Adiestrar a los soldados había requerido tiempo y esfuerzo. A Roja la indignaba el gran número de idiotas que aseguraban dominar la Imaginación Negra, sin ser conscientes de la cantidad de trabajo que hacía falta para llegar a practicarla de forma mínimamente aceptable. O bien carecían de la ambición, el acicate de la venganza y el odio ciego que habrían nutrido la Imaginación Negra en su interior. Sin embargo, estas personas no eran precisamente los súbditos más disciplinados del reino. Roja no sólo había sido desterrada de Marvilia hacía años y obligada a instalarse en una sórdida fortaleza que se alzaba en el monte Solitario, en medio del desierto Damero —donde hectáreas recubiertas de nieve se alternaban con hectáreas de brea y roca negra, en una disposición que desde el aire parecía un damero gigantesco—, no sólo eso, sino que había tenido que crear un ejército integrado por desertores, mercenarios y asesinos. Muchos de ellos habían sido Doses y Treses en la Baraja de Marvilia, naipes soldado utilizados principalmente como carne de cañón en primera línea contra los ataques de arañas obús y esferas generadoras. Por fortuna para ella, Roja también tenía a su disposición Cuatros, Cincos y Seises, así como a un grupo abigarrado de exmarvilianos que jamás habían pertenecido a la Baraja pero que no se habían sentido a gusto en la alegre y luminosa Marvilia.
¿Cuántas veces en los últimos pocos años había visitado los campos de adiestramiento con la esperanza de presenciar la gloria naciente de una máquina de guerra compuesta por soldados bien entrenados y sedientos de sangre?
¿Y cuántos chascos se había llevado al ver a un atajo de inadaptados realizar torpemente maniobras militares ineficientes?
En una ocasión se topó con un Seis, un teniente, que estaba gritándole a un Dos corto de entendederas, quien, a su vez, acunaba en sus brazos a una cobaya adorable y peluda.
—¿Te he ordenado que concibieses pensamientos negros y me sales con esto? —bramó el teniente—. ¿Es que una cobaya es perversa? ¿Consideras que una cobaya encarna todo aquello que es maligno?
—Tal vez… si es una cobaya maligna.
—¿A ti te parece maligna esta cobaya?
El teniente y el Dos fijaron la vista en la cobaya, que, acurrucada en el brazo del soldado, movía la nariz de un lado a otro, ajena a la conversación.
—¡Ésta no es una cobaya maligna! —rugió el teniente.
Aunque Roja necesitaba contar con el mayor número de soldados posible, ordenó al teniente que matase al Dos.
Gracias a su intenso afán de venganza y a la dura instrucción que habían recibido los soldados durante diez horas por cada ciclo lunar, su ejército por fin estaba preparado. Eligió el séptimo cumpleaños de Alyss como fecha para el ataque. Marvilia rendiría homenaje a su futura reina. ¿Qué mejor momento para recuperar por la fuerza lo que le pertenecía? Los marvilianos tendrían una futura reina, en efecto, pero no sería la que ellos esperaban.
Envió a varios rastreadores —seres mortíferos con cuerpo de buitre y cabeza de mosca— en misión de reconocimiento aéreo. Ella misma los había criado y adiestrado. Sus tropas se distribuyeron por palos, afilaron sus armas, cargaron sus esferas y pistolas de cristal. Roja se presentó ante ellos en lo alto del escarpado promontorio del monte Solitario. Extendió los brazos como para abarcar todo lo maligno y lanzó la voz al viento.
—Hace años, mi propia familia me exigió que abandonase la comodidad de mi hogar. Me arrebataron el poder que me correspondía por derecho de nacimiento. Todos vosotros habéis tenido que abandonar vuestros hogares por un motivo u otro, y juntos hemos soportado muchas penalidades en esta tierra yerma. ¿En qué otro lugar habríamos podido sobrevivir? Pero todo eso ha terminado. Hoy regresaremos a nuestra patria y la reconstruiremos a nuestra imagen y semejanza… Es decir, a mi imagen y semejanza. Hoy haremos historia. Sin embargo… —bajó la mirada hacia la soldadesca concentrada ante ella, al pie de la montaña—, si hay escépticos entre vosotros, si alguien no está plenamente dispuesto a morir por mi causa, que dé un paso al frente. Se les dispensará de participar en la batalla de hoy hasta que se sientan preparados para luchar, y se les permitirá disfrutar de una taza de té.
A continuación, Roja hizo algo insólito: sonrió. Por desgracia, sus músculos faciales no estaban acostumbrados a semejante uso, de modo que a los soldados les pareció que su expresión se tornaba aún más feroz. Se guardaron mucho de dar un paso al frente.
—Entonces, ¡hacia la victoria! —gritó Roja.
Una cosa tenía que reconocer en favor de los rufianes de sus soldados: quizá no fueran los más imaginativos, ni muy experimentados en la práctica de la Imaginación Negra, pero todos y cada uno habían aprendido perfectamente a matar. Igual de diestros en el manejo de la espada, las dagas, las mazas con púas, las lanzas, las esferas y las pistolas de cristal, aniquilaron fácilmente a los guardias fronterizos de Marvilia que les salieron al paso, y Roja en persona se encargó de que el palacio no recibiese un solo mensaje de alerta, haciéndolos desaparecer con el poder de la imaginación. Les costó poco masacrar a los guardias del interior. Marcharon sobre Marvilópolis sin apenas sufrir bajas, levantando a su paso nubes de color rojo sangre y vendavales. En cuanto los marvilianos, que unos momentos antes estaban de celebración, los divisaron abandonaron sus juegos y corrieron a refugiarse en sus casas. Todos los mayores de doce años recordaban la devastación que había causado la guerra civil entre Roja y Genevieve. Sabían por qué había aparecido Roja.
