La Luna de Roja había salido. Su luz sanguínea ardía sobre el desierto Damero a través de un cielo cuajado de nubes, y las chimeneas de la fábrica donde se producían las máquinas de guerra de Roja expelían continuamente vaharadas de vapores tóxicos.
El Gato avanzaba temeroso por los pasadizos de la fortaleza del monte Solitario, con una inquietud que quedó eclipsada por el aspecto amenazador del cielo sobre el tórrido desierto, un cielo que él sólo pudo ver cuando enfiló el pasillo en forma de espiral que conducía a la cúpula de observación, donde Roja aguardaba a que él le presentase pruebas de que su sobrina ya no se contaba entre los vivos.
No era una entrevista que el Gato estuviese ansioso por mantener. Entró en la cúpula de observación y encontró a su Reina de pie, contemplando Marvilópolis a través de un panel telescópico, mientras la morsa mayordomo sacaba brillo a los otros cristales con un trapo.
Roja estaba de espaldas al Gato. Sin volverse, dijo:
—Te veo a ti, pero no veo la cabeza de mi sobrina. —Y, antes de que él pudiera pronunciar media palabra, el cetro de la Reina lo traspasó.
La morsa dio un respingo y se dirigió a la salida.
—¡Oh! Más vale que vaya a ver si…
—¡Quédate dónde estás! —gritó Roja.
—Sí, todavía me queda mucho trabajo por hacer aquí, Su Malignidad Imperial. —Y el mayordomo morsa regresó para continuar limpiando los paneles telescópicos.
El Gato se tambaleó sobre sus patas traseras, con el cetro de Roja clavado. En teoría era afortunado de haber nacido con nueve vidas, pero todas sus muertes resultaban dolorosas. A veces deseaba tener sólo una vida.
Se cayó al suelo, muerto.
Roja se puso a caminar arriba y abajo junto a su cadáver. Extrajo su cetro del cuerpo. Los ojos del Gato se abrieron de golpe y la herida de su pecho se cerró. Se levantó despacio, lamiéndose para limpiarse la sangre.
—Explícame cómo te las has arreglado para fracasar esta vez —exigió Roja.
—Los alysianos la encontraron primero. Volvieron aquí a través del estanque de las Lágrimas y los perseguimos, pero…
—¿Alyss está en Marvilia? ¡Inaceptable! —chilló Roja, y el Gato sintió de nuevo la estocada punzante y mortal de su cetro.
El mayordomo soltó un sollozo y se le cayó el trapo al suelo. Al agacharse para recogerlo, se dio un golpe en la cabeza contra un panel telescópico.
Roja intentó localizar a Alyss con el ojo de su imaginación, pero no vio más que una masa confusa de árboles y follaje. Era una especie de bosque. Pero había muchos bosques en el reino.
—¿Dónde está Jacob Noncelo? Quiero que el secretario real se presente aquí de inmediato.
—Lo siento, Su Malignidad Imperial —dijo la morsa, frotándose la cabeza—, lo lamento muchísimo, pero Jacob Noncelo no está aquí. Nadie lo ha visto desde…
—Ahora está con los alysianos. —El Gato, que había vuelto en sí, yacía en el suelo, mirando cómo se le curaba la herida.
—Ya basta de noticias desagradables, mi felino amigo —lo amenazó Roja. Agitó el cetro, y una fuerza invisible levantó al Gato y lo colocó de pie—. Ven conmigo.
Salió rauda de la sala, con los tacones repiqueteando sobre el suelo pulido. El Gato, tras lanzar una mirada a la morsa con los ojos entornados, siguió a Roja por el pasillo en espiral, atravesó varias habitaciones de uso incierto hacia el pozo de vacío en el que descendieron velozmente hacia las entrañas de la fortaleza. Entraron en una cámara enorme en que un ejército de vitróculos aguardaba órdenes, formado en columnas. Cuando Roja abrió la boca para hablar, proyectó la imagen holográfica de su rostro crispado de rabia en las vallas de Marvilia y los cristales para anuncios pagados por el gobierno. Los marvilianos interrumpieron sus diversas labores y actividades para escucharla vomitar unas palabras dirigidas a los vitróculos del monte Solitario.
—Leales súbditos, hay entre nosotros una pretendiente al trono. Se hace llamar Alyss de Corazones. Vuestra ayuda para capturarla o darle muerte será obligatoria a partir de ahora. Ella se encuentra en uno de nuestros bosques. Encontradla antes de que mi Luna se ponga, o quemaré todos los bosques de Marvilia. Quien lo consiga será recompensado con la certeza de haberse ganado mi favor eterno.
El rostro de Roja desapareció de los carteles y las vallas de la ciudad, cediendo el paso a los anuncios habituales del hotel y casino de Roja, los bloques residenciales de Roja, peleas de galimatazos y recompensas ofrecidas a quienes denunciaran a algún partidario de la Imaginación Blanca. Los marvilianos reanudaron sus quehaceres, aunque desde luego no faltaba quien consideraba que valía la pena ganarse el favor eterno de Roja y estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para encontrar a Alyss de Corazones.
En el monte Solitario, los últimos vitróculos salieron de la fortaleza al desierto. Roja se volvió hacia el Gato, y su voz retumbó en la cámara vacía.
—Dile al Valet de Diamantes que ha llegado el momento de que demuestre su lealtad de una vez por todas.