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En realidad ella no tenía intención de dormir; sólo quería estar sola para reflexionar. «¿Cuánto tiempo hace que estuve en el altar de la abadía de Westminster, al lado de Leopoldo?». Parecía que hubiese transcurrido una eternidad, un espacio terriblemente largo de tiempo. «¿Qué habrá sido de él? ¿Y de los Liddell? ¿Qué pensarán que me ha pasado? ¿Qué estarán haciendo justo en este momento?». Había llegado a quererlos, quizá del mismo modo que una persona secuestrada se encariña con sus secuestradores, pero no cabía duda de que era amor. Alyss lo había comprendido.

Pensar tanto no solucionaba nada, y Alyss respiró aliviada cuando Jacob entró en la tienda con unas prendas de ropa pulcramente dobladas.

—Ponte esto —dijo él—. Te espero fuera.

Era un uniforme alysiano, de factura rudimentaria como todo lo que los alysianos podían hacer fuera de las zonas controladas por Roja. La camisa y los pantalones no eran del mismo color. El tejido de nanofibras era basto comparado con los que solían fabricarse en Marvilia, pero aun así, al frotar el dobladillo de la camisa entre los dedos índice y pulgar, Alyss comprobó que era más suave y fino que la mejor seda de Inglaterra. Sí, eran prendas corrientes, tan corrientes como las que vestían los pobres bajo el remado de Genevieve, con una diferencia: llevaban la insignia desteñida de un corazón blanco en el extremo de la manga derecha.

Alyss se despojó de su vestido de novia y, pese a los desgarrones que tenía, lo extendió con cuidado sobre el catre del general. Se enfundó el uniforme alysiano y le entraron ganas de saber qué aspecto le daba esa ropa tan poco familiar para ella, pero no había espejos en la tienda.

«No queda otro remedio. Debo afrontar el futuro, sin importar lo que me depare». Tras tomar aliento y erguir la espalda con decisión, salió de la tienda. Jacob fue a su encuentro con una sonrisa radiante y la tomó de las manos. La miró de arriba abajo, complacido por lo que veía.

—Aunque tuvieras que ir vestida con el sudadero de la silla de un maspíritu, Alyss, tendrías un porte majestuoso.

—Gracias, Jacob, pero…

—Ah, no, nada de peros. Acabas de volver a nuestro lado, y es demasiado pronto para expresar las dudas que seguramente te han asaltado con esa palabra tan cobarde, «pero».

Alyss le dedicó una sonrisa, más un movimiento mecánico de los músculos faciales que un reflejo de sus sentimientos.

—Me alegra ver que sigues siendo el mismo Jacob Noncelo —comentó—. Después de nuestro reciente enfrentamiento con el Gato, pensaba que quizá te habías convertido en un héroe de acción y que ya no te interesaban las sutilezas del intelecto.

—¿Un héroe de acción, yo? ¿Y qué más? Prefiero dejar la acción a otros. Claro que soy el Jacob Noncelo de siempre, Alyss; soy el mismo precisamente porque soy viejo. Fui el preceptor de la abuela de tu bisabuela, y…

—Sí, lo recuerdo.

—He sido testigo de tantos conflictos políticos que bastarían para llenar varias cabezas. Nada de eso me ha hecho cambiar. Reconozco que este asunto de Roja es lo peor que he vivido, pero soy demasiado viejo para cambiar. Pero no hablemos más de mí, por muy fascinante que sea como tema de conversación. Vamos.

La guió hasta una zona de descanso en la que había unos contenedores de municiones gastados y vacíos que hacían las veces de asientos. Jacob se sentó en uno que había servido de embalaje para esferas generadoras salidas de la fábrica de Roja, con su toga, holgada y marrón, formando pliegues en torno a él. Parecía un volcán diminuto con cabeza blanca. Les sirvió el té una joven que llevaba un sombrero de fieltro y un sobretodo de piel agrietada, tan cohibida por la presencia de Alyss que ni siquiera se atrevía a alzar la vista para mirar a la Princesa.