Los invasores llegaron a la vista del palacio. Sólo el Corazón de Cristal despedía una luz intensa en medio de la penumbra que Roja había traído consigo. Ella ordenó a sus soldados que rodeasen la plaza. Con el ojo de su imaginación, vio a su esbirro más imponente, que había adoptado la apariencia de un gatito, recorrer en silencio los pasillos en forma de corazón y pasar junto a puestos de vigilancia en los que los guardias decían «fíjate, qué gato tan mono» y «ven aquí, minino». Pero el minino tenía una misión, de modo que no se detenía. Cuando se encontró cerca de la sala de seguridad, recuperó el aspecto de asesino. El Gato echó abajo la puerta, que estaba cerrada con llave, para sorpresa de los cinco guardias que estaban tranquilamente sentados junto a los controles y los cristales de observación. Le bastaron unos pocos movimientos de sus musculosos brazos para derribarlos como muñecos de trapo y dejarlos tumbados en el suelo, sangrando. Arrancó la llave maestra que el guardia principal llevaba sujeta a la pretina y la introdujo en la consola de seguridad. Le dio la vuelta y procedió a pulsar un interruptor tras otro; por todo el palacio de Corazones, se descorrieron cerrojos, se abrieron puertas y verjas, lo que permitió que las tropas de Roja irrumpieran en el edificio. El Gato se transformó de nuevo en gatito y se dirigió dando saltitos hacia el comedor Sur, donde se hallaban los Corazones y sus invitados, ignorantes de lo que estaba sucediendo.
Roja entró en palacio por primera vez desde que era una muchacha. Había nacido y pasado buena parte de su infancia en ese palacio, su palacio, y todo el dolor y el resentimiento que había reprimido durante tantos años empezaron a bullir en su interior. Con cada paso que daba hacia su hermana, su ira aumentaba. Sí, ella había sido una «niña mala», ¿y qué? Había experimentado con cristales y estimulantes artificiales de la imaginación, ¿y qué? Nunca le habían importado un comino la justicia, el amor, el bienestar del pueblo, bla, bla, bla, ¿y qué? Ella tenía su propia forma de ser. ¿Por qué no habían sido capaces sus padres de respetar este hecho y dejarla en paz en vez de empeñarse en convertirla en la princesa que nunca sería?
¿Por qué no habían sido capaces de quererla tal como era?
El día que la excluyeron de la sucesión al trono le vino a la memoria con toda la amargura de la hiel que se le derramaba por dentro.
Ese día, la sapientísima reina Theodora anunció que no podía permitir que una hija suya tan indisciplinada tuviese acceso al poder real. ¡Genevieve heredaría el trono, en lugar de ella! La fuerza de la rabia hizo que las facciones de Roja comenzaran a cambiar, a torcerse y a afilarse. Siempre había sido proclive a los celos, la cólera y el odio más feroz, pero ahora albergaba rencor suficiente para alimentar estos sentimientos durante toda una vida, y los avivaría hasta que…
Dejándose llevar por la furia, entró en el vestidor de su madre.
—Ni siquiera tú podrás arrebatarme lo que me pertenece por derecho de nacimiento —espetó, depositando una seta rosada y mortífera en la lengua de su madre. Al contacto con la saliva de la Reina, las raíces del hongo crecieron, descendieron por la garganta de la dormida soberana y le constriñeron el corazón. El sombrerete de la seta asomó a su boca, lo que significaba que el corazón había dejado de latir.
En cuanto a su padre, lo dejó con vida, pues nunca había sido más que un hombrecillo débil y bueno para nada. Tras el asesinato de su querida Theodora, Tyman perdió el juicio. Hablaba con su difunta esposa mientras vagaba por el palacio arrastrando los pies. Roja se habría convertido en reina, habría gobernado con todo el poder que poseía, de no haber sido por la osadía de su hermana. Casi resultaba risible: la buenaza de Genevieve, incapaz de matar una mosca, creía realmente que la corona le correspondía a ella. Roja armó a sus seguidores, y Genevieve organizó a los suyos. Se enfrentaron. Hubo muertos, casas destruidas. Roja sabía que su imaginación era más poderosa que la de Genevieve, pero sus fuerzas estaban en inferioridad numérica, y no contaba con el apoyo de un solo miembro de la Bonetería ni de nadie capaz de hacer frente a Somber Logan. Sin embargo, ahora el Gato estaba a su servicio, al igual que los rastreadores. Aun así, la rotunda derrota que le infligió su hermana pequeña y el destierro de Marvilia eran humillaciones imposibles de olvidar.
Roja hervía de indignación. Se dirigió a grandes zancadas hacia el comedor Sur, sin prestar atención a los proyectiles que estallaban a derecha e izquierda, mientras los guardias de palacio caían a manos de sus soldados. Una esfera generadora hizo explosión justo delante de Roja, pero, sin aflojar el paso, ella atravesó el humo y las llamas. En medio de las ruinas, se encontró por fin cara a cara con su hermana y prorrumpió en alaridos.
Los mataría a todos.