El rey Nolan y sus hombres habían dejado atrás la Ferania Ulterior. Atravesaron una franja estrecha del bosque Eterno y, a galope tendido, llegaron al límite oriental de Marvilópolis, la zona más rural de la capital, donde residían algunos campesinos y quienes buscaban una vida tranquila. Sus maspíritus se detuvieron de pronto y se encabritaron. Diseminadas por el apacible paisaje, con apariencia inofensiva y parcialmente ocultas entre las sombras que se alargaban cada vez más, estaban varias barajas de Roja, cada una de ellas formada por cincuenta y dos naipes soldado apilados uno encima de otro, aguardando órdenes.
—Las cartas de Roja están preparadas.
De modo que ya no tenía importancia lo que decidiese el rey Arch; Marvilia no podía permitirse el lujo de esperar una o dos semanas a que él comunicara su respuesta.
—Debemos poner al palacio sobre aviso —dijo el rey Nolan.
Uno de sus hombres extrajo un comunicador especular de su alforja y comenzó a introducir un mensaje cifrado en su teclado. Si hubiera tenido tiempo de pulsar el botón Enviar, dicho mensaje habría aparecido en una pantalla de cristal situada en la sala de seguridad del palacio de Corazones. Sin embargo, con un chasquido como el de unas tijeras de acero al abrirse y cerrarse rápidamente, una baraja escondida en la maleza se desplegó y rodeó al Rey y a sus hombres. El aire vibró con los exaltados gritos de guerra de los soldados de Roja y con los guturales alaridos de agonía de los hombres del rey Nolan. El comunicador especular cayó sobre una piedra y se hizo añicos. Su propietario estaba muerto antes de que el dispositivo tocase al suelo.
Los marvilianos se encontraban en una inferioridad numérica de cinco a uno. En el centro de la escaramuza estaba el rey Nolan, blandiendo la espada a izquierda y derecha, aún a lomos de su fiel maspíritu, cuando una figura embozada en una capa escarlata pasó por entre los combatientes sin sufrir un rasguño y le atravesó el corazón con la aguzada punta de su cetro.
—Mi Reina… —gimió él, encorvándose, moribundo, con hilillos de sangre en las comisuras de la boca—. Mi Reina…