—Qué tímida es —observó Alyss una vez que la chica se hubo marchado a toda prisa.

—Por lo general, no. Se ha puesto así por ti. Nació aquí, en este campamento. ¿Sabes cómo se hacen llamar todas estas personas?

Alyss negó con la cabeza. ¿Cómo iba a saberlo?

—Alysianos —dijo Jacob.

A Alyss el corazón se le aceleró ligeramente. «¿Alysianos? No, eso es demasiada responsabilidad para mí».

—No creo estar preparada para todo esto —confesó.

Jacob la observó por unos instantes. Sin dejar de mover las orejas en distintas direcciones a cada sonido que percibía, le refirió los cambios que había sufrido Marvilia en los últimos trece años, y aunque su sabiduría abarcaba muchos temas, había cosas que ni siquiera él entendía y que en su mayor parte la concernían a ella. Y entonces le llegó el turno de hablar, de intentar explicar lo que se le antojaba inexplicable.

—Tuve que dar la espalda a todos mis recuerdos de Marvilia —dijo—. Tuve que cerrar mi mente a esos recuerdos para sobrevivir en un mundo que no creía en ellos. Me resistí durante mucho tiempo, pero al final fue…

—¿De modo que por eso ibas a casarte? Alyss asintió con la cabeza.

—Siempre perteneceré en parte a ese otro mundo.

—Bien expresado. Es imposible pasar tanto tiempo en un lugar y no llevar dentro un trocito de él. Pero éste es tu verdadero hogar, Alyss. Éste es el mundo al que perteneces.

—¿Ah, sí? —Echó un vistazo alrededor. «¿Cómo pueden llamarse alysianos cuando yo misma apenas me siento alysiana? Esto es demasiado. Exigen demasiado»—. Tengo la sensación de que ya no pertenezco a ningún sitio. ¿Qué hay de la familia que dejé allí? ¿Qué hay de Leopoldo, el hombre con quién iba a casarme?

—Seremos generosos con las personas que te cuidaron como a una hija, si podemos permitirnos ese lujo en el futuro. Por lo que se refiere al tal Leopoldo, tenemos cosas más importantes de que preocuparnos que del amor de un hombre, ya sea de este mundo o de cualquier otro.

Alguien los observaba: Alyss sorprendió a Dodge mirándolos desde detrás de una tienda. Alzó la mano para saludarlo, pero él se agachó para perderse de vista y ya no volvió a aparecer.

—Posees una imaginación muy poderosa, Alyss —dijo Jacob Noncelo—. Los alysianos la necesitarán, y el destino del reino depende de ella. En el poco tiempo de que disponemos, mi deber es instruirte en sus usos y limitaciones, de acuerdo con los principios de la Imaginación Blanca.

—Me ha abandonado.

Las orejas de Jacob se rizaron en señal de perplejidad.

—La imaginación no te ha abandonado, Alyss, porque no tiene ningún sitio adonde ir. La llevas en tu interior, te guste o no. Ya lo verás. Naciste para ser una reina guerrera, como tu madre. —Pero en este punto el sabio preceptor hizo una pausa, al recordar a Alyss sentada al revés en el maspíritu después de emerger del estanque de las Lágrimas. Estaba muy desorientada en ese momento, por supuesto. Sí, más valía pensar positivamente—. Sí, lucharás codo con codo con tu ejército —prosiguió—, y te enfrentarás a Roja porque sólo tú tienes la fuerza y el poder para vencerla.

—¿Una reina guerrera? —Alyss soltó una risotada—. ¿Qué sé yo de tácticas de guerra o de armas? Nunca he empuñado una espada en la vida excepto cuando de niña jugaba con Dodge.

—Si consigues recorrer el laberinto Especular, evolucionarás hasta ser una reina guerrera. El laberinto hará salir lo que llevas dentro.

