Para las reinas, incluso la conversación más banal mantenida en un día de fiesta puede degenerar en una discusión sobre asuntos delicados. En los jardines reales, Genevieve acabó hablando con las damas de Tréboles y de Picas sobre la influencia negativa que ejercían las sociedades de Imaginación Negra sobre la juventud marviliana.
—Me han contado que beben sangre de galimatazo —dijo la Dama de Picas.
—Pues a mí me parece indignante que los chicos de hoy den por sentada la armonía que reina actualmente en Marvilia —declaró la Dama de Tréboles—. Parece que quisieran echar abajo el estado de las cosas sólo por el placer de hacerlo.
—Tenemos a agentes secretos de la Bonetería infiltrados en muchos de esos grupos —les informó la reina Genevieve.
—¿De verdad?
La Dama de Tréboles apoyaba cualquier iniciativa que minase el poder de Genevieve. Le dedicó una sonrisa a la Reina y decidió, de mala gana, dejar de patrocinar las sociedades de Imaginación Negra. Mientras ella tomaba esta determinación, el Valet de Diamantes, que corría por un pasillo en forma de corazón, se vio levantado en el aire, de nuevo con la peluca torcida. Forcejeó para soltarse, pataleando.
—¿Qué prisa tienes, hombrecito? —preguntó Jacob Noncelo—. ¿Cuál es el problema?
—¡Hombrecito lo seréis vos! —espetó el Valet.
—Humm, bueno… Es verdad que, en el orden superior del cosmos, no soy más que un hombrecito. En ese sentido, todos somos insignificantes. Buena observación, Valet.
El Valet no entendía ni jota de lo que el tipo pálido le decía, y le importaba un comino.
—¡Soltadme, preceptor!
Una vez que sus pies se posaron de nuevo sobre tierra firme, el Valet, intentando enderezarse la peluca, pero poniéndosela prácticamente al revés, explicó que iba por ahí, ocupándose de sus asuntos cuando, de improviso, Dodge había salido de detrás de una estantería, lo había tirado al suelo y le había percudido los gregüescos. El Valet sólo pretendía salvar a la Princesa de Dodge, el plebeyo, que estaba empeñado en besarla, y ahora iba a contárselo todo a su padre y a la reina Genevieve para que deportasen a Dodge a las minas de Cristal, castigo leve para tan graves delitos.
—Son delitos graves, en efecto —convino Jacob Noncelo—. Aun así, Valet, ¿no crees que ya es hora de que empieces a asumir las responsabilidades que conlleva tu rango?
—Tal vez —respondió el muchacho con suspicacia.
—A tu edad, no deberías necesitar la ayuda de tu padre para administrar correctivos. Atraparé al culpable y lo traeré ante ti. Tú ve y cómete una buena porción de tartitarta sin comentar con nadie este terrible incidente hasta que yo vuelva. Sin duda sorprenderás a la Reina cuando propines a Dodge su justo castigo.
Jacob siguió al chico con la mirada mientras se alejaba pavoneándose por el pasillo, meneando las posaderas de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en dirección a los jardines reales. Con sus oídos ultrasensibles, Jacob Noncelo había escuchado todo lo ocurrido en el salón Issa. Sólo cuando estuvo seguro de que el Valet no diría una palabra a la Reina de aquel asunto sin importancia, cuando oyó al muchacho masticar con glotonería un trozo de tartitarta, salió en busca de Alyss y Dodge. Ladeó la cabeza, como un perro al percibir un ruido extraño y agudo, y escuchó los sonidos lejanos. Oyó que un matrimonio hablaba de su próximo safari en la Ferania Ulterior. Oyó a un hombre que susurraba a tres calles de allí. Y luego oyó un murmullo de voces humildes. Guiándose por el oído, se dirigió hacia una de las salidas del palacio.
Alyss y Dodge corrían por una sucesión de túneles de servicio. Alyss, encantada de la vida, se reía a carcajadas, mientras que Dodge iba serio, concentrado en lo que hacía. Al final, él abrió una puerta empujándola con el hombro y los dos salieron a la luz de Marvilópolis. Por primera vez en su vida, Alyss de Corazones se encontraba fuera de los límites del palacio.
—Vaya.
Ante sus ojos se desarrollaba una escena festiva: una multitud de marvilianos bailaba, tocaba instrumentos musicales y representaba sainetes. Un tendero reconoció a Alyss y, expresándole cortésmente deseos de buena salud, se arrodilló ante ella. Al percatarse de quién se hallaba entre ellos, un marviliano tras otro siguió el ejemplo del tendero hasta que, medio minuto después, Alyss y Dodge ocupaban el centro de una muchedumbre reverente y postrada a sus pies.
—Eh, sí… —dijo Dodge en voz alta sin dirigirse a una persona en particular—. Se parece un montón a la princesa Alyss, ¿verdad? Pero se llama Stella. No es nadie.
Los marvilianos levantaron la cabeza e intercambiaron miradas. ¿Cómo era posible que esta hermosa niña de ojos dulces y cabello negro arreglado como el de la Princesa no fuese Alyss de Corazones? Sus dudas se disiparon cuando apareció Jacob Noncelo. Si el preceptor real la buscaba, la chica tenía que ser la princesa Alyss.
