A la hora del té la fiesta se había trasladado al comedor Sur, y la mayoría de los invitados se había ido a casa. La morsa atendía la mesa alargada ante la que estaban sentadas la reina Genevieve y las familias de naipes.
—¿Un terrón de azúcar en su té, señora? ¿Una gota de miel en el suyo, señor? Genevieve sonreía cortésmente, sin prestar mucha atención a lo que sucedía alrededor. Debido a la advertencia de la oruga y a que hacía horas que esperaba al rey Nolan sin tener noticias de él, no podía concentrarse. Ah, pero ahí estaban Alyss y Dodge. Sólo el espíritu de Issa sabía en qué líos se habían metido.
—Vaya, vaya, pero si es la chica del cumpleaños —dijo—. ¿Puede saberse dónde has estado?
—En ningún sitio.
Intentando adoptar el aire más inocente posible, Alyss se sentó. Miró rápidamente a Dodge, como para indicarle que no dijera nada, y él, con la mayor serenidad posible, volvió a su puesto de guardia, en el extremo opuesto de la sala a aquél en que se encontraba su padre. El Valet de Diamantes, con migajas de tartitarta en las mejillas, el chaleco y la peluca, los fulminó con la mirada. Abrió la boca para anunciar el castigo de Dodge, pero en ese momento entró Jacob, embadurnado de lodo, con plumas aquí y allá.
—¡Jacob! —exclamó la reina Genevieve—. ¿Qué te ha pasado?
—No gran cosa, en realidad. Mi toga adquirió ciertas propiedades… cómo decirlo… aviarias, y me encontré flotando en el aire. Por fortuna, enseguida caí sobre un barrizal, del que logré salir, no sin necesidad de cierto ingenio.
La reina Genevieve permaneció muda por unos instantes, parpadeando.
—¡Alyss!
—No era mi intención —alegó Alyss—. Han empezado a pasar cosas, sin más…
El Valet de Diamantes saltó sobre su silla y apuntó con un dedo regordete a Dodge.
—¡Ha osado golpear mi augusta persona y secuestrar a la princesa Alyss, y la tierra que llevan en los zapatos demuestra que han salido del palacio! ¡Exijo que deporten al plebeyo a las minas de Cristal!
Todos los miembros de las familias de naipes rompieron a hablar a la vez; unos soltaban gruñidos de indignación, y otros risotadas de incredulidad.
—Por favor, cálmense —dijo la reina Genevieve—. Jacob, ¿es eso cierto?
—No exactamente —respondió Jacob—, pero me temo que es verdad que los niños salieron por un momento de los terrenos del palacio.
—¡Dodge Anders! —bramó el juez—. ¡Ven aquí ahora mismo!
—¡Sí, señor!
—¡A las minas de Cristal! —insistió el Valet, escupiendo migajas de tartitarta sobre el cabello de la Dama de Picas.
El Señor de Diamantes se levantó, como para hacer una declaración a la corte.
—Mi bondadosa y gentil Reina, espero que se me concedan más tierras y un incremento de los diezmos en compensación por tan desafortunado incidente. ¡El buen nombre de mi familia ha quedado manchado de forma ultrajante por el trato que ha recibido mi hijo a manos de este… este… mozo! —espetó, gesticulando en dirección a Dodge.
—Si alguien ha manchado repetidamente el buen nombre de su familia ha sido este chico —susurró la Dama de Tréboles al oído de su marido.
El Señor de Tréboles rió con un resoplido.
—¡Un momento, un momento! —gritó el Señor de Picas, levantándose de su silla—. ¡Si los Diamantes han de recibir más tierras y dinero, nosotros también!
A la reina Genevieve empezaba a dolerle la cabeza.
—No se concederán más tierras ni diezmos a nadie.
Las familias protestaron y se pusieron a discutir acaloradamente. El gatito de Alyss entró en la sala con paso ligero.
—¡Mi gato! —exclamó Alyss. El silencio se impuso en la estancia.
—¿Tu…? —alcanzó a decir la reina Genevieve justo antes de que un ruido sordo y profundo estremeciera el palacio. Las copas y los candelabros temblaban, y el gatito comenzó a experimentar una transformación terrible: sus patas se alargaron y ensancharon hasta que quedó de pie sobre dos piernas musculosas; sus patas delanteras ahora eran dos brazos poderosos y en las zarpas tenía las uñas largas y anchas como cuchillos de carnicero. Su cara seguía siendo la de un felino con la nariz chata y rosada, bigotes y colmillos de los que goteaba baba. No era un gatito adorable. Era el Gato, el principal sicario de Roja, en parte humano, en parte felino.
Antes de que el general Doppelgänger o el juez Anders tuviesen tiempo de reaccionar, antes incluso de que Somber Logan pudiese desenvainar y ponerse en acción, se oyeron gritos y detonaciones fuera del comedor. La maciza puerta doble saltó en pedazos, una pared se desmoronó y una horda de naipes soldado de Roja irrumpió por la abertura con las espadas en alto.
Erguida entre los escombros y astillas estaba una versión terrorífica de Genevieve, una mujer a quien Alyss nunca había visto antes.
—¡Que les corten la cabeza! —chilló la mujer—. ¡Que les corten su apestosa y aburrida cabeza!