36

El Valet de Diamantes avanzaba pesadamente por el bosque Eterno cargado con una caja del tamaño y la forma de una panera.

—¿Demostrar mi lealtad? ¿Acaso no la he demostrado ya una y otra vez? ¿Acaso no he entregado a traidores que osaron robarle sus armas? ¿Acaso no la he mantenido informada de las actividades de los alysianos? Ojalá, por una vez, no se dejara dominar por el mal genio… Una cumbre; así es como habría resuelto yo el problema. Hacerles creer a los alysianos que se les concede la condición de estado, engatusarlos para que se confíen. Yo me casaría con la Princesa sin dejar de guardarle lealtad a la reina Roja, de modo que ella controlaría a los alysianos a través de mí. Así es como se manejan las cosas. Pero aquí todo el mundo quiere pelear.

Un gatito del color del oro bruñido asomó la cabeza por la parte superior de la caja.

—No, nada de eso —le dijo el Valet al animal—. Más vale que no se te vea.

Posó la palma de su rechoncha mano sobre la cabeza del gatito e intentó empujarla hacia el interior de la caja, pero el animal bufó con la boca abierta y lo arañó con un ágil movimiento de la pata.

—¡Ay!

El Valet arrojó la caja lejos de sí y se chupó la herida de la mano. Los árboles cercanos parloteaban entre sí. El Valet atisbó la cola del gatito, que sobresalía de la parte superior de la caja y se movía de un lado a otro, pero el animal no emitía sonido alguno. ¿No era ésa una situación ventajosa? ¡Tenía a su rival principal encerrado en una caja! Le sería fácil deshacerse del gatito. Sí, sí. Entonces Roja sólo lo tendría a él como consejero y él la convencería de que pusiera en práctica planes que él sabría aprovechar mejor. Pero ¿y la tarea que se traían entre manos, la emboscada? ¿Y si Roja estaba observándolo justo en ese instante con el ojo de la imaginación? No, más valía que esperase. Deshacerse del gatito era demasiado arriesgado por el momento. Pero en cuanto se presentase la oportunidad…

Recogió la caja y prosiguió su camino por el bosque. La cola del gatito, que seguía ondulando fuera de la caja, le rozó la mano. El Valet se detuvo y echó un vistazo alrededor. ¿Dónde estaba el cuartel general de los alysianos? Siempre le costaba dar con él. ¿A la izquierda quizás? Sí, definitivamente, a la izquierda. No obstante, unos doscientos pasos más adelante, llegó a la conclusión de que el campamento debía de quedar hacia el otro lado. Pero tras avanzar unos cuatrocientos pasos en la dirección opuesta no parecía hallarse más cerca. Se había perdido. El gatito gruñó. Pero entonces el Valet de Diamantes avistó un destello del sol reflejado en un fusil de cristal: dos guardias alysianos patrullaban el perímetro del cuartel general. ¡Ajá! El Valet sabía que no andaba muy desencaminado. Sin embargo, ahora que se avecinaba la violencia, ¿no convenía más mantenerse a distancia?

Se acercó a los guardias con cautela, casi tan pálido como su amada peluca.

—Debemos reforzar la seguridad ahora que Alyss está aquí —dijo, una vez frente a ellos—. He solicitado que aposten más centinelas en el perímetro.

—Si vos lo estimáis necesario, milord…

—Obviamente, sí.

—Sí, señor.

—¿Está el… guardián del espejo por aquí?

—En estos momentos no, señor.

—Ah, vaya. —El Valet apoyó su peso primero en una pierna y luego en la otra. Estaba sudando; sentía un picor horrible en la cabeza—. ¿Tenéis idea de cuándo volverá?

—No, señor.

—Ah. —Notó que el gatito se rebullía dentro de la caja, impaciente—. Esto… Traigo algo para él.

Los guardias permanecieron callados.

—¿No debería uno de vosotros echarle una ojeada?

Si el guardia que se ofreció voluntario hubiera tenido tiempo, quizá se habría percatado de que el Valet de Diamantes temblaba. Sin embargo, tan pronto como el pobre desdichado acercó la cara a la abertura de la caja para ver qué contenía, los dos brazos viriles del Gato salieron de ella. El Valet se tambaleó hacia atrás y dejó caer la caja. Pero antes de que ésta tocara el suelo, mientras el guardia gritaba, el Gato completó su transformación en el asesino y eliminó a ambos guardias. Una oleada de alerta recorrió los árboles y arbustos del bosque.

El Gato se volvió hacia el Valet, con las garras goteando sangre.

—Llama al Corte.

El Valet se llevó torpemente la mano a un bolsillo. Sacó una burbuja de cristal revestido de mármol, se la acercó a los labios y sopló en ella. Nada. El sonido que emitía sólo resultaba audible para el Corte. Oyó los chasquidos, semejantes a los de unas tijeras, que producían sus extremidades al caminar. Eran tres barajas en total, 156 soldados.

—Esto… Creo que debería esperar aquí —balbució el Valet de Diamantes—. No quiero que mis tratos con Roja salgan a la luz, cosa que ocurrirá si el general Doppelgänger o alguno de los demás me ven.

El Gato sabía que mentía, pero era mejor así; el cobarde del Valet sólo sería un estorbo para él.

—Haz lo que quieras —espetó, y, acompañado por los números altos de los naipes del Corte, irrumpió en el cuartel general de los alysianos mientras los números bajos empezaban a hacer añicos los espejos del perímetro.