—¡Corramos! —exclamó Alyss en cuanto vio a Jacob, pero el albino erudito era un hombre bastante veloz y les habría dado alcance enseguida de no ser porque su toga quedó cubierta de plumas fluorescentes de lucirguero, se hinchó en torno a él y lo elevó en el aire.
—¡Alyss, nooo!
Dodge echó un vistazo hacia atrás.
—Pero ¿qué…?
—No era ésa mi intención —se disculpó Alyss, consciente de que no debía emplear su imaginación de ese modo—. Lo único que quería era que no nos pillara. —Le había venido a la mente un atisbo de idea para evitar que Jacob se acercara, y de golpe y porrazo se había hecho realidad.
Jacob cayó del cielo sobre hierba lodosa. Resbaló varias veces al intentar seguir a Alyss y Dodge, pero éstos ya se habían perdido de vista. Recorrieron a toda prisa calzadas de ladrillos, atajaron por callejones y cruzaron varias vías principales. Al cabo, los escaparates brillantes de las tiendas y las calles esplendorosas de la ciudad capital dieron paso a un bosque. Los árboles y las flores soltaron chirridos de sorpresa ante la presencia de la Princesa, y se esforzaron por adoptar el aspecto más frondoso posible mientras apartaban de su camino sus ramas y pétalos. Ella y Dodge corrían y saltaban sobre piedras y cauces hasta que llegaron al borde de un acantilado y tuvieron que detenerse. Alyss bajó la mirada desde lo alto de la elevada pared de roca. Abajo se extendía una masa de agua contenida por una barrera de cristal.
—¿Qué es? —musitó, en parte porque estaba impresionada y en parte porque no quería que Jacob los localizara por medio del oído.
—Lo llaman el estanque de las Lágrimas —respondió Dodge, también en susurros—. Dicen que, si te caes dentro, te transporta fuera de Marvilia, pero nadie lo sabe con seguridad. Algunas personas han entrado en él, pero ni una sola ha salido.
Alyss guardó silencio.
—A veces viene gente a esperar que regresen quienes se zambulleron allí. Lloran y dejan caer sus lágrimas en el agua. Por eso se llama así.
Alyss contempló la superficie. Aquello no era justo. ¿Cómo podía ser tan triste el mundo el día de su cumpleaños? Intentó imaginar qué haría ella si Dodge o uno de sus padres cayese en el estanque de las Lágrimas. ¿Cómo sería su vida sin ellos? Sin embargo, no lo consiguió. Le falló la imaginación.
—Deberíamos volver —dijo Dodge.
—Sí, sí —corearon los árboles y arbustos más próximos a ellos.
Alyss sabía que alguien vendría a buscarlos, quizás incluso Logan en persona. Ella, por ser quien era y lo que era, no podía escapar.
—A lo mejor si regresamos y nos comportamos como si no hubiera pasado nada —aventuró—, será realmente como si nada hubiera pasado.
Dodge le prestó su chaqueta de guardia, todo un gesto por su parte, teniendo en cuenta lo que significaba para él, y Alyss lo sabía. Ella se la puso sobre la cabeza a la manera de un chal para que no la reconocieran los marvilianos, y completó el disfraz con una máscara de oruga que creó al imaginarla.
Con el fin de evitar que Jacob los encontrara, permanecieron callados durante el camino de vuelta al palacio, un trayecto que les pareció considerablemente más corto que el de la huida. Mucho antes de lo que habían previsto, se encontraban caminando entre la hilera de fuentes espléndidas que conducían a la puerta principal. Al otro lado de la verja cerrada, Alyss divisó el iridiscente Cristal de Corazones y las nubes blancas de energía imaginativa que irradiaba.
—Miau. —Un gatito de pelaje dorado se frotó contra su pierna.
—¿De dónde sales tú? —Cogió al gatito en brazos. Llevaba una cinta a modo de collar, y, colgada de ella, una tarjeta con una felicitación sencilla: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ALYSS!—. Me ha reconocido a pesar de mi disfraz.
—¿Quién te lo envía?
—No lo pone.
Dodge miró en derredor, buscando al autor de tan generoso regalo, pero ninguno de los numerosos marvilianos que disfrutaban la celebración fuera de las puertas del palacio les prestó la menor atención.
—Está sonriendo —señaló—. No sabía que los gatos sonriesen.
—Sonríe porque le gusta estar conmigo. —Alyss no quería dejar en el suelo a su nueva mascota.
Los guardias de la verja identificaron a Dodge Anders, pero le advirtieron que no podían permitir la entrada a su amiga sin la debida autorización. Alyss se quitó la máscara.
—Nuestras más humildes disculpas, Princesa —dijeron los guardias, abriendo las puertas rápidamente—. No esperábamos veros. Le rogamos que nos perdone.
—Os perdonaré con una condición —anunció Alyss—: Que no le comentéis a nadie que nos habéis visto a Dodge y a mí fuera de palacio. ¿Puedo confiar en vuestro silencio?
—Por supuesto, Princesa.
—No diremos una palabra.
Los guardias se inclinaron ante ella. Alyss y Dodge entraron en el palacio. Cuando las puertas de la verja se cerraron a sus espaldas, el gatito saltó de los brazos de la Princesa y se alejó por el vestíbulo dando brincos.
—¡No, gatito!
Pero el gatito corría y corría, como si supiese exactamente adonde iba y tuviese cosas que hacer, compromisos que cumplir. Y, de hecho, los tenía.