas y cubiertos en las manos, pues no quedaba nada por robar. Aun así, Dodge desenfundó la espada y guió a Alyss con sigilo hacia la entrada del palacio, hablándole en susurros.
—A veces los pobres y los desesperados se instalan aquí durante un tiempo hasta que mueren por su adicción a los estimulantes de la imaginación o Roja los envía a las minas de Cristal.
Al cruzar la desvencijada verja principal, el corazón de Dodge le latía tan rápidamente como si estuviese en batalla. No había vuelto a poner un pie en el palacio desde el día que enterró a su padre con ayuda del miliciano torre. No había querido volver, pues temía los sentimientos que el lugar pudiera despertar en él. Mantenía el rostro vuelto de manera que Alyss no lo viera, luchando contra emociones a las que ya no estaba acostumbrado.
Dentro, las paredes de las otrora suntuosas salas estaban pintarrajeadas con obscenidades, y lo poco que quedaba del mobiliario y la decoración estaba apilado en montones carbonizados, pues era evidente que lo habían utilizado como combustible para hogueras.
—Está vacío porque la gente robó cosas —explicó Dodge—, justo después de… ya sabes, de ese día.
Alyss extendió el brazo y deslizó la mano por las frías paredes de piedra.
—No está vacío —repuso. Al contrario. El lugar estaba lleno del pasado.
En una curva de uno de los pasillos: «Aquí es donde imaginé el suelo cubierto de bayas de escarujo, y la morsa resbaló en ellas, y se le cayó la bandeja de té y el mayordomo aplastó las bayas, se revolcó en ellas y acabó todo manchado y de color escarujo». En la antecámara de la sala del trono de su madre: «Aquí yo les cobraba peaje a los criados, y no los dejaba pasar a menos que me dieran juergatinas o tartitartas».
Había esqueletos de naipes soldado y de milicianos del Ajedrez desperdigados por el pasillo polvoriento que conducía al comedor Sur, donde había muchos más.
Alyss no vio restos de hogueras ahí, ni montones de muebles rotos y chamuscados. Al parecer incluso los sin techo se habían mantenido alejados de allí. El aire olía como si ningún ser vivo lo hubiese respirado desde hacía más de una década. Las paredes presentaban varios agujeros producidos por el ataque de Roja, pero no había armas a la vista. Probablemente se las habían llevado los saqueadores. Lágrimas silenciosas resbalaron por las mejillas de Alyss. Ella se volvió para ver si Dodge lloraba, abrumado por el peso de aquella escena desoladora, pero apenas distinguía sus facciones en la penumbra de la sala.
—¿Tu padre…? —susurró ella.
—Está… enterrado en el jardín. —La voz de Dodge sonó ahogada. Respiraba hondo y con regularidad para intentar conservar la calma. Su pena cedió el paso a la rabia. Le entraron ganas de darle un puñetazo a algo. Quería infligir a alguien el dolor y la sensación de pérdida que lo asediaban en aquel lugar. ¿«Alguien»? Sabía exactamente a quién haría sufrir: al Gato.
Alyss se agachó para recoger del suelo un hueso triangular, carcomido y mellado. Colgaba de una cadena.
—¿Te acuerdas de esto?
Dodge no estaba seguro. No podía tratarse de…
—Tú me lo regalaste. Te prometí que lo guardaría para siempre.
Era el diente de galimatazo, el que él le había dado como regalo de cumpleaños. Alyss abrió el cierre del collar y se lo colocó en torno al cuello, de forma que el diente colgara bajo su garganta.
—Nunca te di las gracias por salvarme la vida, así que… gracias.
Él hizo un mohín, como si esta expresión de agradecimiento le doliera físicamente.
—Dodge, sé que es un poco violento habernos reencontrado después de tanto tiempo. Han pasado tantas cosas… Los dos nos hemos convertido en adultos muy distintos de las personas que creíamos que llegaríamos a ser. Aun así, me esperaba un recibimiento más amistoso por tu parte.
—Siento desilusionarte.
—No es eso lo que quiero decir. Es sólo que… éramos amigos, Dodge. Éramos más que amigos. ¿No fue por eso por lo que pediste que te dejaran ir a buscarme a ese otro mundo?
—Por derrotar a Roja, por enfrentarme al Gato, haría cualquier cosa.
Molesta, Alyss hizo chasquear la lengua.
—¿Por eso bailaste conmigo en la fiesta de disfraces? ¿También fue para derrotar a Roja? ¿Lo hiciste por el Gato?
Dodge no respondió.
Alyss le dio la espalda y examinó su propio reflejo en una esquirla de cristal, el único fragmento que quedaba dentro del marco de un gran espejo decorativo que antes colgaba en la pared este.
—Si ya no significo nada para ti, ¿por qué me has traído aquí?
—Nunca he dicho que no signifiques nada para mí. —Pero Dodge no se atrevió a continuar; no se fiaba de sí mismo, de modo que volvió a empezar—: Te he traído aquí para recordar a tu corazón lo que hizo Roja, para avivar tu odio. Tú serás el instrumento de mi venganza. Eso es lo que significas para mí. Eso es todo lo que debes significar.
—Conmovedor. —Sus dedos juguetearon con el colmillo de galimatazo que llevaba al cuello. «Quítatelo. Quítatelo y demuéstrale que, si no significa nada para ti, tampoco significa nada para…».
De pronto, su imagen reflejada en el espejo formó ondas y se transformó en la imagen de Roja.
—Que alegría que hayáis venido a vernos. Y ahora, ¡que os corten la cabeza!
Dodge agarró la mano de Alyss y tiró de ella para apartarla del espejo, que estalló en pedazos afilados y cortantes; dagas diminutas lanzadas contra la Princesa. El suelo tembló bajo sus pies, las paredes se estremecieron, las gruesas vigas del techo crujieron y se resquebrajaron, y empezó a caer polvo de hormigón junto con piedras grandes como puños. Dodge y Alyss arrancaron a correr, cubriéndose la cabeza con un brazo para protegerse de la lluvia de cascotes. Saltaban sobre trozos de paredes derribadas y esquivaban las vigas que se les venían encima mientras el viejo palacio se hundía en torno a ellos y trocitos de roca salían disparados hacia ellos y los alcanzaban en la parte posterior de las piernas. A duras penas lograron llegar al exterior para ponerse a salvo.
Alyss se inclinó, tosiendo y limpiándose la boca a causa del polvo. Donde hacía sólo un momento se alzaba el palacio de Corazones, ahora no había más que un montón de escombros.
—Lo ha destruido todo —murmuró Dodge.
Resignación por el pasado, rebeldía contra el presente y esperanza por el futuro; los tres sentimientos invadieron a Alyss a la vez.
—No todo —dijo.
No mientras albergara esperanza.