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La reina Genevieve se escabulló a sus aposentos para descansar un poco y dejó que los invitados se ocupasen de sí mismos. Sin una palabra, Somber Logan la siguió y se apostó en el pasillo para montar guardia.

Las habitaciones de la Reina consistían en tres salones comunicados entre sí. Uno de ellos estaba repleto de sofás mullidos y almohadones enormes sobre los que Su Majestad solía tumbarse cómodamente; otro era un vestidor en donde se guardaban los numerosos y regios vestidos de la Reina; el tercero era un baño, en el que colgaban unas cortinas adornadas con borlas y hechas de una tela más voluptuosa que cualquier género que pudiese encontrarse fuera del reino.

Genevieve estudió su imagen en el espejo del baño. Los cumpleaños de su hija siempre la hacían sentirse vieja. No hacía tanto tiempo que ella misma había iniciado su aprendizaje para convertirse en reina. Vio que le habían salido en las comisuras de los ojos y de los labios unas arrugas que el año anterior no estaban ahí. Era una pena que la imaginación tuviese sus límites, que sólo pudiese modificar la realidad física hasta cierto punto y que ella no pudiese imaginar que volvía a ser joven.

¿Qué era ese olor? Un aroma familiar, picante pero dulzón. Vio un rastro de humo azul y lo siguió hasta la sala de estar, donde encontró a la oruga azul enroscada en torno a su narguile, fumando con aire soñador. En otras circunstancias, Genevieve se habría enfadado al descubrir que alguien (que además era una larva gigante) había profanado su santuario privado sin que ella la invitara. Sin embargo, la oruga no era una larva gigante cualquiera. Había ocho orugas en Marvilia, cada una de un color distinto. Eran los grandes oráculos de la región, y ya eran vetustas en los albores del reino. Servían al Corazón de Cristal, y no les importaba mucho quién ocupase el trono, siempre y cuando el cristal estuviese a salvo. Se decía que podían ver el futuro porque se negaban a juzgarlo, pero cada vez más miembros de las familias de naipes restaban importancia a las profecías de las orugas, alegando que la fe en ellas no era más que una superstición absurda, un vestigio de una época primitiva. Las orugas no intervenían activamente en el funcionamiento del gobierno ni en las disputas entre las familias de naipes, pero no tenían inconveniente en dejar que Genevieve vislumbrase fugazmente el futuro si el Corazón de Cristal corría peligro, a fin de que pudiese tomar medidas para protegerlo.

—Gracias por venir hoy, oruga —la saludó—. Es un honor recibir en mis aposentos a un ser tan sabio. Todos te estamos humildemente agradecidos, sobre todo Alyss.

—Ejem, hum, hum —carraspeó la oruga, exhalando una vaharada de humo.

Las volutas adoptaron la forma de una mariposa con las alas extendidas y acto seguido se transformaron en una confusa sucesión de escenas. Genevieve vio un gato grande que se acicalaba. Vio lo que parecía un relámpago. Vio el rostro de Roja. Luego, el humo adquirió de nuevo la forma de una mariposa. Ésta plegó las alas, y Genevieve despertó en un sofá con un olor a tabaco rancio en la nariz. La oruga había desaparecido. Somber Logan y una morsa que llevaba un esmoquin que le venía dos tallas pequeño se encontraban de pie ante ella.

—Creo que se ha desmayado, señora —dijo la morsa mayordomo—. Le traeré un poco de agua. —Y salió de la habitación a toda prisa.

La Reina guardó silencio por unos instantes, y luego…

—La oruga azul ha estado aquí.

Somber Logan frunció el entrecejo y se llevó una mano al ala del sombrero, escudriñando la estancia con la mirada.

—No estoy muy segura de qué es lo que me enseñó —añadió Genevieve.

—Se lo notificaré al general Doppelgänger y al resto de los boneteros. Prepararemos una defensa contra lo que se avecina, sea lo que fuere.

A la reina Genevieve le habría gustado poder bajar por una vez la guardia que se veía obligada a mantener alta en todo momento para garantizar la seguridad de Marvilia. Las profecías de las orugas siempre eran muy vagas. A veces, sus visiones sólo reflejaban posibilidades, los deseos oscuros de quienes no pensaban ponerlos en práctica jamás. Con todo, no podía correr ese riesgo estando Roja de por medio.

—Procura no alarmar a los invitados —indicó.

—Por supuesto. —Logan se despidió con una reverencia y se marchó.

Genevieve se consideraba afortunada de tenerlo como guardaespaldas. Somber Logan era capaz de blandir una espada (o varias a la vez) con mayor rapidez y precisión que nadie. Era diestro y ágil para las acrobacias. Podía girar y dar volteretas en el aire sin que lo tocase una sola araña obús en medio de un ataque masivo de dichos animales. Sin embargo, a pesar de sus habilidades, no podría proteger a la Reina siempre. ¿Cómo iba a saber que las medidas que se disponía a tomar no servirían de nada, pues ya era demasiado tarde?