El Gato lanzó un zarpazo a la cuerda que colgaba del techo de la sala de Inventos.
Estaba rodeado de prototipos de los numerosos inventos de Roja expuestos en hornacinas e iluminados con luces direccionales: un rastreador con cuerpo de lucirguero y cabeza de gombriz; un arbusto seco y marchito, la primera víctima del Naturicida; un soldado número Dos del Corte, mitad acero y mitad carne y hueso, más vulnerable y dotado de menor movilidad que los naipes soldado que finalmente se habían llegado a producir en serie; un modelo primitivo de repisadora rosal; un vitróculo con un cristal alargado y horizontal como receptor visual en vez de las dos esferas incrustadas en las cuencas oculares, de aspecto más humano; incluso una versión anterior del Gato, con garras más pequeñas y (al menos eso pensaba el Gato) no tan guapo como había quedado el sicario definitivo.
Podía pasarse horas jugando con la cuerda, enganchándola con las zarpas, soltándola, asiéndola de nuevo. Se había puesto a ronronear cuando la voz de Roja resonó en la sala.
—Gato, acude a la cúpula de observación de inmediato.
Por lo general, cuando Roja lo llamaba era para proferir una avalancha de insultos contra él y recriminarle sus fallos a gritos. Sin embargo, en esta ocasión el tono de Roja sonaba distinto, casi afectuoso, como si planeara darle una sorpresa agradable. Y ya era hora. Él merecía elogios y recompensas, pues era el responsable de imponer la disciplina al populacho de Marvilia.
La cúpula de observación ocupaba la planta superior de la fortaleza del monte Solitario. Tenía suelos de piedra pulidos y brillantes, paredes de paneles telescópicos de vidrio que ofrecían una vista de 360 grados de Marvilia. El Gato entró en la cúpula dando saltitos y soltó un maullido retozón, pero, con la brusquedad de un coletazo, su estado de ánimo se ensombreció. El mayordomo morsa y el Valet de Diamantes estaban en la habitación. El Gato no lograba entender por qué Roja insistía en tolerar al Valet de Diamantes.
—He estado rememorando tiempos pasados, Gato —dijo Roja—, y me gustaría que me contaras de nuevo cómo rompiste el corazón de Alyss en pedacitos pequeños y carnosos que arrojaste al estanque de las Lágrimas hace tantos años.
Al Gato le dio en la nariz que algo no marchaba bien. La sonrisa burlona del Valet de Diamantes destilaba más autosuficiencia que de costumbre, y la morsa no lo había mirado ni una vez desde que se había presentado en la cúpula, pues estaba demasiado ocupada quitándoles el polvo a las varas de cristal del centro de una mesa alargada y espolvoreándolo sobre los objetos y las superficies que lo necesitaban. La morsa había estado limpiando la misma vara de cristal desde la llegada del Gato, y se estaba formando un montículo de polvo sobre la mesa.
—Seguí a la Princesa y a Somber Logan por el Continuo de Cristal —empezó a relatar el Gato—, les di alcance en un precipicio…
Un volumen de In Regnum Speramus voló hacia él desde un lado de la sala y lo golpeó en la cabeza.
—¡Ay! El caso es que… les seguí la pista por el bosque y di con ellos en un precipicio sobre el estanque de…
La bolsa de polvo de la morsa salió disparada hacia él. El Gato la vio, se apartó en el último momento y la bolsa reventó contra el panel de vidrio que tenía a su espalda.
—… sobre el estanque de las Lágrimas. Entonces Somber…
Pedazos de roca volcánica salieron despedidos hacia él. Se agachó para esquivar uno, pero una piedra procedente de otra dirección lo acertó de lleno.
—¡Au! Derribé a Somber de… ¡ay!… de un golpe, y luego… ¡uy!… los reduje a él y a Alyss a trocitos carnosos y… ¡ay!… los arrojé al estanque de las Lágrimas.
Se desplomó, cansado y maltrecho. Roja se acercó y se quedó de pie, frente a él.
—Mientes, Gato. Me has hecho creer una mentira durante trece años. Acaban de informarme de que Somber Logan está en Marvilia y Alyss de Corazones vive.
El Gato vio al Valet de Diamantes detrás de ella, tomando con gran deleite sorbos de licor de una copa transparente, con el meñique extendido en una postura afectada.
—Por supuesto, está bien que mientas —prosiguió Roja—, siempre y cuando no me mientas a mí. Por lo visto, si uno es lo bastante astuto para descubrir la manera, puede regresar a Marvilia a través del estanque de las Lágrimas.
Su mano izquierda se transformó en una zarpa felina. Le clavó en el vientre las garras de sus dedos índice y medio. El Gato, entre gorgoteos y fuertes convulsiones, sangrando por la boca, murió.
La morsa, haciendo lo posible por fingir que no se había enterado de lo ocurrido, esparció polvo por toda la mesa con movimientos nerviosos de las dos aletas. El Valet de Diamantes soltó una risita, pero calló de golpe cuando su copa saltó de su mano y vertió su contenido en la cara del Gato.
Éste escupió, tosió, y sus párpados se abrieron, vacilantes.
—No hagas tanto teatro —lo reprendió Roja—. Todavía te quedan seis vidas. Si me vuelves a mentir, no te quedará ni una. Y ahora, levántate y límpiate el mentón.
El Gato se puso en pie, se lamió la pata y se frotó con ella la barbilla y los bigotes para quitarse las manchas de sangre.
—Esto es lo que vas a hacer —dijo Roja—. Te zambullirás junto con un pelotón de naipes sicarios que elegiré personalmente en el estanque de las Lágrimas. Encontrarás a mi sobrina y le arrancarás, cortarás o serrarás la cabeza; me da igual cómo lo hagas, lo importante es que le separes la cabeza del cuerpo y me la traigas. Si regresas sin ella, daré por sentado que Alyss sigue con vida y que tú has fracasado, y será tu fin. Si no regresas a Marvilia por miedo a lo que yo pueda hacerte, que no te quepa la menor duda de que enviaré a otros a buscarte y morirás seis veces seguidas.
El Gato hizo una reverencia.
—Agradezco vuestra clemencia, Su Malignidad Imperial. Esta vez no os fallaré.
—No, supongo que no.
Informado sobre el paradero de Alyss por un petulante Valet de Diamantes, el Gato guió a sus naipes sicarios al precipicio que se alzaba sobre el estanque de las Lágrimas. Sin otra fanfarria que el susurro del viento entre los árboles enmudecidos y el martilleo de sus negros corazones, saltaron, se dejaron arrastrar hacia abajo por la succión del portal, experimentaron un fuerte empuje ascendente y salieron proyectados de un charco que estaba en el interior del Parlamento. Volando, atravesaron unas ventanas y cayeron en la acera, en medio de una lluvia de cristales rotos.