Somber introdujo un pie en el charco, pero la suela de su zapato no llegó a tocar el fondo. Se precipitó hacia abajo, hacia las profundidades, hasta que se detuvo por unos instantes en lo más hondo, para luego salir disparado hacia arriba tan rápidamente como había caído. Cuando emergió, se encontraba en el estanque de las Lágrimas.
Las nubes se arremolinaban violentamente en lo alto, y el agua estaba agitada. Somber nadó hasta la orilla de cristal, aguzando los sentidos por si Roja o sus hordas andaban cerca. Salió del agua y caminó sigilosamente hasta el árbol más cercano, un ejemplar viejo y maltratado por el tiempo con el tronco cubierto de cortes y las ramas peladas y nudosas.
—¿Ha regresado a Marvilia la princesa Alyss? ¿La has visto salir del estanque?
—¡La princesa Alyss ha muerto! —respondió el árbol en voz muy alta, como para que lo oyese una fuerza invisible pero omnisciente capaz de infligir un daño muy grande a la menor provocación.
—No tengo pruebas de su muerte.
—¡La princesa Alyss de Corazones ha muerto! —repitió el árbol, más alto que antes, pero añadió en un susurro—: Los vitróculos de Roja están por todas partes. Hablar es peligroso. La Princesa no ha vuelto.
Somber no sabía qué eran los vitróculos —Roja los había enviado a vigilar el reino hacía poco tiempo—, pero no pensaba quedarse por ahí para averiguarlo. Su sentido del deber le dictaba que regresara al otro mundo para buscar a la Princesa mientras le quedaran fuerzas. La encontraría, la adiestraría para que se convirtiera en Reina guerrera, del mismo modo que había adiestrado a su madre, y después ambos podrían regresar a casa para enfrentarse con la miríada de problemas que plagaban el reino. Los vitróculos no eran más que uno de ellos.
Se zambulló de nuevo en el estanque de las Lágrimas. La gravedad del portal, que lo arrastró hacia abajo, empezaba a resultarle familiar, al igual que la pausa en el fondo, la suspensión momentánea, seguida del ascenso vertiginoso. Emergió en un charco situado detrás de un establo, a las afueras de Budapest, Hungría. Tres cabras impasibles fueron los tres únicos seres que vieron a la figura salir despedida del charco calentado por el sol y caer ágilmente de pie.
Somber se preguntó si algún día aprendería a controlar el estanque de Lágrimas tal como navegaba por el Continuo de Cristal, de modo que pudiese elegir su destino en la Tierra. Le resultaría difícil: el agua era un medio denso; maniobrar en ella requería destreza, equilibrio, resistencia y fuerza tanto física como mental. No obstante, dejó estas consideraciones para otro día, para otro año, pues Somber emprendería la búsqueda de Alyss por todo el mundo muy en serio.
Estaba convencido de que si seguía la pista de personas rodeadas del aura de la imaginación, una de ellas lo conduciría hasta la Princesa de Marvilia, que con toda seguridad resplandecería en este mundo.
El capitán de la Bonetería pasó por tiendas de sombreros en ciudades de España, Portugal, Bélgica, Suiza, Austria, Baviera, Italia, Prusia, Grecia y Polonia, entre otros países. En 1864, cuando llevaba cinco años de búsqueda y había recorrido dos veces el continente europeo, subió a bordo del ferry de Calais con destino a Dover, Inglaterra. Si Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas se hubiese publicado ya cuando llegó a la isla, a cualquiera de los dependientes de las tiendas de sombreros y mercerías que visitaba le habría sonado de algo el nombre de Alyss de Corazones, Princesa de Marvilia, cuando él lo pronunciara, aunque sin duda lo habrían tomado por loco; un hombre que buscaba a un personaje de ficción. Como éste no era el caso, simplemente intentaban venderle sombreros que él no necesitaba y alababan el que llevaba puesto. Un año después, cuando el libro del pastor Charles Dodgson saliese a la luz, Somber se hallaría lejos de Inglaterra.
Conforme erraba por el mundo en busca de la Princesa de Marvilia, con mapas sobresaliéndole de todos los bolsillos disponibles, desgastados por el uso y llenos de notas garabateadas que indicaban dónde había estado, la leyenda de Somber crecía. Aunque las lenguas en que se transmitía eran tan diversas como los territorios que cubría —lenguas que iban desde el afrikáans hasta el hindi, pasando por el japonés y el galés—, y los detalles del relato diferían con frecuencia, la premisa básica era la misma: un hombre solitario dotado de poderes físicos aterradores y equipado con una curiosa colección de armas cruzaba continentes en una búsqueda misteriosa que lo llevaba hasta todos los lugares del mundo donde se vendían sombreros, ya fuera la tienda de campaña de un beduino norteafricano que ofrecía gorros tejidos a mano o una sombrerería exclusiva en el corazón de Praga.
Hubo supuestos avistamientos de Somber en Estados Unidos, que se encontraba en los últimos meses de una guerra civil; lo vieron merodear por las calles de Nueva York, avanzar pesadamente por las colinas nevadas de Vermont, los caminos cubiertos de hielo de Delaware, Rhode Island, New Hampshire y Maine. Viajó hacia el sur hasta México y América del Sur, bordeó la península Antártica y enfiló de nuevo hacia el norte hasta California y Oregón. Llegó a Canadá y desde allí se trasladó a los países asiáticos y Extremo Oriente.
Entonces, la tercera semana de abril de 1872, trece años después de haber perdido a Alyss, Somber entró en una tienda en un bazar muy concurrido de Egipto, al pie de la gran pirámide de Gizeh.
—Busco a Alyss de Corazones, Princesa de Marvilia —le dijo al mercader—. Pertenezco a la Bonetería de Marvilia. Le agradeceré toda información que pueda facilitarme sobre la princesa Alyss y, a su debido tiempo, le recompensaré por ello.
Había pronunciado estas mismas palabras tantas veces y sin éxito que un hombre normal habría perdido toda la fe en su poder para dar pie a una respuesta significativa. Lo cierto es que no albergaba la menor esperanza de que el mercader tuviese información útil, por lo que se sorprendió cuando el hombre lo llevó hasta un estante elevado en el que descansaba un libro, entre una reproducción de la esfinge tallada en arenisca y una cesta de lenguas de camello secas. El hombre le quitó el polvo con la manga y se lo pasó a Somber. Era una edición inglesa de Alicia en el País de las Maravillas.
Su nombre estaba mal escrito, pero… ¿«el País de las Maravillas»? Tenía que ser su Alyss. ¿Quién más podía ser? La niña de las ilustraciones no se le parecía en absoluto, pero no era imposible que se tratase de una mera coincidencia. El siguiente paso de Somber ahora estaba muy claro: para encontrar a Alyss, primero tendría que localizar al autor del libro, Lewis Carroll.