Alyss sacudió la cabeza con escepticismo.

—Ni siquiera yo sé de qué manera actúa el laberinto Especular —continuó Jacob—. El In Regnum Speramus antes decía: «Sólo aquélla para quien el laberinto Especular está destinado puede entrar». Ardo en deseos de que llegue el día en que puedas contarme qué hay dentro.

—No lo sé, Jacob. Sencillamente, no lo sé.

¿No cabía la posibilidad de que ella ya no fuese la heredera legítima de la corona?

«Fui princesa en otro tiempo, pero ahora la continuidad se ha roto». Sus años y experiencias en ese otro mundo habían abierto un abismo entre la niña que ella había sido y la mujer en que supuestamente se había convertido. «Roja acabó con dos generaciones de la realeza de Corazones esa espantosa tarde».

—Háblame de Dodge —le pidió a Jacob.

El preceptor guardó silencio durante un rato largo.

—Ninguno de nosotros ha vuelto a ser el mismo desde el retorno de Roja. Algunos hemos cambiado más que otros. En lo referente al hombre en que se ha convertido Dodge Anders, creo que lo mejor será que lo descubras por ti misma. —Jacob se levantó de un brinco—. Bien, pronto emprenderemos un viaje al valle de las Setas, donde las orugas te informarán. Acábate el té y pon en orden tus pensamientos, pues comenzaremos la clase que debió empezar hace trece años.

Alyss siguió a Jacob con la mirada mientras se alejaba a toda prisa. Sin haber tomado un solo sorbo de su té, y sin pensar en lo que hacía o adonde iba, se puso de pie y cruzó el campamento. Los alysianos que estaban reunidos frente a la entrada de sus tiendas, o cocinando en hogueras encendidas en hoyos revestidos de piedra semipreciosa, se inclinaban ante ella al verla pasar. Unos gritaban: «¡Con Alyss venceremos!»; otros deseaban: «Que la luz de la Imaginación Blanca vuelva a brillar sobre Marvilia, Princesa». Ella intentaba mostrarse lo más esperanzada posible dadas las circunstancias.

«Alysianos. Se hacen llamar alysianos. Y ahora mira adonde he venido a parar».

Se encontraba delante de una tienda; no una tienda cualquiera, sino la de él. Sus pies la habían llevado hasta allí de manera casi inconsciente.

«¿Debería llamar, o…?».

Pero no hizo falta. Allí estaba él, saliendo de la tienda.

—Hola —dijo ella.

Dodge se puso tenso, sacó pecho y enderezó la espalda.

—Princesa.

Ella notó que estaba sorprendido, que lo había pillado desprevenido.

—¿Querías algo? —preguntó ella—. Quiero decir antes, cuando he…

—¿Jacob te ha dicho que debemos embarcarnos en un viaje peligroso al valle de las Setas?

—Sí. —Había pensado, había esperado que se tratara de otra cosa, pero ¿de qué, exactamente?—. Dodge, ¿de verdad crees que puedo dirigir una batalla contra las fuerzas de Roja?

—Sí, lo creo.

—Bueno, al menos uno de los dos lo cree. Estoy segura de que es demasiado tarde para lo que Marvilia esperaba de mí, fuera lo que fuese. Te pediría que me llevaras a casa, pero ya no tengo la menor idea de cuál es mi casa.

De pronto se apoderó de ella una tristeza insoportable, y Alyss deseó que alguien, cualquiera, la abrazara para consolarla. Sin embargo, sus pucheros sólo endurecieron la actitud de Dodge hacia ella.

—Hay algo que debes ver —dijo.

Si el futuro del reino no hubiese estado en peligro, y si Dodge no hubiese estado tan frío y distante mientras la guiaba al exterior del cuartel general de los alysianos, ella habría podido persuadirse de que se encaminaban hacia una aventura inocua, como cuando vivían en una época menos complicada.